Mercurio en delfines de río, otra consecuencia de la deforestación en el Amazonas
Desde hace más o menos 20 años se sabe que aproximadamente el 37 % de la contaminación por mercurio en el río Amazonas proviene de la deforestación y la quema de árboles. Una reciente investigación encontró altos niveles de este elemento en 74 cetáceos del Orinoco y el Amazonas. ¿Cuáles son las implicaciones de esta problemática?
César Giraldo Zuluaga
La deforestación, contrario a lo que puede creerse o a lo que suele registrarse en los medios de comunicación, también afecta a los ecosistemas acuáticos. “Ha habido una fractura entre ecosistemas acuáticos y ecosistemas terrestres. Nosotros solemos decir: ‘No, los bosques están separados del agua, el agua está separada de los bosques’”, dice Federico Mosquera, biólogo de la Fundación Omacha, sobre este problema.
Para Mosquera, está lógica en la que separamos los distintos ambientes es producto de cómo construimos el conocimiento. Pero, advierte, “cuando comenzamos a ver los ecosistemas terrestres y su relación con el agua, comenzamos a entender la complejidad de la naturaleza. Mucho más en una de las selvas más biodiversas del planeta”. (Puede leer: Galeria: minería y deforestación, amenazas para los delfines rosados del Amazonas)
El biólogo hace referencia a la Amazonia, territorio que alberga aproximadamente al 10 % de la fauna y flora del planeta, pero que también enfrenta graves amenazas, como la deforestación que, en países como Colombia y Brasil, se concentra justo en sus terrenos amazónicos. Para el caso colombiano, según cifras del Ideam para 2020, el 63,7 % de las 171.685 hectáreas deforestadas se concentraron en la Amazonia.
Además de los graves impactos ambientales, ecosistémicos y culturales que tiene este fenómeno sobre la selva, el río Amazonas y las especies que lo habitan también padecen los efectos de la deforestación descontrolada. Una reciente investigación adelantada por Mosquera, en compañía de Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, y Jairo Pérez, coordinador del Laboratorio de Ecología Funcional de la Universidad Javeriana, centró sus análisis sobre cuál es el impacto que la tala y quema de árboles tienen sobre los delfines rosados, los depredadores “tope” del río Amazonas. (Le puede interesar: Los puntos donde están cazando el delfín rosado del Amazonas)
Quizás el efecto más grave de la deforestación sobre los ecosistemas acuáticos, como lo han señalado investigaciones anteriores, es la liberación de mercurio o metilmercurio que “es un metal pesado, altamente tóxico, que en humanos afecta el sistema nervioso central, genera mutaciones, daños en riñones y en glándulas como la tiroides”, explica el texto.
Por eso, señalan los investigadores, “en las últimas tres décadas, en las cuencas del Amazonas y Orinoco se ha documentado las altas concentraciones de mercurio total en humanos, peces, nutrias gigantes, y recientemente, en delfines de río”. Por trabajos realizados desde hace más de 20 años, se sabe que la contaminación por este elemento proviene de dos fuentes principalmente. El 63 % se explica por la minería de oro, mientras que el restante 37 % por la deforestación y quema de árboles.
La investigación de Mosquera, Trujillo y Pérez, publicada a finales de enero de este año en el Boletín Amazónico del Programa Amazónico Javeriano, analizó las concentraciones de mercurio en 74 tejidos de delfines de río en las cuencas del Orinoco y el Amazonas. En ella querían indagar “por los efectos de los incendios forestales y la deforestación sobre los niveles de mercurio total en los delfines de la especie Inia geoffrensisis”. (También puede leer: Estos delfines estaban “jugando” con una anaconda y ahora hay muchas preguntas)
Además, tuvieron en cuenta otros parámetros como: número de fuegos; área quemada; número de represas en construcción y operación; distancia a lugares de minería ilegal; densidad de fuegos; y, por último, concentraciones de mercurio total en peces reportados en la literatura científica.
