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El sector privado y la conservación ambiental han sido percibidos como opuestos naturales; pero esto es una falsa dicotomía. Las regulaciones ambientales no son barreras para el crecimiento, y el desarrollo empresarial no es necesariamente una causa de la pérdida de biodiversidad. Hoy, la relación entre negocios y la naturaleza evoluciona hacia un círculo virtuoso donde ambos se necesitan.
(Lea aquí todas las noticias sobre la COP16, que se lleva a cabo en Cali)
El Banco Mundial estima que más de la mitad del PIB global depende de la naturaleza. Para Colombia, un país con riqueza en biodiversidad y profundas cicatrices del conflicto armado, esta interdependencia es aún más palpable. La colaboración entre empresas, comunidades, el Estado y conservacionistas no solo protege ecosistemas, sino también aborda las secuelas del conflicto. Estas alianzas son clave para cumplir con los compromisos ambientales del Acuerdo de Paz, como la meta de lograr una “Paz con la Naturaleza,” enmarcada en la COP16.
El gobierno de Estados Unidos ha ayudado a cambiar la noción de que el sector privado y la conservación son incompatibles. El mito de que a las empresas no les preocupa el medio ambiente está siendo desmentido. En Colombia, la ley obliga a las empresas a invertir al menos el 1% del valor de sus proyectos en protección ambiental. Pero lo más revelador es el creciente compromiso voluntario: en 2020, las empresas destinaron $207.368 millones de pesos a iniciativas de conservación, y para 2024 esa cifra aumentó a $1.6 billones, según el Índice de Inversión Social de JA&A. Este salto evidencia que las compañías reconocen no solo la urgencia ética, sino también el valor económico de preservar los recursos naturales.
Siempre que se respeten altos estándares técnicos y éticos, los mercados de carbono pueden ser una herramienta eficaz para beneficiar tanto al medio ambiente como a las comunidades. En la región del Pacífico, USAID apoyó a 19 comunidades étnicas a acceder a estos mercados, recibiendo ingresos por proteger sus bosques. Compañías de sectores como el aéreo y el de hidrocarburos adquieren los bonos de carbono que estas comunidades generan. Estas comunidades también fueron acompañadas para desarrollar negocios sostenibles, como la producción de cacao o el ecoturismo, reduciendo la deforestación en un 70% en un área de 500.000 hectáreas. Las ganancias se reinvierten en infraestructura comunitaria y proyectos productivos, demostrando que la protección ambiental no tiene por qué reñir con el progreso económico, sino que ambos pueden prosperar en conjunto.
A pesar de estos avances, persisten grandes desafíos. Algunos sectores económicos siguen impactando negativamente la biodiversidad, y es necesario fortalecer la regulación y su aplicación para frenar a quienes no cumplen. Además, los mercados de carbono requieren un marco regulatorio más robusto que garantice una compensación justa para las comunidades, evitando que sean víctimas de explotación en nombre de la sostenibilidad.
Colombia enfrenta una oportunidad única para revertir la pérdida de biodiversidad, fortalecer la resiliencia climática y consolidar la paz. Como bien expresó el presidente Petro: ‘Si hacemos la paz con la naturaleza, podremos hacer la paz entre nosotros, y viceversa’. Ningún actor posee el monopolio de las buenas intenciones; sin embargo, si empresas, comunidades y gobiernos colaboran, el crecimiento económico y la conservación pueden transformarse en metas compatibles que se refuercen mutuamente.
*Encargado de Negocios Embajada de Estados Unidos.
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