Un camino para salvar los manglares y corales que dañó el huracán Iota
Los huracanes que han afectado al archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina en los últimos años también han perjudicado ecosistemas marinos. Varias organizaciones se unieron para crear una guía que permita recuperarlos.
El paso del huracán Iota por el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, el 16 de noviembre de 2020, dejó un panorama devastador en las islas. Los vientos de 250 km/h, del huracán de categoría 5, el único de esta magnitud que ha llegado al país, generaron afectaciones en el 98 % de la infraestructura de Providencia y Santa Catalina.
Días atrás, el archipiélago había sufrido las consecuencias del paso del huracán Eta, de categoría 4. Estos dos eventos dejaron 2.542 viviendas afectadas y aproximadamente a 8.000 damnificados, según las autoridades locales. (Lea: 269 especies de vertebrados en amenaza, otra razón para cuidar el Pacífico)
Si bien el panorama en las islas era alarmante, los ecosistemas marinos como manglares, pastos marinos y arrecifes de coral de la Reserva de la Biosfera Seaflower, que abarca todo el departamento, también tuvieron daños considerables. Según los análisis que hicieron algunas organizaciones, los arrecifes del costado oeste de la isla de San Andrés fueron los más afectados. De estos, la zona más superficial, de 0 a 3 metros de profundidad, quedó devastada, mientras que la zona de 5 a 10 m presentó una afectación alta.
Estos ecosistemas son vitales para los habitantes del archipiélago, ya que los servicios que proveen aportan a la protección de la vida humana, la seguridad alimentaria y la economía del departamento. Por ejemplo, los manglares benefician las pesquerías locales, acumulan carbono orgánico, mitigan el calentamiento global, mantienen el equilibrio con el aumento del nivel del mar y protegen las zonas costeras de disturbios generados por eventos climáticos, como los huracanes.
“En San Andrés y Providencia los manglares frenan la velocidad del viento. Pueden llegar a frenar hasta el 87 %, y eso en un huracán es muy importante. Las barreras de coral también pueden disminuir la altura de las olas hasta en un 95 %. Eso quiere decir que olas de siete metros de altura, que logramos medir con el paso del huracán Julia, al golpear contra la barrera de coral, quedan más o menos de 50 cm, máximo un metro, algo mucho menos destructivo”, explica el biólogo marino, candidato a doctor en biología marina de la Universidad Nacional de Colombia, Julián Prato. (Lea: El consumo de plástico se podría doblar para 2050)
Las posibilidades de que haya más huracanes en esta zona de Colombia siempre están vigentes. En el océano Atlántico, en especial para la ubicación del archipiélago, los meses de mayor actividad ciclónica son desde septiembre hasta noviembre, según análisis de las trayectorias de huracanes en los últimos 100 años presentadas por el National Hurricane Center de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (Noaa).
Una guía para actuar de manera eficaz
Las experiencias que ha dejado el paso de estos eventos en el archipiélago han llevado a las autoridades locales y nacionales a buscar estrategias para hacerles frente a estos fenómenos naturales. Basados en la importancia de los ecosistemas marinos, la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina), la Universidad Nacional de Colombia, la Corporación Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarin) y las fundaciones Ecomares y Blue Índigo, crearon unos protocolos para la restauración de los manglares, arrecifes de corales y pastos marinos después del paso de un huracán.
Los protocolos tienen varios capítulos que presentan una guía con técnicas de restauración para cada ecosistema. Sin embargo, antes de llegar a ese punto es importante la preparación, sabiendo que un huracán se puede acercar al archipiélago. En este punto, los investigadores destacan que cada actor de la sociedad debe saber cómo actuar en un caso de estos. (Lea: Más de 200 mujeres, certificadas en Putumayo y Caquetá para construir vías terciarias)
“Primero hay que salvaguardar la vida de las personas, y acá en San Andrés el hospital necesita mejorar sus capacidades, también se requieren suficientes refugios realmente adecuados para salvaguardar la vida humana frente a huracanes de alta intensidad, y no sirve de mucho un protocolo de restauración si no se tiene cómo atender la gente. Además de las condiciones aptas para la comunidad, hay que tener búnkeres para guardar lanchas, combustibles, implementos de buceo, cámaras y todo lo que se requiere para posteriormente hacer la restauración”, explica el biólogo, quien participó en la elaboración de los protocolos como coordinador de ecosistemas.
