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Es posible que muchos de nosotros hayamos escuchado hablar de Moby Dick, ya sea por la obra del escritor estadounidense Herman Melville o por las distintas adaptaciones al cine o la televisión que ha tenido. Incluso sin haber leído el libro o visto alguna de las producciones audiovisuales, lo más probable es que asociemos este nombre con un enorme animal que habita los mares del mundo y que fue perseguido y cazado de manera intensiva durante los siglos XVIII, XIX y gran parte del XX. (Lea: Arranca un proyecto para descifrar las conversaciones entre ballenas)
La historia de Melville está basada en Mocha Dick, un gigantesco cachalote blanco que habitó cerca a la Isla de Mocha, al suroeste de Chile, y que, según registros históricos, sobrevivió a más de 100 intentos de caza. Hasta la década de los ochenta del siglo pasado, estos mamíferos acuáticos fueron perseguidos, pues su grasa corporal y el ámbar gris, que se obtiene de su aparato digestivo, eran muy codiciados en la industria cosmética y farmacéutica, principalmente. Desde entonces, la población de cachalotes (Physeter macrocephalus) se ha ido recuperando paulatinamente, aunque a nivel global y nacional se encuentra categorizado como Vulnerable, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En Colombia, según registros históricos obtenidos desde las últimas décadas del siglo XX, de lo poco que se sabía era que esta especie transitaba por el Pacífico y el Caribe. Incluso, en un informe publicado por el Instituto Humboldt hace 16 años sobre el conocimiento de la biodiversidad del país entre 1998 y 2004, se reconoce que existía un gran vacío de información sobre esta especie que, en 2005, fue incluida en el Libro Rojo de los Mamíferos de Colombia. Sin embargo, un estudio publicado hace unos meses en el International Journal of Conservation de la Universidad de Cambridge, empezó a llenar algunos vacíos de información sobre los cachalotes, el depredador dentado más grande del mundo.
Durante 703 días, repartidos entre 2011 y 2016, un grupo de observadores marinos liderados por las biólogas Isabel Cristina Ávila y Nohelia Farías Curtidor, estuvieron a bordo de embarcaciones que realizaban prospecciones sísmicas en el territorio del mar Caribe que está bajo jurisdicción de Colombia. A diferencia de la mayoría de la tripulación, los observadores tenían la tarea de recopilar la mayor cantidad de información posible sobre los cachalotes que lograrán ver y escuchar.
En los cinco años que se realizaron observaciones y escuchas en 68.905 kilómetros cuadrados -un área que corresponde a menos del 10% del Caribe colombiano-, las investigadoras vieron o escucharon un total de 98 cachalotes distribuidos en 50 grupos. Al estimar la densidad, se dieron cuenta de que era bastante similar a la reportada mundialmente: 1.4 individuos por cada mil kilómetros cuadrados.
Este dato, según cuenta Ávila, indicaba que “no era como antes se creía, que estaba presente, pero que no era una parte importante o dominante de la biodiversidad. Lo que nosotros encontramos es que evidentemente no son ocasionales, están presentes todo el año”. (Puede leer: El “oasis” que encontraron las expediciones a las montañas submarinas de Colombia)
Un segundo hallazgo producto de las observaciones fue que, principalmente, se observaron y escucharon hembras, crías y juveniles. Eso es muy importante, pues, dice la bióloga marina, “nos puede demostrar que es una zona probablemente de reproducción y donde se establecen las madres con las crías”.
El siguiente paso para el equipo fue modelar el área del Caribe colombiano, donde es más probable que se encuentre un cachalote. Como tenían la limitación de no haber explorado la totalidad del área, las investigadoras compilaron todos los registros disponibles sobre estos animales entre 1998 y 2020 en Colombia. Luego, con base en la información que la ciencia tiene sobre estos mamíferos acuáticos, identificaron las áreas que prefieren estos mamíferos: lejos de la costa, en aguas profundas y donde la salinidad y temperatura del agua les permitan acceder a sus alimentos.
Toda esa información, más las características del Caribe colombiano, las integraron en un algoritmo que les permitió, por primera vez en la historia del país, estimar cómo se distribuyen los cachalotes en esta región. “Están en las zonas cercanas a San Andrés y Providencia, más o menos a una distancia de 107 kilómetros sobre el borde continental y en áreas de hasta 3000 metros de profundidad”, cuenta Ávila.
Investigar más a una especie que se debe proteger
“Encontrar que Colombia es una zona importante para cachalotes nos hace tener una responsabilidad muy grande como país porque debemos generar acciones para cuidarlos y para que estén en nuestras aguas”, dice Ávila, recordando que, según la UICN, los cachalotes son una especie vulnerable a nivel internacional y nacional. (Le puede interesar: Minambiente exigirá licencia ambiental para Canal del Dique)
Aunque hasta ahora, con investigaciones como esta, se está empezando a conocer más sobre los cachalotes, Ávila, que es reconocida a nivel mundial por sus investigaciones sobre las amenazas que enfrentan los mamíferos acuáticos, señala las actividades humanas que los ponen en peligro. “Las colisiones con embarcaciones, la ingesta de plástico, la contaminación auditiva y la captura incidental en redes de pesca, son los principales riesgos que enfrentan los cachalotes”.
Por eso, hace un llamado para que las autoridades regulen actividades como el tráfico de cruceros por el Caribe colombiano, además de que contemplen las áreas en las que habitan estos cetáceos a la hora de explorar el fondo marino en búsqueda de gas, petróleo o construcción de la infraestructura necesaria para turbinas eólicas.
Si bien esta investigación representa un gran avance para ir llenando los vacíos de información sobre estos animales, Ávila es clara en señalar que aún no se puede hablar de “una población de cachalotes residentes en Colombia, este trabajo presenta el primer indicio en ese sentido”.
Para llegar a esa conclusión, aclara la bióloga, hacen falta estudios de ecología, para poder saber el sexo de los individuos; de comportamiento, para conocer de qué se alimentan y qué hacen; de distribución y abundancia, así como genéticos, para determinar si hacen parte de la población de las Bahamas o de otras zonas del Atlántico. Sin embargo, este no será un trabajo fácil, resalta, “pues como vimos, son animales que viven lejos de la costa y a grandes profundidades”. (Podría leer: El cambio climático podría amenazar hasta el 90% de la vida marina)
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