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Un oso en el paisaje

OPINIÓN.

Nicolás Reyes Amaya*
13 de septiembre de 2023 - 05:59 p. m.
El oso andino que Nicolás Reyes se topó por primera vez en 2013 / Foto: Nicolás Reyes
El oso andino que Nicolás Reyes se topó por primera vez en 2013 / Foto: Nicolás Reyes
Foto: Nicolás Reyes
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La primera vez que vi un oso andino en persona no me lo esperaba, a pesar de estar siguiendo sus rastros. Era el 2013 y para aquel entonces llevaba cinco años de estar trabajando con esta especie. Sabiendo que había investigadoras e investigadores que llevaban muchos más años que yo de estar estudiando al oso en campo, sin haber logrado verlo, yo había aceptado ese escenario como algo altamente probable.

En ese momento de mi vida, seguir los rastros de este majestuoso y enorme animal por las estribaciones de la Serranía del Perijá en la frontera colombo-venezolana, entender sus pasos dentro del bosque, para comprenderlo como especie y poder construir formas efectivas para conservarlo, era más que suficiente para mí. (Lea: Estos son los mejores proyectos ambientales, finalistas del Premio BIBO)

“Este árbol tiene unas marcas muy frescas de trepado”, le dije a mi compañero de salida de campo mientras empezaba a trepar por las ramas para tomar fotografías de las marcas de garras a lo largo del tronco. “Se restregó muchas veces contra la corteza, aún huele a oso”, continué diciendo, mientras empezaba a recolectar cuidadosamente muestras de pelos con unas pinzas. “El oso acaba de pasar por aquí, estoy seguro” me dije a mí mismo, mientras empezaba a bajar del árbol, ya satisfecho con el registro obtenido.

“¡Mírelo, Nicolás, ahí está!”, gritó mi compañero, señalándolo, cuando yo apenas estaba por poner los pies sobre el suelo. Era un macho enorme, que había estado observándonos sorprendido todo ese tiempo desde atrás de unos arbustos, a unos ocho metros de distancia.

Cuando el oso escuchó el grito de mi compañero se echó a correr cuesta abajo. Para no estresarlo, nos fuimos con cautela tras su rastro por un camino paralelo a una distancia prudente, intentando fotografiarlo. Cuando se detuvo unos segundos para pararse sobre sus dos patas traseras, intentando olfatearnos a la distancia, logré tomarle una foto que tengo nítida en mis recuerdos como si fuera un oso en un paisaje de un cuadro del mejor pintor. (Lea: Sustituir carnes y leche por vegetales reduciría los gases de efecto invernadero)

Los osos andinos, a pesar de su enorme tamaño, pueden ser animales muy silenciosos y de hábitos muy crípticos, además de muy ágiles. Después de ese inesperado y grato encuentro con él, la vida me ha dado la suerte de encontrármelo en vivo y en directo varias veces en mi camino por los senderos de esta gran Colombia.

Desde mi primera salida de campo, siguiendo rastros de oso por allá en 2008, tuve claro que la ecología y conservación de esta especie sería a lo que le dedicaría mi vida y, en efecto, terminó siendo una de mis dos líneas de trabajo como biólogo. Supe esto porque me cautivó el gran reto que constituye pensar en la conservación de los osos andinos.

Sin importar si vivimos en el campo o en las grandes ciudades, toda nuestra vida depende del bienestar que nos provee la biodiversidad. Desde el agua y el oxígeno, la protección contra los desastres naturales, hasta la comida que consumimos a diario; todo proviene de la biodiversidad, inclusive el conocimiento que como humanidad hemos acumulado, la ciencia, la innovación, el arte.

La biodiversidad es la gran fuente de bienestar para la humanidad. Pero esta biodiversidad y todo lo que nos ofrece no puede existir sin ecosistemas saludables. Entonces, la pregunta es: ¿sería posible que pudiéramos preservar esta biodiversidad protegiendo a un tipo de animal en particular? La respuesta es sí. Protegiendo a los osos: estos animales tienen una habilidad enorme para la supervivencia, son capaces de aprovechar diferentes hábitats y explotar una gran cantidad de recursos. (Lea: Carrera contra el tiempo para salvar los bosques y ríos del país)

El oso andino es el carnívoro más grande del Neotrópico y la única especie de oso viviente en América del sur. Presenta dimorfismo sexual por su tamaño (los machos son considerablemente más grandes que las hembras), su pelaje es de color negro a café oscuro, teniendo generalmente manchas blanquecinas sobre el hocico, el cuello, el pecho y, aunque mucho menos frecuente, también alrededor de los ojos (hecho por el cual a veces se le llama, equivocadamente, oso de anteojos).

