La batalla en la ONU para proteger la altamar
Los estados miembros de la ONU se reúnen a partir del lunes en Nueva York con la esperanza de salvar el tratado de la altamar, imprescindible para proteger el 30% del planeta para 2030.
Tras 15 años de negociaciones, esta será la tercera vez en menos de un año que los países se reúnen en la que se espera que sea la última ronda. A diferencia de otras veces, un optimismo moderado sobrevuela este encuentro, que está previsto que dure dos semanas.
Después del fracaso del pasado verano boreal, “las delegaciones se han reunido varias veces para tratar de encontrar un compromiso sobre los problemas espinosos que no pudieron ser resueltos en agosto”, dijo a la AFP Liz Karan, de la ONG Pew Charitable Trusts.
“Esto me da mucha esperanza de que (...) esta reunión sea la última” Una esperanza que cobró fuerza con la adhesión en enero de Estados Unidos a la coalición promovida por la Unión Europea y que tiene depositadas grandes ambiciones en este tratado.
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Integrada por 51 países, la coalición comparte “el objetivo de proteger de forma urgente los océanos”, subrayó entonces el comisario europeo del Medioambiente, Virginijus Sinkevičius, que considera “crucial” esta nueva reunión.
La altamar empieza donde terminan las zonas económicas exclusivas (ZEE) de los estados, que van hasta un máximo de 200 millas náuticas (370 km) de las costas, y no está bajo la jurisdicción de ningún país. Aunque representa más del 60% de los océanos, estas áreas marítimas han sido ignoradas históricamente, mientras que los estados ponían el foco en proteger las zonas costeras y algunas especies emblemáticas.
Sin embargo, “solo hay un océano, y un océano saludable significa un planeta saludable”, recuerda a la AFP Nathalie Rey, de High Seas Alliance, que agrupa una cuarentena de ONG.
Los ecosistemas oceánicos, amenazados por todo tipo de contaminación imaginable y por la sobrepesca, producen la mitad del oxígeno que respiramos y limitan el calentamiento climático al absorber una parte importante del CO2 emitido por las actividades humanas.
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“No se puede asegurar la buena salud de los océanos si ignoramos los dos tercios de la altamar”, dice Rey, que advierte que un nuevo fracaso sería “un desastre absoluto”. Sobre todo, porque el futuro tratado “será una etapa clave para garantizar el objetivo del 30% (de la protección del planeta) para 2030″, agrega.
En un acuerdo histórico alcanzado en diciembre, todos los países se comprometieron a proteger el 30% del total de las tierras y de los océanos para 2030. Un desafío casi inalcanzable sin incluir la altamar, del que solo cuenta con protección el 1% de su superficie.
¿Acuerdo a cualquier precio?
Uno de los pilares del futuro tratado sobre la “conservación y la utilización sostenible de la biodiversidad marina de las zonas no sujetas a jurisdicción nacional” es permitir la creación de áreas marinas protegidas en aguas internacionales.
Este principio está incluido en el mandato de las negociaciones que fue votado por la Asamblea General de la ONU en 2017, pero las delegaciones siguen divididas sobre cómo crear estos santuarios, así como sobre la obligación de evaluar el impacto sobre el medio ambiente de las actividades que se contemplan en la altamar.
Otro asunto espinoso es la repartición de los posibles beneficios procedentes de la explotación de recursos de la altamar, donde industrias como la farmacéutica, la química y la cosmética esperan encontrar una gran fuente de recursos.
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Ante la imposibilidad de llevar a cabo estas costosas investigaciones, los países en desarrollo temen quedar fuera de los posibles beneficios. En la cumbre de agosto, algunos observadores acusaron a los países ricos, en particular a la UE, de haber esperado hasta el último minuto para hacer una concesión.
Con este tratado complejo y vasto, que deberá lidiar con otros organismos que controlan partes del océano, en actividades como la pesca o la explotación minera de fondos marinos, el diablo está en los detalles, dicen preocupados los defensores de los océanos.
