“Cada acción que hagamos, así sea mínima, impacta al océano”
Para nadie es un secreto que el océano está en serios problemas. Blanqueamiento masivo de corales y temperaturas nunca registradas son algunas de las graves señales de este último año. Alison Clausen, una de las líderes de la iniciativa de Naciones Unidas para conservar el ecosistema marino, cree que es hora de que quienes están en las ciudades contribuyamos al cambio. Estuvo en Colombia y conversó con El Espectador.
Luisa Fernanda Orozco
Para Alison Clausen, uno de los mayores desafíos de la conservación marina es entender cómo interactúan las diferentes amenazas al ecosistema marino, como el cambio climático, la contaminación por residuos y la pesca industrial desmedida. Entre esas amenazas, en sus palabras, también estamos los seres humanos.
“Tenemos que comprender que cada acción que hagamos, así sea mínima, impacta al océano y viceversa”, dice. “Muchas comunidades que viven cerca del agua, o que dependen de recursos marinos, obviamente ya saben que el mar es fundamental, pero las personas en las ciudades suelen estar más desconectadas. Eso es lo que tenemos que cambiar”.
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Para Alison Clausen, uno de los mayores desafíos de la conservación marina es entender cómo interactúan las diferentes amenazas al ecosistema marino, como el cambio climático, la contaminación por residuos y la pesca industrial desmedida. Entre esas amenazas, en sus palabras, también estamos los seres humanos.
“Tenemos que comprender que cada acción que hagamos, así sea mínima, impacta al océano y viceversa”, dice. “Muchas comunidades que viven cerca del agua, o que dependen de recursos marinos, obviamente ya saben que el mar es fundamental, pero las personas en las ciudades suelen estar más desconectadas. Eso es lo que tenemos que cambiar”.
Clausen, que tiene una maestría en ciencias y conservación ambiental de la Universidad Charles Sturt, en Australia, y otra en estudios de ingeniería ambiental en la Universidad de Sídney, lleva más de dos décadas de experiencia en conservación y política marina, además de adaptación al cambio climático. Hace unos días estuvo en Colombia, en donde participó en el Foro Abierto de Ciencias en Latinoamérica y el Caribe (CILAC), que se llevó a cabo en San Andrés.
Hoy ella es la coordinadora global adjunta de la Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible de la ONU, también llamada la Década de los Océanos (más conocida como Ocean Decade, en inglés), a la que la experta se unió desde su comienzo, en 2021. Esta iniciativa es coordinada por la Unesco, y tiene planeado ir hasta 2030. Su propósito es involucrar a diversos actores —gobiernos de todo el mundo, organizaciones sin ánimo de lucro, empresas privadas y personas de a pie— en la conservación marina. Sus propósitos van desde modificar las acciones sencillas de los ciudadanos hasta incidir en las políticas públicas de un país para preservar los océanos.
Para ello, Clausen cuenta que se trazaron 10 metas con lo que la Década de los Océanos quiere lograr a 2030. Algunas de ellas abordan problemas como combatir la contaminación marina, proteger y restaurar los ecosistemas y la biodiversidad, alimentar de manera sostenible a la población mundial, descubrir soluciones basadas en los océanos para el cambio climático y aumentar la resiliencia de las comunidades ante riesgos oceánicos y costeros.
La Década de los Océanos tiene 56 programas globales en marcha, además de apoyar 5.000 proyectos liderados por institutos de investigación o gobiernos de todo el mundo. Por ejemplo, desde la creación de las metas, algunos países establecieron comités nacionales para analizar cómo podrían cumplirlas. “Colombia fue uno de los primeros en hacerlo”, explica Clausen.
En San Andrés, Clausen presentó una hoja de ruta para países de la región con recomendaciones que les permitan implementar las 10 metas. Algunas mencionan la necesidad de crear más áreas marinas protegidas adaptadas a las condiciones locales, implementar herramientas de planificación espacial para tomar decisiones basadas en datos, promover tecnologías renovables marinas -como la energía eólica-, restaurar ecosistemas -como los manglares-, aumentar la alfabetización oceánica y la participación comunitaria, implementar soluciones basadas en la naturaleza para riesgos costeros como inundaciones y erosión, y mejorar los sistemas de alerta temprana frente a eventos climáticos extremos. Conversamos con ella.
¿Cuáles son las principales recomendaciones dentro de la hoja de ruta que se trazó para América Latina y el Caribe?
Nos tomó entre ocho y nueve meses elaborar la hoja de ruta. Esta es una manera para que todos nuestros países aliados, entre ellos Colombia, tengan unos objetivos en común, claros, para que podamos cumplir las 10 metas mayores. Fue difícil encontrar prioridades comunes en toda la región, pero algunas de las más destacadas fueron la necesidad de entender las fuentes de contaminación terrestres que afectan los ecosistemas marinos. En lo que hicimos más énfasis, que es una de nuestras prioridades más importantes, fue la educación oceánica, porque muchos países enfocan sus acciones climáticas en lo terrestre sin mirar hacia sus océanos. También hablamos de la necesidad de que la ciencia y el conocimiento académico puedan ser usados para generar acción, conservar y preservar el mar, además de un mayor trabajo con las comunidades indígenas y locales.
¿Cuáles son los mayores retos que enfrentamos a la hora de hablar de conservación marina?
