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La deforestación, sumada a otras problemáticas ambientales detonadas principalmente por las acciones humanas, siguen amenazando los ecosistemas colombianos. El crecimiento poblacional y las actividades industriales que sobreexplotan recursos naturales son algunos de los factores que están degradando mares, ríos y toda clase de fuentes hídricas en el país.
Ante este escenario, la puesta en marcha de actividades y procesos que mitiguen estos impactos, que afectan a las actuales y futuras generaciones, cobran más importancia que nunca. De hecho, el pasado 5 de junio, en el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, se realizó el lanzamiento mundial del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas, una agenda que estará vigente de 2021 a 2030 y que busca revertir y detener la degradación de los ecosistemas del mundo. Su misión es clara: se deben crear acciones colectivas que permitan un desarrollo agrícola sano, adaptado a la variabilidad climática y unir a estas acciones diferentes personas a escala global.
El llamado mundial ya está hecho. Se espera rehabilitar más de 350 millones de hectáreas en ecosistemas terrestres y acuáticos al finalizar esta década, lo que se traducirá, entre otras cosas, en la generación de cerca de US$9 millones en servicios ecosistémicos. Bosques, humedales, terrenos con vocación agrícola, océanos, mares, ríos y ciudades serán los lugares restaurados a escala mundial.
Un proyecto que ya forma parte de la agenda
La Fundación Natura, a través del proyecto GEF Magdalena-Cauca Vive, ha aportado, desde 2017, con insumos de conservación y restauración en unos de los ecosistemas acuáticos más importantes del país. Esta iniciativa ha ejecutado acciones que se han convertido en hitos ambientales, como el incremento de más de 201.600 hectáreas de áreas protegidas en ecosistemas acuáticos a lo largo del río Magdalena.
Felipe Ríos, profesional en restauración de hábitats de cría y reproducción de peces en la cuenca Magdalena-Cauca, asegura que, aunque un ecosistema restaurado jamás será lo mismo que uno natural, el generar procesos que reviertan o mitiguen los impactos negativos logrará que no se sigan degradando. Además, estas iniciativas se componen de actividades que benefician a la naturaleza y a los seres humanos, logrando diferentes alcances y uniendo personas, comunidades, autoridades e incluso sectores alrededor del cuidado de todos los seres vivos, los recursos naturales y su conservación.
“Restaurar entra dentro de las estrategias para conservar los ecosistemas y en el lapso de diez años ya se podrían ver resultados. Partiendo del reconocimiento de que muchas actividades humanas han deteriorado la naturaleza, el objetivo en el momento de restaurar es intentar dar insumos en fertilidad y diversidad, potenciando el ecosistema y permitiendo que se restablezca en escenarios en donde no podría hacerlo por sí mismo”, dice Ríos.
Pero la práctica no es tan fácil como la teoría. El mismo Ríos insiste en que este es un proyecto pensado en el largo plazo y que no muestra resultados de la noche a la mañana. La restauración es vista como un conjunto de acciones aplicadas en etapas complejas que necesitan constancia, paciencia y rigurosidad para el restablecimiento de hábitats perdidos.
Se trata de una idea a la que se ha unido la ONU, mediante su oficina de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés), desde donde se ha insistido que, para que los proyectos no se queden en el papel, es fundamental que en los países se dejen de formular y ejecutar políticas nocivas que permitan la degradación, como aquellas relacionadas con la permisividad en la agricultura intensiva y extensiva o leyes de tenencia poco restrictivas que desencadenan la deforestación de los territorios.
Pero reforestar un ecosistema no puede ser una salida de una sola vía, necesita venir acompañada de un cuestionamiento sobre cómo es nuestra relación con el entorno. “La restauración es un término que no se debe encasillar. Hemos visto cómo se han perdido hábitats alimenticios, reproductivos y de refugio para muchas especies, indudablemente por, entre otras cosas, artes de pesca inadecuadas, tala indiscriminada de árboles y otras actividades humanas mal ejecutadas (…), pero somos conscientes de que la restauración va más allá y también busca mejorar ecosistemas afectados por elementos biológicos o físicos como las erosiones y los incendios forestales. Esto también implica tratar la relación entre el ser humano y la naturaleza”, agrega el biólogo.
La restauración también es, para diferentes estudiosos en el tema, el entendimiento de la conservación de los ecosistemas para todas las especies. Un proceso que en últimas trae estabilidad para los recursos naturales y las personas que hacen uso de ellos.
