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El anuncio del Concejo de Bogotá de declarar emergencia climática en la ciudad abrió un debate lleno de pasiones. Aunque son varios los mandatos que propone, como promover la soberanía y seguridad alimentaria o hacer una transición energética a una que genere menos emisiones, el foco de la atención fue a parar a sólo una estrategia: el día sin carne. (En contexto: Bogotá declara emergencia climática)
En el documento se habla de un “día sin carne” y de jornadas educativas en los colegios del distrito en donde se hable sobre los impactos ambientales de actividades pecuarias en el deterioro ambiental. La noticia dividió porque, aceptémoslo, el debate sobre las vacas versus cambio climático está lleno de matices. El problema es que lo que más se terminó por visibilizar fue el choque entre José Felix Lafourie, presidente de Fedegan, contra los defensores de la iniciativa.
La propuesta del Día sin carne fue rechazada por la Unión Nacional de Asociaciones Ganaderas Colombianas (Unaga) a través de un comunicado. En Twitter, Lafaurie dijo que “la teoría de que la ganadería es la gran causante del cambio climático quedó demolida durante la pandemia. Las actividades pecuarias no han cesado, pero sí pararon los vehículos y algunas industrias y la naturaleza tuvo un alivio”. “Ya está bueno que de que prohíban cosas que no les gustan”.
De cualquier manera, por mala fe o por ignorancia, Lafaurie miente al decir que la ganadería no tiene relación con el cambio climático. De hecho, la relación es estrecha y está llena de evidencia.
Para hablar de la relación sobre consumo de carne y el cambio climático hay que hacerse una pregunta que imita el título de un libro: ¿La culpa es de la vaca? La respuesta vendría en dos partes: un poquito sí, porque estos animales intrínsecamente producen mucho metano, uno de los gases que contribuyen al cambio climático. Pero en realidad no es solo culpa de ellas, sino más de los humanos por la forma cómo las ponemos a vivir para comer carne, pues implica extensas vías de deforestación.
Pero vayamos a lo primero: “la culpa” o la “mini culpa” de las vacas. Dentro de su intestino estos rumiantes generan un proceso de fermentación del alimento que produce metano: un gas que tiene más potencial para actuar como efecto invernadero. De hecho, según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), la autoridad en el tema, un kilogramo de metano que se libere a la atmósfera tiene el mismo potencial de calentamiento que 25 kilogramos de CO2. Por eso se volvió popular el dicho de que los pedos y eructos de las vacas son malos para el medio ambiente, porque emiten metano cada vez que los liberan.
De acuerdo con un informe de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, publicado en el 2010, el 17% del metano que se emite a nivel global viene de este proceso de fermentación en los estómagos del ganado. En Colombia, la fermentación entérica, que es cómo se le llama al proceso de liberar metano durante la digestión, representa 27.6% de las emisiones por agricultura y otros usos de la tierra (que a su vez cuentan como el 43% de las emisiones totales, solo superadas en un 1% por la energía). Dentro de ese porcentaje (el 27.6%) , las vacas representan el 14,7%, según datos del Inventario de Gases de Efecto Invernadero del Ideam.
Ante este primer problema, no es mucho lo que se puede hacer, aunque ya existen iniciativas de trabajo genético, nutrición o alimento con ciertas enzimas para lograr que las vacas emitan menos metano. Ahora, lo que sí es más viable de cambiar es la forma cómo se hace ganadería, que es el segundo punto y está altamente ligado con deforestación.
Vacas y deforestación
La deforestación es uno de los grandes contribuyentes al cambio climático en Colombia y el mundo. La deforestación representa aproximadamente el 23% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según Greenpeace, y de acuerdo con la Tercera Comunicación de Cambio Climático (una publicación del IDEAM cuya edición más reciente es de 2018), dice que la mayores emisiones las presentan las categorías de tierras forestales, pastizales y ganado (32%, 31% y 12%) de las emisiones del país.
A su vez, la deforestación en Colombia está estrechamente asociada a la ganadería en Colombia. Un estudio de la FAO publicado en 2018 determinó que el 50% de lo deforestado entre 2005 y 2012 cambió de bosques a pastizales. “Este tipo de coberturas generalmente están asociadas a usos agropecuarios, principalmente a ganadería extensiva, y agricultura de pequeña y mediana escala”.
