Publicidad

Pérdidas y daños de la biodiversidad por cambio climático

OPINIÓN.

Lorena Franco-Vidal, subdirectora técnica, Fundación Natura
21 de febrero de 2024 - 08:00 p. m.
Daños a la biodiversidad. /Foto: Fundación Natura.
Daños a la biodiversidad. /Foto: Fundación Natura.
Foto: Fundación Natur
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

La creación de un fondo para responder por pérdidas y daños por cambio climático se presentó al inicio de la pasada conferencia de las partes (COP 28) del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CNNUCC) en Dubái (2023), como uno de los logros políticos de gran relevancia en la lucha contra el fenómeno climático. Su anuncio se dio en un ambiente político de discusión de asuntos centrales para la acción climática y de una decisión sustantiva de la conferencia, como es la de disminuir el uso de combustibles fósiles (phase down) o eliminar su uso (phase out). Pero ¿hasta qué punto debemos fincar las esperanzas de acceder a recursos de este fondo, frente a las pérdidas de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos? ¿cuál sería su alcance en este sentido?

Pérdidas y daños por cambio climático se refiere a los efectos de este fenómeno que van más allá de las posibilidades actuales de adaptación y mitigación (disminución en la atmósfera de los gases con efecto de invernadero, GEI). Debido a estos efectos, los ecosistemas y los sistemas sociales y económicos pasan umbrales de cambio irreversible, pierden su capacidad de respuesta y se afectan de manera permanente. Con ello, también se deterioran la biodiversidad, las funciones ecológicas y el bienestar humano. Es un efecto en cascada. (Lea: Después de dos décadas, vuelven a ver al prionopo crestigualdo, el ‘pájaro perdido’)

Los mecanismos de la CMNUCC para evitar, minimizar y responder a pérdidas y daños se enfocan en los sistemas y países más vulnerables al fenómeno. Sin embargo, no es claro, en todos los casos, cómo se debe establecer y evaluar pérdidas y daños de la biodiversidad y, menos aún, cómo atribuirlos al cambio climático. Tampoco es claro cómo señalar responsabilidades a los Estados para que asuman el compromiso de pagar por estos daños. Esto es especialmente relevante por los efectos de los eventos extremos del clima (por ejemplo sequías) en la biodiversidad y también para aquellos procesos lentos de cambio (como el aumento de la temperatura) cuando se trata de los ecosistemas y de las interacciones que ellos sustentan y que son base de la viabilidad e integridad de los sistemas socioecológicos.

En las discusiones globales, las pérdidas y los daños de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos están catalogadas como pérdidas no económicas, pues estas comúnmente no se transan en un mercado y no se les asigna un valor monetario. Tampoco es mucho el avance en el entendimiento de pérdidas no económicas, las cuales ocurren frecuentemente en un contexto de alteración de especies, comunidades y ecosistemas. Es el caso de incendios extendidos que se salen de control al encontrar condiciones propicias en ecosistemas invadidos por especies exóticas que favorecen los impactos debido a la acentuación de eventos extremos como el fenómeno de El Niño. Por ello es complejo atribuir al cambio climático pérdidas y afectación de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos.

Para entender este tema es esencial adoptar la perspectiva desde los sistemas socioecológicos vulnerables y visibilizar que la afectación va más allá de la extinción de especies o la alteración de sus poblaciones, pues la perspectiva biológica es fundamental, pero es insuficiente en la gestión integral de los territorios para disminuir la pérdida de biodiversidad por el fenómeno climático. Y este impacto se extiende a procesos y servicios ecosistémicos esenciales para el bienestar humano.

Es necesario entender entonces cómo se da el proceso, cómo se atribuye al cambio climático, los efectos que desencadena, el apoyo que se requiere y cómo se implementa para evitar la mala adaptación y la acentuación de una dinámica de pérdidas y daños.

Esa comprensión es un proceso que avanza a un ritmo muy lento. Mientras tanto, las emisiones de GEI aumentan, como también la ocurrencia de los eventos extremos y los de inicio lento por cambio climático. Por ejemplo, las emisiones de GEI generadas por las acciones humanas aún no han llegado a su pico, como se esperaba que ocurriera desde 2020 (y antes de 2025) y, por el contrario, se incrementaron: en 2019 fueron 12 % más altas (59 ± 6.6 GtCO2) que en 2010 y 54 % mayores (21 GtCO2-eq) que en 1990. Además, la sociedad no está en el camino de lograr la meta del Acuerdo de Paris y evitar el aumento de la temperatura del planeta por debajo de 1,5 °C: entre 2011 y 2020 la temperatura fue 1,09 °C (0,95 a 1,20 °C) más alta que entre 1850 y 1900.

