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Caimanes, pirañas, serpientes, sapos... Los incendios en el Pantanal han transformado grandes áreas del mayor humedal del planeta en una tumba a cielo abierto, donde la Policía Ambiental de Brasil busca ahora señales de vida animal. (Lea Colombia firmó pacto para erradicar plásticos de un solo uso, ¿en qué consiste?)
Después de sufrir los peores incendios para el mes de noviembre, con casi 4.000 fuegos, récord histórico en ese periodo, las lluvias intermitentes del último día han dado una tregua al bioma, pero han dejado al descubierto la magnitud del desastre. Los campos de ceniza se extienden en muchas zonas hasta donde alcanza la vista.
El suelo es una alfombra negra y gris que cruje con cada paso. Las hojas de las palmeras están marchitas y las pozas antes inundadas, tan características de este ecosistema pantanoso, son cementerios de peces carbonizados. (Lea Colombia, uno de los países con mayor potencial de energías renovables para 2030)
La patrulla del capitán Jorge Martins Júnior, de la Policía Militar Ambiental de Mato Grosso do Sul, está tristemente sorprendida con la dimensión del estrago: "Está todo quemado".
En lo que va de año se han quemado más de un millón de hectáreas de Pantanal brasileño, aunque el ecosistema también se extiende a Paraguay y Bolivia y está considerado el mayor refugio de jaguares del mundo. Buena parte de esa superficie se ha consumido apenas este mes.
Es un paisaje devastado por el fuego, yermo de vida, del que solo pudieron escapar los animales más grandes y habilidosos, aunque no siempre.
Un caimán, especie extremadamente ágil, no ha logrado escapar de las llamas y de él solo resta su chasis retorcido. En el caso de las hembras de este reptil, si están en fase de anidación, se quedan protegiendo los huevos aunque estén cercadas por las llamas.
Al rescate de los heridos
La unidad ambiental recorre en lancha rápida el río Miranda con una misión: encontrar animales heridos para su rescate en el Parque Estatal Pantanal do Rio Negro, donde se sospecha que se originó un incendio de grandes proporciones, inflamado por las altas temperaturas y las fuertes rachas de viento.
La embarcación detiene su curso de forma brusca. “¡Jaguar!¡Jaguar!”, exclama uno de los agentes. En la orilla se encuentra el majestuoso felino junto a un tronco aún humeante. Lo observan durante unos segundos para analizar su condición. Aparentemente, se encuentra bien y prosiguen su marcha.
La semana pasada otra patrulla salvó a un tucán herido que ahora se encuentra recibiendo cuidados en comisaría.
A ellos les tocó socorrer a una tortuga que intentaba huir desesperada de unos incendios vinculados con la extrema sequía en la Amazonía, en el norte de Brasil, causada a su vez por El Niño y agravada por la crisis climática, según los expertos.
El fuego, que en muchas ocasiones es casi "imposible" de combatir en el Pantanal por su virulencia, también ha elevado el número de atropellamientos en carretera.
“Como su hábitat natural se está quemando, los animales buscan refugio en lugares más altos y sin fuego. Las carreteras cumplen esas condiciones y por eso aumentan los accidentes”, explica a EFE Martins Júnior.
Una ruina ecológica y económica
Además del daño medioambiental, la ola de incendios también ha afectado de forma severa a la población local, sobre todo a aquellos que viven del turismo.
Ernesto Coutinho, gerente de la Posada 'Passo do Lontra', dice que "no consigue dormir correctamente" desde hace semanas por miedo a que el fuego devore el hotel, construido entero de madera.
Hace unos días sufrieron un incendio en la zona de los generadores que ya les causó un perjuicio de 500.000 reales (100.000 dólares - 94.000 euros). En este momento, no tienen ningún huésped.
“La sequía está fuera de lo normal y los incendios acaban dificultando la visita de los turistas, que es lo que mueve la región. Eso es pésimo para nosotros”, afirma este ciudadano angoleño que trabaja en el Pantanal desde hace casi una década.
"Desde que llegué, cada año ha sido más caliente que el anterior y los incendios raramente nos golpeaban de forma secuenciada. Ahora prácticamente lo hacen todos los años", añade.
María Aparecida también siente los efectos del fuego. Esta señora de 67 años vive con su marido en una casa aislada a pocos metros de una laguna donde tiene ‘domesticados’ a decenas de caimanes, a las que usa como atracción turística pidiendo la voluntad a aquellos que quieren verlos de cerca.
“Se está quemando mucho esta zona”, comenta, pero se mantiene optimista. Confía en que Dios revertirá la situación: “Todo irá bien”.