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Cuando se dice que la Ciénaga de Mallorquín es un lugar único no se está exagerando. De poco más de 6,5 kilómetros cuadrados, está ubicada al norte de Barranquilla y limita con el mar Caribe al norte y con el río Magdalena, justo antes de que este desemboque en Bocas de Ceniza. El resultado de esta confluencia de ecosistemas genera una laguna costera única que tiene la ciudad y uno de los espacios naturales más importantes del departamento del Atlántico, que fue incluido desde 1998 como parte del sitio Ramsar Ciénaga Grande de Santa Marta. (Lea: Comenzó la construcción de un parque natural en Antioquia de 157 hectáreas)
Pese a que por varias generaciones ha brindado el sustento diario a cientos de pescadores del barrio Las Flores y del corregimiento La Playa, protegido la costa con sus manglares y albergado a casi 150 especies de aves, entre otros servicios ecosistémicos, la Ciénaga de Mallorquín ha vivido un intenso deterioro ambiental, principalmente por la contaminación que recibe desde hace décadas.
Aunque comunidades aledañas, organizaciones de la sociedad civil, académicos y la administración local coinciden en su preocupación por su actual estado, difieren bastante en la intervención que este ecosistema requiere. Mientras la alcaldía presenta al Ecoparque Ciénaga de Mallorquín como la solución a los problemas, habitantes de la zona, oenegés y expertos han advertido falta de participación en el proceso, inconveniencia en la infraestructura que propone la administración y procesos que podrían llevar a la gentrificación alrededor del ecosistema.
Para entender el problema actual es necesario hacer un breve recorrido por las causas que aquejan a esta ciénaga. En términos muy generales, dice Iván León Luna, profesor de la Universidad del Atlántico y Ph. D. en Oceanografía, Mallorquín tiene dos grandes problemas que no han sido resueltos.
“El primero es que, por la pobreza y las condiciones en las que viven las personas cerca de la ciénaga, todas las aguas residuales y los desechos van a parar a este ecosistema. El segundo es que Barranquilla no atiende un requerimiento de toda ciudad moderna: un buen tratamiento de las aguas residuales y dejar de utilizar los ecosistemas naturales como destino de las aguas mal tratadas o tratadas de manera incompleta”, dice el profesor León, quien lleva años estudiando la Ciénaga de Mallorquín.
A lo que se refiere León con el segundo problema es que una parte considerable de las aguas residuales de Barranquilla van a parar al arroyo León, un cuerpo de agua que desemboca en la Ciénaga de Mallorquín y el mar Caribe. Según recientes declaraciones de Jaime Pumarejo, alcalde de la ciudad, sería la mitad de la ciudad, sobre todo la que está ubicada en el occidente, la que dispone las aguas negras que terminan contaminando la ciénaga.
Esta situación, sumada a que en el pasado hubo un basurero en el barrio Las Flores, donde parte de los lixiviados terminaban también en la ciénaga, ha llevado a que allí sea posible identificar contaminación orgánica, microbiológica y de ciertos metales pesados, como mercurio, hierro y plomo, por mencionar algunos, de acuerdo con León. (Puede leer: Presidente de COP28 insta a triplicar capacidad de energías renovables para 2030)
Estas tres contaminaciones, “las más peligrosas para los seres humanos y el ecosistema”, dice el profesor de la Universidad de Atlántico, han deteriorado la calidad del agua y del sedimento, al igual que reducido los recursos pesqueros. Nancy Sánchez, lideresa de la zona que llegó hace 32 años al lugar “enamorada por la belleza que había en la Ciénaga de Mallorquín”, da cuenta de lo último, pues dice que ahora difícilmente se encuentran cangrejos azules, rojos o grises.
Los pescadores también han resultado perjudicados por la falta de lisas, anchoas y mojarras, cuenta Leoni Noriega, integrante del colectivo Manglarte, quien apunta que la tala de manglares empeora la compleja problemática ambiental y social de la ciénaga.
Las comunidades y la ciénaga resisten
Pero la historia de la crisis ambiental que vive la Ciénaga de Mallorquín es también la historia de los múltiples procesos que las propias comunidades, oenegés, la sociedad civil, la autoridad ambiental de la región y la Alcaldía han emprendido a lo largo de los años para recuperar el ecosistema.
