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La transición energética a nivel mundial ha generado varios debates sobre cuáles deberían ser los combustibles fósiles que empecemos a abandonar progresivamente para dar paso a las energías renovables.
En 2021, en Glasgow, durante la COP26, 40 países se comprometieron a eliminar gradualmente el uso de carbón térmico, un combustible que se utiliza para la generación de energía. Esa fue la primera mención explícita a la salida de un combustible fósil dentro de los acuerdos de una cumbre climática.
Esto se ha hecho evidente en decisiones como la que ha planteado el Gobierno de Colombia, que en su Plan Nacional de Desarrollo prohibió la entrega de nuevos títulos de explotación de carbón térmico a cielo abierto. También, hace algunos meses, Reino Unido apagó su última central de producción de energía con este mineral, algo que marcó un hito a nivel mundial, por ser el país en el que inició la revolución industrial.
Sobre el petróleo se han dado discusiones similares y, aunque se sabe que se necesita su salida para cumplir con los compromisos climáticos de los países, aún no se ha logrado un acuerdo que especifique cómo se va a abandonar.
Pero, sobre el gas metano o gas natural hay una discusión a nivel mundial que todavía no encuentra consenso. Como explicamos en un artículo publicado hace un año, hay sectores que consideran que el gas debería utilizarse como un combustible de transición, que podría remplazar en sectores industriales y de transporte al carbón y el petróleo. Otros, creen que se trata de un recurso altamente contaminante y que también debería eliminarse gradualmente, a medida que otras fuentes renovables toman fuerza.
Un reporte, publicado recientemente por la ONG Reclaim Finance, analizó el comportamiento del comercio de este combustible en los últimos años y sus perspectivas a futuro, así como las inversiones que se han hecho para construir infraestructura relacionada con su uso.
La ONG encontró que, aunque se han hecho compromisos para salir del carbón y su disminución se empezaría a ver en los próximos años, el gas tiene planificado un crecimiento importante a nivel mundial.
Entre 2021 y 2023, después de la pandemia por covid-19 y del inicio de la guerra en Ucrania, se estima que se invirtieron US $213.000 millones en la expansión de la infraestructura para la importación y exportación de gas.
“Los productores de gas planean expandir masivamente sus operaciones, con 156 terminales nuevos de gas natural licuado planeado para 2030. Esto incluye 63 terminales de exportación, que podrían emitir un estimado de 10 gigatoneladas de gases de efecto invernadero para el final de la década”, apuntan en el reporte.
Estas emisiones, dice la ONG, son casi iguales a las que actualmente produce la generación de energía con carbón térmico. Para estimar estas inversiones, la ONG analizó la información de los 400 bancos más grandes del mundo y las 400 compañías que más invierten en este sector.
Los bancos estadounidenses y japoneses son los que lideran el ránking de mayores financiaciones a la expansión de infraestructura de gas. Así mismo, los inversores de Estados Unidos representan el 71 % de las inversiones en la infraestructura del gas.
Este reporte se conoce luego de que en la última cumbre de cambio climático (COP29), que se llevó a cabo en Azerbaiyán en noviembre, no se lograra un acuerdo sobre los lineamientos que deben seguir los países para avanzar en la transición energética.
También, luego de que hace más de un mes se presentara el informe de Perspectivas Energéticas 2024, publicado por la Agencia Internacional de Energía (AIE). En este, la organización asegura que, al ritmo al que está avanzando la implementación de energías renovables y la transición energética, “la economía global podría continuar creciendo sin usar cantidades adicionales de petróleo, gas natural y carbón”.
Sin embargo, la AIE también advierte que, de continuar con las políticas actuales, que no han puesto el límite requerido a la producción y utilización de combustibles fósiles, estaríamos camino a un aumento de temperatura de 2.4 °C para 2100, lejos de los 1.5 °C que se acordó buscar desde el Acuerdo de París (2016).
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