Los nuevos hallazgos del pez graso de Tota, que lleva 67 años desaparecido
Se acaban de publicar los resultados de las más recientes pruebas que intentan resolver una gran pregunta sobre el pez graso del Lago de Tota. Fue descrita en 1942, pero no se volvió a ver desde 1957. Hace dos años, un grupo de investigadores echó mano de una novedosa técnica científica para poner fin a cuatro décadas de búsqueda. Esto fue lo que encontraron.
Siete años antes de que el biólogo inglés Cecil Miles describiera por primera vez para la ciencia al pez graso (Rhizosomichthys totae) de la laguna de Tota, un padre jesuita de apellido Navia había reportado, hacia 1935, la existencia de tres especies de “pez rollito” en el segundo lago navegable más grande del país.
En el artículo científico que Miles publicó en la revista Caldasia en 1942, resalta varias de las características que hacían de este pez una especie particular: además de su color café, el cuerpo de este bagre —a excepción de su cabeza y cola— estaban cubiertos por seis o siete anillos de grasa similares a “las llantas de un automóvil”, en palabras del ictiólogo (quienes estudian peces) inglés. De ahí su nombre.
El último registro que se tiene de este pez se obtuvo en 1957, cuando el zoólogo y herpetólogo Federico Medem lo avistó en su entorno natural. Desde hace 67 años no hay rastros de esta especie. Esto llevó a que en 1994 y 2012 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y el Instituto Humboldt, respectivamente, declararan al pez graso como una especie extinta.
Aunque se hable de especies extintas o en peligro de estarlo con cierta frecuencia (para la muestra las 700 especies de árbol que están en riesgo de desaparecer en nuestro país), la noticia de este bagre no sería menor: se trataría del primer pez de agua dulce en Colombia y América del Sur en haberse extinguido. Ante la falta de evidencia, las UICN decidió reclasificarlo en la categoría de “Peligro Crítico, pero posiblemente extinto”. Esta novela, como la define el investigador Carlos Lasso, del Instituto Humboldt, es la que ha impulsado por tres décadas la búsqueda del pez graso de Tota.
Justamente él coordinó la más reciente en la que se empleó una novedosa técnica conocida como ADN ambiental y que involucró a varias organizaciones nacionales e internacionales, entre las que se encuentran Shoal Conservation y Re:Wild, dos ONG aliadas del reconocido actor Leonardo DiCaprio. Este miércoles, 11 de diciembre, dieron a conocer los más recientes hallazgos de esta enigmática especie que ha trasnochado a decenas de científicos en el país. Esto fue lo que encontraron.
Reconstruyendo la historia del pez graso
Antes de que se cumplieran los 30 años del último reporte del pez graso, el Instituto Colombiano de Hidrología, Meteorología y Adecuación de Tierras organizó en 1984 la primera expedición para encontrarlo. Entre 1999 y 2001, el Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional y Corpoboyacá, la autoridad ambiental en la zona, adelantaron un segundo intento.
En ambas oportunidades, las entidades e investigadores echaron mano de las herramientas disponibles para la época, como las líneas de anzuelos, las trampas con carnada, las pescas nocturnas y la pesca de profundidad con redes de arrastre, una estrategia que, reconoce Lasso, es bastante riesgosa, pues podía volcar las embarcaciones. Como recuerda el Instituto Humboldt, se llegó a ofrecer una recompensa para los pescadores en caso de encontrarlo. Pero no hubo ningún indicio del animal.
Tras 44 años de búsqueda, la información que se tenía de este bagre a inicios de este milenio era exactamente la misma que registró Miles a mediados del siglo pasado. Además de la detallada descripción taxonómica del ictiólogo inglés, se contaba con una pista: el lugar de procedencia que el científico anotó en el artículo de 1942. “Lago de Tota, Boyacá, Cordillera Oriental, 3.060 metros”.