Para Xiomara Acevedo, fundadora y directora general de la ONG Barranquilla +20, que trabaja con la juventud en temas de educación, empoderamiento, gobernanza y planificación, la prioridad hace más de 10 años, cuando empezaron a trabajar en la ciénaga y los barrios colindantes, era visibilizar el humedal “fortaleciendo la relación de las comunidades que lo habitan con los pescadores, madres y juventudes para reforzar la importancia del ecosistema”.
A lo largo de más de una década, Barranquilla +20 ha realizado monitoreo de bosque, siembra de árboles y mangles, jornadas de limpieza y recorridos, y elaborado materiales educativos con las comunidades de la ciénaga. Su labor, incluso, ha sido presentada en escenarios internacionales como la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático de 2021, que se celebró en Glasgow (Escocia).
Una de las organizaciones que ha participado activamente en este proceso es Manglarte, fundada por Noriega en 2018, cuando se certificó en un programa de manejo ambiental del SENA. Al inicio, recuerda, “hacíamos unos talleres de arte con los chicos de la zona, de literatura, de audiovisuales, manualidades y fotografías. Algunas ONG empezaron a fijarse en el trabajo que hacíamos y fortalecieron nuestra iniciativa”.
Ahora, como Manglarte existen múltiples iniciativas comunitarias, apoyadas por Barranquilla +20 entre otras ONG, que se dedican a hacer recorridos ecoturísticos en bote por la ciénaga, así como a fortalecer los procesos de educación ambiental con los más jóvenes.
Este último trabajo, destaca Sánchez, es quizás uno de los que mayor satisfacción le genera, pues, tras poco más de tres décadas trabajando en la zona, ha visto cómo los muchachos que ella ayudó a formar ahora hacen parte de “los guardianes de la ciénaga”, como ella prefiere llamarlos.
A la par de este trabajo, la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA) también ha intervenido, como recuerda Ayari Rojano, bióloga de la entidad. “Hace cinco años empezamos un proceso de descontaminación de la Ciénaga de Mallorquín con microalgas que actúan con bacterias”, dice Rojano. El proceso, explica, es sencillo de entender: “Son microalgas de la misma ciénaga. Las sacamos, las alimentamos, las ponemos fuertes y las regresamos a la ciénaga para que consuman materia orgánica”. Hasta el momento, califica como “buena” la experiencia. (Le puede interesar: Pingüinos emperador podrían extinguirse para el año 2100)
Descubriendo el “tesoro oculto”
El 29 de enero de 2020, días antes de cumplir su primer mes como alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo dio a conocer uno de sus sueños más grandes como mandatario local: “Descubrir el tesoro que ha estado oculto por décadas: la integración del río Magdalena y el mar Caribe en la Ciénaga de Mallorquín y la playa urbana de Puerto Mocho, que serán recuperadas en un proceso de protección del ambiente y de generar un nuevo polo turístico con criterios de sostenibilidad”.
El proyecto, llamado Ecoparque Ciénaga de Mallorquín, contempla cuatro unidades funcionales, como le explicó la Alcaldía a El Espectador. En estas, las personas podrán caminar sobre la ciénaga, visitar un mirador para el avistamiento de aves, practicar deportes náuticos y asistir a un biomuseo en el cual se “enseñará sobre la ciénaga, sus especies, cuidado y conservación”, entre otras actividades. La infraestructura también contempla ciclorrutas, restaurantes, pasarelas y zonas de parqueadero.
Según la administración local, “el objetivo del ecoparque es recuperar el recurso natural para generar calidad de vida, turismo y empleo (...), representa la punta de lanza de Barranquilla como biodiverciudad y es considerada la obra de ingeniería más ambiciosa del Caribe”. En agosto de 2023 esperan finalizar las obras de la primera fase.
