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Los bosques, que abarcan aproximadamente un tercio de la Tierra, han sido descritos como ecosistemas estratégicos por varias razones. Además de ser espacios de gran riqueza y diversidad de especies -concentran el 80 % de la biodiversidad mundial de plantas y animales-, son uno de los focos importantes para mitigar los efectos del cambio climático. Los bosques de la Amazonia colombiana, por ejemplo, pueden almacenar un promedio de 260 toneladas por hectárea de volúmenes de agua y carbono, como señala la bióloga Luz Marina Mantilla, directora del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi).
Lejos de impactar únicamente a quienes los habitan o a ciudadanos de regiones especialmente boscosas, la conservación o destrucción de estos ecosistemas está relacionada con la salud humana y del mundo. De acuerdo con el informe “La vitalidad de los bosques”, publicado por WWF, estos tienen tres funciones principales: provisionan agua y alimentos, previenen la propagación de enfermedades y reducen los factores de riesgo asociados a estas. Las funciones benefician a poblaciones rurales y urbanas por igual, con distintos grados de impacto, pero el mensaje es claro: a todos nos debería importar la conservación de estos ecosistemas, porque tendrá consecuencias para nuestra salud en general.
De hecho, según este último informe: “Además de la comida, combustible y fibra que los bosques dan, también actúan para regular los ciclos de agua y filtrar la polución del aire que afecta la salud humana de forma indirecta, pero sustancial”. Los impactos indirectos de la conservación de los bosques en la salud humana podrían verse, incluso, en la reducción de enfermedades no transmisibles, como el cáncer, la diabetes o los problemas de salud mental, señalan estudios como el de “Relación entre respuestas fisiológicas y entornos físicos en los bosques”, publicado en la revista Landscape and Urban Planning.
Un primer nivel en el que los bosques impactan la salud humana es en la parte física. La Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios del Ecosistema (Ipbes) advirtió, en 2020, que el 70 % de las enfermedades emergentes y casi todas las pandemias de las que se sabe han sido causadas por microbios de origen animal. “Estos microbios ‘se desbordan’ debido al contacto entre fauna silvestre, ganado y personas”, indicó un informe realizado por esta plataforma. “Se cree que un estimado de 1,7 millones de virus desconocidos existen en huéspedes mamíferos y aviarios. De estos, entre 631 y 827 mil podrían infectar a los humanos”, puntualizan.
Aunque las pandemias tienen su origen en estos microbios, transportados por animales, su emergencia es causada exclusivamente por las actividades humanas, como el cambio en el uso de los suelos, la expansión de la frontera agrícola o el consumo de animales. Estas son algunas de las mismas actividades que causan pérdida de biodiversidad o cambios en el paisaje. Una cadena de factores que, si se suman, aumentan las consecuencias sobre nuestra salud. “Por ejemplo, muchos hongos están de cierta manera en el suelo de los bosques, y cuando esos suelos son explotados, las especies de hongos o bacterias cambian sus condiciones y se convierten en plagas”, explica Luz Marina Mantilla.
Otro efecto que puede impactar claramente a las poblaciones urbanas, son la calidad de aire y la regulación de aguas lluvia, que es impulsada desde los bosques por los vientos. De hecho, según un informe de 2018 de La Comisión Lancet sobre la contaminación y salud, la polución es la mayor causa medioambiental de muertes y enfermedades a nivel mundial.
Además de esto, hay una serie de beneficios particularmente relacionados con lo urbano, que tienen que ver con la reducción de factores de riesgo asociados con enfermedades no transmisibles, como la diabetes, enfermedades cardiovasculares y la salud mental. Aunque los estudios sobre los efectos que tendrían los bosques en estas enfermedades aún se siguen explorando, la evidencia indica que la exposición a estos ecosistemas impactaría positivamente el sistema inmune, la presión arterial, la glucosa y las hormonas que causan estrés. Algunos hallazgos de un informe de Biodiversity and Health in the Face of Climate Crisis apuntan a que las características del entorno de los bosques sería una de las claves de la mejoría de la respuesta cardiovascular. También indican que la reducción del ruido sería uno de los factores beneficiosos para los indicadores de salud. (También puede leer: ¿De dónde viene mi comida? La pregunta que ayudaría a mitigar el cambio climático)
Pero los beneficios de los bosques en la salud humana no solo tienen que ver con la parte física, sino con la salud mental. Aunque la evidencia en este campo es más reducida, un reporte de este último informe analizó 24 estudios acerca del tema, y concluyó que la mayoría de estos encontraron una o más asociaciones positivas entre la biodiversidad e indicadores de buena salud mental. La abundancia de biodiversidad se resaltó como una variable importante en los hallazgos de los estudios.
