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La tierra cercana a la desembocadura del río Misisipi apenas es tierra. El agua fangosa se bifurca en un laberinto de senderos a través de una extensión aparentemente interminable de hierba de marisma de color verde eléctrico, bajo cielos espesos de aves. Camarones y cangrejos se retuercen en el agua, y robles y cipreses brotan de la tierra húmeda en los terrenos más elevados. Este delta fluvial, que se extiende más de 160 kilómetros a lo largo de la costa de Luisiana, es uno de los mayores y más famosos del mundo.
Allí donde los ríos vierten su lodo y arena en océanos poco profundos se han formado formas similares, llanas, húmedas y ricas en vida salvaje. Hay miles de deltas de este tipo en todo el mundo, con tamaños que van desde unos pocos acres hasta, en el caso del río Misisipi, miles de kilómetros cuadrados. Muchos de estos lugares, incluidas las marismas de Luisiana, están desapareciendo, a menudo con bastante rapidez.
Los suelos se hunden, por razones variadas y complejas. Y lo que es peor, a medida que el clima se calienta, los mares se elevan. En Luisiana, cada cien minutos desaparece la superficie de un campo de fútbol, un hecho devastador para los cientos de millones de aves que se detienen aquí en sus migraciones, y para las personas cuyas familias han vivido en estos humedales durante generaciones, y a veces milenios. Cientos de millones de personas que viven en otros deltas también podrían perder sus hogares y sus medios de subsistencia.
A finales de este año, una agencia estatal de Luisiana iniciará la construcción de lo que se ha llamado el mayor proyecto de restauración de ecosistemas de la historia de Estados Unidos. Un conjunto de compuertas en el dique permitirá que el agua vuelva a arrastrar lodo hacia las marismas, en un esfuerzo por reconstruir decenas de miles de acres de tierra. El proyecto ha sido controvertido, sobre todo porque es probable que afecte a la pesca, una importante industria local.
Los deltas son intrínsecamente pasajeros: a medida que el clima cambia, los mares suben y bajan, los deltas se forman y luego quedan enterrados bajo el agua. Sin embargo, estos últimos miles de años pueden considerarse como la “era de los deltas”, afirma el geomorfólogo Jaap Nienhuis, de la Universidad de Utrecht. No por casualidad, también ha sido una época de florecimiento humano. “La civilización humana comenzó cuando empezaron a aparecer los deltas fluviales modernos”, afirma Nienhuis. “Da miedo pensar en lo que podría ocurrir si los deltas fluviales desaparecieran”.
Nienhuis, autor principal de un artículo sobre los deltas fluviales publicado en 2023 en la revista Annual Review of Earth and Planetary Sciences, habló con Knowable Magazine sobre los retos que afrontan los deltas en los próximos siglos y sobre si estrategias como el “desvío de sedimentos” de Luisiana pueden marcar la diferencia necesaria. Esta entrevista ha sido editada por razones de extensión y para lograr más claridad.
¿Qué son los deltas fluviales y por qué son importantes?
Los deltas fluviales son lugares donde se asientan los sedimentos de los ríos. Los ríos se ralentizan cuando llegan al mar, y entonces todos los sedimentos que arrastran caen al mar. Así, con el tiempo, se va formando tierra.
Un delta típico es un lugar que se inunda, a veces por las mareas cada dos horas, mientras que algunos deltas solo se inundan una vez al año, durante un monzón o un gran huracán. La ecología y la biología tienen que estar muy bien adaptadas a esta inundación periódica.
Así que lo que solemos encontrar son pantanos: humedales de cipreses o manglares o marismas saladas, que se adaptan bien a la inundación por las mareas. Son lugares ideales para los peces. Los sedimentos arrastrados por el río son ricos en materia orgánica, buena para la agricultura. Así que no es de extrañar que muchos centros de población se encuentren en los deltas de los ríos: Nueva Orleans, Shanghái, Tokio, Yakarta. Gran parte de los Países Bajos es un delta. En total, 500 millones de personas viven sobre deltas fluviales en todo el mundo.
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¿Cómo se forman los deltas?
Los deltas existen en un equilibrio. Algunas fuerzas son constructivas. Básicamente, es necesario que el río aporte muchos sedimentos. Eso puede ocurrir de forma natural, mediante la construcción de montañas y la erosión posterior —por eso tenemos muchos deltas grandes aguas abajo del Himalaya—.
Luego están las fuerzas destructivas. El nivel del mar es un control de primer orden en la evolución de los deltas. Cuando el mar sube de nivel, los ríos tienen dificultades para aportar suficientes sedimentos.
Para entender los deltas actuales, hay que remontarse 20.000 años atrás, a una época en que la mayor parte del planeta estaba cubierta por capas de hielo. Un cambio en la orientación de la Tierra hacia el Sol provocó el deshielo y la subida del nivel del mar. Así, desde hace 20.000 años hasta hace 10.000 u 8.000 años, tuvimos un largo periodo de subida muy rápida del nivel del mar. No se construyeron muchos deltas, y los deltas más antiguos fueron cubiertos por el agua.
Entonces, cuando la mayoría de estas capas de hielo estaban casi derretidas, las tasas de aumento del nivel del mar empezaron a disminuir. Fue entonces cuando todos los sedimentos que salían de los ríos pudieron construir los deltas modernos. Esto ocurrió en la mayoría de los deltas fluviales más o menos al mismo tiempo —hace 7.000 años—. Por supuesto, cuando aparecieron por primera vez, estos deltas eran muy pequeños. Se han construido con el tiempo.
Curiosamente, el inicio de varias civilizaciones y ciudades antiguas coincide con esa desaceleración del aumento del nivel del mar. Esto no es una coincidencia. Los humanos y los deltas están muy entrelazados.
Parece que nuestra especie ha dependido de los deltas a lo largo de nuestra historia reciente. ¿Hemos afectado también a los deltas?
Lo hemos hecho. El ser humano puede ser una fuerza constructiva para los deltas. Lo que hemos visto en los últimos cientos de años es que la deforestación aguas arriba en la cuenca de un río puede provocar un aumento de la cantidad de sedimentos que arrastra el río. En ese sentido, el hombre ha acelerado mucho el crecimiento de los deltas en los últimos siglos.
Pero el ser humano también puede ser una fuerza destructiva. Está el hundimiento, por ejemplo: el descenso del terreno, que ocurre mucho en los deltas porque se construyen a partir de suelos jóvenes y blandos.
Aquí, en los Países Bajos, empezamos a drenar el delta porque queríamos utilizarlo para la agricultura. Y entonces el hundimiento se acelera y la tierra se hunde bajo tus pies, ya que el agua del suelo se seca. Así que ahora se construyen diques para protegerse de todas las inundaciones adicionales.
Pero ahora, debido a los diques, ya no llegan sedimentos a tu parte del delta, así que te hundes aún más. Así que se construyen más diques. La razón por la que los Países Bajos —y también partes de Nueva Orleans— están por debajo del nivel del mar es ese ciclo. Se crea una situación de la que no se puede salir. A eso lo llamamos “encierro”.
Si las fuerzas constructivas y destructivas están en equilibrio, los deltas seguirán siendo los mismos. Pero es un equilibrio muy, muy, muy delgado. Y los humanos, la mayor parte del tiempo, somos destructivos.
¿Tenemos una idea de la magnitud del problema?
Tenemos una visión general muy buena de todo lo que puede causar hundimientos. Pero es muy difícil medirlo.
El hundimiento se produce a muchas escalas a la vez. El deshielo de las capas de hielo en Canadá, por ejemplo, puede restar peso al manto terrestre e inclinarlo. Eso significa que, a medida que el hielo se derrite —y la tierra se eleva— en Canadá, la tierra de lugares tan lejanos como el delta del Misisipi puede acabar hundiéndose. Así que se están produciendo cambios a escala de miles de kilómetros.
Al mismo tiempo, si construyes una casa y añades peso al suelo, también lo hundes. Incluso con solo pararte sobre él, saltar sobre el suelo —estás cambiando la estructura de los poros en los granos de tierra que hay debajo—.
Imagina intentar integrar también lo que hace la vegetación con sus raíces, además de las lombrices que atraviesan el suelo. Luego tienes la extracción de petróleo o la extracción de aguas subterráneas —cambios a media escala—. Así que es difícil validar y probar nuestros modelos. Es un factor que limita mucho nuestra capacidad de decir algo sobre el futuro de los deltas.
Sin embargo, dado que el aumento del nivel del mar influye mucho en la construcción de los deltas, el mayor problema ahora es el cambio climático. El deshielo de las capas de hielo está provocando una subida del nivel del mar mucho más rápida que hace miles de años.
Parece que hemos estado en la “era de los delta”, pero eso está llegando a su fin
Definitivamente. Si nos alejamos y observamos los deltas en su conjunto, podríamos perder hasta un 5 % de la tierra a finales de este siglo, sobre todo debido a la subida del nivel del mar. Y hasta el 50 % de la tierra —210.000 kilómetros cuadrados— en solo unos pocos cientos de años.
Así que podría ir muy, muy rápido. Como el nivel del mar es tan importante aquí, mucho depende de lo que hagamos en términos de emisiones de CO2 y cambio climático.
No vamos a perder todos los deltas. Cuando los deltas son muy pequeños y están deshabitados, es muy fácil que respondan al nivel del mar. Pensemos, por ejemplo, en los deltas del Ártico. Básicamente, cuando el nivel del mar sube, estos deltas caminan con el nivel del mar río arriba: el delta avanza río arriba, sustituyendo lo que antes era tierra firme por humedales.
Pero en muchos deltas hemos construido diques, así que están fijos —no se mueven para ningún lado—. Y los grandes deltas son difíciles de mantener. Necesitan muchos sedimentos. Esos deltas son mucho más inciertos.
Con el tiempo, el aumento del nivel del mar se ralentizará de nuevo, y entonces volveremos a entrar en la era de los deltas, cuando los ríos puedan construirse de nuevo. Irónicamente, si continuamos con emisiones a un ritmo elevado, eso podría ocurrir antes, porque aceleraríamos el punto de inflexión en el que se derrumbarían las capas de hielo del mundo. Si seguimos con emisiones a un ritmo elevado, el aumento del nivel del mar podría ralentizarse de nuevo hacia el año 2400, y los deltas podrían volver a crecer a finales de este milenio, una vez que gran parte de Groenlandia y la Antártida se hayan derretido.
Aunque con mares 20 metros más altos, estarán en lugares nuevos. El delta del Misisipi se construirá en algún lugar cercano a la frontera con Arkansas. El delta holandés del Rin estará en la actual Alemania.
¿Hay algo que podamos hacer para salvar los deltas actuales?
Hay métodos de adaptación que pueden funcionar para deltas concretos. Una idea clave es intentar utilizar los sedimentos que bajan del río de forma más inteligente. Eso suele significar derribar diques y restablecer el flujo natural del río hacia los humedales del delta. Estos proyectos se llaman a veces “desvíos fluviales”. Los mayores proyectos —tanto por su costo como por la cantidad de sedimentos que llegan al delta— se están llevando a cabo en el delta del río Misisipi.
Pero incluso si se incluyen todos los proyectos que aún están en fase de planificación, este tipo de estrategias de restauración se están aplicando para salvar el 0,1 % de los deltas del mundo. Eso es muy poco comparado con la pérdida potencial de tierras.
Soy un poco escéptico sobre nuestra capacidad para ampliar estas estrategias y resolver todo el problema de los deltas. Los desvíos fluviales provocan altas tasas de sedimentación, pero estas tasas disminuyen con el tiempo. La tasa de sedimentación depende de la diferencia de altitud, así que a medida que se construye el terreno, cada vez es más difícil mantener el ritmo. Y los desvíos funcionan en partes muy pequeñas de un delta. Si un desvío de sedimentos funciona muy bien en el Misisipi, no puedes decir: “Voy a construir otro justo al lado”. En algún momento, te vas a quedar sin sedimentos.
La mayoría de los deltas fluviales persistirán durante toda mi vida. Pero pensar en la vida de mi hija o de mis nietos —eso será muy, muy diferente—. Es muy extraño pensar que estos lugares no existan.
Es un futuro oscuro. ¿Hay alguna razón para ser optimista?
Si realmente nos atenemos al Acuerdo de París, un tratado internacional que pretende mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 grados Celsius, entonces el panorama va a ser mucho más matizado. Entonces el optimismo que tengo es que la era de los deltas durará todavía mucho tiempo.
En realidad, no se trata de si perderemos tierras en los deltas, sino de cuándo las perderemos. Si realmente limitamos nuestras emisiones, podríamos aplazar las grandes pérdidas 500 años, o mil años, y para entonces, ¿quién sabe? ¡Quizá todos vivamos en ciudades flotantes!
El optimismo tiene que ser que vaya lo suficientemente despacio como para que se nos ocurran nuevas soluciones. Pero para darnos el tiempo que necesitamos, tenemos que empezar a abordar el cambio climático ahora.
Artículo traducido por Debbie Ponchner.