Sin embargo, casi al mismo tiempo que el alcalde presentó los renders del proyecto, parte de las comunidades de La Playa, Las Flores y Puerto Mocho empezaron a mostrar su descontento con el ecoparque. Las inquietudes y oposición, señala Acevedo, de Barranquilla +20, “surgen porque cuando la Alcaldía decide mirar al humedal, lo hace sin conocer a los actores y las relaciones que hay en el territorio”.
Para Pablo Pachón, fundador de la Veeduría de Mallorquín, la Alcaldía no solo ha desconocido a las comunidades, sino también que las ha “instrumentalizado” para cumplir con los requisitos de participación. Muestra de esto, dice, son los 12 espacios de socialización que la Alcaldía adelantó entre 2020 y octubre de 2022, según le confirmó la administración en diciembre de 2022. “¿Son suficientes 12 espacios en tres años y medio?”, se pregunta.
Pero la preocupación por la construcción del ecoparque va más allá de los temas de participación ciudadana. Las comunidades, Barranquilla +20 y la academia también le reprochan a la Alcaldía el hecho de que la infraestructura del proyecto vaya más adelantada que la recuperación ambiental de la ciénaga. Mientras la fase 1 y 2 del ecoparque ya se encuentran adjudicadas y sus obras avanzan diariamente, “la formulación del plan de recuperación y saneamiento del ecosistema solo ha avanzado en un 40 % de lo que va del cuatrienio”, expone Pachón con base en la rendición de cuentas que presentó el alcalde en febrero de este año. “A esta baja ejecución, se le suma que el plan no es público”, dice Pachón.
Al respecto, la Alcaldía le dijo a este diario que en compañía de la CRA “iniciaron el proceso de descontaminación del cuerpo de agua a través de una innovadora solución basada en la naturaleza”, aludiendo a las microalgas que han utilizado en la Corporación. Sobre este proceso, que comenzó en septiembre de 2022, Rojano, de la CRA, destaca que se han obtenido buenos resultados, disminuyendo la contaminación de la ciénaga a tal punto que el agua “ya es segura al contacto con ella”.
Pese a estas explicaciones, las dudas persisten para el profesor Luna y Gianis Giacometo, de la Fundación Foro Costa Atlántica, que también ha acompañado el proceso. Según Giacometo, “ha existido una priorización alrededor de embellecer la Ciénaga de Mallorquín, mas no a resolver los problemas ambientales”. Por su parte, León considera que los dos grandes causantes de la contaminación en el ecosistema siguen desatendidos.
De acuerdo con el profesor León, resolver la problemática ambiental de Mallorquín requiere, en primer lugar, construir plantas de tratamiento de aguas residuales (PTAR) que, como resultado, dispongan de agua limpia al arroyo León. Una segunda estrategia, dice, debe contemplar soluciones de vivienda para quienes viven en la ciénaga y no cuentan con saneamiento básico o alcantarillado. (Vea: Colombia ya no sabe qué hacer con los hipopótamos de Escobar)
Mientras tanto, Acevedo, de Barranquilla +20, insiste en una idea que le ha planteado a la administración local en varias oportunidades, según cuenta: “La Ciénaga de Mallorquín debe ser declarada como un área protegida”. Hasta el momento, esta y otras demandas que apuntan a detener el ecoparque han sido ignoradas.
Contrario a lo que han pedido las comunidades, ONG y organizaciones de la sociedad civil, las obras del proyecto continúan, al tiempo que grandes proyectos de vivienda se anuncian sobre parte de la ciénaga. Como denuncia Giacometo, el desarrollo del megaproyecto Ciudad de Mallorquín, que sería llevado a cabo por seis constructoras que planean edificar ocho conjuntos residenciales, no solo acabaría con gran parte del bosque que hay, sino que generaría procesos de gentrificación en la zona.
Por su parte, Barranquilla +20, la Veeduría, la Fundación Foro Costa Atlántica y las comunidades de La Playa y Las Flores le apuestan a sus procesos colectivos, seguir documentando lo que sucede en la ciénaga que habitan y trabajar por su conservación. Pero reconocen que su trabajo se adelanta en medio de la incertidumbre, pues aunque la Alcaldía asegura que serán tenidos en cuenta una vez el ecoparque entre en funcionamiento, no se fían de esta promesa
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