El pueblo indígena que tomó agua potable durante la peor sequía en la Amazonia
En una región donde la mayoría de la población no tiene acceso a agua potable, una comunidad indígena logró enfrentar durante algunas semanas las extremas condiciones que redujeron el caudal del río Amazonas en más de un 80 %.
César Giraldo Zuluaga
Entre agosto y finales de octubre, la Amazonia, sobre todo la de Brasil, Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia, vivió una sequía histórica. Por mencionar solo un ejemplo, en la estación hidrológica de Nazareth, a 22 kilómetros de Leticia, el IDEAM registró una disminución del caudal del río Amazonas, considerado como uno de los más caudalosos del mundo, de un 82 % desde abril.
Romario Saldaña Perea, un indígena peruano que lleva 15 años viviendo en la comunidad de La Libertad, del resguardo indígena Tiitanho Nijaamu, a una hora y cuarto en lancha desde la capital del departamento, recuerda que debía caminar por horas hasta encontrar angostos tramos del río Amazonas por donde pudieran navegar los botes. Como la comunidad de Saldaña, otras 10 poblaciones, compuestas aproximadamente por 3.000 personas, quedaron aisladas por la intensa sequía, según reportes de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD).
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Entre agosto y finales de octubre, la Amazonia, sobre todo la de Brasil, Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia, vivió una sequía histórica. Por mencionar solo un ejemplo, en la estación hidrológica de Nazareth, a 22 kilómetros de Leticia, el IDEAM registró una disminución del caudal del río Amazonas, considerado como uno de los más caudalosos del mundo, de un 82 % desde abril.
Romario Saldaña Perea, un indígena peruano que lleva 15 años viviendo en la comunidad de La Libertad, del resguardo indígena Tiitanho Nijaamu, a una hora y cuarto en lancha desde la capital del departamento, recuerda que debía caminar por horas hasta encontrar angostos tramos del río Amazonas por donde pudieran navegar los botes. Como la comunidad de Saldaña, otras 10 poblaciones, compuestas aproximadamente por 3.000 personas, quedaron aisladas por la intensa sequía, según reportes de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD).
Además de las dificultades para movilizarse por el río, las comunidades indígenas que habitan la cuenca del río Amazonas se vieron expuestas a una creciente inseguridad alimentaria, al tiempo que los menores dejaron de asistir a las escuelas por el cierre de 130 de estas, según datos de la UNICEF. Otro aspecto que generaba una inquietud particular entre las autoridades y los pobladores era el acceso a agua: sin lluvias y con un río disminuido en más de un 80 %, no había alternativa para acceder a este recurso.
Y es que en la cuenca del Amazonas se vive una gran paradoja: pese a que alberga el 20 % del agua dulce del planeta, siete de cada diez habitantes no tiene acceso a agua potable, de acuerdo con datos de la ONG World Vision. En Colombia la situación no es muy distinta. Según la información del Censo Nacional de Población y Vivienda de 2018, elaborado por el Departamento Nacional de Estadística (DANE), el 62,2 % de los hogares en los centros poblados y rural disperso de Leticia no tenían acceso a una fuente de agua mejorada.
La situación en La Libertad durante la última sequía fue, por algunas semanas, distinta a la del resto del departamento. Por al menos un mes, sus más de 400 habitantes pudieron disfrutar diariamente del acceso a agua potable a la que tienen acceso gracias a un sistema de captación y potabilización de agua lluvia que entró en funcionamiento a mediados de 2019 y que tiene capacidad de potabilizar 6.000 litros de agua al día.
Aunque los beneficios de este sistema van más allá de hacerle frente a una histórica sequía, la comunidad y los responsables del proyecto —la Cancillería y la FAO— hacen un llamado para seguir implementado estas soluciones. En el horizonte no solo está el reto de llegar a más comunidades con este sistema —hasta ahora solo está en cuatro—, sino de pensar en nuevas alternativas para abastecer de agua a una región que, por cuenta del cambio climático, pasó de sufrir cuatro sequías en un siglo, a cuatro en menos de 25 años, como recordaban hace unos meses algunos integrantes del Panel Científico del Amazonas.
Agua de mejor calidad que la de Bogotá
Hace algunos días Romario Saldaña cumplió un año como operador del sistema de captación y potabilización de agua lluvia que funciona en La Libertad. Mientras recibe los botellones de 19 litros que traen las familias que se reúnen a las afueras de la caseta donde funciona la planta, cuenta que hasta no hace muchos años la mayoría de su comunidad se abastecía del agua lluvia sin tratar o de los caños que se desvían desde el Amazonas y se adentran por la selva. Tras hervirla, consideraban que ya era apta para el consumo humano.
“Para nosotros, —dice Alirio Caisara, el curaca de La Libertad, la máxima autoridad de la comunidad— la quebrada que corre por esta selva era agua limpia, pero eso era mentira. Resulta que los niños vivían enfermemos, con diarrea, parásitos y desnutrición”.
Esto fue algo que notaron rápidamente desde el equipo de la Cancillería y la FAO cuando llegaron a trabajar en la comunidad en 2016. “Lo que encontramos, en principio, es que efectivamente todas las comunidades captan agua lluvia de los techos, la almacenan, pero no hay ningún tipo de proceso de tratamiento del agua. En el mejor de los casos, había un toldillo que lograba captar las hojas y partículas más gruesas”, señala Juan Manuel Bustamante, coordinador de proyectos de la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura.