La ausencia de información sobre esta especie se fue reemplazando con varias hipótesis que intentaban explicar los motivos de su posible desaparición. “La introducción de la trucha (Oncorhynchus mykiss), potencial depredador del pez graso; un posible terremoto ocurrido entre 1925 y 1940; una disminución importante del oxígeno en el Lago; la competencia con el pez capitán de la Sabana, y la reducción del nivel del lago”, son algunas de las que enumera Lasso.
Con el paso de los años y las investigaciones, algunas de ellas se han desestimado. En 1999, el ictiólogo José Iván Mojica desmintió la que relacionaba la desaparición del pez graso por la presencia de la trucha arcoíris. Hace ocho años, Javier Alejandro Maldonado, uno de los biólogos más importantes del país , fallecido en 2019, y la comunicadora social y antropóloga Mariana Alejandra Moscoso, descubrieron que, de acuerdo con el Servicio Geológico Colombiano (SGC), entre 1903 y 1942 no se registró ningún sismo en el departamento.
La falta de respuestas en las dos primeras expediciones de búsqueda y la exclusión de algunas hipótesis, llevaron a que en los últimos años los científicos recurrieran a otras metodologías y conocimientos, dice Lasso. Así fue que terminaron aliándose con varios científicos sociales y empleando la novedosa técnica del metabarcoding, también conocido como ADN ambiental.
Buscando hasta en los archivos
Desde finales de 2021, antropólogos, ictiólogos, biólogos, funcionarios de Corpoboyacá y habitantes de la región empezaron la tercera y más reciente campaña de búsqueda. Como nos contó en este artículo de hace un par de años la antropóloga y comunicadora Moscoso, se remitieron hasta los registros que enviaron los oidores de la Corona española desde el siglo XVI.
Este trabajo, agrega Lasso, ha implicado escarbar “cualquier señalamiento o referencia a esta especie desde 1500 y 1600, la revisión de los archivos generales de la República, la búsqueda en diarios de los jesuitas, archivos de prensa y hasta en la dieta de los muiscas”.
Incluso han examinado pinturas rupestres esperando ver alguna representación que dé cuenta de su conocimiento por parte de pueblos indígenas. “Trabajando paralelamente en el tema de arte rupestre amazónico en Chiribiquete, Macarena y La Lindosa, he podido hacer una revisión en profundidad de los registros fósiles y paleontológicos en Colombia. Al tratarse de un animal tan conspicuo, con una distribución tan particular y con comunidades indígenas acentuadas cerca, algo debería haber sobre ellos”, nos dijo el investigador del Humboldt hace dos años. A pesar de estas indagaciones, no encontraron mucho.
Ante la nueva falta de resultados, los científicos recurrieron a una técnica que poco se ha usado en el país: el ADN ambiental. Como explica la bióloga y profesora de la Universidad de los Andes, Susana Caballero, quien dirigió este componente en la investigación, este tipo de análisis se basa en el uso de metabarcoding. En palabras más sencillas, apunta la científica, se trata de extraer el ADN de un medio como el agua y, tras secuenciarlo, determinar qué especies se encuentra ahí “identificándolas a partir de pequeños fragmentos de su material genético”, que pueden provenir de la piel, secreciones, orina o heces.
Con el apoyo económico de Shoal Conservation y Re:Wild, el equipo de investigadores pudo realizar cinco salidas de campo entre finales de 2023 e inicios de 2024 para capturar muestras de ADN ambiental. En total, especifica el Instituto Humboldt, se lograron 21 muestreos en varios puntos del Lago y a diferentes profundidades (fondo, parte media, parte superficial y litorales), así como en dos afluentes y en una laguna glacial que está conectada con Tota.
Pese a lo avanzado de la técnica, en el caso del pez graso persistía un reto, advierte Caballero: “Hay un mayor nivel de dificultad para su posible identificación, considerando que no existen registros genéticos, es decir, secuencias de ADN que permitan realizar una identificación certera comparativa, ya que los especímenes que se encuentran en los museos han sido preservados en formalina, la cual daña el material genético”.
Su identificación, entonces, debía hacerse descartando la similitud de las secuencias obtenidas con el ADN de las especies conocidas en el lago. En este trabajo, Caballero estuvo acompañada de la empresa británica Nature Metrics, quienes se encargaron de realizar los análisis del ADN ambiental recuperado de Tota. Los resultados llegaron a manos de los investigadores hace solo algunos días.