Juan Carlos Alonso, coordinador general del proyecto GEF Magdalena-Cauca Vive, comparte varias apreciaciones con su colega y propone que las comunidades y el país deben darle una mirada especial a lo que ocurre con los ecosistemas acuáticos de la macrocuenca Magdalena-Cauca. Sobre todo, teniendo en cuenta que lo que ocurre con los sistemas acuáticos afecta directamente las interacciones naturales en tierra firme.
“La recuperación de bosques se refleja en la restauración del recurso hídrico. Es decir, entre más áreas de bosque natural se recuperen y restauren, lo propio pasará con las fuentes hídricas, y esto logrará que haya mayor fertilidad en los suelos, mayor disponibilidad y mantenimiento en el acceso al agua de las regiones. Con estas acciones se recupera fauna y se reconfiguran las zonas de influencia de las especies”, indica Alonso.
Es por eso que las acciones del proyecto GEF Magdalena-Cauca Vive se han concentrado en reforestar más de 300 hectáreas de bosques naturales en zonas estratégicas de la macrocuenca. Juan Carlos Alonso dice que en la ciénaga de Zapatosa el objetivo de restauración asciende a las 180 hectáreas; en la ciénaga de Ayapel, 40 hectáreas, y el restante en las ciénagas de Chiqueros y Barbacoas.
Al igual que Felipe Ríos, el coordinador del proyecto sugiere que los modelos de restauración pasiva podrían tener grandes resultados en este Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas, “pues permiten que después de 5 o 10 años se recuperen parte de los bosques de forma natural y que, a lo largo de esta década trascendental, se puedan ver los efectos positivos. Que nuestro primer legado, que ahora son tan solo unos arbustos en crecimiento, sean después árboles propiamente dichos que hagan un bosque en pie”, sintetiza.
Comunidad e instituciones: ¿hacia dónde va la restauración?
Desde GEF Magdalena-Cauca Vive y todos los socios que son parte de este proyecto, el mensaje es unánime: los logros reales en materia de restauración de ecosistemas verán sus frutos en los territorios, cuando las corporaciones autónomas regionales, competentes en cada caso, articulen las necesidades de las comunidades con las acciones en materia de política pública que ejecutan.
Felipe Ríos propone que es necesario sensibilizar a las comunidades para lograr que ellas hagan un mejor uso de los ecosistemas aledaños a la macrocuenca, a través de iniciativas de planificación local. Pero para lograrlo, a la luz de su análisis, “hay que pasar de la idea a la acción, teniendo en cuenta las necesidades socioeconómicas de cada comunidad. Aquí cobran un papel importante las instituciones, promoviendo participación y estableciendo acuerdos”.
Aunque la percepción en materia de cercanía entre comunidades y autoridades parece lejana tanto en algunas zonas de Colombia como a nivel internacional, para el tema de sensibilización del que habla Ríos hay una posible solución por parte de las Naciones Unidas.
El Decenio está comprometido a ofrecer espacios virtuales, comunicaciones, eventos y una plataforma web específica para que los interesados en temas de restauración accedan a proyectos, financiación y conocimiento sobre sus ejes, y que a partir de esto puedan generar una gobernanza fortalecida dentro de sus territorios, con el fin de mejorar la relación con la naturaleza y articularse con diferentes actores de su entorno social, ya sea con instituciones estatales o empresas.
En cuanto a la macrocuenca Magdalena-Cauca, la importancia en la restauración es esencial, considerando su impacto socioeconómico. Por sus aguas se produce el 86 % del Producto Interno Bruto (PIB), 75 % de la energía hidráulica, 70 % de la producción agrícola y 50 % de la pesca continental. Restaurar lo que se ha degradado está en la primera línea de prioridades ambientales y el proyecto GEF Magdalena-Cauca Vive está implementando procesos en el territorio sobre sus cuencas, haciendo curaduría y rehabilitando zonas vitales para las comunidades y los ecosistemas.
Estamos ante una oportunidad única de prevenir catástrofes asociadas a un cambio climático irreversible, y la clave son las acciones colectivas para restaurar los ecosistemas. Se necesita mejorar la calidad de vida de las poblaciones, hacer una reconversión en las actividades productivas integrando acciones sostenibles, trabajar a favor de la riqueza en biodiversidad que tiene Colombia y darles una segunda vida a todos los ecosistemas, pasando por los bosques, fuentes de agua dulce, montañas, océanos, terrenos agrícolas y hasta las zonas urbanas. El mundo necesita una restauración integral que permita sanar desde las relaciones humanas hasta la naturaleza de la que depende la vida.