La apuesta por grabar el canto de las aves para darle vida a Macondo en Netflix
Un equipo de investigadores viajó a varios puntos del Caribe colombiano para capturar los cantos de las aves que suenan en la serie Cien años de soledad. Quienes estaban detrás de la producción querían que cada uno reflejara con precisión los ecosistemas en los que se mueve la familia Buendía.
Primero, una advertencia: este artículo puede tener uno que otro spoiler de Cien años de soledad, aunque nada que le arruine la serie, en caso de que no la haya visto, ni tenga un recuerdo del libro.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Primero, una advertencia: este artículo puede tener uno que otro spoiler de Cien años de soledad, aunque nada que le arruine la serie, en caso de que no la haya visto, ni tenga un recuerdo del libro.
Segundo, una invitación: si es posible abra Netflix en su celular y vaya al inicio del tercer capítulo de la serie, cuando Rebeca llega a la casa de los Buendía, por ahí en el minuto 1:15.
No hay que hacer un esfuerzo muy grande para escuchar el canto de un pájaro. Se llama el cargabarro (del género Furnarius) y no es casualidad que acompañe las apariciones de Rebeca: para hacer sus nidos, que construyen en forma de “horno”, también suelen usar barro. Quienes han tenido la fortuna de estar bajo un palo de mango, recordarán que con alguna frecuencia está presente el canto del cargabarro.
Ese sonido lo grabó Diego Calderón Franco. Como ornitólogo —como llaman en el argot científico a quienes estudian aves— sabía que es un pájaro muy popular en la costa y que tener su silbido era clave para hacerse la idea de que Macondo está en algún lugar del Caribe y no en Alvarado, Tolima, donde fue recreado el pueblo.
No fue el único sonido de un pájaro que Calderón capturó con sus grabadoras y sus micrófonos para que los acoplaran a Cien años de soledad. También estuvo varias horas bajo el Sol del bosque seco tropical, capturando el silbido de la Colinus cristatus o la perdiz, como la conocen desde Montería hasta Santa Marta. “Se ubicó en una rama de un arbusto con espinas, como a solo seis metros de donde yo estaba, y se puso a cantar frente a mí. La tenía a solo seis metros”, recuerda Calderón.
Ese canto está presente en muchos momentos de la serie acompañando a José Arcadio Buendía, cada vez que él se interna en su laboratorio. Por ejemplo, está en las primeras escenas del capítulo 2, cuando está desarrollando un arma solar, “una idea magnífica para cualquier ejército”, que tiempo después probará con éxito, junto a sus hijos y Úrsula Iguarán a la vera de un río.
En total, Calderón y Sebastián Martínez, ingeniero de sonido, grabaron los cantos de 94 aves. También de dos primates, diez animales de granjas caribeñas y de cinco anfibios, además de bichos como cigarras y grillos que suenan constantemente en Cien años de soledad, aunque, como espectadores, a veces no nos percatemos de ello. Dicho de otro modo: recopilaron 130 gigabytes de grabaciones que terminaron convertidas en 580 archivos.
“Lo que hicimos fue atípico. Quienes estaban al frente de la serie nos agarraron la pita cuando les dijimos que necesitábamos grabar fauna real del Caribe”, dice Manuel José Gordillo. “Si íbamos a participar en Cien años de soledad, debíamos ser afines a la exquisitez de la obra. Eso implicaba que la propuesta de sonido reflejara el nivel del libro”, añade Alejandro Uribe.
Tanto Gordillo, diseñador sonoro, como Uribe, supervisor de los efectos de sonido, hacen parte del equipo de la empresa colombiana que estuvo detrás del diseño sonoro de la serie de Netflix: La Tina. Luego de que visitaran el lugar de grabación, en octubre de 2023, recuerda Andrés Silva, otro de los socios de la compañía, propusieron que hubiese sonidos de animales acordes con los ecosistemas por donde se movían los Buendía. Si iban a transitar por el bosque húmedo tropical, el audio tenía que reflejar con precisión las especies que lo habitan y no las del bosque andino o las de un manglar.
Por ese motivo, La Tina contrató a Where Next, que se puso en contacto con Diego Calderón, el ornitólogo, y con Sebastián Martínez, para que los guiaran en esa tarea. Esperaban que Macondo fuese fiel a ese apellido que, desde hace un tiempo, tiene Colombia: “el país de las aves”.
Lo que sucedió después fueron muchas conversaciones entre ellos, con los directores de Cien años de soledad, con el equipo de producción para identificar qué especies podían acompañar a cada personaje y a qué situaciones podría contribuir su canto. Concluyeron, por mencionar un par de casos más, que cada vez que apareciera la casa de los Buendía debía sonar un bichofué (Pitangus sulphuratus), un ave muy popular que puede verse en la Alta Guajira o en la Sierra Nevada de Santa Marta. También en el Pacífico, en el Valle de Aburrá y en la Sierra de La Macarena.
Para mostrar la cotidianidad de Macondo, señala Silva, grabaron sonidos de azulejos, turpiales, pericos o petirrojos. Para Úrsula seleccionaron el carpintero y para Melquíades los gulungos (del género Psarocolius). Su canto, que a Calderón se le asemeja a un sintetizador, encajaba bien en ese misterio que rodea al “mago”. Basta regresar a la mitad del tercer capítulo, cuando él regresó a Macondo “porque no pudo soportar la soledad”.
“Es que las aves eran esenciales porque son muy útiles para dar un contexto espacio temporal a la audiencia”, explica Silva. “Nos permite acentuar ciertos momentos narrativos”, agrega Gordillo.
Luego de que Calderón estuviera grabando en el Caribe durante una semana, desde las 5 a.m. hasta horas de la noche, evitando los espacios donde suenan autos, motos o vallenatos, se sentó a escuchar el material para elegir los 580 archivos. Lo que vino después fue un proceso casi “quirúrgico”: el equipo de La Tina limpió uno por uno en un software para que quedara de la mejor calidad posible.
“Es que son elementos esenciales para pintar de manera sutil y elegante cada capítulo”, dice Alejandro Uribe. “Queríamos que cada persona viviera también esa riqueza sonora que tiene el Caribe”, una idea que se percibe bien cuando Úrsula regresa tras meses de ausencia, sin encontrar a su hijo, José Arcadio, pero tras haber hallado “los caminos que unen a Macondo con el mundo”.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