¿Rastros de páramos en la Amazonia de hace 15 millones de años?
Un equipo de científicos hizo un hallazgo sin precedentes: encontró evidencia de rastros fósiles de plantas de páramo en la Amazonía. Su investigación muestra que hay una conexión vital entre esta región y los Andes, pero que ahora los humanos estamos destruyendo.
Daniela Quintero Díaz
Hace casi quince millones de años, la densa selva amazónica que conocemos lucía muy diferente. Era un gran sistema de humedales, conocido como el sistema Pebas, que alcanzó a ocupar más de un millón de kilómetros cuadrados. En lo que hoy es Caquetá confluían agua dulce, agua de mar, palmas, manglares, helechos y bosques. También había una diversidad inmensa de moluscos, caracoles, reptiles y peces. Se estima que albergaba el conjunto de cocodrilos más diverso de todos los tiempos; algunos medían hasta doce metros.
“Era un pantanal que no tiene comparación con el mundo actual”, asegura Carina Hoorn, geóloga, paleoecóloga y una de las pupilas del reconocido botánico Thomas van der Hammen. Llegó desde Holanda a Colombia en 1985 y, desde entonces, de la mano de científicos colombianos, no ha parado de reconstruir la historia natural de la Amazonia mediante el estudio de los sedimentos, las rocas y el polen fósil. Palinología se llama esta disciplina en la que, utilizando fósiles de polen de hace millones de años, recogidos de los sedimentos, logran reconstruir cómo cambian los ambientes, la vegetación y los ecosistemas.
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Junto a un equipo multidisciplinario, publicaron en la última edición de la revista Global and Planetary Change un artículo en el que buscaban describir el sistema Pebas. La investigación les dio la posibilidad de imaginar cómo era ese ambiente, qué había ahí, cuál era su vegetación y su fauna y cómo cambiaba con el paso del tiempo. Lo primero que encontraron fue que los grandes ciclos astronómicos, influenciados por los cambios en la órbita terrestre o por el cambio de inclinación de la Tierra, también han incidido y controlado este sistema de humedales en la mitad de la Amazonia, en pleno trópico.
“Aunque uno podría pensar que el trópico es muy estable, lo cierto es que está altamente influenciado por los cambios en el clima. Y esas variaciones en el clima están relacionadas con grandes fuerzas astronómicas, que son las que también marcan las grandes eras glaciales e interglaciales”, asegura Giovanni Bogotá, biólogo, docente de la Universidad Distrital y coautor del artículo.
El nivel del mar y el clima influían en las épocas de inundación del pantano, en la entrada de agua salobre hasta la Amazonia y, por ende, en la vegetación que predominaba en el sistema Pebas. Pero con esta investigación se encontraron muchas más sorpresas. “Cada centímetro de sedimento aporta una ventana de tiempo, como si fuera una fotografía de lo que pasaba en esos años. Así podemos reconstruir la historia”, asegura Bogotá, también estudiante de Van der Hammen. Estudiando los sedimentos de un lugar conocido como Los Chorros (un acantilado de 35 metros cerca a Puerto Nariño), en la Amazonia colombiana, abrieron una ventana al pasado. Reconstruyeron la flora y fauna del pantano, pero también de las montañas de los Andes.
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Rastros de páramos y manglares
Cada planta tiene un grano de polen distinto. Los granos de polen, además, son muy resistentes al tiempo y a la exposición a diferentes condiciones ambientales, por lo que encontrarlos como fósiles en los sedimentos no es tan extraño. En los sedimentos de los suelos de la Amazonia se pudo comprobar que al menos hace quince millones de años ya existían en nuestras montañas algo muy parecido a un páramo, un “protopáramo”, señalan los investigadores.
“Durante años, la pregunta de cuándo se levantó y alcanzó su altura la cordillera de los Andes le ha dado vueltas en la cabeza a los geólogos, biólogos e investigadores”, asegura Catalina González, directora del Grupo de Investigación Palinología y Paleoecología Tropical de la U. de los Andes y coautora del artículo. “Hasta ahora, los primeros indicios que teníamos de la existencia de los páramos eran mucho más jóvenes: de hace cinco millones de años o, según la mayoría de evidencia, de hace dos millones de años”, explica.
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Por eso, encontrar evidencia de que hace quince millones de años ya existían unas plantas que podían habitar los protopáramos es un hallazgo sin precedentes. “Nos muestra que las cordilleras ya estaban levantadas, que tenían una altura de al menos 3.000 metros sobre el nivel del mar, y que había unas condiciones climáticas para que esas plantas se establecieran”, afirma.
Los rastros fósiles de plantas de páramo en la Amazonia demostraban otra cosa: que existían unos ríos y unos cuerpos de agua lo suficientemente conectados, que permitían que las trazas de polen llegaran desde lo alto de la montaña hasta las llanuras de la Amazonia.
La investigación también permitió confirmar que, en la mitad de la Amazonia, en la zona baja del río Apaporis, vivieron manglares y moluscos, propios de ecosistemas salobres, durante decenas de miles de años. En otras palabras, “las incursiones de aguas marinas alcanzaron a llegar hasta donde se encuentra Caquetá en la actualidad”, asegura Bogotá. Pero ¿por qué estudiar un sistema que existió hace millones de años y que ya no existe?
Hoorn, autora principal del artículo, lo explica así: “Este sistema tuvo un papel fundamental para la evolución de organismos. Funcionó como una especie de cuna de especiación en donde se fomentó la diversidad de organismos acuáticos mientras estaba en su fase máxima de extensión, y permitió conectar fauna y flora terrestres, para las que había sido antes barrera, cuando llegaban las sequías”.
González coincide. “La genética de las especies amazónicas, de flora y fauna, tiene impreso su paso por este sistema”, dice. “Que confluya la biota de las tierras altas con los ecosistemas de tierras bajas en la selva y los ecosistemas costeros es un caldo de cultivo para lo que hoy conocemos: la gran riqueza que está presente en la cuenca amazónica”, agrega Bogotá. “La Amazonia que conocemos hoy es el resultado de millones de años de historia”, aseguran.
Los depósitos del humedal amazónico del Mioceno también proporcionaron un sustrato diverso y a menudo rico en nutrientes en la Amazonia. Los bosques que se encuentran allí son más diversos, fértiles y productivos que los que están en otro tipo de suelo.
Entre las últimas semanas de enero y las primeras de febrero, académicos, investigadores y organizaciones ambientales alertaron que los fuegos que consumían nuestra selva amenazaban con romper la conectividad entre dos puntos de biodiversidad vitales: los Andes y la Amazonia. “Las actividades humanas están interrumpiendo ese paso que por millones de años ha estado conectado. Por lo menos desde hace quince millones de años ha habido una conexión activa de ríos, material genético y poblaciones. Y ahora nosotros nos estamos dando el lujo de interrumpir ese puente fundamental”, insiste González.
En palabras de Giovanni Bogotá, fragmentar esas matrices de esos ecosistemas hace que se pierdan las interrelaciones naturales que se han dado a lo largo del tiempo entre esos diferentes ambientes. “Al perderse, es posible que el funcionamiento de esos sistemas también se venga a pique y no podamos llegar a saber en qué magnitud esas pérdidas puedan llevarnos también a nosotros”.
Hace casi quince millones de años, la densa selva amazónica que conocemos lucía muy diferente. Era un gran sistema de humedales, conocido como el sistema Pebas, que alcanzó a ocupar más de un millón de kilómetros cuadrados. En lo que hoy es Caquetá confluían agua dulce, agua de mar, palmas, manglares, helechos y bosques. También había una diversidad inmensa de moluscos, caracoles, reptiles y peces. Se estima que albergaba el conjunto de cocodrilos más diverso de todos los tiempos; algunos medían hasta doce metros.
“Era un pantanal que no tiene comparación con el mundo actual”, asegura Carina Hoorn, geóloga, paleoecóloga y una de las pupilas del reconocido botánico Thomas van der Hammen. Llegó desde Holanda a Colombia en 1985 y, desde entonces, de la mano de científicos colombianos, no ha parado de reconstruir la historia natural de la Amazonia mediante el estudio de los sedimentos, las rocas y el polen fósil. Palinología se llama esta disciplina en la que, utilizando fósiles de polen de hace millones de años, recogidos de los sedimentos, logran reconstruir cómo cambian los ambientes, la vegetación y los ecosistemas.
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Junto a un equipo multidisciplinario, publicaron en la última edición de la revista Global and Planetary Change un artículo en el que buscaban describir el sistema Pebas. La investigación les dio la posibilidad de imaginar cómo era ese ambiente, qué había ahí, cuál era su vegetación y su fauna y cómo cambiaba con el paso del tiempo. Lo primero que encontraron fue que los grandes ciclos astronómicos, influenciados por los cambios en la órbita terrestre o por el cambio de inclinación de la Tierra, también han incidido y controlado este sistema de humedales en la mitad de la Amazonia, en pleno trópico.
“Aunque uno podría pensar que el trópico es muy estable, lo cierto es que está altamente influenciado por los cambios en el clima. Y esas variaciones en el clima están relacionadas con grandes fuerzas astronómicas, que son las que también marcan las grandes eras glaciales e interglaciales”, asegura Giovanni Bogotá, biólogo, docente de la Universidad Distrital y coautor del artículo.
El nivel del mar y el clima influían en las épocas de inundación del pantano, en la entrada de agua salobre hasta la Amazonia y, por ende, en la vegetación que predominaba en el sistema Pebas. Pero con esta investigación se encontraron muchas más sorpresas. “Cada centímetro de sedimento aporta una ventana de tiempo, como si fuera una fotografía de lo que pasaba en esos años. Así podemos reconstruir la historia”, asegura Bogotá, también estudiante de Van der Hammen. Estudiando los sedimentos de un lugar conocido como Los Chorros (un acantilado de 35 metros cerca a Puerto Nariño), en la Amazonia colombiana, abrieron una ventana al pasado. Reconstruyeron la flora y fauna del pantano, pero también de las montañas de los Andes.
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Rastros de páramos y manglares
Cada planta tiene un grano de polen distinto. Los granos de polen, además, son muy resistentes al tiempo y a la exposición a diferentes condiciones ambientales, por lo que encontrarlos como fósiles en los sedimentos no es tan extraño. En los sedimentos de los suelos de la Amazonia se pudo comprobar que al menos hace quince millones de años ya existían en nuestras montañas algo muy parecido a un páramo, un “protopáramo”, señalan los investigadores.
“Durante años, la pregunta de cuándo se levantó y alcanzó su altura la cordillera de los Andes le ha dado vueltas en la cabeza a los geólogos, biólogos e investigadores”, asegura Catalina González, directora del Grupo de Investigación Palinología y Paleoecología Tropical de la U. de los Andes y coautora del artículo. “Hasta ahora, los primeros indicios que teníamos de la existencia de los páramos eran mucho más jóvenes: de hace cinco millones de años o, según la mayoría de evidencia, de hace dos millones de años”, explica.
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Por eso, encontrar evidencia de que hace quince millones de años ya existían unas plantas que podían habitar los protopáramos es un hallazgo sin precedentes. “Nos muestra que las cordilleras ya estaban levantadas, que tenían una altura de al menos 3.000 metros sobre el nivel del mar, y que había unas condiciones climáticas para que esas plantas se establecieran”, afirma.
Los rastros fósiles de plantas de páramo en la Amazonia demostraban otra cosa: que existían unos ríos y unos cuerpos de agua lo suficientemente conectados, que permitían que las trazas de polen llegaran desde lo alto de la montaña hasta las llanuras de la Amazonia.
La investigación también permitió confirmar que, en la mitad de la Amazonia, en la zona baja del río Apaporis, vivieron manglares y moluscos, propios de ecosistemas salobres, durante decenas de miles de años. En otras palabras, “las incursiones de aguas marinas alcanzaron a llegar hasta donde se encuentra Caquetá en la actualidad”, asegura Bogotá. Pero ¿por qué estudiar un sistema que existió hace millones de años y que ya no existe?
Hoorn, autora principal del artículo, lo explica así: “Este sistema tuvo un papel fundamental para la evolución de organismos. Funcionó como una especie de cuna de especiación en donde se fomentó la diversidad de organismos acuáticos mientras estaba en su fase máxima de extensión, y permitió conectar fauna y flora terrestres, para las que había sido antes barrera, cuando llegaban las sequías”.
González coincide. “La genética de las especies amazónicas, de flora y fauna, tiene impreso su paso por este sistema”, dice. “Que confluya la biota de las tierras altas con los ecosistemas de tierras bajas en la selva y los ecosistemas costeros es un caldo de cultivo para lo que hoy conocemos: la gran riqueza que está presente en la cuenca amazónica”, agrega Bogotá. “La Amazonia que conocemos hoy es el resultado de millones de años de historia”, aseguran.
Los depósitos del humedal amazónico del Mioceno también proporcionaron un sustrato diverso y a menudo rico en nutrientes en la Amazonia. Los bosques que se encuentran allí son más diversos, fértiles y productivos que los que están en otro tipo de suelo.
Entre las últimas semanas de enero y las primeras de febrero, académicos, investigadores y organizaciones ambientales alertaron que los fuegos que consumían nuestra selva amenazaban con romper la conectividad entre dos puntos de biodiversidad vitales: los Andes y la Amazonia. “Las actividades humanas están interrumpiendo ese paso que por millones de años ha estado conectado. Por lo menos desde hace quince millones de años ha habido una conexión activa de ríos, material genético y poblaciones. Y ahora nosotros nos estamos dando el lujo de interrumpir ese puente fundamental”, insiste González.
En palabras de Giovanni Bogotá, fragmentar esas matrices de esos ecosistemas hace que se pierdan las interrelaciones naturales que se han dado a lo largo del tiempo entre esos diferentes ambientes. “Al perderse, es posible que el funcionamiento de esos sistemas también se venga a pique y no podamos llegar a saber en qué magnitud esas pérdidas puedan llevarnos también a nosotros”.