Una familia de bagres cuenta la historia de Colombia y de los Andes
En su más reciente libro, el historiador Daniel Gutiérrez Ardila cuenta la historia de las expediciones en que fueron descubiertos tres bagres. “Peces geológicos” muestra cómo la familia Trichomycteridae puede contar la historia de la formación de los Andes.
María Paula Lizarazo
Hace algún tiempo que Daniel Gutiérrez Ardila, historiador de la Universidad Nacional de Colombia, doctor en Historia por la Universidad París I y profesor de la U. Externado, quería escribir un libro sobre la historia de la ictiología (la parte de la zoología que estudia los peces) neotropical. Su idea era escoger algunas especies de agua dulce, y, sin tener aún muy definido lo que haría, escuchó en 2016 acerca de un bagre recién descubierto en El Peñón (Santander), en plena cordillera Oriental. Se trata del Trichomycterus Rosablanca, que es parte de la familia Trichomycteridae, gracias al cual luego se crearía una ley para proteger las cavernas en Colombia.
Gutiérrez Ardila lleva más de 20 años estudiando la historia de Colombia, especialmente la de la primera mitad del siglo XIX. Ha publicado libros como 1819: Campaña de la Nueva Granada (2019) y es coautor de La Compañía Barro y Sordo. Negocios y política en el Nuevo Reino y Venezuela, 1769-1819 (2021).
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Hace algún tiempo que Daniel Gutiérrez Ardila, historiador de la Universidad Nacional de Colombia, doctor en Historia por la Universidad París I y profesor de la U. Externado, quería escribir un libro sobre la historia de la ictiología (la parte de la zoología que estudia los peces) neotropical. Su idea era escoger algunas especies de agua dulce, y, sin tener aún muy definido lo que haría, escuchó en 2016 acerca de un bagre recién descubierto en El Peñón (Santander), en plena cordillera Oriental. Se trata del Trichomycterus Rosablanca, que es parte de la familia Trichomycteridae, gracias al cual luego se crearía una ley para proteger las cavernas en Colombia.
Gutiérrez Ardila lleva más de 20 años estudiando la historia de Colombia, especialmente la de la primera mitad del siglo XIX. Ha publicado libros como 1819: Campaña de la Nueva Granada (2019) y es coautor de La Compañía Barro y Sordo. Negocios y política en el Nuevo Reino y Venezuela, 1769-1819 (2021).
Peces geológicos, su último libro, cuenta la historia del Trichomycterus rosablanca y la de otros dos bagres andinos descubiertos en los últimos dos siglos: el Eremophilus mutisii y el Pygidium bogotense, ambos nativos del altiplano cundiboyacense. El primero, descrito por Humboldt en 1805, y el segundo, por Carl H. Eigenmann en 1912. Para contar la historia de las tres expediciones, Gutiérrez Ardila revisó documentos de más de cien años y, en el caso de la última, entrevistó al grupo de científicos colombo-venezolano, dirigido por Carlos Andrés Lasso, que viajó a El Peñón.
Empecemos por el título, ¿por qué habla de peces geológicos?
Cuando yo empecé a hacer este libro tenía muy claro que al final abordaría la historia de un pez descubierto por un grupo de científicos colombo-venezolanos. Se trata de un bagre pequeño y ciego, que existe en ciertas cavernas de Santander, llamado Trichomycterus rosablanca. Y en el primer capítulo, yo hablo de otro bagre que vive a más de 2.600 metros de altura: el capitán de la sabana, el Eremophilus mutisii.
Cuando inicié la investigación, me di cuenta muy rápidamente de que el Capitán de la sabana ese pez era un interrogante viviente a comienzos del siglo XIX, porque los naturalistas no entendían muy bien o no podían explicar cómo había llegado hasta acá. Entonces, la pregunta por su hábitat, es decir, la pregunta por las condiciones de vida de esa criatura, tenía que ver inmediatamente con el relieve. ¿Cómo explicar que un pez viviera a una altura semejante, teniendo en cuenta que la sabana de Bogotá desagua por una gran cascada que no se puede salvar nadando, el Salto del Tequendama (de 157 m)?
Dicho de otro modo, ¿cómo explicar la existencia de peces de aguadulce en las altas cumbres de los Andes?. Y resultó, entonces, un libro de tres capítulos, acerca de tres especies y de tres expediciones científicas que trata de responder esas preguntas.
¿Cómo la ciencia puede hablar de ciertos períodos históricos?
Hay muchas maneras de abordar un período histórico. Cada aspecto nos enseña cosas distintas acerca de ese período; son como facetas distintas, cuya combinación entrega una visión más completa del conjunto. Entre esas facetas está la ciencia, que es poco estudiada en nuestro país. Sabemos más de la ciencia de finales del siglo XVIII, gracias a la Expedición Botánica, pero muy poco de la de los siglos XIX o XX.
La forma de hacer ciencia se transforma con el tiempo; es siempre relativa al momento histórico en que se desarrolla. ¿Por qué? Porque los científicos emplean, por ejemplo, medios de transporte que van cambiando. No es lo mismo desplazarse en helicóptero o en avión que en un carro. Y no es lo mismo desplazarse en carro que en una canoa o en una mula. Solamente por eso se establece una relación distinta con el país.
Lo mismo sucede con las tecnologías que los científicos utilizan a través del tiempo, porque van cambiando. No es lo mismo tomar fotos digitales que tomar fotos análogas o que tener que llevar a un dibujante para sacar registro de las especies que le interesan a determinado científico. Tampoco es lo mismo hacer ciencia en un virreinato del Imperio Español que hacer ciencia en una República. Ni es lo mismo hacer ciencia en una República en la que el orden público no es un problema a recorrer un país en el que hay actores armados. La historia social de la ciencia es útil para comprender qué es un país y cómo va cambiando.
¿Y qué papel tienen los historiadores en ello?
Un papel muy interesante. Los biólogos no siempre son conscientes de toda la historia que hay detrás de la actividad científica que los ha antecedido. Ellos saben lo que ha generado , saben muy bien cuáles son los peces descritos, por ejemplo. Pero son menos conscientes de todas las circunstancias que rodearon las diferentes expediciones. Y en ese sentido, el papel del historiador se vuelve revelador para los ictiólogos que trabajan hoy en día en Colombia. Yo creo que, los biólogos con los que tuve la suerte de trabajar, se sorprendieron cuando leyeron las historias que cuento en los dos primeros capítulos: estoy seguro de que aprendieron muchas cosas que no sabían.
Me parece interesante esa relación entre los biólogos y el historiador, pues si ellos le ayudan a entender cómo se hace hoy la ciencia (y por esa razón también, cómo se hacía antes),del mismo modo el historiador les ayuda a insertar su actividad en una larga perspectiva, a tener una comprensión más rica de su labor.
¿De dónde viene ese interés por la ictiología?
Yo, durante mucho tiempo, pensé que iba a ser biólogo. Terminé siendo historiador. Tuve en el colegio un profesor nefasto de biología y tuve un muy buen profesor de Sociales (Raúl Moreno Rozo).
Ya tenía claro que quería contar la historia del Trichomycterus rosablanca, ¿cómo eligió las otras dos especies de bagres que protagonizan su libro?
Yo quería hacer un libro sobre ictiología neotropical. Los peces de agua dulce de esta zona de América del Sur son el grupo de animales más biodiverso del planeta. En un principio, pensé que iba a escoger ciertas especies de peces de agua dulce neotropicales que a mí me gustaban y solo porque a mí me gustaban. Pero había decidido que me iba a encargar del T. rosablanca, porque era un descubrimiento reciente y muy llamativo, que permitía abordar la ciencia contemporánea en Colombia. Y fue entonces cuando Alberto Gómez Gutiérrez, un amigo que es biólogo y genetista, me dijo que yo tenía también que encargarme del capitán de la sabana, el Eremophilus mutisii, porque ese fue el primer pez descrito por científicos modernos, en el territorio de la actual Colombia.
Muy rápidamente me di cuenta de que entre el Capitán de la Sabana y el T. rosablanca había un parentesco muy grande, muy estrecho. Ahí decidí que el libro debía ser sobre esa familia, la de los Trichomycteridae. Y como tenía un pez descrito a comienzos del siglo XIX y un pez descrito a inicios del siglo XXI, decidí a buscar un pez y una expedición científica de comienzos del siglo XX, y me encontré con Eigenmann, que es uno de los más grandes ictiólogos de la Historia.
¿Qué es lo más fascinante de estas tres expediciones?
A mí lo que más fascinante de todo me resulta es que los científicos hayan logrado develar esa historia que se mide en millones de años, leyendo pistas ínfimas. Es decir, estudiando pequeños peces y comparándolos entre sí, han sido capaces de comprender qué pasó con la geología de la Tierra, y en particular con la geología de América. Digo de la Tierra, porque todo esto tiene que ver también con la formación de los continentes. Y digo en particular de América del Sur, porque estos peces terminan ligados a la historia de la cordillera de los Andes. Ellos, de alguna manera, son un producto de la cordillera: empiezan a mutar cuando esta empieza a surgir y cambian con ella durante millones de años, hasta ser lo que son hoy.
En el caso del Eremophilus mutisii, Humboldt, llega al Nuevo Reino de Granada alguien que está muy conectado con la ciencia europea, que sabe qué está pasando en los grandes centros del conocimiento, que trabaja con los naturalistas más relevantes del momento, y eso le permite dar relevancia científica a un pez que para todo el mundo aquí era archiconocido, puesto que se lo comían desde tiempos prehispánicos.