Si bien, el oso andino pertenece al orden taxonómico Carnívora (como los jaguares y otros hipercarnívoros), su dieta es omnívora (come de todo), teniendo una serie de adaptaciones dentales y craneales que le permiten aprovechar una amplia gama de recursos alimenticios dentro de los bosques y los páramos.

Consume, desde frutos de árboles y arbustos (ricos en grasas y proteínas vegetales), pasando por cogollos de palmas y bromelias terrestres y epífitas (ricos en azúcares), hasta algunos pequeños y medianos mamíferos. También es conocido que esta especie de oso puede llegar a consumir grandes mamíferos como la Danta de montaña (Tapirus pinchaque) o, incluso, ganado ovino, caprino y bovino. (Lea: Santanderes, a sumar esfuerzos para no quedarse sin agua)

Una especie paisaje

Los osos andinos se distribuyen a lo largo de la cordillera de los Andes, por Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Argentina, en bosques secos y húmedos, en páramos e, incluso, en las nieves perpetuas o hasta en enclaves semi-desérticos (como las poblaciones que se encuentran en el occidente de Perú). En Colombia habitan las tres cordilleras andinas.

Siempre que haya bosques y páramos saludables con conectividad ecológica, encontraremos osos en nuestras montañas. Colombia es un país de osos y ellos son representantes de nuestra naturaleza salvaje. Son una especie clave dentro de los ecosistemas, como jardineros que fertilizan la tierra, dispersan semillas y modifican la estructura de los bosques, renovándolos.

Los osos andinos son una especie indicadora de la salud de los ecosistemas, pues poblaciones saludables de osos indican ecosistemas saludables y balanceados. Como le escuché decir, hace muchos años, a quien ha sido mi profesor en estos temas del oso andino, el investigador Daniel Rodríguez -pionero en los estudios de osos en Colombia-: “Sin osos, no hay bosque, sin bosque, no hay agua y sin agua, no hay vida”.

Dado su tamaño, sus requerimientos metabólicos y su habilidad para explotar una gran cantidad de recursos dentro de los hábitats, los osos andinos son una especie paisaje, ya que viven y se mueven a una escala del paisaje. Como se ha conocido en estudios en otros países, los osos andinos requieren grandes extensiones de espacios naturales para vivir (alrededor de 125.8 km² para un macho).

Un estudio reciente para Colombia, liderado por la Fundación Wii con el apoyo del Instituto Alexander von Humboldt, encontró que un individuo macho de oso andino requirió para sus movimientos cotidianos más área de la previamente descrita para su supervivencia (238.86 km²), probablemente debido a las condiciones de la calidad del hábitat.

Esto hace que esta especie de úrsido sea considerada como una especie sombrilla, que abarca una gran cantidad de especies animales y vegetales dentro de los ecosistemas que habita y también una especie bandera, debido a que es llamativa, la cual puede abocar la atención de la sociedad alrededor de su conservación.

Otro estudio reciente, liderado por el Instituto Humboldt en colaboración con diversas organizaciones y expertos en temas del oso andino, encontró una reducción del 15 % en las áreas idóneas para la presencia de esta especie en Colombia entre 1970 y el 2015, hecho que podría estar aislando a las poblaciones del sur respecto de las que se distribuyen en el norte de Colombia y en Venezuela, debido a un aumento marcado de la huella humana sobre la región de los Andes.

Este fenómeno no debería sorprendernos en un país que muestra una concentración del 52 % de la propiedad rural en el 1.15% de la población, según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del 2011, donde las mayores extensiones de tierras fértiles en zonas bajas se concentran en muy pocos propietarios, mientras que la mayoría de la población rural se aglomera sobre los Andes.

Por ello, para conservar a los osos es necesario pensar en el ordenamiento de nuestro territorio más allá de las fronteras invisibles de nuestras instituciones y sus jurisdicciones, pensar en la planificación de nuestros sistemas productivos para hacerlos sostenibles y, de paso, requiere que abordemos temas tan complejos como los conflictos sociales, económicos y políticos como sociedad colombiana. Pensar en los problemas de conservación del oso andino, es pensar en los retos de país.

En últimas, como lo diría Ian Mc Millan, lo que importa a la hora de pensar en conservar los animales, no es qué tanto los necesitamos nosotros dados los beneficios que nos brindan desde los ecosistemas naturales, sino que para poder conservarlos es necesario que desarrollemos, como sociedad, las habilidades necesarias para conservarnos a nosotros mismos como humanos, más allá del egoísmo.

Por Nicolás Reyes Amaya*

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