Ahora, en esa prevención es clave saber por dónde podría pasar el huracán y qué lugares afectaría. En ese sentido, los protocolos presentan una serie de mapas, cuatro para cada isla (San Andrés, Providencia y Santa Catalina), que tienen como propósito principal priorizar las zonas de posible afectación y acelerar los procesos de recuperación.
Para crearlos fue necesario entender cómo actúan los huracanes. La investigación previa para crear los protocolos explica que “el ojo del huracán”, el centro de la tormenta, gira como un ventilador alrededor de ese eje central. Si el centro pasa por el sur de la isla, el viento y el oleaje impactarán principalmente por el costado del este. Si pasa por el norte, golpearía el oeste.
Partiendo de esta premisa, las organizaciones tuvieron en cuenta tres componentes: la modelación de las olas, qué tan grandes podrían llegar a ser si es un huracán categoría 1 o 5 y la dirección del viento (este, noreste…), la profundidad, para tener en cuenta la exposición de los sitios y ecosistemas, pues a menor profundidad el impacto de las olas puede ser mayor, y la ubicación de los ecosistemas. (Lea: En Colombia hay más de 100 especies de aves amenazadas, pero podemos salvarlas)
Con estos datos determinaron cuáles serían las zonas que se verían más afectadas y las que necesitarían una intervención más rápida. “Los mapas se complementan con zonas priorizadas por la comunidad, según su importancia para el bienestar y la protección de la vida humana”, indican los investigadores.
La posibilidad de una recuperación
Conocer los lugares más afectados es solo el primer paso. Posteriormente, hay que hacer una valoración rápida de los daños. Con esa información, lo que sigue es implementar una clase de “primeros auxilios”, que consisten en realizar las acciones más urgentes que requieren los ecosistemas, como remover escombros y estabilizar colonias de coral. Luego se hace una evaluación más detallada y se implementan acciones de restauración más específicas a mediano plazo.
Si bien los ecosistemas por sí solos tienen la capacidad, hasta cierto punto, de recuperarse, necesitan condiciones aptas para que puedan hacer el proceso, como una buena calidad del agua, evitando vertimientos de aguas residuales al mar.
En el caso de los manglares, después del paso de un huracán, los daños pueden ser estructurales, como que se rompan los tallos, que los árboles caigan o que sufran lesiones estructurales internas, o defoliación, que es la caída prematura de las hojas de los árboles y plantas. (Lea: Una herramienta para mejorar el monitoreo de las cuentas ambientales de Colombia)
Entre las acciones específicas los protocolos señalan, para el caso de los manglares, que es vital recuperar el flujo de agua o recuperar la hidrología.
“Cuando pasa un huracán llueve mucho y cae mucha tierra y basura que se acumula. Lo primero es quitar esos escombros que tapan los canales naturales que hay dentro del manglar. Cuando no hay un flujo de agua, los árboles se mueren”, indica Prato, quien agrega que, una vez haya buenas condiciones de suelo, se pueden plantar árboles.
Sobre los pastos marinos, las principales afectaciones a causa de los huracanes son arrancamiento por el fuerte oleaje, aumento de turbidez, es decir, el agua no se verá tan transparente o “limpia”, la falta de oxígeno, disminución de salinidad y otras consecuencias que pueden traer consigo la pérdida parcial o total de pequeñas o grandes extensiones de pastos marinos.
Este ecosistema es importante porque proporciona hogar para muchos peces y animales -como tortugas-, reduce el impacto de las olas, produce oxígeno y limpia el océano, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. (Lea: Un pez clave para la salud de los arrecifes de San Andrés está en riesgo)
Con el paso de un huracán quedan grandes cantidades de pastos en las costas, por lo que es necesario mirar qué se puede recuperar y resembrar, para restaurar el ecosistema.
Para el caso de los corales, hay que reubicar y estabilizar las colonias que se hayan volteado. “Hay muchos pedazos de coral, que llamamos fragmentos, que se pueden volver a fijar en el fondo con resinas o cemento. Otra opción es poner fragmentos en guarderías de coral, que son como unas cuerdas, donde ellos vuelven a crecer, y cuando están fortalecidos se llevan nuevamente al fondo del mar”, explica Prato.
Hay otros factores que también influyen en los corales, por ejemplo los peces loros, una familia compuesta por varias especies, que cumplen un rol importante, porque son los que se comen las algas y después de un huracán dejan el espacio limpio para que los corales puedan ocupar el fondo marino.
