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Llegar hasta Dubái desde Bogotá, a la 28 Cumbre de Cambio Climático (COP), me dejó una nueva deuda con el planeta de aproximadamente 6.13 toneladas de CO2. Al menos ese es el dato que me dicta una de las calculadoras de C02 que pululan por internet creadas para los que nos azotamos con culpas ambientales. En términos más gráficos, una tonelada de CO2 equivale al volumen de una piscina de aproximadamente 10 metros de ancho, 25 de largo y 2 metros de profundidad. He sumado entonces a mi cuenta climática personal seis piscinas de estas.
Ciertamente estar aquí junto a más de 100.000 personas no suena nada sostenible. Los que asistimos a esta COP, pese a las buenas intenciones, en realidad hemos aportado una cuota adicional de C02 a un planeta ya con fiebre. Científicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático coinciden en que son todas las actividades humanas que emiten gases de efecto invernadero las que “han causado inequívocamente el calentamiento global, con una temperatura global de la superficie de 1,1 ºC”. Y vamos rumbo a un planeta por encima de los 2,7ºC.
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Me he consolado pensando que este año tenía un saldo de carbono a mi favor ya que comencé a usar las bicicletas eléctricas públicas para ir de mi casa al trabajo, como muy poca carne y no tener hijos me ha librado de la parte más pesada de las huellas de carbono. Pero, en realidad, si las cosas no están peor en este punto de nuestra historia no es por estos paupérrimos esfuerzos individuales. Tal parece que debo, o debemos todos, agradecer principalmente a los océanos que cubren el 70% de la superficie terrestre.
Progreso lento
“Creo que estamos viendo un lento progreso para que los océanos formen parte de la agenda de la COP”, me explica Ko Barret, asesora principal para el clima de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y vicepresidente del Panel Intergubernamental de Cambio Climático. “Si nos remontamos a hace siete años, no se hablaba de los océanos en estas conferencias. Ahora al menos está en marcha un diálogo sobre el clima oceánico”, continúa.
La gente, dice ella, está empezando a comprender el papel esencial que desempeña el océano, tanto en lo que respecta a las soluciones climáticas como a las increíbles repercusiones que están experimentando las comunidades costeras por el impacto del clima en el océano.
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Repasemos rápidamente su argumento. Las emisiones históricas acumuladas de CO2 desde 1850 hasta 2019 fueron de 2.400 gigatoneladas de CO2. Tenemos más CO2 flotando sobre nuestras cabezas que en los últimos dos millones de años. Este carbono, convertido en una especie de sombrilla al revés, impide que la radiación solar escape de la Tierra y por lo tanto nos vamos calentando lentamente como papas al vapor.
Pero es gracias al océano, considerado “el factor que más influye en el clima de la Tierra”, que no estamos peor. Como lo estima el Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, el océano absorbe cerca del 30% de las emisiones de CO2 y captura el 90% del exceso de calor producto de estas emisiones.
La mayor parte de este proceso es físico y químico. El CO2 de la atmósfera se disuelve en el agua de la superficie del mar, como en una licuadora, y las corrientes marinas lo transportan a las profundidades. Una parte menor, alrededor del 10% de este proceso, es biológico y corre por cuenta del fitoplancton y de diversas plantas marinas. De ahí que ahora esté de moda hablar de “carbono azul”. Los manglares, praderas marinas y marismas juntos absorben entre el 0,5% y el 2% de nuestras emisiones de CO2.
Todo tiene precio
Pero todo tiene un precio. En julio de este año un grupo internacional de científicos nos hizo saber que el mar está cambiando de color. Si. Tal como suena: el mar en los últimos 30 se está haciendo más VERDE. Lo descubrieron analizando datos del Satélite Aqua de la Nasa. Este reverdecimiento podría deberse, especulan, a un aumento de las partículas flotantes o a un aumento simultáneo del zooplancton por cuenta del calentamiento global.
