Avistamiento de ballenas en el Pacífico: de oportunidad a una amenaza
Entre 2011 y 2019, en Bahía Málaga, el número de visitantes aumentó en un 108 %, mientras los viajes en embarcaciones para ver a estos cetáceos creció un 140 %. Ante el incumplimiento de las recomendaciones emitidas por las autoridades ambientales para el avistamiento, expertas proponen que se conviertan en normativa.
César Giraldo Zuluaga
Tras un viaje de cerca de 9.000 kilómetros, cientos de ballenas jorobadas llegan hasta las cálidas aguas del Pacífico colombiano entre junio y noviembre de cada año para aparearse y dar a luz. Lo hacen, según Lilian Flórez, bióloga marina y creadora de la Fundación Yubarta, nombre como también se le conoce a estos cetáceos, porque las aguas de la Antártida son tan heladas, que los ballenatos morirían apenas al nacer, pues la capa de grasa que los cubre es muy delgada.
Las jorobadas o yubartas (Megaptera novaeangliae), como es el nombre científico de esta especie, suelen atraer las miradas de los turistas alrededor del mundo por los icónicos saltos que realizan los ballenatos, que son muy juguetones, o también por la imponencia de los adultos, los cuales pueden llegar a medir entre 14 y 15 metros, y pesar cerca de 30 toneladas.
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Tras un viaje de cerca de 9.000 kilómetros, cientos de ballenas jorobadas llegan hasta las cálidas aguas del Pacífico colombiano entre junio y noviembre de cada año para aparearse y dar a luz. Lo hacen, según Lilian Flórez, bióloga marina y creadora de la Fundación Yubarta, nombre como también se le conoce a estos cetáceos, porque las aguas de la Antártida son tan heladas, que los ballenatos morirían apenas al nacer, pues la capa de grasa que los cubre es muy delgada.
Las jorobadas o yubartas (Megaptera novaeangliae), como es el nombre científico de esta especie, suelen atraer las miradas de los turistas alrededor del mundo por los icónicos saltos que realizan los ballenatos, que son muy juguetones, o también por la imponencia de los adultos, los cuales pueden llegar a medir entre 14 y 15 metros, y pesar cerca de 30 toneladas.
De hecho, un reporte publicado en 2009 por el Fondo Internacional para el Bienestar Animal (IFAW, por su siglá en inglés), señaló que esta especie es el principal objetivo de la mayoría de operaciones de observación de ballenas en todo el mundo, y Colombia no es la excepción.
Por varios documentos académicos y testimonios, se estima que el avistamiento turístico de ballenas jorobadas en el país comenzó hace casi 30 años, en Bahía Málaga (Valle del Cauca). En los 90, recuerda Isabel Cristina Ávila, bióloga marina, doctora en ciencias ambientales de la Universidad de Friburgo (Alemania) y consagrada al estudio de los mamíferos marinos en Colombia, “bastaba con pararse en el muelle de Juanchaco (Buenaventura) para verlas”.
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Según un trabajo que publicó Ávila en 2015, se cree que esta actividad tuvo origen allí porque es uno de los lugares preferidos por las jorobadas para reproducirse y dar a luz en el país. Muestra de ello es que de todos los grupos de ballenas que llegaron a esta zona en 2015, el 80 % contenía crías.
Con el paso de los años, el avistamiento de ballenas como actividad turística se fue expandiendo por el Pacífico. En poco tiempo, lanchas con docenas de turistas fueron zarpando también desde las playas de Nabugá -en Bahía Solano, cerca de la frontera con Panamá-, Nuquí, más al sur e incluso más reciente desde Tumaco, a pocos kilómetros de la frontera con Ecuador. Esa expansión llevó a lo que ahora Ávila y Flórez describen como un “turismo descontrolado” que pone en riesgo a las ballenas, pero también el sustento de miles de familias.
