Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Se estima que solo en el siglo XX, cuando los cazadores de ballenas pudieron remplazar la fuerza de sus brazos y remos por máquinas, accediendo a nuevas regiones y especies, cerca de tres millones de ballenas fueron extraídas de los océanos para fines comerciales. El ritmo de la caza se aceleró como nunca y muchas especies quedaron al borde de la extinción. Años después, tras varias regulaciones y una moratoria internacional que buscaba eliminar esta caza, algunas pudieron recuperarse, pero ahora se enfrentan a nuevas amenazas. (Vea acá la Galería: los increíbles ganadores del concurso de fotografía submarina 2022)
Cada año, entre julio y octubre, cientos de viajeros llegan a las costas del Pacífico colombiano. Van en busca de las majestuosas ballenas jorobadas, que migran por miles de kilómetros hasta nuestras aguas cálidas para aparearse y tener sus crías. Las ballenas, además de ser unos de los animales marinos más icónicos y carismáticos, también tienen un rol fundamental en la salud de los océanos: capturan carbono, ayudan en la fertilización y, al ser especies “centinelas” (especies informativas de lo que está pasando a nivel de todo el ecosistema), nos indican qué tan saludables pueden estar esos ambientes.
Sin embargo, en los últimos años han vuelto a sonar las alarmas. Aunque ya no se cazan ballenas masivamente, casi un tercio de los cetáceos del mundo están clasificados por la Unión Internacional de la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés) como amenazados. Según una carta abierta enviada en 2020 por más de 350 científicos internacionales, su extinción, aseguraron, es “real e inminente”.
Se estima que cerca de 300.000 cetáceos mueren cada año tras caer en redes de pesca y las redes fantasmas (esas que quedan abandonadas a la deriva en los océanos). Además, la sobrepesca, el aumento del tráfico de barcos, la contaminación (auditiva, química y por plásticos) y el cambio climático dificultan que cumplan su ciclo de vida. Uno de los casos más graves es el de la ballena franca del Atlántico, que alcanzó su población más baja en los últimos veinte años: se estima quedan tan solo 366 individuos, una caída del 30 % en los últimos diez años. (Le puede interesar: Unesco se comprometió a cartografiar el 80 % de los fondos marinos para 2030)
Por eso, con motivo del Día Internacional de la Ballena, el Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), publicó un nuevo informe en el que hace un llamado urgente a proteger a estos cetáceos ante amenazas emergentes. Tomando los últimos datos de esfuerzos que se han hecho en varios rincones del mundo para seguir satelitalmente a estos animales, se publicó por primera vez un mapa de los corredores azules, las rutas migratorias por las que se mueven las ballenas entre aguas internacionales, locales y costeras. Los datos (que provienen del seguimiento a 495 individuos) permiten conocer también cuáles son los lugares claves para su alimentación y reproducción. “Es importante destacar que la información recopilada presenta una imagen ilustrativa de las rutas migratorias y las áreas oceánicas claves que se superponen con una variedad de amenazas emergentes y acumulativas de las actividades humanas”, explica el reporte. (Lea también: Mónica Medina, la bióloga caleña pionera en entender los corales)
Las principales amenazas de las ballenas
Los expertos aseguran que uno de los retos más grandes del siglo XXI es enfrentar la pesca incidental. “La captura incidental de cetáceos ocurre en todo tipo de operaciones pesqueras, desde grandes pesquerías industriales hasta pesquerías artesanales localizadas. También ocurre en la mayoría de los tipos de artes de pesca. Se sabe que las redes de deriva, enmalle y enredo causan la mayor cantidad de captura incidental de cetáceos. Las ballenas grandes son particularmente susceptibles a enredarse”, señala el informe.
De igual forma, la expansión del tráfico marítimo, así como la presencia de buques petroleros y de carga en los criaderos de ballenas y a lo largo de sus rutas de migración, tienen como consecuencia un mayor riesgo de colisiones con barcos. Algunos de los puertos y canales más activos en los océanos del mundo se superponen con hábitats importantes para las ballenas. Entre 1992 y 2012, el tráfico marítimo mundial se cuadruplicó, y se prevé que aumente entre un 240 % y un 1.209 % para 2050.
Por su parte, el cambio climático afecta la fenología (el momento de los eventos biológicos recurrentes, como la migración), la demografía (aspectos como las tasas de supervivencia y parto) y la distribución de los vertebrados marinos, lo que puede influir en el funcionamiento de los ecosistemas. Las ballenas también se pueden ver afectadas por cambios físicos en sus hábitats y una mayor susceptibilidad a enfermedades y contaminantes.
Y otro de los grandes desafíos de los siglos venideros: el plástico. Se han encontrado microplásticos en el intestino de las ballenas jorobadas, y sus barbas pueden acumular pequeñas partículas de plástico. “Se ha demostrado experimentalmente que los impactos físicos y químicos negativos de la ingestión de microplásticos ocurren en niveles tróficos más bajos. Se desconocen los impactos en situaciones naturales y en niveles más altos de la red alimentaria”, se asegura.
Finalmente, la contaminación acústica submarina es una preocupación mundial en aumento, debido a su impacto en una amplia gama de especies marinas, incluidas las ballenas, las tortugas marinas y los peces. Las ballenas, en particular, han evolucionado para utilizar el sonido como su sentido principal, por lo que el ruido submarino puede interrumpir la comunicación y afectar su comportamiento y alimentación. El transporte marítimo es el principal contribuyente a la contaminación acústica de los océanos en todo el mundo y, en algunas partes del océano, el ruido submarino se ha duplicado cada década desde 1960.