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                                                                                                                                Del Llano a su plato: el arroz está poniendo en problemas a las sabanas inundables

                                                                                                                                En los últimos 10 años, los cultivos de arroz en el Casanare, en la Orinoquia, crecieron un 222 % y hoy es el departamento con la mayor área sembrada. Pero detrás del vertiginoso avance de este cereal en el departamento, hay una gran incertidumbre por el impacto ambiental y cultural que están dejando las cientos de miles de hectáreas que hoy albergan un alimento básico de la canasta familiar de los colombianos.

                                                                                                                                César Giraldo Zuluaga

                                                                                                                                Periodista sección Vivir
                                                                                                                                Desde 2021, Casanare se convirtió en el departamento con la mayor área sembrada de arroz en el país, con más de 180.000 hectáreas al año.
                                                                                                                                Foto: Terumoto Fukuda

                                                                                                                                Mientras José Ramiro Téllez repasa la historia de tensiones con la petrolera que apareció a siete kilómetros de su reserva natural, en la zona rural de Paz de Ariporo (Casanare), hace unos 10 años, se escucha el trinar de algunas aves, como la chenchena y el tautaco. Sentado en uno de los extremos del puente peatonal de madera que construyó él mismo para cruzar el riachuelo La Maleza, que atraviesa las 657 hectáreas de la Reserva Natural de la Sociedad Civil Aves D’Jah, señala algunas tortugas sabaneras que están tendidas en la ribera del pequeño cauce y a un par de babillas de las que apenas se alcanzan a ver sus ojos saltones. Téllez, que lleva casi seis décadas en esta región, tiene un apodo difícil de olvidar: todos lo llaman el ganadero vegetariano.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Foto: Terumoto Fukuda

                                                                                                                                Mientras José Ramiro Téllez repasa la historia de tensiones con la petrolera que apareció a siete kilómetros de su reserva natural, en la zona rural de Paz de Ariporo (Casanare), hace unos 10 años, se escucha el trinar de algunas aves, como la chenchena y el tautaco. Sentado en uno de los extremos del puente peatonal de madera que construyó él mismo para cruzar el riachuelo La Maleza, que atraviesa las 657 hectáreas de la Reserva Natural de la Sociedad Civil Aves D’Jah, señala algunas tortugas sabaneras que están tendidas en la ribera del pequeño cauce y a un par de babillas de las que apenas se alcanzan a ver sus ojos saltones. Téllez, que lleva casi seis décadas en esta región, tiene un apodo difícil de olvidar: todos lo llaman el ganadero vegetariano.

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                                                                                                                                En la reserva de Téllez, en la zona rural de Paz de Ariporo, se pueden observar cientos de animales, entre los que se encuentran los monos aulladores que se pasean entre los árboles
                                                                                                                                Foto: Terumoto Fukuda

                                                                                                                                A poco más de una hora y media de camino desde el casco urbano de Paz de Ariporo, se encuentra la finca donde Henry Ramírez, agrónomo y arrocero de segunda generación, y su familia tienen sembradas miles de hectáreas de este cereal. A excepción de una franja de árboles, que está a unos 200 metros de la entrada, el resto del paisaje está uniformado por un verde intenso. Es el color que caracteriza al pasto del arroz (Oryza sativa) plantado hace pocas semanas.

                                                                                                                                Dentro del cultivo, a 15 metros del camino por donde se moviliza la maquinaria, se escucha a lo lejos el canto de un par de pájaros. Pero, sobre todo, se distingue el ruido del motor de la camioneta de Ramírez, que permanece encendida, y las ráfagas de viento que anticipan la lluvia.

                                                                                                                                Las cosas en estas últimas dos décadas han cambiado mucho, dicen de manera independiente José Ramiro Téllez y Henry Ramírez. Para Téllez, de 57 años, el petróleo, primero, y ahora el arroz han ido transformando las extensas sabanas inundables y los parches de bosque que caracterizan a este departamento. Ramírez, cuya familia lleva 40 años en el negocio, piensa muy diferente: que el avance de los cultivos se ha logrado gracias a las vías que construyeron las petroleras y al salto tecnológico que ha tenido la actividad desde hace, por lo menos, 12 años.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pero, desde 2021, Casanare se convirtió en el departamento con la mayor área sembrada de arroz en el país, con más de 180.000 hectáreas al año; es decir, 100.000 hectáreas más que en Tolima y 40.000 más que en el consolidado de los 19 departamentos. Frente a inicios del milenio, ha tenido un crecimiento del 222 %. En la animación que está a continuación, puede ver el desarrollo de este cultivo en los principales departamentos del país.

                                                                                                                                Detrás del vertiginoso aumento de esta actividad se esconde una realidad que preocupa a habitantes y estudiosos de la región: la principal causa de pérdida de biodiversidad en la Orinoquia es el cambio no sostenible del uso del suelo. La alta transformación de las sabanas inundables y bosques ribereños no solo amenaza la riqueza natural del Casanare, sino que la ganadería de cría —actividad con más de 400 años de historia que ha forjado la identidad llanera— también está en riesgo de desaparecer.

                                                                                                                                Las sabanas inundables ¿de arroz?

                                                                                                                                Lo que ahora conocemos como Orinoquia —una cuenca de más de 980.000 kilómetros cuadrados que compartimos con Venezuela— empezó a formarse hace cientos de millones de años. Los cambios geológicos, geográficos y biológicos que se empezaron a dar desde esas épocas explican, por ejemplo, la formación de las rocas que generan los hidrocarburos que han hecho de esta región una zona fundamental para el sector.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                El conocimiento sobre las sabanas inundables del Casanare y Arauca ha mejorado en las últimas dos décadas. Ahora, comenta Sofía Rincón, bióloga y coordinadora ecorregional de Orinoquia de WWF Colombia, sabemos que “son ecosistemas de altísima importancia, pues proveen beneficios a las personas por su naturaleza relacionados con el agua, los alimentos, las reservas de carbono y el desarrollo de la identidad cultural”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El desconocimiento de estos ecosistemas, coinciden Miranda y Rincón, ha llevado a que personas externas a la región las hayan subvalorado y malinterpretado llamándolas “tierras improductivas”. Por estudios recientes que han adelantado organizaciones como la Fundación Cunaguaro, WWF y el Instituto Humboldt, entre otras, se sabe que estas sabanas son claves para la regulación de los flujos de agua, al ser una de las zonas de humedales más grandes del país, como se puede observar en el mapa. También recargan y descargan los acuíferos, controlan la sedimentación, purifican el agua y son sala cuna de cientos de especies de peces.

                                                                                                                                Humedales de la Orinoquia.
                                                                                                                                Foto: 'Colombia Anfibia', Volumen 1 - Instituto Humboldt.
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Se cree que el primer gran hato ganadero del Casanare, Caribare, se estableció a mediados del siglo XVI, con la llegada de los jesuitas a la región. Hacia finales del siglo XVIII alcanzó a tener 10.000 cabezas de ganado y una extensión de 220.000 hectáreas, un área similar a la que ahora ocupa una ciudad como Santa Marta, de acuerdo con el Gran libro de la Orinoquia colombiana, del Instituto Humboldt. Seudiel Gualteros, llanero de 56 años que ahora vive a orillas del río Pauto a su paso por San Luis de Palenque, trabajó en Guanapalo, un hato más pequeño que Caribare, pero creado en una época similar.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Seudiel Gualteros es un llanero de 56 años que ahora vive a orillas del río Pauto a su paso por San Luis de Palenque, donde funciona su rancho - museo 'El llanerazo'.
                                                                                                                                Foto: Terumoto Fukuda