Crece el turismo, aumenta la amenaza
Para entender cómo el avistamiento de ballenas ha afectado a los animales, Ávila decidió estudiar una de las áreas donde se concentra la actividad: Bahía Málaga. En compañía de Luis Fernando Ortega, Cristina Pretel y Gustavo Mayor, tres colegas de Parques Nacionales Naturales (PNN), estudiaron el comportamiento del turismo durante nueve años, desde 2011 -un año después de que la zona fuera declarada como un PNN- hasta 2019.
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Lo primero que pudieron observar los investigadores fue el crecimiento del turismo en la zona. Mientras que a inicios de la década llegaron 10.197 turistas por año, para finales de la misma el número se duplicó, con 21.186 visitantes. “El número de observadores de ballenas por mes (entre julio y octubre) aumentó un 108 % en los últimos nueve años, pasando de más o menos 2.549 en 2011 a 5.297 en 2019”, apuntaron en un estudio publicado en noviembre del año pasado en el Latin American Journal of Aquatic Mammals.
Así como aumentó la llegada de turistas, lo que las expertas reconocen como positivo, pues dinamiza las economías locales, también se incrementó la cantidad de botes y de viajes que debían hacerse para movilizar a los visitantes. “El número mensual de viajes en barco de observación de ballenas subió un 140 % en Bahía Málaga, de 175 en 2011 a 420 en 2019”, reseña la investigación. Otros indicadores, como el número de embarcaciones diferentes que realizaban estas actividades, casi que se triplicaron en un período más corto, pues de 64 que se registraron en 2017, se dispararon a 173 tan solo tres años después.
En términos económicos, esta década de “explosión” del turismo para ver ballenas solo dejó saldos positivos, pues las ganancias totales por temporada cerraron en casi US$1,5 millones para 2019, casi tres veces más que los US$419.566 que recaudaron en la temporada de 2011. Además, durante el último año que se estudió, se generaron trabajos directos para más de 290 personas de la región, entre operadores turísticos, hoteles y restaurantes.
Pero, ¿qué pasó con las ballenas? El panorama parece ser opuesto a los beneficios económicos. “Identificamos que las ballenas están actualmente en riesgo porque las recomendaciones de observación se han pasado por alto con frecuencia y por el aumento del número de embarcaciones”, concluyeron los investigadores.
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“Con este trabajo encontramos que hay un cambio de comportamiento. Ballenas que estaban reposando, empezaron a ser esquivas con las embarcaciones; las que estaban saltando, lo dejaron de hacer. Esto indica que de alguna manera la embarcación está alterando a las ballenas”, cuenta Ávila. Flórez, que lleva cerca de 40 años estudiando estos animales y es reconocida a nivel internacional por su labor, complementa a Ávila: “Concretamente con el turismo hay afectaciones por varios motivos, como la contaminación por ruido y el acoso a los animales. Por ejemplo, una hembra con cría que necesita tranquilidad para amamantar a su ballenato puede ser perseguida hasta por 10 embarcaciones, entonces el tema es complicado”.
El problema, como resumen las expertas, es que no se siguen las recomendaciones emitidas por las autoridades nacionales, las cuales, explica Ávila, “tienen como base estudios internacionales y nacionales”. Según una de las guías más recientes, publicada por el Ministerio de Ambiente en 2017, son cuatro los factores que se deben tener en cuenta al momento de hacer avistamiento de ballenas.
Primero, la velocidad de las embarcaciones nunca deberá ser mayor a los 10 nudos, unos 18 kilómetros por hora. Lo segundo es que la distancia entre los botes y el grupo de ballenas debe ser entre 100 y 200 metros. Además, las embarcaciones nunca deberán permanecer más de 15 minutos si son tres -el máximo número recomendado por grupo de ballenas-, ni 30 minutos en caso de ser una sola. Por último, las madres y sus crías no deben ser perseguidas.