En estos, señala el Instituto Humboldt, solo se registró ADN ambiental en 16 puntos de muestreo que correspondieron a tres especies: la trucha, el capitán de la Sabana (Eremophilus mutisii) y la guapucha (Grundulus bogotensis). En los afluentes y la laguna glacial, también se identificaron individuos de otra especie de capitanejo. Dicho de otra manera, “no se detectaron rastros de ADN ambiental que pudieran corresponder al pez graso”.
¿Qué sigue ahora?
Pese a que los recientes resultados son los más contundentes que se han obtenido en las cuatro décadas de búsqueda del pez graso, el misterio que rodea a esta especie todavía parece estar lejos de resolverse, asegura Lasso.
Si bien no se encontraron rastros de ADN ambiental que correspondieran al pez graso, esto no significa que se pueda declarar extinto. “Llegar a definir o determinar que una especie está extinta en estado silvestre es algo muy complejo”, comenta Lasso. Para poder hacer esto, agrega el investigador del Humboldt, se debe tener información histórica de línea base fundamental, como monitoreos, registros en el medio ambiente y muestreos exhaustivos.
Esto es particularmente complejo con los peces. A diferencia de los grandes mamíferos, dice Lasso, como los elefantes, por poner un ejemplo, “con peces de agua dulce o mar, donde el ambiente es tan heterogéneo, tan amplio y difícil de acceder para el humano, necesitamos utilizar todas las metodologías de muestreo a nuestro alcance”.
Por eso, mientras la UICN analiza los hallazgos que el equipo de investigadores le hará llegar en las próximas semanas para que determinen si mantienen la categoría en la que se encuentra el pez graso o la modifican, la búsqueda continuará. Por un lado, el historiador Daniel Gutiérrez Ardila, de la Universidad del Externado, lidera las indagaciones del archivo. Por otro, científicos internacionales intentan obtener ADN de las muestras de formalina a las que se refería Caballero para lograr una comparación más precisa.
A la espera de esos resultados, el equipo detrás de la última expedición en busca del pez graso considera que sí está “posiblemente extinto”.
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Siete años antes de que el biólogo inglés Cecil Miles describiera por primera vez para la ciencia al pez graso (Rhizosomichthys totae) de la laguna de Tota, un padre jesuita de apellido Navia había reportado, hacia 1935, la existencia de tres especies de “pez rollito” en el segundo lago navegable más grande del país.
En el artículo científico que Miles publicó en la revista Caldasia en 1942, resalta varias de las características que hacían de este pez una especie particular: además de su color café, el cuerpo de este bagre —a excepción de su cabeza y cola— estaban cubiertos por seis o siete anillos de grasa similares a “las llantas de un automóvil”, en palabras del ictiólogo (quienes estudian peces) inglés. De ahí su nombre.
El último registro que se tiene de este pez se obtuvo en 1957, cuando el zoólogo y herpetólogo Federico Medem lo avistó en su entorno natural. Desde hace 67 años no hay rastros de esta especie. Esto llevó a que en 1994 y 2012 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y el Instituto Humboldt, respectivamente, declararan al pez graso como una especie extinta.
Aunque se hable de especies extintas o en peligro de estarlo con cierta frecuencia (para la muestra las 700 especies de árbol que están en riesgo de desaparecer en nuestro país), la noticia de este bagre no sería menor: se trataría del primer pez de agua dulce en Colombia y América del Sur en haberse extinguido. Ante la falta de evidencia, las UICN decidió reclasificarlo en la categoría de “Peligro Crítico, pero posiblemente extinto”. Esta novela, como la define el investigador Carlos Lasso, del Instituto Humboldt, es la que ha impulsado por tres décadas la búsqueda del pez graso de Tota.
