“Sembrar” nubes para hacer llover, una mentira de varios millones de dólares
En 1984, un grupo de investigadores estadounidenses vino a sembrar nubes en la sabana de Bogotá, pues los embalses que abastecen de agua a la ciudad estaban en niveles críticos. La estrategia, que se sigue usando en países como México y China, cuesta varios millones de dólares, pero parece ser pura charlatanería.
Andrés Mauricio Díaz Páez
En 1984, el Acueducto de Bogotá, en medio de un racionamiento de agua como el que hoy vive la capital y del fenómeno de El Niño, contrató a una empresa para hacer llover en la sabana nororiental, en donde se encuentran los embalses que abastecen a la ciudad. “La medida fue efectiva, el bombardeo produjo 13 millones de metros cúbicos de agua sobre los embalses y, pese a polémicas, debates, opiniones y caricaturas, el 16 de junio la empresa suspendió el racionamiento”, dice la empresa en un documento que cuenta lo que ocurrió.
Vincent Schaefer, un químico y meteorólogo estadounidense, fue uno de los primeros en apostar por la posibilidad de modificar el clima. En 1946, fue el primer científico en sembrar o “bombardear” una nube poniéndole dióxido de carbono (CO₂) en estado sólido (conocido como hielo seco) para congelar el agua que se encontraba en ella y “hacer llover”.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
En 1984, el Acueducto de Bogotá, en medio de un racionamiento de agua como el que hoy vive la capital y del fenómeno de El Niño, contrató a una empresa para hacer llover en la sabana nororiental, en donde se encuentran los embalses que abastecen a la ciudad. “La medida fue efectiva, el bombardeo produjo 13 millones de metros cúbicos de agua sobre los embalses y, pese a polémicas, debates, opiniones y caricaturas, el 16 de junio la empresa suspendió el racionamiento”, dice la empresa en un documento que cuenta lo que ocurrió.
Vincent Schaefer, un químico y meteorólogo estadounidense, fue uno de los primeros en apostar por la posibilidad de modificar el clima. En 1946, fue el primer científico en sembrar o “bombardear” una nube poniéndole dióxido de carbono (CO₂) en estado sólido (conocido como hielo seco) para congelar el agua que se encontraba en ella y “hacer llover”.
Desde entonces, la siembra de nubes se convirtió en un servicio que venden algunas empresas y que han llegado a adquirir países, como México, India y China, mientras atraviesan por sequías que disminuyen la disponibilidad de agua. Colombia también ha sido parte de ese mercado.
Esta estrategia, sin embargo, no tiene ningún soporte científico y es una industria, con “mucha gente hábil que ha vendido la idea de que puede hacer llover a algunos incautos”, explica Luis Antonio Ladino, Ph. D. en Ciencias Ambientales del Instituto Federal Suizo de Tecnología. Solo en 2022, México invirtió USD$70 millones.
¿Cómo han logrado convencer a tantas personas de que hacer llover es posible?
¿Qué es la siembra de nubes?
Cuando alguien ve una nube gris o negra, explica Ladino, investigador titular del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la Universidad Autónoma de México (UNAM), “sin ser experto en física de nubes puede predecir, casi con seguridad, que va a llover”. Lo contrario ocurre cuando lo que se ve es una nube de color blanco.
Esto ocurre porque las nubes blancas están compuestas por pequeñas gotas de agua que no tienen el tamaño ni el peso suficiente para vencer la gravedad y precipitarse hacia el suelo. Las grises, en cambio, están compuestas por gotas de agua y cristales de hielo, a los que se van adhiriendo otras gotas, hasta que tienen el peso necesario para caer. En las zonas tropicales, como Colombia, el calor del ambiente hace que las partículas de hielo se derritan en el camino, en lugar de caer como nieve.
Lo que hace la siembra de nubes, tal como la planteó Vincent Schaefer en 1946, es utilizar un químico para hacer que las gotas de la nube se congelen y ganen peso para precipitarse. “Una de las estrategias más comunes, es inyectarle partículas de aerosol de yoduro de plata (un químico que sirve para congelar el agua de las nubes) o hielo seco”, expresa Ladino.
Sin embargo, utilizar estos químicos no es suficiente para que llueva. Se necesitan por lo menos dos condiciones atmosféricas más: “si yo pongo los aerosoles, pero no tengo la cantidad de humedad suficiente, nunca se va a formar nubes.”, apunta José Daniel Pabón, Ph. D. en Meteorología de la Universidad Estatal Rusa de Hidrometeorología e investigador de la Universidad Nacional. “También se necesita de un proceso denominado movimientos verticales ascendentes”, que son corrientes de viento que, en su trayectoria natural, se chocan entre sí o con una montaña y se elevan hacia la atmosfera, contribuyendo a la formación de nubes y la generación de lluvias. Ninguna de esas dos condiciones se puede controlar artificialmente.
Cuando a mediados de 2023, en México se utilizó la siembra de nubes para estimular lluvias en las zonas en donde se encuentran los embalses que abastecen de agua a grandes ciudades, como Ciudad de México y Monterrey, el Gobierno, en repetidas ocasiones, indicó que la estrategia estaba teniendo éxito, pues aumentó entre un 35 y un 60 % las precipitaciones. Pero, hay varias imprecisiones en esas afirmaciones.
Las empresas que ofrecen la siembra de nubes envían aviones que asperjan yoduro de plata sobre las nubes. Pero, antes de que el avión despegue y para garantizar su “éxito”, deben esperar a que haya condiciones meteorológicas adecuadas que permitan estimular la lluvia. En otras palabras, esperan a que haya una alta probabilidad de lluvia.
“Tienen todo el sistema muy bonito, con los estándares internacionales. Van, atraviesan una nube e inyectan yoduro de plata y eventualmente llueve. Entonces: ‘bravo, llovió. Son los mejores’. Aquí pasó y la gente estaba feliz con el presidente y con la Marina de México. Pero, resulta que ya estaba pronosticado desde hacía tres días que iba a llover”, cuenta Ladino.
Una situación similar pudo evidenciar Pabón, junto a Germán Torres, otro meteorólogo, en una investigación publicada en la revista Cuadernos de Geografía en 2007. En esta señalan que en 1984, para los meses de abril y mayo, cuando se implementó la siembra de nubes en Bogotá, se presentó una Onda de Madden-Julian, un fenómeno que causa lluvias atípicas en períodos de sequía, o ausencia de lluvias en períodos en los que deberían abundar.
Además, unos meses atrás se había terminado el fenómeno de El Niño y, como suele ocurrir, por esas semanas se esperaba que empezara La Niña, caracterizado por un aumento en las precipitaciones. “Así las cosas, había condiciones naturales para que las lluvias se reactivaran sin necesidad de acudir a una dudosa intervención en las nubes”, escribieron en el artículo.
Ladino lo explica de manera certera: “Desde el punto de vista científico, nadie puede ratificar que la siembra de nubes funciona, porque no hay evidencia de que efectivamente funciona”.
Lo que sucede es que las empresas que se dedican a este negocio suelen usar trucos para mostrar resultados. Por ejemplo, toman mediciones históricas de la cantidad de lluvias que caen sobre una zona y sacan un promedio del acumulado diario. Si ese promedio es de 5 milímetros (mm) y el día en el que hacen la siembra llueven 7 mm, en sus cuentas, esto significa que llovió un 20 % más de lo que se esperaría. Pero, usar el promedio como punto de comparación es “impreciso”, dice Ladino, porque la realidad es que la cantidad e intensidad de las lluvias que se presentan en un lugar varía todos los años, por lo que no es posible demostrar que el aumento en la cantidad de lluvias se deba a la siembra de nubes.
Los modelos meteorológicos, comenta Ladino, han avanzado a tal nivel de precisión que pueden predecir cuándo va a llover, pero existe una alta incertidumbre sobre cuántos milímetros de agua caerán, “porque es que nadie lo puede predecir cuantitativamente”. El único tipo de bombardeo de nubes que tiene evidencia comprobada es cuando se usa para disminuir el tamaño del granizo, pues este sí es un proceso que puede realizarse con el yoduro de plata u otros aerosoles. Todo lo demás, a los ojos de la ciencia, “es una estafa”, puntualiza Pabón.
Y entonces, ¿cómo enfrentamos la crisis del agua?
Los investigadores coinciden en que la siembra de nubes es una estrategia que resulta atractiva para los Gobiernos porque les da una forma “´fácil” de mostrar resultados, ante fenómenos climáticos que dan pocas alternativas en el corto plazo. “En la época en la que se tomaron las decisiones sobre el bombardeo de nubes para generar lluvia, el conocimiento sobre la variabilidad climática en el país era prácticamente nulo; además, sobre los responsables de tomar la decisión pesaba la presión de una situación que requería alguna acción inmediata para evitar el racionamiento total de agua para la población”, escribieron Pabón y Torres en su investigación.
Ante el bajo nivel de los embalses que abastecen a Bogotá actualmente, varios medios, entre ellos El Espectador, recordaron la “exitosa” siembra de nubes de 1984, basándose en el documento del Acueducto. La estrategia no ha sido planteada por ninguna entidad del Estado y el Instituto de Meteorología, Hidrología y Estudios Ambientales (Ideam) confirmó que no hace este tipo de procedimientos ni cuenta con personal para ponerlo en práctica.
Sin el bombardeo como opción, por su falta de evidencia científica, ante este tipo de situaciones se pueden plantear otras alternativas, pero ninguna propone soluciones mágicas para recuperar el nivel de los embalses. La Alcaldía de Bogotá decidió implementar un racionamiento en el suministro de agua, en el que se van turnando varios sectores de la ciudad.
Para Tania Santos, Ph. D. en Ingeniería Ambiental de la Universidad de los Andes y e investigadora del Instituto Ambiental de Estocolmo (SEI, por su sigla en inglés), este tipo de medidas “terminan afectando a las viviendas individuales que no cuentan con tanque de almacenamiento. Pero, los conjuntos residenciales, las viviendas nuevas, los centros comerciales, las industrias, por el Reglamento de Agua Potable y Saneamiento Básico, deben tener un tanque de almacenamiento de agua”.
De hecho, el mismo Acueducto ha reconocido que se han presentado aumentos en el consumo cuando se reconecta el servicio, pues empiezan a llenarse los tanques que se vaciaron cuando, en teoría, no deberían utilizarse.
Aunque reconoce las dificultades de que una medida como el racionamiento funcione, Leonardo Donado, Ph. D. en Ingeniería Civil, magíster en Recursos Hidráulicos y profesor titular de la Universidad Nacional, reconoce que se trata de “un juego de oferta y demanda. Si hay menos volumen de agua disponible, debe hacerse un racionamiento para ofrecer menos”. Gestionar mejor el agua, añade Santos, es una tarea que requiere medidas a largo plazo “como incentivar la reutilización, controlar el consumo excesivo y promover incentivos para que los grandes consumidores trabajen en optimizar su uso”.
En el futuro se seguirán presentando estas situaciones, pues “la realidad es que Bogotá y su región metropolitana no tienen agua, es una región relativamente seca”, apunta Donado. Por eso, depende del cuidado de fuentes lejanas que nutren sus sistemas hídricos, como la Amazonia.
Esa escasez, complementa el ingeniero civil, “debería llevarnos a explorar fuentes alternativas de agua”, pues la demanda de la ciudad sigue creciendo. Allí, hay varios caminos que debe evaluarse, como la construcción de nuevos embalses, que pueden generar impactos en páramos u otras áreas protegidas, la exploración de aguas subterráneas o el saneamiento efectivo del río Bogotá.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