Que no se cumplan las recomendaciones ya está teniendo un efecto visible en el comportamiento de las ballenas. Ya no es como lo recordaba Ávila. “Ahora para verlas hay que meterse al mar unos dos, tres e incluso hasta cinco kilómetros. Ya las ballenas no están entrando porque están invadiendo mucho su hábitat”. La bióloga, que realiza su estancia posdoctoral en el Instituto de Investigación de la Fauna Terrestre y Acuática (ITAW, por su sigla en inglés) en Hannover (Alemania), señala que en otras regiones, particularmente de Hawái y Australia, el turismo descontrolado generó que las ballenas nunca más visitaran algunas zonas.
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Aunque no hay investigaciones o estimaciones que permitan asegurar que lo mismo sucederá con las jorobadas que visitan el Pacífico colombiano, el aumento del turismo de avistamiento a lo largo de la costa, así como el incumplimiento de las recomendaciones, hacen temer a Flórez, de la Fundación Yubarta, y a Ávila, con un futuro similar al de Hawái y Australia.
De hecho, un estudio de esta última, junto con Alan Giraldo, del Grupo de Oceanografía de la Universidad del Valle, publicado a inicios de este año en el International Journal of Tropical Biology and Conservation, ubica al tránsito de embarcaciones, entre las que se encuentran las utilizadas con fines turísticos, como uno de los principales riesgos para las ballenas jorobadas. La pesca incidental, la pesca directa y el cambio climático, son las otras entre un grupo de ocho, que perfilan a esta ballena como el mamífero acuático más amenazado del país.
De recomendación a normatividad
En las casi cuatro décadas que lleva trabajando con y por las ballenas yubartas de Colombia, Lilian Flórez ha dedicado parte de sus esfuerzos en los últimos años para que las recomendaciones emitidas por las autoridades ambientales del país pasen a ser normas. “La idea es que esa normativa sea controlada, vigilada y cumplida, además de que se ajuste a las características de cada lugar”, comenta.
Ávila y Giraldo coinciden con el planteamiento de Flórez y complementan señalando que la normatividad no solo es necesaria para proteger a las ballenas, que ya se están viendo afectadas por la actividad, sino para que, a largo plazo, las comunidades puedan seguir beneficiándose, porque “si se van las ballenas, se acaba el turismo”.
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Para Ann Carole Vallejo, bióloga marina y fundadora de la ONG canadiense Ocean Community Conservation, que trabaja principalmente en el avistamiento de ballenas alrededor del mundo, los primeros involucrados en ese proceso deben ser las comunidades del Pacífico. “El conocimiento empírico de ellos es gigante, entonces hay que entender sus razones porque a veces, desde la academia, juzgamos cómo están llevando a cabo las actividades”.
Además, agrega, hay que involucrar a las operadoras turísticas que venden los planes desde las ciudades. “Si, por poner un ejemplo, en Bogotá a la gente le ofrecen un tour de tres horas en el que le aseguran que verá una ballena saltando, la presión de cumplir con esos parámetros se traslada al operador turístico en el Pacífico”. Estas condiciones, asegura Vallejo, son las que en algunos casos llevan a los lugareños a incumplir las recomendaciones para satisfacer a los turistas.
Para Ávila y Flórez, indudablemente, en este proceso es fundamental que se involucren los ministerios de Ambiente y Turismo, así como la Armada, pues, como señalan, no se trata solo de que exista la ley, sino de que se vigile y se cumpla. Aunque ambas reconocen la importancia del Estado, destacan que, en últimas, son las mismas comunidades las que deberán velar por el cumplimiento de las leyes.
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Por último, concuerdan los expertos, los turistas se convierten en un actor clave en la conservación de la especie y en el turismo responsable. “Él también puede decirle al lanchero ‘mire, señor, decían que debíamos estar a tantos metros de distancia de la ballena y nosotros estamos encima; decían que eran máximo tres embarcaciones y acá hay 30’”, ejemplifica Flórez.