En Colombia hay un camino para salvar al tiburón martillo más pequeño del mundo
Dos científicos colombianos se llevaron una sorpresa cuando hallaron, gracias a unos pescadores del Pacífico, una rara especie de tiburón martillo tan grande como un brazo humano. Durante dos años lo estudiaron y descubrieron que hay un punto en nuestro país crucial para protegerlos. Hoy es una especie críticamente amenazada.
Daniela Quintero Díaz
Cuando hablamos de tiburones, usualmente pensamos en un animal gigantesco, con boca y dientes enormes. Pero imagínese por un momento un tiburón que, incluso en su estado adulto, pueda cargar con una sola mano. Así es el Sphyrna corona, la especie de tiburón martillo más pequeña del mundo, un raro animal del que aún se conoce muy poco.
La primera vez que los biólogos colombianos María Alejandra Herrera y Diego Cardeñosa lo vieron quedaron perplejos. Era 2020, y la pandemia del covid-19 les pisaba los talones mientras participaban en una expedición de la Comisión Colombiana del Océano en el Pacífico colombiano. Estaban explorando los Parques Nacionales Naturales Sanquianga y Gorgona.
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Cuando hablamos de tiburones, usualmente pensamos en un animal gigantesco, con boca y dientes enormes. Pero imagínese por un momento un tiburón que, incluso en su estado adulto, pueda cargar con una sola mano. Así es el Sphyrna corona, la especie de tiburón martillo más pequeña del mundo, un raro animal del que aún se conoce muy poco.
La primera vez que los biólogos colombianos María Alejandra Herrera y Diego Cardeñosa lo vieron quedaron perplejos. Era 2020, y la pandemia del covid-19 les pisaba los talones mientras participaban en una expedición de la Comisión Colombiana del Océano en el Pacífico colombiano. Estaban explorando los Parques Nacionales Naturales Sanquianga y Gorgona.
“La idea era conocer mejor la biodiversidad en esos sitios remotos, así que íbamos a la expectativa. Nos acercamos a unos pescadores, los vimos sacar sus capturas y esperábamos encontrarnos con algunas especies de tiburones típicos de la zona. Pero no. En el palangre (una línea de pesca con muchos anzuelos) iban unos tiburones amarillos pequeñísimos que no habíamos visto”, cuenta Cardeñosa, quien lleva más de 15 años estudiando tiburones.
Esta especie, conocida por los pescadores tradicionales como la “cachuda amarilla”, por su cabeza con forma de pala y su particular color, ha sido una de las menos estudiadas entre los tiburones martillo. Se sabe que es endémica del Pacífico Oriental Tropical y que se distribuye desde el golfo de California hasta Perú. También que enfrenta muchas presiones por la sobrepesca y la captura incidental en redes industriales y artesanales, por lo que sus poblaciones han caído drásticamente. Hoy se encuentra “críticamente amenazada” según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).
Sin embargo, se conoce muy poco de su movimiento, de los lugares donde pasa tiempo mientras es cría, juvenil o adulto, o de su interacción con la costa y las mareas. En México, por ejemplo, no se encuentra desde 1994 (se considera “extinta localmente”) y en resto del corredor marino, bajando hacia Suramérica, se registran uno o dos individuos al año. “El único lugar donde esta especie sigue siendo capturada con frecuencia por pescadores artesanales es en la región sur del Pacífico colombiano, especialmente en el Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga”, aseguran los investigadores.
Por eso, desde que se encontraron a “la cachuda” en 2020, decidieron armar un proyecto sin precedentes para rastrear los movimientos de esa especie. “Conocerlos nos da pistas importantes sobre los lugares que frecuenta y nos permite identificar los sitios que pueden ser cruciales para su conservación y manejo, sobre todo cuando se trata de una especie altamente amenazada”, explica la bióloga Herrera, autora principal de la investigación que se publicó esta semana en la revista científica Marine Ecology Progress Series.
Comunidades y ciencia para la conservación
La guía para que los biólogos colombianos hallaran el punto donde se encontraban fácilmente estos tiburones la dieron los pescadores artesanales. Ellos son parte de los consejos comunitarios de comunidades negras (La Plata, Ladrilleros, Puerto España, Juan Chaco y La Barra) que en 2010 crearon, junto al Gobierno Nacional, el área protegida de Uramba Bahía Málaga, con 479 km2. Allí pueden realizar actividades tradicionales y de subsistencia.
Entre 2022 y 2023, cuando se desarrolló el proyecto, no solo participaron de las salidas, sino que también convirtieron sus lanchas en un pequeño laboratorio y sala de cirugía, mientras los biólogos se encargaban de implantar en los tiburones un chip diminuto que serviría para rastrear sus movimientos.
El proceso no era sencillo y tenía que hacerse muy rápido. Con una línea de mano (un nylon y un anzuelo con carnada) capturaban los tiburones y los subían a la lancha. Luego los ponían en un recipiente con agua de mar, los medían, sexaban, marcaban con una etiqueta en la aleta dorsal y, en una incisión de tres centímetros, les insertaban el transmisor. Los suturaban con dos puntos quirúrgicos y los volvían a liberar en el agua. Todo en menos de cinco minutos.
“Son unos animales muy sensibles y teníamos que trabajar rápido. Nuestro mayor éxito fue que ninguno de los 27 tiburones marcados (22 hembras y cinco machos) murió después de nuestra intervención”, dice Herrera. De hecho, Matilde —como nombraron los pescadores a una de las tiburonas que se marcaron durante el proyecto— fue recapturada en el mismo punto 303 días después.
Pero poner el transmisor era solo la primera parte. En el agua, a lo largo de la costa, se instalaron unos receptores que captaban las señales y registraban el día, la hora y la identificación del tiburón que pasaba cerca. Así empezaron a mapearse algunos de sus movimientos.
“Recolectamos más de 419.000 detecciones. Y la gran mayoría de registros (más del 90 %) se dieron cerca de solo dos receptores. Uno tuvo 260 mil visitas y el otro 160 mil, mientras que los que estaban más al norte solo tenía 100. Eso nos indica que estos pequeños tiburones son muy fieles a áreas reducidas durante su vida adulta”, explican los científicos. En términos más técnicos, tienen una “alta residencia”, lo que puede ser una moneda de dos caras.
Por un lado, permanecer en esa pequeña área sugiere que los tiburones encuentran allí la mayoría de sus recursos. Si hay muchas presiones en este punto, se ven altamente afectados. Pero, por otro, dice Herrera, “es una oportunidad gigante”. Se podrían crear áreas pequeñas de protección que se traducirían en resultados importantes para la conservación.
“La pesca es el principal sustento para los habitantes de esa zona. Y este estudio es clave, porque permite pensar, de la mano de ellos, en la posibilidad de crear espacios de conservación y de no pesca, sin que eso afecte su subsistencia y seguridad alimentaria”, afirman los expertos. Sobre todo porque a principios de año la Resolución 0119 de la Aunap y el Ministerio de Agricultura (que causó mucho revuelo) permitió el uso y aprovechamiento del Sphyrna corona (y otras 14 especies de tiburones y rayas que fueran capturadas accidentalmente), pese a su estado de amenaza.
En palabras de Cardeñosa, este trabajo puede servir como mapa para identificar zonas importantes en ciertas especies y construir acuerdos con las comunidades. “La solución no es decir que no se puede pescar, sino que la ciencia nos permita juntarnos para protegerlos. Y aunque ‘la cachuda’ está en un punto crítico y se nos puede ir de las manos, aún no es tarde. Este lugar también es una esperanza”.
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