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Vivir en el departamento de Amazonas es un reto. Desde el transporte hasta la comunicación, e incluso la forma de alimentarse. Cuando líderes indígenas o miembros de las comunidades, principalmente estudiantes, se desplazan hasta la capital, Leticia, sienten un gran cambio. Pescar, cosechar frutas y cazar son algunas de las costumbres que tienen que dejar de lado.
Algunos se niegan a dejar sus tradiciones y es por eso que habitantes de las comunidades ubicadas a orillas del río Amazonas, como los resguardos Tikuna de Nazareth, Mocagüa, Macedonia, Santa Sofía y Loma Linda, viajan llenos de alimentos en sus canoas o peque-peque, con la ilusión de llegar hasta el malecón de Leticia o a la plaza de mercado. El único objetivo: vender sus productos de cosecha. En el mejor de los casos, los pobladores de San Pedro y San Sebastián, pequeñas comunidades situadas a escasos minutos de la ciudad, pueden hacer uso del mototaxi y llegar hasta los puntos estratégicos para vender lo que la huerta o chagra les ha dejado. (Lea: La vida entre lodos del petróleo)
Pero no solo se trata de hortalizas. En muchas ocasiones se transporta y comercializa carne de monte. La más común es la de boruga, un roedor común en la Amazonía y uno de los más cazados, aunque también se puede encontrar carne de cerrillo o pecarí, danta, venado, capibara o chiguiro y hasta caimán.
A pesar de que se trata de tradiciones alimenticias ancestrales, transportar carne silvestre puede convertirse en un problema de salud delicado y esto genera tensiones entre autoridades y comunidades. No hay que ir muy lejos, la actual pandemia del COVID-19 ha puesto en evidencia que existe una fuerte relación entre la intervención humana en los bosques, los mercados de carne silvestre y la posible aparición de enfermedades zoonóticas.
El control del transporte y distribución de carne de monte en el Amazonas es un gran reto. Cada día son más los líderes y estudiantes que desde las comunidades indígenas llegan a Leticia con el deseo de cumplir el sueño de un mejor futuro, sin embargo, líderes indígenas consultados en este reportaje aseguran que no es tarea fácil abandonar de un día para otro sus costumbres y rituales ancestrales. De hecho, la demanda de carne de monte desde Leticia sigue siendo una constante. (Acá: Una crónica sobre las lágrimas de las tortugas marinas)
Una práctica ancestral a la que no quieren renunciar
Trampas improvisadas, machetes cuidadosamente afilados, armas de disparo artesanal, todo es válido al momento de cazar un animal de monte. Abuelos, jóvenes y niños se alegran cada vez que, desde lejos, ven que miembros de sus comunidades llegan con un animal colgado de las patas.
Todos los días Alberto*, un humilde cazador de 52 años de la comunidad indígena de Mocagüa, despierta cada mañana con la idea de atrapar una boruga y así llevar alimento a su familia. Según dice, un ejemplar de 10 kilos no cae nada mal para varios días de alimentación en casa y hasta para enviar a Leticia.
“Por muchos años nosotros hemos cazado animales de monte para poder comer, la caza nos lleva muchas horas, incluso días, pero es necesario porque es dentro de lo poco y nutritivo que tenemos dentro de nuestras comunidades. Es una tradición que mi padre aprendió de mi abuelo y yo adopté toda la experticia para llevar carne a mi familia. También nos reunimos entre compañeros y nos distribuimos por partes iguales y enviamos a nuestros hijos para que coman en Leticia”, asegura el cazador.
A pesar de que muchas comunidades quieren preservar sus tradiciones alimenticias, la carne de monte se ha convertido en un gran problema en la capital de Amazonas, pues transportarla y consumirla por fuera de la jurisdicción indígena está prohibido por razones ambientales y de salud.