Uno de los mayores desafíos en la conservación marina es entender cómo interactúan las diferentes amenazas, como el cambio climático, la contaminación marina, la pesca desmedida, entre otras. Estas interacciones suelen ser locales y específicas, lo que dificulta detectarlas con enfoques científicos tradicionales. Es ahí donde las comunidades locales tienen un rol fundamental: el de generar conocimiento al observar cambios sutiles o bruscos en sus ecosistemas que equipos de investigación a corto plazo no podrían identificar.
¿Por qué cree que es importante para la Década de los Océanos integrar a las comunidades locales e indígenas?
Buscamos fortalecer iniciativas de ciencia ciudadana mediante herramientas digitales, como aplicaciones móviles, que permitan registrar cambios en los ecosistemas. Por otro lado, reconocemos que es esencial integrar el conocimiento indígena y local en el proceso científico. Estas perspectivas, que ofrecen formas únicas de comprender la relación con el océano, complementan la visión científica tradicional. Proyectos piloto en regiones como el Pacífico Sur y el Ártico ya trabajan con líderes indígenas, y se espera expandir estas iniciativas a América Latina y el Caribe. Esta integración será esencial para abordar los desafíos complejos de la conservación oceánica.
2023 y 2024 han sido los años más calurosos de la historia (desde que se hacen mediciones). Además, hay un aumento del blanqueamiento de corales. ¿Cómo ve este nuevo escenario?
Muchas cosas están sucediendo, y creo que para el público general es desconocido que el incremento de las temperaturas afecta directamente al blanqueamiento de corales. También hay otros elementos de presión extra, como la acidificación y la contaminación marina. Lo que aún no entendemos muy bien es cómo todas estas problemáticas se unen para crear nuevas consecuencias que todavía no alcanzamos a dimensionar. Para ello necesitamos mucha más investigación científica, muchos más datos recopilados en todo el mundo, para que podamos comprender la magnitud de las consecuencias. Particularmente, desde la Década de los Océanos tratamos de responder a estas amenazas a través de un mecanismo llamado Call for Decade Actions (Llamado para las acciones de la década). Consiste en enviarle un mensaje a nuestra comunidad global para decirle que necesitamos nuevos programas o proyectos sobre una problemática en particular. Por ejemplo, la temática más reciente se hizo sobre la conexión entre la salud del océano y la salud humana. De alguna manera, este tema puede resultar viejo, pero lo que resulta novedoso es la manera en que las comunidades están comenzando a adaptarlo en sus acciones diarias, porque algunos de sus miembros ni siquiera sabían que esa conexión era posible.
¿Cuál es su posición sobre el impacto de las grandes industrias en la contaminación oceánica?
Hemos tenido acercamientos con ciertos actores de la industria para intentar trabajar de manera conjunta y encontrar nuevas vías para la conservación marina. Sin embargo, establecer esa colaboración entre la industria y la comunidad científica requiere tiempo y paciencia, pero, sobre todo, una voluntad genuina de ambas partes. Cada sector, como el financiero, el pesquero o el eólico, tiene su propio lenguaje, lo que complica la comunicación. No obstante, un punto de encuentro efectivo es el uso y el intercambio de datos. Muchas industrias, como la pesquera, ya recopilan información valiosa para la ciencia, como temperatura o salinidad del océano, aunque a menudo no le dan uso o desconocen su valor para un propósito mayor.
Por ello trabajamos con estas empresas para identificar qué datos poseen y determinar si pueden compartirse. En algunos casos las restricciones de confidencialidad complican el acceso, pero hemos logrado transformar muchos de estos datos en repositorios públicos accesibles. Esto beneficia tanto a la comunidad científica, que obtiene nueva información, como a las empresas, que sienten que contribuyen a una causa mayor. Además, con los avances tecnológicos, sensores económicos y portátiles permiten que barcos recojan nuevos datos sobre contaminación y parámetros oceánicos claves, expandiendo estas colaboraciones. Estas iniciativas no solo abren conversaciones más amplias con las industrias, sino que también fomentan un impacto positivo y tangible en la sostenibilidad marina.
¿Cómo ve la aplicación de nuevos tratados que se han firmado para preservar más áreas marinas?
Hubo un acuerdo que se firmó el año pasado, el Tratado de Alta Mar de la ONU, también llamado Tratado BBNJ, crucial para hacer cumplir el compromiso que adquirieron los países asistentes a la COP15 de 2023: proteger un tercio del mar y la tierra para 2030. Para que entre en vigor, debe ser ratificado por los 60 Estados miembros durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, que se llevará a cabo en Niza (Francia) durante junio de 2025. De implementarse, el acuerdo sería jurídicamente vinculante para los Estados, lo que quiere decir que quienes lo firman y ratifican se comprometen a cumplirlo legalmente.
Hemos sido parte de la larga negociación y, antes de que se lleve a cabo la discusión sobre implementarlo o no, estamos analizando cuáles son los principales vacíos a la hora de establecer prioridades en el tratado en cuanto a problemáticas como el blanqueamiento de corales, los ecosistemas de playa profunda y el aumento de temperaturas.
Desde la Década de los Océanos, consideramos que es absolutamente necesario porque las áreas que se están buscando proteger corresponden, aproximadamente, al 54 % de nuestro planeta. Hoy en día, algunas de ellas no tienen regulaciones caras. Hay esperanza de que, en la conferencia de 2025, se logre imponer el acuerdo y los Estados miembros lo ratifiquen.
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