Pese a su importancia, cinco de las 14 especies de peces loros que hay en el archipiélago están en el “Libro rojo de especies marinas amenazadas”, del Instituto de Ciencias Marinas de Colombia (Invemar).
El paso del huracán Iota por el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, el 16 de noviembre de 2020, dejó un panorama devastador en las islas. Los vientos de 250 km/h, del huracán de categoría 5, el único de esta magnitud que ha llegado al país, generaron afectaciones en el 98 % de la infraestructura de Providencia y Santa Catalina.
Días atrás, el archipiélago había sufrido las consecuencias del paso del huracán Eta, de categoría 4. Estos dos eventos dejaron 2.542 viviendas afectadas y aproximadamente a 8.000 damnificados, según las autoridades locales. (Lea: 269 especies de vertebrados en amenaza, otra razón para cuidar el Pacífico)
Si bien el panorama en las islas era alarmante, los ecosistemas marinos como manglares, pastos marinos y arrecifes de coral de la Reserva de la Biosfera Seaflower, que abarca todo el departamento, también tuvieron daños considerables. Según los análisis que hicieron algunas organizaciones, los arrecifes del costado oeste de la isla de San Andrés fueron los más afectados. De estos, la zona más superficial, de 0 a 3 metros de profundidad, quedó devastada, mientras que la zona de 5 a 10 m presentó una afectación alta.
Estos ecosistemas son vitales para los habitantes del archipiélago, ya que los servicios que proveen aportan a la protección de la vida humana, la seguridad alimentaria y la economía del departamento. Por ejemplo, los manglares benefician las pesquerías locales, acumulan carbono orgánico, mitigan el calentamiento global, mantienen el equilibrio con el aumento del nivel del mar y protegen las zonas costeras de disturbios generados por eventos climáticos, como los huracanes.
“En San Andrés y Providencia los manglares frenan la velocidad del viento. Pueden llegar a frenar hasta el 87 %, y eso en un huracán es muy importante. Las barreras de coral también pueden disminuir la altura de las olas hasta en un 95 %. Eso quiere decir que olas de siete metros de altura, que logramos medir con el paso del huracán Julia, al golpear contra la barrera de coral, quedan más o menos de 50 cm, máximo un metro, algo mucho menos destructivo”, explica el biólogo marino, candidato a doctor en biología marina de la Universidad Nacional de Colombia, Julián Prato. (Lea: El consumo de plástico se podría doblar para 2050)
Las posibilidades de que haya más huracanes en esta zona de Colombia siempre están vigentes. En el océano Atlántico, en especial para la ubicación del archipiélago, los meses de mayor actividad ciclónica son desde septiembre hasta noviembre, según análisis de las trayectorias de huracanes en los últimos 100 años presentadas por el National Hurricane Center de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (Noaa).
Una guía para actuar de manera eficaz
Las experiencias que ha dejado el paso de estos eventos en el archipiélago han llevado a las autoridades locales y nacionales a buscar estrategias para hacerles frente a estos fenómenos naturales. Basados en la importancia de los ecosistemas marinos, la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina), la Universidad Nacional de Colombia, la Corporación Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarin) y las fundaciones Ecomares y Blue Índigo, crearon unos protocolos para la restauración de los manglares, arrecifes de corales y pastos marinos después del paso de un huracán.
Los protocolos tienen varios capítulos que presentan una guía con técnicas de restauración para cada ecosistema. Sin embargo, antes de llegar a ese punto es importante la preparación, sabiendo que un huracán se puede acercar al archipiélago. En este punto, los investigadores destacan que cada actor de la sociedad debe saber cómo actuar en un caso de estos. (Lea: Más de 200 mujeres, certificadas en Putumayo y Caquetá para construir vías terciarias)
“Primero hay que salvaguardar la vida de las personas, y acá en San Andrés el hospital necesita mejorar sus capacidades, también se requieren suficientes refugios realmente adecuados para salvaguardar la vida humana frente a huracanes de alta intensidad, y no sirve de mucho un protocolo de restauración si no se tiene cómo atender la gente. Además de las condiciones aptas para la comunidad, hay que tener búnkeres para guardar lanchas, combustibles, implementos de buceo, cámaras y todo lo que se requiere para posteriormente hacer la restauración”, explica el biólogo, quien participó en la elaboración de los protocolos como coordinador de ecosistemas.
Ahora, en esa prevención es clave saber por dónde podría pasar el huracán y qué lugares afectaría. En ese sentido, los protocolos presentan una serie de mapas, cuatro para cada isla (San Andrés, Providencia y Santa Catalina), que tienen como propósito principal priorizar las zonas de posible afectación y acelerar los procesos de recuperación.
Para crearlos fue necesario entender cómo actúan los huracanes. La investigación previa para crear los protocolos explica que “el ojo del huracán”, el centro de la tormenta, gira como un ventilador alrededor de ese eje central. Si el centro pasa por el sur de la isla, el viento y el oleaje impactarán principalmente por el costado del este. Si pasa por el norte, golpearía el oeste.
Partiendo de esta premisa, las organizaciones tuvieron en cuenta tres componentes: la modelación de las olas, qué tan grandes podrían llegar a ser si es un huracán categoría 1 o 5 y la dirección del viento (este, noreste…), la profundidad, para tener en cuenta la exposición de los sitios y ecosistemas, pues a menor profundidad el impacto de las olas puede ser mayor, y la ubicación de los ecosistemas. (Lea: En Colombia hay más de 100 especies de aves amenazadas, pero podemos salvarlas)
Con estos datos determinaron cuáles serían las zonas que se verían más afectadas y las que necesitarían una intervención más rápida. “Los mapas se complementan con zonas priorizadas por la comunidad, según su importancia para el bienestar y la protección de la vida humana”, indican los investigadores.
La posibilidad de una recuperación
Conocer los lugares más afectados es solo el primer paso. Posteriormente, hay que hacer una valoración rápida de los daños. Con esa información, lo que sigue es implementar una clase de “primeros auxilios”, que consisten en realizar las acciones más urgentes que requieren los ecosistemas, como remover escombros y estabilizar colonias de coral. Luego se hace una evaluación más detallada y se implementan acciones de restauración más específicas a mediano plazo.
Si bien los ecosistemas por sí solos tienen la capacidad, hasta cierto punto, de recuperarse, necesitan condiciones aptas para que puedan hacer el proceso, como una buena calidad del agua, evitando vertimientos de aguas residuales al mar.
En el caso de los manglares, después del paso de un huracán, los daños pueden ser estructurales, como que se rompan los tallos, que los árboles caigan o que sufran lesiones estructurales internas, o defoliación, que es la caída prematura de las hojas de los árboles y plantas. (Lea: Una herramienta para mejorar el monitoreo de las cuentas ambientales de Colombia)
Entre las acciones específicas los protocolos señalan, para el caso de los manglares, que es vital recuperar el flujo de agua o recuperar la hidrología.
“Cuando pasa un huracán llueve mucho y cae mucha tierra y basura que se acumula. Lo primero es quitar esos escombros que tapan los canales naturales que hay dentro del manglar. Cuando no hay un flujo de agua, los árboles se mueren”, indica Prato, quien agrega que, una vez haya buenas condiciones de suelo, se pueden plantar árboles.
Sobre los pastos marinos, las principales afectaciones a causa de los huracanes son arrancamiento por el fuerte oleaje, aumento de turbidez, es decir, el agua no se verá tan transparente o “limpia”, la falta de oxígeno, disminución de salinidad y otras consecuencias que pueden traer consigo la pérdida parcial o total de pequeñas o grandes extensiones de pastos marinos.
Este ecosistema es importante porque proporciona hogar para muchos peces y animales -como tortugas-, reduce el impacto de las olas, produce oxígeno y limpia el océano, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. (Lea: Un pez clave para la salud de los arrecifes de San Andrés está en riesgo)
Con el paso de un huracán quedan grandes cantidades de pastos en las costas, por lo que es necesario mirar qué se puede recuperar y resembrar, para restaurar el ecosistema.
Para el caso de los corales, hay que reubicar y estabilizar las colonias que se hayan volteado. “Hay muchos pedazos de coral, que llamamos fragmentos, que se pueden volver a fijar en el fondo con resinas o cemento. Otra opción es poner fragmentos en guarderías de coral, que son como unas cuerdas, donde ellos vuelven a crecer, y cuando están fortalecidos se llevan nuevamente al fondo del mar”, explica Prato.
Hay otros factores que también influyen en los corales, por ejemplo los peces loros, una familia compuesta por varias especies, que cumplen un rol importante, porque son los que se comen las algas y después de un huracán dejan el espacio limpio para que los corales puedan ocupar el fondo marino.
Pese a su importancia, cinco de las 14 especies de peces loros que hay en el archipiélago están en el “Libro rojo de especies marinas amenazadas”, del Instituto de Ciencias Marinas de Colombia (Invemar).