En la mayoría de los casos hay una mala manipulación al momento de sacrificar al animal y la carne es propensa a contaminarse. “Al consumir carne de la cual no se sabe su origen y su estado sanitario se corre el riesgo de consumir carne en mal estado o contaminada. Existen muchas enfermedades asociadas con intoxicación alimentaria que generalmente están asociadas con bacterias, parásitos, hongos y mohos, algo muy común en carnes frescas, crudas que no han tenido buenas prácticas de higiene en su manipulación ni cadena de frío, entre ellas están la Salmonella, Listeria, E. Coli, Campilobacter, Triquinosis”, indicó la Secretaría de Salud Departamental en respuesta a un derecho de petición.
De ahí la importancia de llevar capacitaciones “muy bien pensadas para las comunidades indígenas, teniendo en cuenta que antes de un buen consumo, los alimentos deben pasar por buen tratamiento”, manifiesta Fabián Urueta, zootecnista y profesional de apoyo en sanidad portuaria en la Secretaría de Salud Departamental.
Por su parte, Abimelec Macuyana, vicepresidente de la Asociación de Cabildos Indígenas del Trapecio Amazónico, asegura que las autoridades ambientales pueden establecer condiciones con las autoridades tradicionales a la hora de trasladar carnes hacia Leticia y otros lugares, y que “entiendan que lo que hacemos es por tradición y es por eso que cuidamos nuestros territorios ancestrales como la fauna y flora”.
Las buenas prácticas de higiene son útiles para el consumo local, pero ejecutarlas no significa que las carnes se puedan transportar o comercializar por fuera de las comunidades. En una respuesta oficial, Corpoamazonía, la autoridad ambiental en la región, aseguró que “ninguna carne de origen silvestre está permitida para el consumo humano fuera de los resguardos indígenas, al igual que su comercialización, a menos que provenga de un zoocriadero con permiso ambiental otorgado por la autoridad ambiental, y se le realice control y seguimiento por parte de las entidades que vigilen su comercialización y transporte (…) Actualmente el departamento no posee ningún zoocriadero de especies de fauna silvestre, por tanto, nadie posee el permiso para transportar carnes”. (Lea: El comercio de carne de monte en Inírida, ¿problema u oportunidad?)
En otras palabras, tener un zoocriadero sería la única forma en que las comunidades indígenas podrían transportar carne silvestre. Sin embargo, eso implica retos técnicos, logísticos y costos que difícilmente podrían solventar.
Los habitantes nativos se niegan a dejar de lado sus costumbres y, según indican varios líderes consultados para este reportaje, la carne de monte también es vital para muchos rituales que realizan, incluso si no están dentro de sus territorios ancestrales. Por eso se siguen arriesgando, a pesar de que el envío de carne sea considerado un delito y pueda traerles sanciones.
Transporte, comercialización y consumo
Según datos oficiales de Corpoamazonía, en 2019 la corporación decomisó 16,2 kg de carne silvestre, un cráneo de cocodrilo y 26 huevos de tortuga. En 2020, las incautaciones llegaron a 63 kg de carne, 540 huevos de tortuga y algunas partes de aves y felinos. Además, la Policía reportó 4,5 kg de carne silvestre incautada en 2019 y 40,15 kg en 2020.
Se estima que hay un gran subregistro pues los puestos de control de las autoridades y el personal que trabaja en este tema es reducido. Las incautaciones que realiza la Dirección Territorial Amazonas de Corpoamazonía se realizan en operativos en puntos estratégicos: plaza de mercado municipal de Leticia, muelle municipal, zona de malecón (revisando embarcaciones), zona fronteriza, bodegas de cargas aéreas y en la carretera Leticia – Tarapacá.
La autoridad ambiental manifiesta que gran parte de los decomisos se han realizado en el control que se le hace a la empresa aérea TAVA y que estas carnes provienen, principalmente, del área no municipalizada de La Pedrera. Así mismo, entre 2019 y 2020, Corpoamazonía abrió quince procesos sancionatorios por transporte de carne silvestre, pero solo en uno de ellos se declaró culpable al infractor por “el impacto ambiental ocasionado”.
Con todo, los indígenas insisten en el envío de carne y creen que la solución está en que las autoridades ambientales consideren su caso como excepcional, pues no es con fines de comercialización. “Partiendo desde ahí se lograrían capacitaciones y autocuidado de lo que se caza”, dice Gilberto*, un cazador amazónico que prefiere no revelar el nombre de la comunidad a la que pertenece.
Gilberto se adentra en la selva hasta cuatro días en busca de boruga para el consumo y para la celebración de fechas especiales de la familia. En jornadas de suerte regresa a casa con grandes cantidades de carne cubierta con sal para conservarla, aunque reconoce que en ocasiones vuelve con las manos vacías.
Las comunidades intentan hacer el envío de carne por vía aérea y fluvial. Gilberto reconoce que muchas veces esta llega a su destino pero, en otras, es detectada en el Aeropuerto Internacional Vásquez Cobo de Leticia y allí es incautada por las autoridades ambientales.
El puerto de Leticia también es otro punto de acceso para empezar a circular la carne que, en algunos casos, llega en mal estado. Allí los controles son más fáciles de evadir que en el aeropuerto. Las autoridades lo saben y la Secretaría de Salud intenta fortalecer controles en la plaza de mercado, bodegas de refrigeración y restaurantes de Leticia.
“Claramente nuestro objetivo no es destruir la fauna y la flora, por el contrario, siempre hemos protegido todo aquello con lo que hemos vivido durante años. Estoy seguro que, desde todas las comunidades y corregimientos, un gran número de personas hemos estado sobreviviendo gracias a la carne de monte”, menciona un poblador de La Pedrera, quien en varias oportunidades ha intentado enviar, sin éxito, pequeñas cantidades de carne de tortuga charapa hasta Leticia para su hijo mayor que está en la universidad.
Para el ingeniero forestal Jairán Alvarado, quién estuvo vinculado a Corpoamazonía durante cuatro años y conoció las difíciles condiciones por las que tienen que pasar las carnes silvestres, “el privilegio que tienen los indígenas dentro de la comunidad se pierde cuando se envía el producto de un corregimiento a una ciudad, ahí pasa a ser comercio de carne silvestre ilegal”.
Sumado a esto, a Alvarado le precoupan las condiciones de salubridad en que se manipula la carne que se lleva a Leticia. Recuerda que navegando sobre el río Igarapaná, yendo de La Chorrera hasta Puerto Arica, luego de estar todo un día sentado en un bote, pararon y se hospedaron en una comunidad que prefiere tener bajo reserva. Allí vio a dos monos churucos ahumándose, una mujer arreglando dos venados y, frente a la cocina, se situaba una pequeña casa en donde había carne de danta y cerdo de monte almacenada sin ningún cuidado.
En horas de la noche Alvarado se acercó a la cocina y vio “carnes totalmente rodeadas de cucarachas que caminaban sobre los alimentos. Después me enteré que toda la carne silvestre había sido vendida en la comunidad”, dice.
Y es que si bien el tema del transporte y consumo de carne silvestre en la capital de Amazonas ya es complejo, se suma un elemento que hace más complicado el escenario. Hay quienes ven en la comercialización de carne de monte una alternativa de ingreso económico para conseguir otro tipo de alimentos como granos, azúcar y aceite o, en el peor de los casos, hay personas que se aprovechan de las tradiciones indígenas para incrementar las ganancias de los mercados negros.
Eso preocupa a funcionarios de Corpoamazonía, porque si la ley 1333 de 2009, donde se establece el procedimiento sancionatorio ambiental, se llegara a modificar permitiendo los enviós de carne de monte a los indígenas que habitan en Leticia, se podría potenciar el mercado negro y las malas prácticas en el manejo de la carne.
“Muchas de las personas que envían carnes lo hacen diciendo que es para un familiar: tío, hermano, hijo, etc. Ahora, a pesar de que siempre se ha dicho que la carne de monte es más sana que la de vaca, cerdo y otras, la forma como es tratada no garantiza la higiene correcta”, afirma Jairán Alvarado.
Dudas sobre los decomisos
Los problemas alrededor de la carne de monte en Leticia no paran allí. Los indígenas cuestionan el accionar de las autoridades ambientales cuando incautan la carne y aseguran que muchos negocian con ella en lugar de destruirla.
“El nivel de confianza hacia las entidades ambientales es mínimo. Lo más cruel e indignante es que por los medios de comunicación nos pasan como si fuéramos delincuentes o estuviéramos comercializando indiscriminadamente la carne de monte, cosa que no es así. Además que no sabemos qué hacen con las carnes o productos decomisados”, menciona Abimelec Macuyana.
¿A qué se debe la desconfianza con Corpoamazonía? Las comunidades no conocen qué sucede con la carne y entre la población hay rumores de que, posiblemente, se apropien del producto. Gerardo*, un indígena Tikuna, afirma que “no se conoce el procedimiento a seguir, no se sabe en dónde termina esa carne”.
Por su parte, Corpoamazonía indica que el procedimiento es claro. Según dice, todo inicia “con el diligenciamiento del acta única de control al tráfico ilegal de flora y fauna silvestre, en la cual se consigna la identificación del infractor, el producto, la especie a incautar, y se cuantifica el peso”. Luego, de acuerdo con la entidad, se destruye la carne y se dan las coordenadas geográficas del sitio donde se hizo la destrucción.
A pesar de esto, las comunidades indígenas y los vecinos de Leticia no creen que esas medidas se cumplan al pie de la letra y se preguntan cuál será el verdadero destino final de las carnes.
Fabián Urueta, de la Secretaría de Salud Departamental, enfatiza que en años anteriores no había control de lo que se decomisaba. Hoy asegura que el procedimiento es transparente.
“Por normatividad, la carne toca destruirla y mostrar evidencia, ya no va una sola autoridad porque antes solo iba la Policía y nadie se enteraba qué pasaba con la carne. Ahora, las mismas personas a las que se les incautó la carne acompañan el procedimiento para que verifiquen que esta fue destruida”, resalta Urueta, rechazando los rumores de que funcionarios públicos estarían negociando con lo decomisado.
Un asunto que preocupa a las autoridades es que si se incrementa la comercialización ilegal de carne de monte se puede dar un aumento en la caza de animales silvestres, poniendo en peligro el equilibrio de los ecosistemas amazónicos.
“Toda especie en la naturaleza mantiene un equilibrio distinto. En el caso de los mamíferos, ellos cumplen muchas funciones, entre las más importantes está la propagación de semillas, ya que la mayoría se alimenta de frutas. Con los años, esas semillas se convierten en el inmenso verde que adorna el pulmón del mundo [la Amazonía]”, dice el ingeniero forestal Jairán Alvarado. Es por eso que, para él, la caza indiscriminada llevaría a una disminución en las poblaciones de algunos animales y esto generaría que los cazadores busquen reemplazarlos con otras especies que, a largo plazo, también terminarían afectadas.
Sin duda, son muchas variables en juego. Por un lado están los derechos, las tradiciones y costumbres indígenas, además de la exigencia de una mayor educación en temas ambientales y de salud dentro de las comunidades. Por el otro lado está el riesgo de aparición de enfermedades, un aumento de la caza ilegal y un impulso a los famosos mercados negros de la vida silvestre.
Este es un tema del que se conoce poco y donde la información es escasa debido a la histórica ausencia del Estado en el departamento de Amazonas. Se requiere gobernabilidad y la intervención urgente de todas las autoridades. En cualquier momento podrían aparecer problemas ambientales y de salud que pueden salirse de control y explotar como una bomba de tiempo.
*Los nombres fueron cambiados por petición de las fuentes.
Esta investigación hace parte del especial periodístico ‘Historias en clave verde’, realizado bajo el proyecto de formación y producción ‘CdR/Lab Periodismo en clave verde’ de Consejo de Redacción (CdR), gracias al apoyo de la Deutsche Welle Akademie (DW) y la Agencia de Cooperación Alemana.