Justamente él coordinó la más reciente en la que se empleó una novedosa técnica conocida como ADN ambiental y que involucró a varias organizaciones nacionales e internacionales, entre las que se encuentran Shoal Conservation y Re:Wild, dos ONG aliadas del reconocido actor Leonardo DiCaprio. Este miércoles, 11 de diciembre, dieron a conocer los más recientes hallazgos de esta enigmática especie que ha trasnochado a decenas de científicos en el país. Esto fue lo que encontraron.
Reconstruyendo la historia del pez graso
Antes de que se cumplieran los 30 años del último reporte del pez graso, el Instituto Colombiano de Hidrología, Meteorología y Adecuación de Tierras organizó en 1984 la primera expedición para encontrarlo. Entre 1999 y 2001, el Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional y Corpoboyacá, la autoridad ambiental en la zona, adelantaron un segundo intento.
En ambas oportunidades, las entidades e investigadores echaron mano de las herramientas disponibles para la época, como las líneas de anzuelos, las trampas con carnada, las pescas nocturnas y la pesca de profundidad con redes de arrastre, una estrategia que, reconoce Lasso, es bastante riesgosa, pues podía volcar las embarcaciones. Como recuerda el Instituto Humboldt, se llegó a ofrecer una recompensa para los pescadores en caso de encontrarlo. Pero no hubo ningún indicio del animal.
Tras 44 años de búsqueda, la información que se tenía de este bagre a inicios de este milenio era exactamente la misma que registró Miles a mediados del siglo pasado. Además de la detallada descripción taxonómica del ictiólogo inglés, se contaba con una pista: el lugar de procedencia que el científico anotó en el artículo de 1942. “Lago de Tota, Boyacá, Cordillera Oriental, 3.060 metros”.
La ausencia de información sobre esta especie se fue reemplazando con varias hipótesis que intentaban explicar los motivos de su posible desaparición. “La introducción de la trucha (Oncorhynchus mykiss), potencial depredador del pez graso; un posible terremoto ocurrido entre 1925 y 1940; una disminución importante del oxígeno en el Lago; la competencia con el pez capitán de la Sabana, y la reducción del nivel del lago”, son algunas de las que enumera Lasso.
Con el paso de los años y las investigaciones, algunas de ellas se han desestimado. En 1999, el ictiólogo José Iván Mojica desmintió la que relacionaba la desaparición del pez graso por la presencia de la trucha arcoíris. Hace ocho años, Javier Alejandro Maldonado, uno de los biólogos más importantes del país , fallecido en 2019, y la comunicadora social y antropóloga Mariana Alejandra Moscoso, descubrieron que, de acuerdo con el Servicio Geológico Colombiano (SGC), entre 1903 y 1942 no se registró ningún sismo en el departamento.
La falta de respuestas en las dos primeras expediciones de búsqueda y la exclusión de algunas hipótesis, llevaron a que en los últimos años los científicos recurrieran a otras metodologías y conocimientos, dice Lasso. Así fue que terminaron aliándose con varios científicos sociales y empleando la novedosa técnica del metabarcoding, también conocido como ADN ambiental.
Buscando hasta en los archivos
Desde finales de 2021, antropólogos, ictiólogos, biólogos, funcionarios de Corpoboyacá y habitantes de la región empezaron la tercera y más reciente campaña de búsqueda. Como nos contó en este artículo de hace un par de años la antropóloga y comunicadora Moscoso, se remitieron hasta los registros que enviaron los oidores de la Corona española desde el siglo XVI.
Este trabajo, agrega Lasso, ha implicado escarbar “cualquier señalamiento o referencia a esta especie desde 1500 y 1600, la revisión de los archivos generales de la República, la búsqueda en diarios de los jesuitas, archivos de prensa y hasta en la dieta de los muiscas”.
Incluso han examinado pinturas rupestres esperando ver alguna representación que dé cuenta de su conocimiento por parte de pueblos indígenas. “Trabajando paralelamente en el tema de arte rupestre amazónico en Chiribiquete, Macarena y La Lindosa, he podido hacer una revisión en profundidad de los registros fósiles y paleontológicos en Colombia. Al tratarse de un animal tan conspicuo, con una distribución tan particular y con comunidades indígenas acentuadas cerca, algo debería haber sobre ellos”, nos dijo el investigador del Humboldt hace dos años. A pesar de estas indagaciones, no encontraron mucho.
