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¿Qué comer para no comernos el planeta?

En entrevista con Bibo, Camila Cammaert, coordinadora de Sistemas Alimentarios Sostenibles de WWF Colombia, explica por qué una dieta más diversa ayudará a la sostenibilidad planetaria. También da algunos consejos para volvernos más curiosos sobre lo que llega a nuestros platos.

Valentina Molina
16 de septiembre de 2021 - 02:01 a. m.
¿Qué comer para no comernos el planeta?

Sentarse a comer debería ser también un ejercicio de dudas y reflexión. ¿De dónde viene el arroz que está servido? ¿Si me como esta papa apoyaré a los campesinos locales o no? ¿Será mejor convertirme en vegetariano para mitigar el cambio climático? ¿O basta con tener una dieta más variada?

En entrevista con Bibo, Camila Cammaert, coordinadora de Sistemas Alimentarios Sostenibles de WWF Colombia, responde varias de estas dudas. Además, da una introducción sobre lo que se discutirá durante la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios que la ONU celebrará el próximo 23 de septiembre.

El sistema alimentario mundial es una de las causas del deterioro ambiental. ¿Por qué?

Hay varias razones e involucran toda la cadena del sistema alimentario, desde que se produce hasta que se consume. Por ejemplo, para producir más alimento se deben abrir más zonas agrícolas, que generan deforestación y, al deforestar, se están generando emisiones de gases de efecto invernadero, el principal problema del cambio climático. La producción de alimentos global requiere del 69 % de agua y del 34 % de tierra disponibles; a la vez, causa el 70 % de la pérdida de biodiversidad en ecosistemas terrestres y el 50 % en ecosistemas de agua dulce. Y, como si fuera poco, es responsable del 80 % de la deforestación y del 29 % de las emisiones de gases de efecto invernadero globales. Sin embargo, lo más difícil de entender es que, si para producir comida se generan todos esos daños al medio ambiente, lo mínimo es consumirla. Pero si la comida que se produce ni siquiera se consume, ¿qué estamos haciendo? El 40 % de los alimentos que se producen en el mundo no llegan a ser consumidos; pero, a la vez, 690 millones de personas pasan hambre, y casi 2.000 millones sufren de sobrepeso u obesidad. Estamos ante una preocupante paradoja, ¿no?

Entonces, no se puede ver el proceso como hechos aislados. ¿Se tiene que actuar sobre toda la cadena del sistema alimentario?

Sí, hay que cambiar la forma como producimos, distribuimos y consumimos alimento, porque nos estamos comiendo el planeta. Por eso, hay que transformar todas las interacciones entre los elementos que conforman el sistema alimentario, desde la planificación de la cosecha hasta cómo va a distribuirse ese alimento, pues el transporte de estos también impacta al planeta por las emisiones de CO2. Entonces, no se deben ver como elementos aislados desde el que produce, transporta, distribuye y consume, sino verlo como un todo. Por ejemplo, si nos enfocamos únicamente en productores, ¿qué pasa con la responsabilidad de los consumidores?

Sobre esto surge una pregunta. ¿Cómo lidiar con la realidad de que mientras 690 millones de personas pasan hambre, el 40 % de los alimentos que se producen en el mundo se desperdician?

La idea es empezar a construir estrategias, prácticas y conciencia. Hay que confrontar este problema de hambre actuando desde el desperdicio y la pérdida de alimentos. Por ejemplo, hay que planear mejor la producción de los alimentos para que no se produzcan más de los que se van a consumir. Y también, cambiar el comportamiento de los consumidores: que compren local y de manera más consciente. Las frutas y verduras son los alimentos que más se pierden, porque las personas prefieren consumir procesados, harinas y otros productos. Por eso hay que enseñarle a la gente a comer más variedad, más frutas y verduras, para que así saquen todo el provecho nutricional que estos alimentos tienen y, a la vez, se reduzca el desperdicio.

En una entrevista para WWF, María Neira, directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS, afirmó que es más fácil apuntar al cambio de comportamiento en los consumidores que desde los gobiernos. ¿Está de acuerdo con ella?

Hay una definición muy interesante del Banco Mundial que habla de los espacios multiactor, donde convergen gobierno, sociedad civil y sector privado para solucionar problemas que, por sí solos, cada uno de estos actores no son capaces. Necesitamos a todos los actores. La idea es que el consumidor sea más crítico: enseñarle de dónde vienen los alimentos, cuál es el proveedor, qué contiene el producto, revisar la tabla nutricional y la etiqueta. Ver, por ejemplo, en el empaque, que la tilapia no sea traída de China, sino producida aquí, más cerca y de forma más sostenible. Comer de mejor calidad también es saber que ese alimento fue producido de una forma sostenible.

¿Y cómo puede un consumidor tener acceso a toda esta información? Sobre todo, cuando el acceso a educación también es limitado e inequitativo para muchas personas.