Es precisamente esa posición, en ese lugar, en ese momento, en medio de los debates científicos que existen a comienzos del siglo XIX sobre el origen de la vida, sobre las variedades de los seres vivos, sobre del surgimiento de las especies; son esas preguntas las que hacen relevante a ese bagre bogotano. Carl H. Eigenmann, es un tipo sorprendente, un hombre que había concebido un viaje a Colombia mucho tiempo atrás, que solo se hizo posible en 1912. Para entonces ya tenía una serie de interrogantes muy sólidos, entendía que Colombia era un lugar fundamental para las pesquisas que estaba llevando a cabo.
Me gustó mucho esa historia de un hombre que ansía venir a un país durante mucho tiempo y finalmente lo puede visitar solamente durante tres meses, porque le dan una muy corta licencia en la universidad, y aun así, a pesar de todas las dificultades de tipo económico y de tiempo, logra hacer un viaje muy ambicioso: recorre la cuenca del Magdalena, el Cauca, el San Juan y lel Atrato, para resolver el misterio de la migración de los peces de agua dulce en América del Sur.
Finalmente, el caso del T. rosablanca era la ocasión de hablar con naturalistas contemporáneos: yo no podía hablar ni con Mutis, ni con Humboldt, ni con Caldas, ni con Jorge Tadeo Lozano, ni con Louis Agassiz, ni con Carl H. Eigenmann. Yo solo puedo acceder a fragmentos mínimos de sus vidas, a través de documentos, a veces muy escuetos. Pero con Lasso y su equipo yo podía hablar, hacerles las preguntas que no puedo hacerles a los ictiólogos anteriores o a los naturalistas de generaciones previas.
¿Qué tiene de especial cada bagre?
El primero ofreció una ventana para discutir el problema de la poligénesis, es decir las teorías que postulaban un origen único o diverso de la vida en la Tierra; el segundo, una ventana para discutir el darwinismo; y el T. rosablanca, una ventana para comprobar los postulados previos o para utilizar la genética como una herramienta que permite leer esos procesos biológicos, que son también geológicos. Son tres momentos de la ciencia.
Pero otra respuesta, un poco más personal a su pregunta, es que el Capitán de la sabana permite leer las sucesivas transformaciones de las sociedades que han vivido en lo que llamamos Colombia. Es decir, fue un pez importante ya en tiempos de los muiscas, continuó siendo un pez muy importante en tiempos de la Colonia, ganó notoriedad científica a principios del siglo XIX y siguió siendo hasta principios del siglo XX un pez culturalmente muy importante, porque se consumía mucho. Los otros dos peces tienen mucho menos relieve en términos culturales e históricos. Y surgen de repente porque, a pesar de su tamaño, a pesar de que no tengan una importancia económica, se vuelven importantes para conocer esa historia geológica de la que nosotros también hacemos parte.
Retomando lo que mencionó, ¿qué diferencias hubo entre acercarse a los documentos de Humboldt y Eigenmann, y acercarse al equipo de Lasso?
Cuando miraba fuentes que tenían más de cien o más de doscientos años, lo que trataba de hacer era formular interrogantes destinados al capítulo más contemporáneo. Y del mismo modo, lo que yo iba entendiendo con respecto a lo que significa hacer hoy en día una expedición científica y a lo que es hoy en día publicar un descubrimiento científico, procuraba aprovecharlo para formular interrogantes destinados a los dos primeros capítulos.
Fui haciendo un cuestionario global con esas tres expediciones y con esos tres descubrimientos geológicos. Esa era la idea. Pero el tercer capítulo permite acceder a una riqueza extraordinaria. Yo le puedo preguntar a alguien del equipo de Lasso qué ropa llevaba puesta, si tenía frío, calor, dónde durmió, qué dificultades hubo, y este tipo de cosas no siempre terminan formando parte, o rara vez forman parte de los artículos científicos.
Entonces, toda esa riqueza de información, se vuelve muy llamativa con respecto a lo que está atrás. ¿Qué habría aprendido un historiador como yo si hubiera podido entrevistar a los naturalistas de comienzos del siglo XX o a los de principios del XIX ? ¿Qué personajes, hoy ignorados completamente, hubieran cobrado relevancia?
¿Qué cree que nos muestran estos tres bagres sobre la biodiversidad en Colombia?
Colombia es el segundo país más rico del mundo en peces de agua dulce. Ser conscientes de eso es importante. Ahora, la historia de los bagres en particular, la de estos bagrecitos andinos, me parece que cuenta una historia sobrecogedora desde el punto de vista histórico. Estamos hablando de millones de años, literalmente. Seres que han sido capaces de sobrevivir a cambios ambientales tan fuertes y que son fruto de nada más y nada menos de la configuración misma de Sudamérica, tal como la conocemos, deberían suscitar un respeto muy grande, generar interés por preservar los ecosistemas en los que viven.