Los resultados arrojaron que el 100 % de las muestras registraron la presencia de mercurio total por encima de los niveles recomendados por la OMS como admisibles para los seres humanos, que se encuentra en los 0.5 microgramos (µg) por kilogramo. El nivel promedio de este elemento en los delfines analizados fue de 2.74 µg por kilogramo, es decir, poco más de cinco veces por encima de lo recomendado. Incluso, en un individuo el resultado arrojó 37 µg por kilógramo, lo que significa que excede en 74 veces la concentración sugerida por la OMS.
“La concentración del mercurio total en delfines de río en las cuencas evaluadas se explica por el número de fuegos, la extensión de área quemada y deforestada, además de la densidad de fuegos”, concluyeron los investigadores sobre las variables que más influyeron.
Saulo Usma, especialista en agua dulce de WWF Colombia, explica que los delfines de río son los depredadores “tope”, es decir, los que más arriba se ubican en esa cadena trófica o alimenticia. “Entonces, por los procesos de biotransferencia, bioacumulación y biomagnificación, terminan siendo los más afectados por la contaminación de mercurio”. (Le puede interesar: Más allá de la espuma, el grave problema de contaminación en un río de Mosquera)
A lo que Usma hace referencia es que, al alimentarse de otros peces que también contienen elevados niveles de mercurio, los delfines terminan siendo “acumuladores” de ese elemento. Por eso es tan problemático que estos cetáceos sean cazados para utilizarse como carnada en la pesca del mota, un pez cuyo consumo fue prohibido en Colombia por los altos niveles de mercurio que presentaba.
Para Mosquera de Omacha, la problemática se agrava cuando comunidades indígenas de Colombia, Brasil, Venezuela, Perú o Bolivia, consumen la carne de estos animales, una práctica que ha venido en aumento durante los últimos años. Según el biólogo, lo que subyace esta problemática es el modelo de extractivismo que se ha cernido sobre la Amazonia desde la Colonia. “Como nación deberíamos reflexionar sobre si es necesario asumir el costo ambiental, social y de salud pública de las economías extractivistas, o, en su defecto, apostarle a un modelo económico que no tenga un crecimiento tan abrupto, pero que sea sustentable”, comenta Mosquera.
Con la investigación, los autores también hicieron un llamado de atención sobre la falsa fractura a la que Mosquera se refería inicialmente. “Se establece una estrecha relación y conectividad entre los ecosistemas terrestres y acuáticos, lo que sugiere una modificación en las estrategias de manejo que debido a la diferencia estructural de estos sistemas, se han gestionado de manera separada y no integralmente”.
La deforestación, contrario a lo que puede creerse o a lo que suele registrarse en los medios de comunicación, también afecta a los ecosistemas acuáticos. “Ha habido una fractura entre ecosistemas acuáticos y ecosistemas terrestres. Nosotros solemos decir: ‘No, los bosques están separados del agua, el agua está separada de los bosques’”, dice Federico Mosquera, biólogo de la Fundación Omacha, sobre este problema.
Para Mosquera, está lógica en la que separamos los distintos ambientes es producto de cómo construimos el conocimiento. Pero, advierte, “cuando comenzamos a ver los ecosistemas terrestres y su relación con el agua, comenzamos a entender la complejidad de la naturaleza. Mucho más en una de las selvas más biodiversas del planeta”. (Puede leer: Galeria: minería y deforestación, amenazas para los delfines rosados del Amazonas)
El biólogo hace referencia a la Amazonia, territorio que alberga aproximadamente al 10 % de la fauna y flora del planeta, pero que también enfrenta graves amenazas, como la deforestación que, en países como Colombia y Brasil, se concentra justo en sus terrenos amazónicos. Para el caso colombiano, según cifras del Ideam para 2020, el 63,7 % de las 171.685 hectáreas deforestadas se concentraron en la Amazonia.
Además de los graves impactos ambientales, ecosistémicos y culturales que tiene este fenómeno sobre la selva, el río Amazonas y las especies que lo habitan también padecen los efectos de la deforestación descontrolada. Una reciente investigación adelantada por Mosquera, en compañía de Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, y Jairo Pérez, coordinador del Laboratorio de Ecología Funcional de la Universidad Javeriana, centró sus análisis sobre cuál es el impacto que la tala y quema de árboles tienen sobre los delfines rosados, los depredadores “tope” del río Amazonas. (Le puede interesar: Los puntos donde están cazando el delfín rosado del Amazonas)
Quizás el efecto más grave de la deforestación sobre los ecosistemas acuáticos, como lo han señalado investigaciones anteriores, es la liberación de mercurio o metilmercurio que “es un metal pesado, altamente tóxico, que en humanos afecta el sistema nervioso central, genera mutaciones, daños en riñones y en glándulas como la tiroides”, explica el texto.