Más allá de volúmenes gigantes de información, necesitamos promover soluciones pragmáticas y acciones pequeñas que pueden generar cambio. Primero, por ejemplo, coma más fruta y vegetales. Segundo, coma más variado. Sea curioso. Empiece a probar cosas diferentes, porque con la diversidad se apoya a más productores. Esto tiene un impacto muy interesante, porque, actualmente, dependemos de veinte alimentos en el mundo, pero la oferta total es grandísima. Tercero, seamos más flexibles. Si ve en el supermercado las vitrinas con alimentos que están próximos a vencer, escoja uno. Escoja el tomate con el golpecito o la zanahoria magullada. O cómase ese banano pecoso, sabe igual de rico. Así, va a estar evitando que eso se vaya a la basura. Son soluciones prácticas y poco a poco sí se pueden tener cambios.

Para que el sistema alimentario sea justo y equitativo, también deben ser justos los precios del mercado. ¿Qué opina sobre esto?

Yo creo que la sostenibilidad no debe ser más costosa y, para ello, debe existir un cambio en todas las cadenas del sistema alimentario. Pero, además, el problema es que lo ambiental se ve siempre como un sobrecosto y por eso en las primeras etapas, cuando se está cambiando esa forma de producción por una más sostenible, se tienden a volver los alimentos más costosos. Entre los criterios de calidad, con miras a la equidad, deberíamos tener en cuenta variables más allá del precio y pensar más en impactos ambientales y beneficios y costos compartidos a lo largo de la cadena, incluyendo al consumidor.

Sabemos que la ganadería es una de las actividades que más destruyen el medio ambiente, llegando a representar el 14 % de las emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Ve posible una dieta vegetariana justa y accesible en Latinoamérica?

La inequidad en Latinoamérica y la cantidad de gente mal nutrida o que tiene déficit de proteínas, sumadas a la imposibilidad que tienen las personas de conocer cómo llevar una dieta que sea suficientemente rica en calorías y en nutrientes a punta de vegetales y leguminosas, hace que esto no sea una solución viable. Unificar las dietas ha generado un impacto ambiental en la producción de alimentos como la soya o las leguminosas. La solución está más bien en la diversificación de alimentos: comer de manera variada. En WWF, lo que promovemos son las dietas basadas en el planeta. Se trata de dietas en las que se sepa de dónde vienen y cómo se producen esos alimentos. En las que el objetivo no es que el consumidor satanice un alimento, sino que se acerque a su sistema y elija productos con menos huella de carbono o con un impacto ambiental y social bajo.

¿Cómo lograr entonces que el sistema alimentario mundial sea justo?

La sostenibilidad cuenta con tres pilares: social, ambiental y económico. Entonces si no se incluyen los elementos de bienestar en esta ecuación eso no va a durar en el tiempo. La mejor forma de tener impacto es trayéndoles bienestar a las comunidades. Y dentro de ese bienestar deben incluirse elementos como el acceso a salud, educación, un mercado justo, salario digno e involucrar a jóvenes y mujeres rurales. En últimas, el objetivo es que el campo deje de ser percibido como una actividad de subsistencia y pase a ser visto como lo que realmente es: una actividad digna.

El 23 de septiembre la ONU celebrará la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios. ¿Qué se espera con esta reunión y de la participación de Colombia?

La transformación de los sistemas alimentarios mundiales es algo que está empezando, pero ¡es urgente! Hay que tomar acciones pronto y estas se tienen que dar en los próximos veinte años para darle un descanso al planeta. Por eso se está reuniendo la Cumbre. Es la primera vez que se hace una reunión de alto nivel, donde los líderes mundiales abordarán esta problemática. La Cumbre organizó una serie de espacios para que cada país llegue con una posición frente al tema. Por ejemplo, la apuesta en Colombia es hacia la nutrición y niñez relacionada con la pérdida de alimentos que genera el sistema alimentario actual.

Hay una deuda histórica con el campo colombiano y muchos puntos del Acuerdo de Paz buscan saldar esa deuda. ¿Cree que la implementación de este Acuerdo también ayudará a acelerar la transformación del sistema alimentario en Colombia?

En Colombia, el campo ha vivido en conflicto durante mucho tiempo. Y ese conflicto no da estabilidad. Es un campo en donde no se han podido consolidar muchas actividades, donde a veces puedes tener una producción, pero no sabes si la puedes sacar, en donde es más difícil la comercialización, y se promueve muchísimo el mercado de tierra y la informalidad. Entonces tenemos la oportunidad de hacerlo diferente con la implementación del Acuerdo. Debemos pensar un sector rural que reconozca la educación, la infraestructura, los espacios de comercialización, la seguridad y la dignidad de las comunidades; sin eso es muy difícil pensar en una transformación.

Por Valentina Molina

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