El mismo estudio cita al SINCHI, que asegura que en las regiones con altas tasas de deforestación como la Amazonia (que en 2019 alcanzó las 98 256 hectáreas, según el Ideam), hay una asociación clara entre deforestación y praderización. “En estos lugares, el aumento de la cobertura de pastos suele estar asociado con densidades de ganado vacuno muy bajas en sistemas no eficientes, y generalmente motivado por intereses diferentes a la producción de leche o carne de res, como por ejemplo el acaparamiento de tierras o el lavado de activos ilegales (…)Cuando el objetivo del sistema no es sostener bovinos con un fin productivo, sino praderizar con fines de ocupación y expectativas de tenencia y valorización, se dan patrones de expansión en áreas continuas para ocupar cada vez más”. En otras palabras, en muchos casas, las vacas presentes en esas nuevas praderas están “de relleno”, y en otros casos, simplemente no se aprovecha el espacio de manera “sostenible”.
Según cifras de Fedegán, en las zonas ganaderas del país hay 0.6 vacas por hectárea, lo que significa que cada animal tiene 10.000 metros cuadrados para pastar, una muestra de cómo funciona la “ganadería extensiva”.
La carne no es el enemigo
A pesar de que la ganadería sea uno de los principales motores de la deforestación en Colombia , aún hay una pregunta pendiente por responder en Colombia: ¿qué tanto de la carne que se consume en Colombia tiene que ver con deforestación (que a su vez impulsa el cambio climático)? Por ahora esa pregunta no tiene respuesta, sin embargo, el consumo de carne parece no ser la principal causa de la deforestación (sí la ganadería).
Un estudio de 2014, dirigido por las biólogas, economistas y ecólogas Liliana Dávalos, Dolors Armenteras, Nelly Rodríguez y Jennifer Holmes, determinó que la demanda de carne no está relacionada con la expansión de pastos entre San José del Guaviare y Calamar (Guaviare), en la Amazonia colombiana.
Las investigadoras trataron de comprobar si en esa zona aplicaba o no la teoría de la “conexión de la hamburguesa” (The Hamburger connection). A principios de la década de 1980, el conocido ambientalista Norman Myers acuñó la frase, que describe cómo el rápido crecimiento de las exportaciones de carne de res de CentroAmérica a las cadenas de comida rápida en los Estados Unidos estaba impulsando la deforestación de bosques tropicales.
Esto aplica para lugares como la Amazonia brasileña, en donde las tasas de deforestación han aumentado a medida que países como China demandan más carne de res (y por tanto más ganado y más cultivos, como la soya, para alimentar a esos animales).
En Colombia, según las investigadoras, el mercado interno es más importante que las exportaciones porque hay dos razones que evitan la exportación de carne colombiana: la fiebre aftosa y la falta de refrigeración. Antes de 2009, las exportaciones a los mercados mundiales eran imposibles porque la vacunación contra la fiebre aftosa no había alcanzado el 99,9% previsto del inventario total de ganado, y más del 72% de la producción de carne vacuna durante el período de estudio no estaba refrigerada y, por lo tanto, no pudo comercializarse internacionalmente.
“Conectar la demanda de carne de res a los pastos requiere dos vínculos: de las pasturas al ganado, y del ganado a la demanda de carne de res (…) A pesar de que el rebaño de ganado creció, y con ello los pastizales, la ganadería se desplomó como un contribuyente a la economía del Guaviare”. Es decir que en el Guaviare, entre el 2000 y 2009, hubo un aumento de las cabezas de ganado, pero los precios de la carne se mantuvieron igual, lo que sugiere que no responde del todo a la demanda de carne en el país.
Este es uno de los pocos estudios en Colombia que se ha ocupado de la relación entre consumo de carne y deforestación, pero contribuye al cúmulo de pruebas que dictan que la ganadería está más asociada con el acaparamiento ilegal de tierras que con la comercialización de carne.
Esto no significa que el consumo de carne no contribuya al cambio climático. De acuerdo con la FAO, el 14.5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero son gracias al consumo de carne y lácteos. Incluso, en este porcentaje no se incluye el transporte y refrigeración necesarios para llevar un pedazo de carne del lugar en donde matan al animal al plato del comensal, actividad que también suma GEI a la cuenta.
Sin embargo nada es simple. La mayoría de ganaderos en Colombia son pequeños tenedores de tierra: según el IDEAM, el 92.29% de los ganaderos tienen menos de 100 animales, el equivalente a 610.957 personas, así que un bajón en el consumo de carne en Colombia afecta en su mayoría a pequeños ganadores.
Reducir el consumo de carne sí reduce el cambio climático
El consumo de carne (al menos de vaca) en Colombia no es claro, según Fedegan. De acuerdo con sus cuentas, en Colombia se consumen 18.2 kilos de carne pér capita (en este caso, por hogar), pero según los cálculos de la OCDE, esta cifra corresponde a un 10.7 kilos pér cápita.
En todo caso, el cambio en la dieta y la reducción del consumo de carne es fundamental para la lucha contra el cambio climático y no es, como se ha dicho, la conspiración de “una dictadura ecológica”. Efectivamente, el consumo de carne en Colombia se ha reducido en la última década.