Ante la nueva falta de resultados, los científicos recurrieron a una técnica que poco se ha usado en el país: el ADN ambiental. Como explica la bióloga y profesora de la Universidad de los Andes, Susana Caballero, quien dirigió este componente en la investigación, este tipo de análisis se basa en el uso de metabarcoding. En palabras más sencillas, apunta la científica, se trata de extraer el ADN de un medio como el agua y, tras secuenciarlo, determinar qué especies se encuentra ahí “identificándolas a partir de pequeños fragmentos de su material genético”, que pueden provenir de la piel, secreciones, orina o heces.
Con el apoyo económico de Shoal Conservation y Re:Wild, el equipo de investigadores pudo realizar cinco salidas de campo entre finales de 2023 e inicios de 2024 para capturar muestras de ADN ambiental. En total, especifica el Instituto Humboldt, se lograron 21 muestreos en varios puntos del Lago y a diferentes profundidades (fondo, parte media, parte superficial y litorales), así como en dos afluentes y en una laguna glacial que está conectada con Tota.
Pese a lo avanzado de la técnica, en el caso del pez graso persistía un reto, advierte Caballero: “Hay un mayor nivel de dificultad para su posible identificación, considerando que no existen registros genéticos, es decir, secuencias de ADN que permitan realizar una identificación certera comparativa, ya que los especímenes que se encuentran en los museos han sido preservados en formalina, la cual daña el material genético”.
Su identificación, entonces, debía hacerse descartando la similitud de las secuencias obtenidas con el ADN de las especies conocidas en el lago. En este trabajo, Caballero estuvo acompañada de la empresa británica Nature Metrics, quienes se encargaron de realizar los análisis del ADN ambiental recuperado de Tota. Los resultados llegaron a manos de los investigadores hace solo algunos días.
En estos, señala el Instituto Humboldt, solo se registró ADN ambiental en 16 puntos de muestreo que correspondieron a tres especies: la trucha, el capitán de la Sabana (Eremophilus mutisii) y la guapucha (Grundulus bogotensis). En los afluentes y la laguna glacial, también se identificaron individuos de otra especie de capitanejo. Dicho de otra manera, “no se detectaron rastros de ADN ambiental que pudieran corresponder al pez graso”.
¿Qué sigue ahora?
Pese a que los recientes resultados son los más contundentes que se han obtenido en las cuatro décadas de búsqueda del pez graso, el misterio que rodea a esta especie todavía parece estar lejos de resolverse, asegura Lasso.
Si bien no se encontraron rastros de ADN ambiental que correspondieran al pez graso, esto no significa que se pueda declarar extinto. “Llegar a definir o determinar que una especie está extinta en estado silvestre es algo muy complejo”, comenta Lasso. Para poder hacer esto, agrega el investigador del Humboldt, se debe tener información histórica de línea base fundamental, como monitoreos, registros en el medio ambiente y muestreos exhaustivos.
Esto es particularmente complejo con los peces. A diferencia de los grandes mamíferos, dice Lasso, como los elefantes, por poner un ejemplo, “con peces de agua dulce o mar, donde el ambiente es tan heterogéneo, tan amplio y difícil de acceder para el humano, necesitamos utilizar todas las metodologías de muestreo a nuestro alcance”.
Por eso, mientras la UICN analiza los hallazgos que el equipo de investigadores le hará llegar en las próximas semanas para que determinen si mantienen la categoría en la que se encuentra el pez graso o la modifican, la búsqueda continuará. Por un lado, el historiador Daniel Gutiérrez Ardila, de la Universidad del Externado, lidera las indagaciones del archivo. Por otro, científicos internacionales intentan obtener ADN de las muestras de formalina a las que se refería Caballero para lograr una comparación más precisa.
A la espera de esos resultados, el equipo detrás de la última expedición en busca del pez graso considera que sí está “posiblemente extinto”.
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