Por eso, señalan los investigadores, “en las últimas tres décadas, en las cuencas del Amazonas y Orinoco se ha documentado las altas concentraciones de mercurio total en humanos, peces, nutrias gigantes, y recientemente, en delfines de río”. Por trabajos realizados desde hace más de 20 años, se sabe que la contaminación por este elemento proviene de dos fuentes principalmente. El 63 % se explica por la minería de oro, mientras que el restante 37 % por la deforestación y quema de árboles.
La investigación de Mosquera, Trujillo y Pérez, publicada a finales de enero de este año en el Boletín Amazónico del Programa Amazónico Javeriano, analizó las concentraciones de mercurio en 74 tejidos de delfines de río en las cuencas del Orinoco y el Amazonas. En ella querían indagar “por los efectos de los incendios forestales y la deforestación sobre los niveles de mercurio total en los delfines de la especie Inia geoffrensisis”. (También puede leer: Estos delfines estaban “jugando” con una anaconda y ahora hay muchas preguntas)
Además, tuvieron en cuenta otros parámetros como: número de fuegos; área quemada; número de represas en construcción y operación; distancia a lugares de minería ilegal; densidad de fuegos; y, por último, concentraciones de mercurio total en peces reportados en la literatura científica.
Los resultados arrojaron que el 100 % de las muestras registraron la presencia de mercurio total por encima de los niveles recomendados por la OMS como admisibles para los seres humanos, que se encuentra en los 0.5 microgramos (µg) por kilogramo. El nivel promedio de este elemento en los delfines analizados fue de 2.74 µg por kilogramo, es decir, poco más de cinco veces por encima de lo recomendado. Incluso, en un individuo el resultado arrojó 37 µg por kilógramo, lo que significa que excede en 74 veces la concentración sugerida por la OMS.
“La concentración del mercurio total en delfines de río en las cuencas evaluadas se explica por el número de fuegos, la extensión de área quemada y deforestada, además de la densidad de fuegos”, concluyeron los investigadores sobre las variables que más influyeron.
Saulo Usma, especialista en agua dulce de WWF Colombia, explica que los delfines de río son los depredadores “tope”, es decir, los que más arriba se ubican en esa cadena trófica o alimenticia. “Entonces, por los procesos de biotransferencia, bioacumulación y biomagnificación, terminan siendo los más afectados por la contaminación de mercurio”. (Le puede interesar: Más allá de la espuma, el grave problema de contaminación en un río de Mosquera)
A lo que Usma hace referencia es que, al alimentarse de otros peces que también contienen elevados niveles de mercurio, los delfines terminan siendo “acumuladores” de ese elemento. Por eso es tan problemático que estos cetáceos sean cazados para utilizarse como carnada en la pesca del mota, un pez cuyo consumo fue prohibido en Colombia por los altos niveles de mercurio que presentaba.
Para Mosquera de Omacha, la problemática se agrava cuando comunidades indígenas de Colombia, Brasil, Venezuela, Perú o Bolivia, consumen la carne de estos animales, una práctica que ha venido en aumento durante los últimos años. Según el biólogo, lo que subyace esta problemática es el modelo de extractivismo que se ha cernido sobre la Amazonia desde la Colonia. “Como nación deberíamos reflexionar sobre si es necesario asumir el costo ambiental, social y de salud pública de las economías extractivistas, o, en su defecto, apostarle a un modelo económico que no tenga un crecimiento tan abrupto, pero que sea sustentable”, comenta Mosquera.
Con la investigación, los autores también hicieron un llamado de atención sobre la falsa fractura a la que Mosquera se refería inicialmente. “Se establece una estrecha relación y conectividad entre los ecosistemas terrestres y acuáticos, lo que sugiere una modificación en las estrategias de manejo que debido a la diferencia estructural de estos sistemas, se han gestionado de manera separada y no integralmente”.