Según el informe “Ganadería colombiana, hoja de ruta 2018-2022” que presentó Fedegán al presidente Iván Duque en el Congreso Nacional de Ganaderos de 2018, una persona adulta consumía 20.8 kilos de carne por año en 2012, y para 2017, esa cifra bajó a 18.1 kilos.
Si vemos estas cifras a la luz de las advertencias de los científicos, vamos por buen camino, pero nos falta. En 2018, y tras años de trabajo, 37 científicos presentaron ayer el informe más completo sobre el significado de una dieta saludable en el siglo XXI: más vegetales y frutas, menos carne y azúcar, es la receta para evitar que el planeta colapse y mueran 11 millones de personas cada año. (En contexto: El plato del futuro para salvar el planeta)
Por un lado, “la producción mundial de alimentos amenaza la estabilidad climática y la resiliencia del ecosistema y constituye el mayor impulsor de degradación medioambiental y transgresión de los límites planetarios”, y por el otro, más de 820 millones de personas carecen de alimentos suficientes, 800 millones viven con hambre. La sugerencia de los científicos para “el plato del futuro” es simple: reducir el consumo de azúcares añadidos y de carnes rojas en un 50%. “La dieta flexitariana significa que el ciudadano medio del mundo necesita comer un 75% menos de carne de res, un 90% menos de cerdo y la mitad de huevos, mientras que triplica el consumo de frijoles y legumbres y cuadriplica nueces y semillas”, escribieron los científicos.
Incluso, para que este cambio dietario sea posible, algunos países como Reino Unido están considerando poner impuestos a la carne (tal como al tabaco o a las bebidas azucaradas) para desincentivar su consumo, al igual que Suecia o Alemania. Un reporte de 2016 por el programa Oxford Martin sobre el Futuro de los Alimentos señaló que si se pone un impuesto a la carne del 40 %, a los productos lácteos del 20 % y al pollo de 8,5 %, se evitarían casi medio millón de muertes al año y se recortarían drásticamente las emisiones que potencian el cambio climático. (¿Pagaría un impuesto a la carne para evitar el cambio climático?)
¿Hay soluciones?
Hacer ganadería de otra manera, como impactando menos el suelo o sin deforestación, hace parte de los que podemos cambiar para poder comer carne con la conciencia climática más tranquila. En Colombia, por ejemplo, existe el Proyecto Ganadería Sostenible, del que hace parte Fedegan, sí, pero también The Nature Conservancy y Fondo Acción, entre otros. Son una especie de alianza que busca solucionar el problema y acercar a esas opiniones que están tan polarizadas.
A través de unas pruebas piloto que están haciendo en 87 municipios de 12 departamentos que suman 159.811 hectáreas, buscan demostrar que sí se puede hacer una ganadería que no afecte tanto el medio ambiente. Explican, por ejemplo, que tienen estrategias como cercas vivas o árboles dispersos en el potrero, para capturar carbón y proteger la biodiversidad, así como la estrategia de reservar algunas hectáreas solo para la conservación del bosque.
Es decir, son sistemas de ganadería en la que se le deja un porcentaje de tierra al ecosistema natural, otro pedazo a sistemas de uso de la tierra sostenible y, otro más, a la ganadería tradicional. Según los resultados que han publicado hasta hoy, no sólo han logrado dedicar 18.238 hectáreas a la conservación y 38.390 hectáreas a prácticas sostenibles de producción, sino que han mejorado la calidad de sus productos ganaderos. “La iniciativa logró remover 1.400.000 toneladas de Co2 equivalente. No sólo se generaron las herramientas para cuantificar sino también demostrar de forma práctica cómo tener captura de carbono asociada a ganadería sostenible. En cuanto a la productividad, los dueños de las fincas fueron testigos directos de incrementos hasta del 25% en la producción de leche expresada en litros/hectárea/año y en carga animal”, explicó Manuel Antonio Gomez, médico veterinario especialista en estadística y coordinador del Proyecto de Ganadería Colombiana Sostenible, durante una de las convocatorias del Foro Nacional Ambiental.
La culpa, entonces, no es sólo de la vaca, sino de cómo dejamos que la vaca viva para producir carne. Y en cuanto a los días sin carne, no, no van a cambiar el mundo. Pero lo cierto es que podrían generar conciencia y ayudarnos a reflexionar. Si no fuera por eso, nosotras no estaríamos escribiendo este artículo y usted, leyéndolo.
*Nota: este artículo fue modificado el 13 de noviembre a las 10:30 am porque decía que el Concejo de Bogotá no incluía un Día sin Carne dentro de su propuesta para la Declaración de Emergencia Climática. Sí lo hace (Numeral 5.1.4).