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Producir y conservar: el caso de la ganadería en las sabanas inundables de la Orinoquia

Aunque esta región cuenta con el 20 % de la producción ganadera del país y casi el 9 % de los productos agrícolas que consumen los colombianos a diario, hoy enfrenta amenazas como la degradación de sus ecosistemas y el cambio climático. Experiencias como las de la ganadería en sus sabanas inundables son una oportunidad para la producción sostenible y la conservación de este territorio.

María Camila Bonilla
07 de julio de 2022 - 02:00 a. m.
 Las sabanas inundables son uno de los paisajes característicos de la Orinoquia. / Day’s Edge Productions
Las sabanas inundables son uno de los paisajes característicos de la Orinoquia. / Day’s Edge Productions
Foto: Day's Edge Productions - 11135
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La región de la Orinoquia, reconocida por la iconografía de los llaneros, el ganado y las extensiones de llanuras hasta donde llega la vista, es una zona importantísima para Colombia no solo por el potencial productivo que le ha dado el nombre de la despensa agrícola del país, sino por la riqueza ecosistémica y cultural que alberga. Si bien es comúnmente conocido que de ella forman parte los departamentos de Casanare, Vichada, Arauca y Meta, geográficamente, este territorio compone la cuenca del río Orinoco, que abarca hasta zonas de los Andes, en Cundinamarca, Boyacá y Santander, así como en los departamentos de Guaviare, Guainía e incluso Vaupés, compartidos con la Amazonia.

Según la ONG de conservación WWF Colombia, con base en fuentes oficiales, casi el 9 % de la producción agrícola y el 20 % del hato ganadero nacional se concentran en la Orinoquia. La confluencia de distintos tipos de ecosistemas en la región, como el andino, amazónico y de sabanas naturales, no solo alberga una gran riqueza de especies de flora y fauna, sino también representa “una amplia oferta de servicios ecosistémicos (o beneficios) para las comunidades, los sectores productivos y para el país, como son el agua, la provisión de alimentos y las reservas de carbono”, indica la organización.

Y es que en la región se han registrado más de 5 mil especies de plantas y alrededor de 3 mil de animales, entre las que están la danta (Tapirus terrestris) y el jaguar (Panthera onca). Sin embargo, por cuenta de la producción agrícola, más del 30 % de las llanuras ya se han intervenido, estima Thomas Walschburger, científico sénior de la ONG The Nature Conservancy (TNC) Colombia.

Sofía Rincón, coordinadora Ecorregional Orinoquia de WWF Colombia, explica que los principales servicios ecosistémicos de la región, como agua, la provisión de alimentos y las reservas de carbono, son las grandes contribuciones de estos ecosistemas al bienestar de las personas. “No obstante, las sabanas han sido ecosistemas subvalorados y considerados ‘improductivos’, cuando en realidad representan una gran oportunidad para combinar la conservación con la producción”, explica Rincón.

Estas tierras anfibias tienen la capacidad de guardar abundantes reservas de agua durante las épocas de lluvia y de soltarlas, poco a poco, hacia los ríos en tiempos de verano y de sequía. Además de esto, la cobertura de las sabanas también almacena carbono, lo que suma otra razón por la que su conservación es importante: cuando se transforma el uso del suelo, se libera el carbono a la atmósfera, contribuyendo al calentamiento global. (También puede leer: Crean índice para medir la conectividad de las áreas protegidas del mundo)

A esto se adiciona otro gran reto en la Orinoquia: el cambio climático, que provoca que las condiciones extremas en la región, de sequía e inundación, se intensifiquen a largo plazo, mientras que las prácticas no sostenibles impactan significativamente los entornos.

De hecho, un estudio realizado por TNC y el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) calcula que si se sigue en un escenario de expansión agropecuaria con la tendencia actual, para 2040 la disponibilidad de agua en época seca en la Orinoquia se podría reducir en un 40 % y hasta en un 70 % en zonas de sabana inundable. “Si a este escenario de demanda de agua se le suma lo que podría pasar con el cambio climático, el panorama para la región no es muy esperanzador”, manifestó Walschburger.

Una transformación hacia la producción sostenible

Con este panorama de riqueza ambiental y productiva en mente, varias organizaciones que trabajan ambos frentes se han hecho las siguientes preguntas: ¿cómo se puede armonizar la producción con la conservación? ¿Y cómo se está abordando el desarrollo en esta región? Para ganaderos como Hugoberto Huertas, quien es presidente de la Mesa de Ganadería Sostenible de Casanare y Arauca, la respuesta está en la tradición de la gente de la Orinoquia. “El llanero raizal ha vivido siempre de la naturaleza y por eso siempre la ha cuidado”, explica. De hecho, resalta que, hasta mediados de 1950, la ganadería en la llanura se manejó sin procesos de transformación, porque el ganado tenía grandes pastizales de donde alimentarse.

El mismo Huertas dice que lleva unos 35 años apostándole a una ganadería que proteja la naturaleza y que se enfoque en un aprovechamiento sostenible. Aunque la situación en el piedemonte llanero, en Meta, no es muy buena por altos índices de deforestación, el ganadero defiende el desarrollo de la actividad ganadera en uno de los paisajes más característicos de la Orinoquia: las sabanas inundables. Estas son parte del ecosistema de sabana, que abarca unos 15 millones de hectáreas en Colombia, según WWF, y que también incluye la altillanura.

Al pensar en las prácticas no sostenibles, generalmente la ganadería extensiva se señala como una de las actividades que más degrada los suelos, porque provoca una transformación intensiva de su uso, generando erosión y disminución de la fertilidad de los suelos. Además de esto, se asocia frecuentemente con la deforestación de amplias áreas de bosque, para transformar las coberturas vegetales nativas para mantener un ganado. La altillanura, señala Walschburger, es el lugar donde más se concentra la quema de las coberturas vegetales para esta actividad. (Le puede interesar: Poca biodiversidad, el negativo legado que dejó el cambio de uso del suelo)

Sin embargo, la ganadería no es igual en todas partes. En la Orinoquia, por ejemplo, la ganadería tradicional de las sabanas inundables, que existe hace más de 500 años, es un ejemplo de una actividad productiva fuertemente enraizada en la cultura local, que se ha adaptado y ha aprendido a convivir con el ecosistema. “En este tipo de ganadería vemos un modelo de conservación-producción”, explica Rincón.

Precisamente, esta es la ganadería que practican Huertas y otros miembros de la Mesa de Ganadería Sostenible de Casanare y Arauca. Aunque algunos procesos productivos con el ganado sí pueden tener impactos negativos en la naturaleza, Huertas sostiene que en la región han tenido un balance positivo, porque “en la llanura ha surgido una convivencia pacífica entre la naturaleza y el ganado. Aunque tiene algunas falencias en su productividad, por el cambio en las razas que se utilizan, es una apuesta por tener la ganadería con un enfoque de sostenibilidad”.

¿Cómo se logra tener este enfoque? Rincón explica que la ganadería en las sabanas inundables transforma muy poco la cobertura natural, porque se alimenta al ganado con el pasto natural y este se mueve de acuerdo con las dinámicas hídricas de la sabana; sumado a ello, estos animales conviven con las especies de fauna propias del ecosistema.

Además de ello, Huertas agrega que, en los últimos años, se ha hecho un esfuerzo por tener un ganado mediano, ya que la sabana inundable no acepta razas grandes. “Nuestras razas criollas están adquiriendo un enorme valor para el enfoque del desarrollo ganadero sostenible, es la carne que nos está pidiendo la cadena de valor; una carne sostenible ”. De hecho, a principio de este año, ganaderos de la Empresa Ganaderías Sostenibles de Casanare fueron parte del grupo de productores que lanzó la marca Orinoco Green Beef, una carne basada en la ganadería de las sabanas inundables, a partir del ganado criollo.

Para Huertas, la mayor aptitud de estos ecosistemas es justamente continuar desarrollando este tipo de actividades, para mejorar los indicadores de sostenibilidad y asegurar el bienestar de las comunidades. Walschburger, de TNC Colombia, indica que, en general, el camino para las sabanas, incluyendo la altillanura, es fortalecer la ganadería regenerativa, que se enfoca en lograr una mejor rotación del ganado para no tener que realizar quemas frecuentemente, por ejemplo.

Juntos, por un propósito común

Para que la Orinoquia y ecosistemas como las sabanas puedan caminar hacia la sostenibilidad, es necesario que los distintos sectores productivos y privado, las comunidades, las organizaciones de la sociedad civil, así como el Gobierno y las entidades del Estado conversen y establezcan espacios y alianzas para llegar consensos sobre cuáles son las mejores opciones para la conservación y la producción en el territorio.

Existen varios ejemplos de este tipo de alianzas en la región. Una de ellas es el Pacto Orinoquia Sostenible, una plataforma multiactor que integra a 20 actores de los gobiernos nacional y regional, el sector privado, la academia, organismos multilaterales, instituciones de investigación y organizaciones de la sociedad civil. Entre estas entidades se cuentan a TNC, WWF, Asorinoquia, TFA, Solidaridad, Ecopetrol, la Fundación Horizonte Verde, el Intituto Humboldt, Agrosavia, la Fundación Cunaguaro, entre otras, y organizaciones de la sociedad civil. Todas, juntas, buscan que la Orinoquia se oriente hacia un desarrollo sostenible. (Le recomendamos: La reserva en el Caquetá que recupera orquídeas que ni la ciencia conocía)

¿Qué implica esto? Básicamente, que los distintos actores generen una visión común para la región, tomando en cuenta las dimensiones sociales, ambientales y económicas, explica Claudia Vásquez, directora de TNC. Y no tomar en cuenta el factor ambiental en el desarrollo de la Orinoquia sería un grave error, sostiene la directora.

El Pacto, creado desde 2018, le apunta a que, por medio del diálogo y la participación, se puedan conciliar las distintas visiones que se tienen sobre el territorio, para un esfuerzo conjunto “alrededor de intereses comunes que favorecen el equilibrio entre el uso productivo y la conservación de los servicios ecosistémicos de la región”, según dice su manifiesto. Estos son los ejes que la plataforma identifica para orientar el desarrollo sostenible en las comunidades: la gestión integral de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, la seguridad hídrica y los paisajes bajos en emisiones gases efecto invernadero (GEI).

En gran parte, el objetivo del Pacto por la Orinoquia es incentivar a los distintos actores a que piensen en una política de largo plazo para la región, con un enfoque en la restauración y regeneración de ecosistemas, y más participación de las comunidades campesinas e indígenas de la zona.

“Uno de los méritos de este pacto es que todos los actores se van a tener que repensar y analizar si están dispuestos a tomar algunos riesgos, como seguir con prácticas no sostenibles, sabiendo lo que puede suceder en la región en el futuro”, termina Claudia Vásquez.

María Camila Bonilla

Por María Camila Bonilla

Periodista con intereses en las áreas de medio ambiente, movimientos sociales y democracia, y conflictos y paz.mbonilla@elespectador.com

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