                                                                                                                                En los cálculos de Gualteros, los hatos conservaron su extensión hasta hace unos 40 años. Justo por esa época, dos actividades productivas empezaban a asomarse en el departamento: el petróleo y los cultivos de arroz. Las perforaciones petroleras cogieron fuerza desde 1988, con los descubrimientos de Cusiana 1 y 2, dos de los campos de hidrocarburos más importantes que ha tenido el país.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El arroz también llegó en la década de los 80, ante el arribo de cultivadores del Tolima, pero solo fue desde 1995 cuando se establecieron los primeros cultivos comerciales en Yopal y Aguazul. Miranda, de la Fundación Cunaguaro, recuerda que cuando era una niña ya veía cultivos de arroz y “conocía quiénes eran los arroceros de la región y en las zonas puntuales en las que estaban”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El primer cambio que notaron los casanarenses fue la homogeneización de las sabanas. Luego, los impactos comenzaron a hacerse más evidentes. Gualteros, por ejemplo, empezó a sentirlo cuando salía a coger pescado en los esteros que están cerca de su terreno, en la ribera del río Pauto. “Donde estamos era un territorio de reproducción de los peces. Allá en los bajos, usted iba y cogía los bagres que necesitaba. Cuando llegaron las arroceras, usted esperaba media hora después de que fumigaran, salía a la sabana y veía la cantidad de peces muertos”.

                                                                                                                                Catalina Mora, administradora de la Reserva Natural de la Sociedad Civil La Palmita, en Trinidad, muy cerca de San Luis de Palenque, vio morir envenenados a miles de patos guires. Al igual que Gualteros, también notó como el llano comenzó a achicarse, con la desaparición paulatina de los extensos hatos ganaderos. “Ahora son fincas de 600 hectáreas o menos; hay una sensación de que la libertad del llanero se ha cortado”, dice.

                                                                                                                                En la foto se pueden observar varios predios con arroz sembrado. Los parches cafés corresponden a terrenos que están siendo preparados para el cultivo, mientras que en los verdes las plantas de arroz llevan varias semanas sembradas.
                                                                                                                                Foto: Terumoto Fukuda
                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                El arroz, un cultivo que se mueve

                                                                                                                                El ciclo vegetativo del arroz, dependiendo de la variedad, puede durar entre 105 y 120 días, explica Ramírez, arrocero de San Luis de Palenque. Este es el tiempo que le toma a la planta del arroz germinar, reproducirse y madurar, para ser cosechada. Sin embargo, aclara, la actividad del agricultor puede tomar entre ocho y diez meses —a veces, un año— planificando la cosecha de un cultivo tan corto.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lo primero que se debe hacer, en cualquier caso, es adecuar el terreno. Esto, inevitablemente, implica allanar el espacio que, lejos de cualquier imaginario, es un terreno dispar, con más de 32 tipos de sabana. Para esto, se usan grandes máquinas que van borrando los matices de verde que caracterizan las sabanas, en unos espacios cafés con la tierra expuesta.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Es en esta primera etapa del cultivo donde los conservacionistas y científicos consideran que suceden los impactos ambientales más importantes que causa el arroz. Rincón, de WWF, tiene una analogía que puede ayudar a entenderlo. Si en la Amazonia hablamos de deforestación para referirnos a la tala de los árboles, en la Orinoquia, más precisamente en las sabanas inundables del Casanare, nos referimos a la conversión o transformación del ecosistema cuando se cambia su cobertura natural por arroz, como sucede en este caso.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Además del impacto visual, se pierden varios servicios ecosistémicos, que es como los científicos nombran los beneficios que los humanos obtenemos de la naturaleza. En el caso de la transformación de estas sabanas, que son cóncavas (como una cuchara), Jeisson Julián Ortíz, zootecnista y asistente técnico en la RNSC La Palmita, menciona solo un ejemplo que es clave: la capacidad que tienen de retener el agua y reducir la velocidad con la que llegan a otras partes. Al cultivarse arroz secano, que a diferencia del de riego depende exclusivamente del agua lluvia, los arrozales transforman las dinámicas hídricas de las sabanas para aprovechar durante la mayor cantidad de tiempo posible el recurso hídrico.