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Leer ese tipo de reportes junto al informe del IPCC termina siendo deprimente. El nivel medio global del mar aumentó 0,20 m entre 1901 y 2018. La capa de hielo marino en el Ártico sigue disminuyendo casi de manera irreversible. Los océanos se acidifican. Hay cambios en los niveles de salinidad. Una desoxigenación gradual. Se amplían las zonas muertas. Si el calentamiento alcanza los 2°C, el 99% de los arrecifes de coral de aguas cálidas podría desaparecer a finales de siglo.
Y, para los que disfrutan las películas de terror, también aquí en la COP, un grupo de 200 científicos coordinados por la Universidad de Exeter, en Inglaterra, identificaron 25 puntos de inflexión (tipping points), que podríamos traducirlos para dejar claro el mensaje como “sorpresas desagradables”. Los puntos de inflexión son esos momentos en que un pequeño cambio provoca un cambio abrupto de todo un sistema. Cinco de ellos, los cinco más probables si el planeta se calienta más allá de 1,5ºC tienen todos que ver con océanos: el colapso de Groenlandia; el colapso de la capa de hielo de la Antártida Occidental; la muerte de los arrecifes de coral de aguas cálidas; el colapso de la circulación de vuelco en el Giro Subpolar del Atlántico Norte; y el deshielo abrupto localizado generalizado en el permafrost.
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“Si no tuviéramos los océanos estaríamos en una situación mucho peor en términos de aumento de la temperatura”, dice Barret. Y agrega: “No tendríamos forma alguna de evitar un aumento de temperatura de 1,5ºC. Pero la cuestión que nos planteamos los científicos es durante cuánto tiempo podrá seguir haciendo esto el océano. Así que tenemos que ser muy conscientes del papel que juega el océano”. En el Acuerdo de París contra el cambio climático la palabra océano apareció una sola vez y, sin embargo, más de 3.000 millones de personas dependen de los recursos marinos para su alimentación, lo que representa el 40% de la población mundial.
Ínfima protección
Sólo el 8% de los océanos está sometido actualmente a algún nivel de protección y la recomendación para las negociaciones internacionales es llegar al menos a un 30%. “Al igual que se están abordando algunas de las cuestiones agrícolas. Tenemos que reconocer que los recursos del océano merecen ser protegidos”, concluye Barret.
El IPCC ha identificado tres tipos de soluciones marinas frente al cambio climático. Además de las áreas marinas protegidas está intensificar el trabajo de restauración ecológica (por ejemplo, en corales y manglares) pero también la pesca sostenible. Y, obviamente, reestructurar el sector de carga marítima.
Sobre este último punto, Albon Ishoda, embajador de la República de las Islas Marshall en Fiji y las Islas del Pacífico, una nación que existe tan solo a tres metros de altura con respecto al nivel del mar, cree que es hora de imponer un fuerte impuesto al carbono para el sector marítimo.
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Pero Ishoda no cree que sea la Cumbre de Cambio Climático el escenario ideal para pactar el futuro del sector marítimo: “Tenemos buenas expectativas pero no somos ingenuos de que esta COP va a solucionar los problemas del sector marítimo. Las verdaderas conversaciones ocurren en la Organización Marítima Internacional”. El sector marítimo contribuye al 3% de las emisiones globales de CO2. El objetivo es lograr una reducción de emisiones de 40% en 2030 y llegar a emisiones netas cero para 2050. La propuesta que defiende Ishoda es que además se cree un impuesto de 150 dólares por tonelada de CO2 y con ese dinero se podría invertir tanto en adaptación como en compensar emisiones para lograr la meta.
Antes de despedirse, Ko Barret dice algo que me asombra: “Es una locura que sepamos más del espacio exterior que del océano. Aún no tenemos un mapa completo del océano”.
*Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina. Fue producido en el marco de la iniciativa “Comunidad Planeta en la COP28″.
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