Tras tomar unas muestras de agua y enviarlas a un laboratorio en Bogotá, sus sospechas se confirmaron. Entre los resultados, encontraron que la concentración de aerobios mesófilos, unos microorganismos cuya presencia da cuenta de contaminación ambiental, doblaba el valor de referencia para el consumo de agua. También, agrega Bustamante, presentaba coliformes totales y Escherichia coli, otros indicadores que daban cuenta de que la calidad microbiológica “no era conforme”, como lo concluyó el laboratorio.
Con los resultados en mano, el equipo empezó a montar el sistema de captación y potabilización de agua lluvia. Sobre el techo de uno de los salones más grandes del colegio, instalaron la bandeja que recoge el agua. En esta zona del Amazonas, puede llover entre 3.000 y 5.500 milímetros al año. Esto, para que se haga una idea, es de tres a cinco veces la lluvia que cae en Bogotá, y entre cinco y siete veces las precipitaciones en Medellín.
Tras pasar por un primer filtro, el agua se almacena en un tanque de 50.000 litros de capacidad. Cuando Romario abre las puertas de la caseta, lo primero que hace es prender una moto bomba, alimentada por paneles solares, que pasa el líquido del tanque a uno más pequeño donde se agregan algunas pastillas de cloro. De ahí, el agua inicia un recorrido por varios filtros: el de arena sílice, el de carbón activado, uno de microfiltración de 5 y 10 micras, luego pasa por luz ultravioleta y, antes de salir por los dispensadores que opera Romario, pasa por un generador de ozono.
El resultado, por el que los pobladores de La Libertad pagan $500 por botellón rellenado, es agua de mejor calidad de la que se consume en Bogotá, según Bustamante. Esto se debe a que el agua que se distribuye en la capital contiene trazas de cloro, mientras que el de la comunidad indígena no, ya que el cloro se retira al pasar por el filtro de carbón activado.
Gracias al sistema, se potabilizan 180.000 litros de agua al mes, lo que suple las necesidades de los indígenas yagua que habitan este resguardo indígena e, incluso, como reconoce el curaca Alirio, les ha permitido vender algunos botellones a pobladores de comunidades vecinas. Aunque al inicio hubo cierta resistencia a consumir esta agua (sobre todo por el sabor), como recuerda la máxima autoridad de La Libertad, los resultados empezaron a notarse rápidamente.
Uno de ellos, dice, fue que la comunidad atravesó “el verano” del año pasado sin quedarse sin agua. El segundo, está relacionado con la disminución en las enfermedades gastrointestinales en los menores. De acuerdo con un estudio realizado por el Centro de Salud que atiende en la zona, adscrito a la Secretaria de Salud de Leticia, la diarrea infantil habría disminuido en un 95 % tras la instalación del sistema. El curaca Alirio recuerda que, luego de conocer estos resultados, le dijo a las autoridades municipales que prefería tener agua potable a “un puesto de salud lleno de medicamentos”.
Con los $1.000 que paga cada familia por el relleno de los dos botellones a los que tiene acceso, se formó un fondo rotatorio que tiene dos fines: una parte del dinero va destinado al operador de la planta como un reconocimiento a su labor, mientras que el restante se guarda en la comunidad para atender posibles reparos con los equipos de la planta. De esta manera, agrega Bustamante de la FAO, se asegura la sostenibilidad económica del proyecto.
Dos retos a futuro
Hace ya más de un mes que las lluvias regresaron a la Amazonia y aunque el caudal del Amazonas no ha retomado sus niveles normales, esto no genera ningún contratiempo para llegar a La Libertad desde Leticia. Pese a que desde hace algunas semanas los pobladores de esta comunidad indígena pudieron volver a tomar agua potable, son conscientes de que el cambio climático, que traerá sequías cada vez más intensas, representa un gran reto para el problema que creían superado.
A Alirio y a Bustamante, de la FAO, también les gustaría que más comunidades de la Amazonia colombiana tuvieran acceso a los sistemas de captación y potabilización que hay en La Libertad y en otras tres poblaciones cercanas. “Si uno mira la relación costo-beneficio, podría resolver el tema del agua en todas las comunidades”, apunta el funcionario de la FAO. El gran reto, en este sentido, es superar la falta de continuidad en los programas con la llegada de nuevos gobernadores regionales.
Frente al cambio climático y la posibilidad de periodos secos más parecidos al de este año, o incluso peores, la comunidad, la Cancillería y la FAO tienen claro que la solución pasa por dos aspectos. El primero, señala Bustamante, es poder ampliar la capacidad de almacenamiento de agua instalando un tanque adicional al que ya hay en La Libertad. El segundo aspecto, está relacionado con la búsqueda de otras alternativas de abastecimiento, como el agua subterránea, una posibilidad que también dejó ver la UNGRD en la reciente emergencia.
Sin embargo, las condiciones de la tierra en esta región podrían demorar esta alternativa, pues a la falta de estudios, se suman los grandes costos que implicaría la instalación de pozos subterráneos.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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