Se comienza a hablar de reparación de daños, en un contexto en el cual la causa sigue creciendo y la brecha entre daños y deseo a pagar por ellos, también aumenta. Es claro que las pérdidas y los daños de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos por el cambio climático afecta las posibilidades de cumplimiento de las metas del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal (2022), donde se resalta el uso de la naturaleza como una de las soluciones a los problemas climáticos. Este enfoque de soluciones basadas en la naturaleza es fundamental para hacerle frente, pero su aplicación está limitada, no solo por el cumplimiento mismo de los acuerdos hoy, sino también porque sigue aumentando el deterioro de los sistemas naturales y con ello su vulnerabilidad frente a este fenómeno.

Por otra parte, en muchos de los países más vulnerables al cambio climático, las pérdidas llamadas no económicas son más importantes que las económicas, pues estas últimas son casi imposibles de cuantificar en escenarios de cambio ambiental global. Además, es grande la dependencia de la sociedad de ecosistemas que ante el cambio climático ya están en el límite de una respuesta adaptativa posible. Es el caso de los páramos que se encuentran en situaciones altitudinales de tensión climática y, con este fenómeno, podrían desaparecer. La ubicación de los páramos, el aumento de la temperatura y la tendencia observada a una menor precipitación acumulada anual, hacen que no encuentren lugares para la adaptación hacia zonas de mayor altitud. Pero, probablemente, uno de los factores de vulnerabilidad más complejos está relacionado con su transformación: población humana vulnerable ocupa los páramos con la minería, las prácticas agrícolas y la ganadería. La naturaleza de estas actividades y la falta de enfoques sostenibles acentúan la fragilidad del ecosistema y aumentan su vulnerabilidad al cambio climático.

También hay situaciones de cambios en curso, que son potencialmente irreversibles, en los humedales de aguas interiores y los arrecifes coralinos. En todos ellos las oportunidades de respuesta adaptativa son limitadas, aún en aquellos que tienen una alta integridad ecológica. Para los humedales, su tendencia natural a la colmatación, por encontrarse en cuencas de captación que aportan sedimentos, los hace más susceptibles a los cambios hidrológicos y climáticos y a la alternancia de fenómenos de inundación y sequía. Cuando las cuencas están intervenidas (deforestadas o erosionadas) el aporte de sedimento es mayor y se aceleran procesos de transformación que limitan sus posibles respuestas.

A los arrecifes coralinos no les va mejor. De acuerdo con informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, aun manteniendo por debajo de 1,5 °C la temperatura del planeta, se prevé que su declive sea entre 70 %-90 %, pues el fenómeno climático es su principal amenaza. La funcionalidad de los arrecifes de coral depende de su interacción con algas microscópicas que los habitan y que son su principal fuente de alimento. Cuando aumenta la temperatura del agua, las algas salen de los corales y si estos están sanos pueden permanecer vivos durante ciertos periodos. Por el contrario, si están sometidos a otros factores de degradación, mueren por efecto del agua más caliente y cuando esto ocurre, las cadenas tróficas se alteran y con ello procesos fundamentales para servicios ecosistémicos de importancia vital como la provisión de alimento para los sistemas pesqueros o la protección de las zonas costeras.

Así, al tratar de comprender el mecanismo de pérdidas y daños de la biodiversidad y sus beneficios por el cambio climático, es importante identificar qué oportunidades existen para prevenirlo, disminuir las acciones humanas que añaden vulnerabilidad a los sistemas y definir el margen de aquello que podría ser objeto de señalamiento de daño y perdida en el marco del acuerdo climático.

Ampliar el rango de la prevención y la adaptación y minimizar lo que se deba compensar por pérdidas y daños, debe ser la ruta, pues no hay nada que retribuya la pérdida de especies y sus servicios ecosistémicos, y su afectación resultará en pérdidas y daños permanentes tanto económicos como no económicos, sociales y de la identidad cultural, lo que deja aún más vulnerables a los grupos humanos que dependen de ellos.

Por Lorena Franco-Vidal, subdirectora técnica, Fundación Natura

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar