Condenadas por su belleza: así es el tráfico de ranas venenosas en Colombia

En los últimos 30 años unas 100.000 ranas venosas han salido de Colombia. Sus colores vistosos han atraído a traficantes y compradores que las apartan de sus hábitats, pese a las restricciones. Relato de una científica que lucha por protegerlas y entender su diversidad genética.

Mileidy Betancourth-Cundar
08 de septiembre de 2018 - 04:02 p. m.
Foto de la rana venenosa de Lehmann ("Oophaga lehmanni"). / Mileidy Betancourth-Cundar
Foto de la rana venenosa de Lehmann ("Oophaga lehmanni"). / Mileidy Betancourth-Cundar
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Uek uek uek uek… Uek uek uek uek, canta la hermosa rana venenosa anunciando su presencia en las selvas húmedas del Pacífico colombiano. Uek uek uek uek… Uek uek uek uek, responde el colector nativo. Su imitación es tan eficaz que al instante un macho dominante se exhibe en su territorio, buscando al intruso. Su captura es inminente. Encarcelada por su inocente imponencia, la infeliz pasará varios días sin agua y comida en una bolsa plástica o una caja de icopor, a la espera de que un traficante –aprovechando las difíciles condiciones socioeconómicas del colector-- vaya por ella. (Lea Arranca el proyecto más ambicioso para limpiar el "continente de plástico" del Pacífico)

Durante esa jornada, y en las siguientes, muchos otros machos caerán en la trampa, llevando la misma suerte. Serán enviadas al extranjero en condiciones deplorables y probablemente morirán. Según coleccionista que prefiere permanecer anónimo, de entre 200 a 300 ranas colectadas, tan solo 10 a 15 llegan vivas a su destino final: las manos de alguna persona que quiere coleccionarlas en otro país, como quien completa con afán su álbum favorito de monas. Esta es la verdadera razón por la que más de 100.000 ranas venosas han salido de Colombia en los últimos 30 años. (Lea Reino Unido acaba de inaugurar el parque eólico más potente del mundo)

Pero los medios nacionales favorecen otros argumentos, como que las ranas son vendidas para extraer sus venenos y elaborar analgésicos. La verdad es que en esos procesos estamos en pañales. Basta con decir que se necesitan cientos y hasta miles de ranas para lograr extraer tan solo una toxina del coctel que ellas producen.

¿Y que nos dicen los genes?

Enterarme de estas cifras fue lo que me motivó hace más de cuatro años a estudiar los genes y reconstruir la historia de sobre-explotación que enfrenta específicamente una de las especies más apetecidas en el mercado internacional. Hablo de la rana venenosa de Lehmann (Oophaga lehmanni). Una especie microendémica, es decir, exclusiva de un área pequeña de la cuenca del rio Anchicayá, en el Valle del Cauca. Una zona rodeada de exuberantes bosques que aunque interrumpida por parches de cultivos legales y otros no tanto, provee agua y energía a gran parte de los habitantes de la región pacifica del país. (Lea Japón se prepara para probar el primer mini ascensor espacial)

Al igual que en los mamíferos, las madres alimentan a sus bebés con leche materna. Las hembras de estas ranas alimentan a sus renacuajos con huevos infértiles, mientras el macho les canta una vibrante serenata al son de su irresistible uek uek uek uek. Estos elaborados comportamientos incrementan la dificultad de reproducirlas en cautiverio. Durante años los mismos aficionados a las ranas lo han intentado, sin éxito alguno, afirma Andreas Zarling, un científico alemán apasionado por las ranas venenosas.

Desde que la rana de Lehmann fue descubierta en los años 70, ha sido objeto de colectas desmedidas. Tantas que en un equipo de biólogos liderado por el doctor Adolfo Amezquita de la Universidad de los Andes, en el año 2009, a pesar de un esfuerzo de muestreo considerable, únicamente encontró 16 individuos en los sitios donde históricamente esta rana fue abundante. Explorando otros sitios, estos investigadores registraron 19 individuos de la rana de Lehmann dentro del protegido Parque Nacional Farallones de Cali. Para fortuna de todos, el hábitat de la rana, está justo dentro del área de influencia de la central hidroeléctrica Alto Anchicayá de la empresa de energía del Pacifico-EPSA-CELSIA.

Con este punto en el radar, en el 2015 mientras iniciaba mis estudios doctorales en la Universidad de los Andes y con dos colegas de mi laboratorio, apasionados por las ranas venenosas, partimos al encuentro silvestre de estas elusivas criaturas, en el bosque tropical húmedo del Parque Farallones. El vibrante sonido de sus cantos no tardó en hacerse sentir en medio del pendiente sendero bordeado por raíces de palmas enmarañadas, árboles exuberantes y musgos rebosantes de rocío. Nunca me acostumbraré a la sensación de maravilla cada vez que me detengo a buscar en el sotobosque y tropiezo con el fascinante coctel de colores entre rojos, negros, blancos, naranjas o amarillos de estas majestuosas ranas venenosas del pacifico colombiano.

La inesperada y gratificante sorpresa llegó cuando al escalar los senderos poco demarcados del parque, escuchamos el concierto de ranas. Después de siete años, confirmamos que la especie estaba presente, pero que además era abundante. Probablemente las estrictas medidas de seguridad de EPSA -que tuvimos que atravesar cuando llegamos al Parque Farallones- implementadas desde los años 50, sin planearlo, fue lo único que salvó de la extinción a este invaluable tesoro de la naturaleza colombiana. Al parecer, las únicas poblaciones ecológicamente sanas se encuentran dentro de esta área protegida.

Rana venenosa de Lehmann (Oophaga lehmanni). Foto: Mileidy Betancourth-Cundar

Quisimos evaluar si esa apariencia saludable se mantenía a niveles más profundos. Repetidos viajes durante los siguientes tres años nos permitieron tomar en el campo, muestras de tejido para análisis genéticos. Normalmente para obtener estos datos se emplean métodos invasivos, como corte de falanges o incluso sacrificio del animal. Pero en nuestro caso y para un animal tan sensible no podíamos darnos esos lujos. Así que nuestro equipo de investigación hace varios años emplea una técnica no invasiva. Se trata de usar un copito o hisopo del tamaño de la boca de la rana e introducirlo en su boca para tomar células epiteliales bucales. Con esta técnica el único efecto negativo será, tal vez, el mal sabor que dejó el copito en la boca de la rana.

Las muestras de tejido fueron luego procesadas y analizadas en mi laboratorio -Grupo de Ecofisiología, Comportamiento y Herpetología de la Universidad de los Andes (GECOH). Estos datos nos permitirían conocer que tan diferentes son los genes de las poblaciones, como cambiaron en el tiempo y si el aislamiento de las ranas del Parque Farallones contribuyó a ganar o perder genes. Este extraño concepto llamado diversidad genética es la variación que pasa de padres a hijos y permite a las especies responder y adaptarse o no a las características o cambios del ambiente.

Estas extracciones masivas dejaron huellas imborrables, no solo en las poblaciones sometidas a extracción, sino también en las del Parque Farallones. Aunque no fueron colectadas, es probable que por su aislamiento geográfico, su diversidad genética se redujo dramáticamente, es decir que las ranas sobrevivientes son muy similares entre sí, lo cual incrementa el riesgo de extinción si su ambiente natural es transformado. Bajo estas condiciones genéticas, si algo en su bosque cambia, ya sea naturalmente o por intervención del hombre, es probable que ningún individuo sobreviva.

¿Hasta dónde llegaron las manos criminales del tráfico ilegal?

Otra parte de mi estudio buscaba lograr reconstruir en números la historia de sobre-explotación de esta rana, contada por las personas dedicadas a colectar las ranas en la selva. Los pocos a los que logramos llegar tenían más de 70 años, pero mantenían intactos los recuerdos de los sitios, los colores y los cantos de estas ranas. La connotación de ilegal que tiene esta actividad en la actualidad no fue conocida en esa época por personas que escasamente saben escribir.

Como gritaba el silencio del bosque, nuestro alucinante Uek uek uek uek ya no se ha vuelto escuchar. No sabemos hace cuánto tiempo. Lo único certero es que las ranas de donde esta joya nació para el mundo, solo quedan en el recuerdo de pocos, cuenta don Saúl mientras terminábamos una taza de café y la última pregunta de la encuesta. Nuestra aproximación al pasado sugiere que cerca de 80.000 ranas dejaron de cantar en la cuenca del rio Anchicayá entre 1977 y 2009.

El estado de la O.lehmanni es crítico y alarmante. Sin embargo, no todo son malas noticias. Hemos tocado puertas en diferentes entidades y por ahora la empresa de energía del pacifico (EPSA) está apoyando esta iniciativa de conservación dentro del Parque Farallones.

“Nos sentimos satisfechos con los primeros datos que arroja la investigación. Por ejemplo, es muy gratificante saber que las poblaciones de la rana Oophaga lehmanni, que están en los alrededores de las centrales hidroeléctricas son las que se encuentran en mejor estado de conservación porque su habitad está protegido, razón por la cual es un área de gran relevancia para evitar su extinción”, afirmó Beatriz Orozco, líder Socioambiental de Celsia.

De igual manera, entidades como la Universidad del Valle y CVC están desarrollando investigaciones en los remanentes poblacionales donde previamente se había registrado la especie. Una iniciativa de biocomercio renovadora es “Tesoros de Colombia”. Esta es una iniciativa de reproducción ex-situ que busca frenar la demanda de ranas venenosas en el exterior, comercializando individuos de procedencia legal, afirma Iván Lozano, director y propietario de la compañía.

Entidades estatales también se han puesto la camiseta para combatir el tráfico ilegal. La operación internacional “Tormenta” realizada en mayo de este año y liderada por la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) realizó 1.974 decomisos a nivel mundial. Tristemente ninguno de estos registros fue de ranas venenosas, a pesar de que en la feria Terraristika Hamm (Recklinghausen – Alemania), hecha en junio de este año, se encontraron en venta ranas venenosas del pacifico nariñense. La rana venenosa diablito (Oophaga sylvatica), pariente muy cercana de O. lehmanni, es otra mascota exótica que está “de moda” en estos mercados por sus colores vistosos y diseños únicos. Las acciones con esta rana deben ser inmediatas, sino queremos hacerle antesala a su extinción. Por esto, estamos tocando puertas para replicar nuestro esfuerzo con esta joya nariñense y poder frenar su extracción.

Estas reliquias colombianas no tienen nada que hacer dentro de un cajón de vidrio, su verdadera belleza se aprecia es en la selva, como pequeños fogonazos de colores entre las ramas y troncos de árboles caídos, donde los machos construyen sus territorios y cantan cada mañana para llamar la atención de las hembras.

Por Mileidy Betancourth-Cundar

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar