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Un informe del Departamento de Ciencias de la Flora y la Fauna de la Universidad Brigham Young señala que el uso excesivo de agua es un factor clave para entender la desecación progresiva del Gran Lago Salado de Utah, que podría colapsar en los próximos cinco años. El cambio climático, que ha agravado la sequía en Occidente, sería un factor secundario.
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A medida que el lecho del lago queda expuesto, el polvo tóxico mezclado con metales como antimonio, cobre, circonio y arsénico se convierte en un problema. Esto podría provocar la degradación del suelo y el derretimiento de la nieve, así como aumentar el riesgo de que los residentes sufran afecciones respiratorias, cardiopatías, enfermedades pulmonares y cáncer.
“La primera ley de la ecología es que todo está conectado. El colapso o la recuperación del Gran Lago Salado tendrá repercusiones regionales e incluso hemisféricas. Perderlo sería una tragedia global”, explicó a Live Science el autor principal del informe, Benjamin Abbott, ecólogo de ecosistemas de la Universidad Brigham Young. “Tenemos que reducir rápidamente nuestro consumo de agua o sufrir las consecuencias. No se puede negociar con la naturaleza”.
Según el informe, el lago salino más grande de Norteamérica aporta directamente unos $2.500 millones de dólares de productividad económica al año y mantiene unos 9.000 puestos de trabajo locales. Además, debido a que su evaporación aumenta las nevadas en las montañas cercanas entre un 5% y un 10% anual, aporta otros 20.000 empleos y $1.800 millones de dólares al año.
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Aunque el ser humano lleva afectando al agua del lago desde el siglo XIX, no fue hasta la construcción de presas, canales y tuberías en el siglo XX cuando se convirtió en la fuerza dominante de esta fuente hídrica.
Cabe mencionar que, para 2017, los habitantes de la zona desviaban anualmente 3,3 billones de litros de agua al año de los arroyos que alimentan el lago. La agricultura representa alrededor del 75% de la demanda de la cuenca.
Así, el nivel del lago está ahora casi seis metros por debajo de su media, y ha perdido el 73 % de su agua y el 60 % de su superficie desde 1850. Para invertir la tendencia, resaltan los investigadores, habría que reducir entre un tercio y la mitad del consumo de agua en la cuenca del lago.
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“Tenemos que pasar de pensar en la naturaleza como una mercancía, como un recurso natural, a lo que hemos aprendido en los últimos 50 años en ecología, y lo que las culturas indígenas siempre han sabido”, manifestó Abbott al Washington Post.
Por otro lado, la fauna que habita en el lago también está en peligro inminente. El agua se ha vuelto demasiado salada para las moscas de las riberas, una especie clave en la cadena alimentaria del ecosistema, al igual que para millones de aves migratorias que dependen de la fuente hídrica. Mientras tanto, las artemias, que alimentan a millones de personas en todo el mundo, podrían perder su morada acuática.
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