Por eso la deforestación es una de las grandes amenazas que enfrenta el planeta, ya que provoca una serie de implicaciones negativas para la salud de las personas en diferentes escalas espaciales y temporales. A comienzos del año pasado, WWF señaló que en el mundo hay 24 lugares altamente amenazados por la deforestación, entre los que están la Amazonia colombiana y el Chocó Darién, de Colombia y Ecuador.
“Cuando uno deforesta un área, si es de una gran cantidad de árboles, se emite carbono hacia la atmósfera, lo cual tiene una injerencia crítica sobre el clima”, agrega la bióloga Mantilla. Ante esto, la meta de los países debe ser restaurar los bosques para mantenerlos de pie. Esto no solamente asegurará la conservación del hábitat de miles de especies, sino que también evitará la degradación de los paisajes rurales y urbanos, indica la directora del Sinchi. En el marco de la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26) el año pasado, más de 140 países -incluyendo Colombia- se comprometieron a detener la deforestación para 2030. Y es que, desde 1990, el área de bosques primarios se ha reducido en 81 millones de hectáreas en el mundo. Aunque hay buenas noticias: durante la pasada década, entre 2010 y 2020, la tasa de pérdida de bosques se redujo a más de la mitad, en comparación con el período entre 2000 y 2010.
¿Cuál es el panorama en Colombia?
En Colombia, los bosques abarcan más de la mitad del territorio, haciéndolo el tercer país suramericano con mayor área de bosques. Este cuenta con seis tipos de bosques, entre los que están el bosque andino, bosque subandino, bosque húmedo, bosque húmedo tropical y el bosque seco tropical. Pero el pasado 22 de marzo, la Contraloría advirtió que, anualmente, el país está perdiendo unas 170 mil hectáreas anuales por la deforestación. Esta cifra representa 500 hectáreas perdidas cada día, principalmente por la praderización o las malas prácticas de ganadería extensiva. Según el más reciente informe del Ideam al respecto, durante 2020, el 70 % de la deforestación del país se concentró en los departamentos de Meta, Caquetá, Guaviare, Putumayo y Antioquia.
En ese mismo año, el Instituto Alexander Von Humboldt advirtió que el 45% de las especies endémicas de árboles que hay en Colombia (566), están en riesgo de extinción. Según la más reciente Actualización de la Lista Roja de los Ecosistemas Terrestres de Colombia, elaborada por este Instituto en 2017, dos de los seis tipos de bosque con los que cuenta el país estaban en estado crítico de extinción. Estos eran los del bioma de bosque seco tropical y áreas de bosque húmedo tropical del piedemonte de los Llanos Orientales.
Aunque los datos de deforestación en Colombia para 2021 no están disponibles, Luz Marina Mantilla estima que el país reducirá esta problemática a largo plazo. La Contraloría, por ejemplo, calcula que la deforestación en el país se reducirá un 30 % para este año. Hay algunos ejemplos en regiones de la Amazonia colombiana que soportarían esto. Por ejemplo, la bióloga Mantilla señala que los habitantes de la Amazonia suscritos a los acuerdos voluntarios de conservación y no deforestación están conservando cerca del 85 % de lo que se comprometieron. (Le puede interesar: El Espectador ahora se imprime en papel de bagazo de caña de azúcar)
La clave es que distintos sectores de la sociedad se articulen en torno a la conservación y restauración de los bosques. “No vamos a lograr frenar la deforestación solo con políticas, sino que también hay que involucrar a la gente, tener recursos e impulsar a gente capacitada para entender cómo tienen que ser esas posibles soluciones para restaurar los bosques”, lo resume Mantilla.
Por ejemplo, la estación experimental El Trueno en el departamento del Guaviare, liderada por el Instituto Amazónica, siembra más de 500 mil árboles al año, de la mano de las comunidades del lugar. El enfoque en la siembra y aumento en las escalas de restauración es clave en el país, opina Luz Marina Mantilla, ya que es una actividad que involucra a diferentes sectores de la sociedad.
Junto a estas acciones, las personas también pueden ser “portadoras individuales de los cambios”, indica la bióloga, por medio de transformaciones en hábitos de consumo o siendo más conscientes de la sostenibilidad. En la cotidianidad, esto implicaría revisar que los productos que consumimos estén asociados a campañas de no deforestación o comprar productos forestales no maderables, es decir, productos que vengan naturalmente de los bosques, pero que no contengan o sean de madera.