“A fin de cuentas, sería mejor tomarse más tiempo para asegurar un acuerdo fuerte, con impulso político, que apresurarse a adoptar un acuerdo de calidad inferior”, dice Glen Wright, investigador del Instituto del Desarrollo Sostenible y de las Relaciones Internacionales (IDDRI), aunque un nuevo fracaso sea una “profunda decepción”.
Tras 15 años de negociaciones, esta será la tercera vez en menos de un año que los países se reúnen en la que se espera que sea la última ronda. A diferencia de otras veces, un optimismo moderado sobrevuela este encuentro, que está previsto que dure dos semanas.
Después del fracaso del pasado verano boreal, “las delegaciones se han reunido varias veces para tratar de encontrar un compromiso sobre los problemas espinosos que no pudieron ser resueltos en agosto”, dijo a la AFP Liz Karan, de la ONG Pew Charitable Trusts.
“Esto me da mucha esperanza de que (...) esta reunión sea la última” Una esperanza que cobró fuerza con la adhesión en enero de Estados Unidos a la coalición promovida por la Unión Europea y que tiene depositadas grandes ambiciones en este tratado.
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Integrada por 51 países, la coalición comparte “el objetivo de proteger de forma urgente los océanos”, subrayó entonces el comisario europeo del Medioambiente, Virginijus Sinkevičius, que considera “crucial” esta nueva reunión.
La altamar empieza donde terminan las zonas económicas exclusivas (ZEE) de los estados, que van hasta un máximo de 200 millas náuticas (370 km) de las costas, y no está bajo la jurisdicción de ningún país. Aunque representa más del 60% de los océanos, estas áreas marítimas han sido ignoradas históricamente, mientras que los estados ponían el foco en proteger las zonas costeras y algunas especies emblemáticas.
Sin embargo, “solo hay un océano, y un océano saludable significa un planeta saludable”, recuerda a la AFP Nathalie Rey, de High Seas Alliance, que agrupa una cuarentena de ONG.
Los ecosistemas oceánicos, amenazados por todo tipo de contaminación imaginable y por la sobrepesca, producen la mitad del oxígeno que respiramos y limitan el calentamiento climático al absorber una parte importante del CO2 emitido por las actividades humanas.
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“No se puede asegurar la buena salud de los océanos si ignoramos los dos tercios de la altamar”, dice Rey, que advierte que un nuevo fracaso sería “un desastre absoluto”. Sobre todo, porque el futuro tratado “será una etapa clave para garantizar el objetivo del 30% (de la protección del planeta) para 2030″, agrega.
En un acuerdo histórico alcanzado en diciembre, todos los países se comprometieron a proteger el 30% del total de las tierras y de los océanos para 2030. Un desafío casi inalcanzable sin incluir la altamar, del que solo cuenta con protección el 1% de su superficie.
¿Acuerdo a cualquier precio?
Uno de los pilares del futuro tratado sobre la “conservación y la utilización sostenible de la biodiversidad marina de las zonas no sujetas a jurisdicción nacional” es permitir la creación de áreas marinas protegidas en aguas internacionales.
Este principio está incluido en el mandato de las negociaciones que fue votado por la Asamblea General de la ONU en 2017, pero las delegaciones siguen divididas sobre cómo crear estos santuarios, así como sobre la obligación de evaluar el impacto sobre el medio ambiente de las actividades que se contemplan en la altamar.
Otro asunto espinoso es la repartición de los posibles beneficios procedentes de la explotación de recursos de la altamar, donde industrias como la farmacéutica, la química y la cosmética esperan encontrar una gran fuente de recursos.
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Con este tratado complejo y vasto, que deberá lidiar con otros organismos que controlan partes del océano, en actividades como la pesca o la explotación minera de fondos marinos, el diablo está en los detalles, dicen preocupados los defensores de los océanos.
“A fin de cuentas, sería mejor tomarse más tiempo para asegurar un acuerdo fuerte, con impulso político, que apresurarse a adoptar un acuerdo de calidad inferior”, dice Glen Wright, investigador del Instituto del Desarrollo Sostenible y de las Relaciones Internacionales (IDDRI), aunque un nuevo fracaso sea una “profunda decepción”.