Se avecina La Niña: a prepararnos para las lluvias, el desabastecimiento y los desastres
Aunque existe un 60 % de probabilidad de que el fenómeno de La Niña se desarrolle entre junio y agosto, las predicciones muestran que puede ser un escenario muy complejo. En años anteriores, hubo municipios en los que colapsó el acueducto, deslizamientos que sepultaron familias y cultivos que se echaron a perder. Esta vez, la transición después de El Niño será atípicamente rápida. ¿Estamos preparados?
César Giraldo Zuluaga
Existe una alta probabilidad, del 60 % según los más recientes pronósticos, de que llegue al país el fenómeno de La Niña en el segundo semestre de este año. Lo hará, según Ghisliane Echeverry, directora del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), al mismo tiempo que la temporada de ciclones —que va de junio a noviembre— y que la segunda temporada de lluvias. “Es probable que tengamos eventos extremos y momentos de lluvias muy fuertes”, anticipa.
Qué tan fuertes pueden ser es algo que no se puede predecir, pero reconoce que episodios tan extremos como las recientes lluvias en Dubái, en Emiratos Árabes Unidos, que fueron las peores en 75 años, “son cosas que hacen parte de la probabilidad, incluso en nuestro territorio”.
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Existe una alta probabilidad, del 60 % según los más recientes pronósticos, de que llegue al país el fenómeno de La Niña en el segundo semestre de este año. Lo hará, según Ghisliane Echeverry, directora del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), al mismo tiempo que la temporada de ciclones —que va de junio a noviembre— y que la segunda temporada de lluvias. “Es probable que tengamos eventos extremos y momentos de lluvias muy fuertes”, anticipa.
Qué tan fuertes pueden ser es algo que no se puede predecir, pero reconoce que episodios tan extremos como las recientes lluvias en Dubái, en Emiratos Árabes Unidos, que fueron las peores en 75 años, “son cosas que hacen parte de la probabilidad, incluso en nuestro territorio”.
Pero antes de seguir hablando de cómo se podría manifestar La Niña en el país y cuáles serían sus impactos, es importante devolverse por un momento al presente y abordar un fenómeno que, aunque se está debilitando, todavía no termina: El Niño.
El Niño y La Niña, recuerda Juan Diego Giraldo, ingeniero civil y Ph. D. en Gestión de Recursos Hídricos de la Universidad Politécnica de Cartagena (España), son las dos fases extremas de un fenómeno conocido como El Niño - Oscilación del Sur (ENSO). “Quiero que nos imaginemos el ENSO como el vaivén de las temperaturas del océano Pacífico. El Niño es cuando las temperaturas de este océano están muy calientes y La Niña, o ENSO en fase fría, cuando las temperaturas del Pacífico están frías”, apunta Giraldo, también profesor en la Universidad Javeriana.
El fenómeno de El Niño, por el cual atraviesa el país desde noviembre del año pasado, se ha manifestado con una disminución en las lluvias y altas temperaturas en varias regiones del país, como el Pacífico, el Caribe y la Andina. Estos impactos, que Echeverry describe como acumulados y progresivos, son tangibles, por ejemplo, en la situación que atraviesan los embalses de agua que abastecen a Bogotá. Aunque los bajos niveles no se explican exclusivamente por El Niño y es un problema que involucra múltiples factores, la directora del Ideam lo pone como ejemplo para explicar a qué se refiere cuando habla de un déficit acumulado de precipitación (es decir, lluvia). En otras palabras, “un embalse no se seca de un día para otro”.
Echeverry destaca que es importante hablar de estos impactos acumulados, porque hay algunos evidentes, como la disponibilidad del agua, pero hay otros menos tangibles, como la erosión del suelo, que se deben tener en cuenta, sobre todo con las lluvias que vienen durante los próximos meses. Por mencionar solo un ejemplo, la erosión del suelo, sumada al impacto de otras actividades de origen humano, como la deforestación, aumentan el riesgo de deslizamientos cuando llegan las lluvias.
A este panorama Echeverry y Giraldo le suman otro ingrediente: la transición entre El Niño y La Niña será atípicamente rápida. “Lo cierto es que las transiciones deberían ser más tranquilas, más lentas en el tiempo. Debería haber más meses entre un fenómeno de El Niño y el de La Niña. Pero parece que ese vaivén de las temperaturas del océano Pacífico se está acelerando y se están haciendo más frecuentes esas sucesiones de eventos”, explica Giraldo.
Esto es importante, dice el profesor de la Javeriana, porque “no estamos terminando de salir de los meses de sequía para meternos ya con los problemas de las inundaciones”.
La Niña: inundaciones, deslizamientos y… ¿desabastecimiento de agua?
Hacia mayo y junio, agencias como la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA por sus siglas en inglés) podrán pronosticar con mayor exactitud si el fenómeno de La Niña que viene será débil, moderada o fuerte. Para hacerlo deberán superar lo que llaman “la barrera de predictibilidad”, una época del año en la que los modelos que utilizan son menos precisos.
Para explicar qué se puede vivir durante los próximos meses, cuando La Niña se instale y coincida con la temporada de ciclones y la segunda temporada de lluvias del año, Echeverry pone este ejemplo: “Lo voy a decir en términos de gotas. Uno espera, por ejemplo, que en noviembre caigan 20 gotas en todo el mes. Lo que puede ocurrir, y lo que está generando el cambio climático, es que esas 20 gotas caigan en dos días, lo que genera un impacto muy fuerte sobre los territorios, que conduce a que se generen desastres”.
Respecto a la temporada de ciclones, que inicia en junio y se extiende hasta noviembre, el Ideam anticipa que será bastante agitada y se espera que se rompan récords en número de ciclones y eventos fuertes. “¿Qué es un evento fuerte? Un ciclón puede ser una depresión, una tormenta o un huracán, que son los que tienen mayor intensidad”, explica Echeverry.
Los impactos de las temporadas de lluvias en el país son ampliamente conocidos. Bastaría recordar las impresionantes imágenes de las inundaciones que ocasionó La Niña de 2010 a 2011, en donde más de dos millones de personas resultaron damnificadas en el país, según datos del DANE.
Otra forma de verlo son los datos: de 1998 a 2021, las inundaciones, los deslizamientos y vendavales representaron el 94 % de las emergencias ocurridas en el país y el 86 % de los afectados, según cifras aportadas por la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) compiladas en un trabajo publicado en 2023 en los “Documentos de trabajo sobre economía regional y urbana” del Banco de la República.
El Estudio Nacional del Agua (ENA), que publicó el Ideam en 2022, reveló otra de las consecuencias de los eventos relacionados con la lluvia: el desabastecimiento de agua que pueden sufrir varios municipios. Entre 1998 y 2021 hubo afectaciones en 835 municipios, mientras que de 2017 a 2021 se identificaron en 254.
Las afectaciones, señala el documento, se presentan en los sistemas de acueducto por “problemas derivados de la ocurrencia de eventos como crecientes súbitas, movimientos de masa, inundaciones, vendavales, tormentas eléctricas, avalanchas y avenidas torrenciales, entre otros”.
Los departamentos con más municipios afectados en el segundo periodo analizado fueron Antioquia, Cauca, Huila, Cundinamarca y Norte de Santander. El ENA también destaca que 14 ciudades capitales, entre las cuales se encuentran Arauca, San Andrés, Cartagena, Neiva, Riohacha, Santa Marta, Pereira e Ibagué, presentaron afectaciones relacionadas con el abastecimiento de agua en temporada de lluvias.
Sobre este fenómeno, la directora del Ideam advierte un panorama poco alentador para los municipios que tienen problemas de abastecimiento de agua por cuenta del fenómeno de El Niño. Asegura que “regularmente los que tienen riesgo de desabastecimiento en épocas secas son los mismos que tienen riesgo de desabastecimiento en época de lluvias”.
Los desastres anunciados en temporada de lluvias
La gran pregunta que se hacen quienes trabajan estos temas, y que podría plantearse cualquier persona que siga con cierta frecuencia las noticias de nuestro país, es ¿qué ha hecho mal Colombia para sufrir tanto con la temporada de lluvias? La respuesta podría tomarnos varios artículos, pues según algunos expertos, habría que remontarse hasta la época de la Colonia para empezar a desentrañar este asunto.
Saltándose varios detalles y procesos históricos complejos, algunos de los factores que nos han llevado a perder la batalla contra el agua han sido “la deforestación, la degradación de los suelos, la urbanización no planificada, los fallos en el ordenamiento de las cuencas hidrográficas, el desplazamiento forzado, la reubicación en zonas de riesgo, los errores de diseño y operación de la infraestructura hidráulica y las deficiencias en gestión del riesgo”, entre otros, destaca Katherine Mora, profesora de Historia y Geografía de la Universidad Javeriana, en un artículo publicado en la revista académica Agua y Territorio - Water and Landscape hace un par de años.
Ante la diversidad de problemas, el gobierno de Gustavo Petro priorizó en su Plan Nacional de Desarrollo el ordenamiento territorial alrededor del agua, como una respuesta a la seguidilla de desastres que se presentan en el país durante la temporada de lluvias, pero también como una medida de adaptación al cambio climático.
Según le explicó Susana Muhamad, ministra de Ambiente, a este diario, la cartera ya inició las mesas técnicas para poder tener toda la información al respecto y se están haciendo análisis para cada departamento del país de las afectaciones históricas, así como analizando con el Ideam cuál puede ser la situación futura. “En junio esperamos entregarles esa información a los primeros respondientes, que son los alcaldes y gobernadores, y desde febrero dimos alerta de que era necesario que durante esta temporada seca empezaran con la preparación”, agregó Muhamad.
Mientras tanto, Tania Santos, líder del equipo de investigación sobre el agua del Instituto Ambiental de Estocolmo (SEI) en América Latina, quien ha seguido de cerca este proceso, asegura que el país está analizando la política de gestión integral del recurso hídrico, que fue expedida hace 14 años. “Se está haciendo una evaluación de la política, de qué tanto se ha logrado implementar y cuáles han sido sus impactos, para después empezar a hacer una actualización de esa política”, apunta Santos, quien tiene un Ph. D. en Ingeniería de la Universidad de los Andes.
De acuerdo con la investigadora, “lo que uno esperaría encontrar en la política [que se expida] es que quede muy claro y se sienten las bases conceptuales de qué es lo que significa el ordenamiento territorial alrededor del agua”.
Sin embargo, este es un proceso al que le hace falta tiempo para que empiece a materializarse, pues luego de su expedición, que se podría dar el próximo año, deberá empezar a implementarse en cada municipio y departamento del país. Un proceso de articulación que, si bien no es imposible, dice Santos, es bastante complejo.
Por su parte, Echeverry, reconoce que este es el primero de los pasos que tiene que dar el país. “Tenemos que estar en línea preventiva. No podemos seguir siendo un país que atiende desastres, porque estamos acostumbrados a hacerlo cuando ya vemos las casas sin techo o los sitios inundados”.
El segundo paso, apunta la directora del Ideam, es atacar las causas estructurales de los problemas ambientales del país. “Las transformaciones estructurales son repensarse las ciudades, repensarse la movilidad, la economía. Eso es lo que tiene que darse de fondo para que podamos, de alguna manera, adaptarnos al cambio climático”.
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