                                                                                                                                La aplicación indiscriminada de los agroquímicos para abonar el terreno, controlar malezas, enfermedades o fertilizar el cultivo contamina las aguas que discurren hasta los caños, envenenando a peces y otros animales que merodean en los humedales, como las aves y el ganado.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                De esto también da cuenta el Plan de Ordenamiento Productivo del Arroz en Colombia 2020-2038, publicado en 2020 por la UPRA. Además de la fertilización nitrogenada y las prácticas no tecnificadas, el uso desmedido de agroquímicos es “una de las actividades en la cadena productiva del arroz que genera mayores emisiones de GEI (gases de efecto invernadero)”, señala el documento.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Si los pesticidas y fungicidas se aplican desde avionetas, como se puede observar desde tempranas horas de la mañana hasta el mediodía, las afectaciones también las pueden percibir los humanos. Así le ha pasado a Téllez, el ganadero vegetariano de Paz de Ariporo, quien relata que en varias ocasiones ha tenido que desalojar a las personas mayores que lo visitan por las nubes que terminan alcanzando su predio. Con menos suerte han corrido las abejas aricas que ha intentado establecer en su reserva. “Así fumiguen a cinco o seis kilómetros de distancia, nos llegan esos agrotóxicos y nos devastan a las abejas”, dice.

                                                                                                                                Avionetas como la de la foto son utilizadas para fumigar amplios cultivos de arroz en distintos municipios del Casanare.
                                                                                                                                Foto: Terumoto Fukuda
                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                “Lo que queríamos evaluar era cómo afectan los arrozales varios aspectos de la ecología, sobre todo de mamíferos, incluyendo a hormigueros, que son nuestra especie bandera”, comenta Rojano. Con este objetivo en mente, a finales de 2021 y mediados de 2022, instalaron 140 cámaras trampa en tres zonas: cultivos de arroz, cultivos de palma de aceite y zonas ganaderas. Buscaban estimar la riqueza de especies en cada una de las zonas, así como sus patrones de comportamiento.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Sin embargo, advierte Rojano, hay un matiz relevante al hablar de los resultados: en la medida en que un arrozal conserve un área de bosque, la riqueza de especies disminuye solo un 20 % frente a las zonas ganaderas. “El problema es que los arroceros, además de estar transformando la sabana, están usando hasta el último metro cuadrado de bosque”, dice.

                                                                                                                                Los garceros son porciones de bosque habitadas por diversas especies de garzas. Con la transformación de las sabanas y la reducción de los bosques, las aves también sienten los impactos por el avance los cultivos de arroz en el departamento.
                                                                                                                                Foto: Terumoto Fukuda
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                A pesar de que los humedales —como las sabanas inundables— son el ecosistema más amenazado a nivel mundial, tienen otra característica que se hace vital frente al cambio climático: son sumideros de carbono. En otras palabras, pueden fijar el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera en el suelo —en forma de carbono orgánico del suelo (COS)—, contribuyendo así a paliar el calentamiento global.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Las fuentes consultadas para este reportaje coinciden en que todas estas problemáticas se estarían viendo exacerbadas por dos factores: la transformación del paisaje se está dando de forma acelerada y la movilidad que tiene esta actividad agroindustrial, pues los cultivos de arroz se mueven de terreno en terreno y de un año a otro.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Aun así, ninguna de las fuentes consultadas para este reportaje se opone a los cultivos de arroz, pero consideran que se deben adoptar mejores prácticas para disminuir los impactos de la actividad en el Casanare. ¿Cuáles son las alternativas que se están planteando para enfrentar la principal pérdida de biodiversidad en el departamento? Léalo en la entrega de mañana.

                                                                                                                                No ad for you

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