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Cuenta Merlin Sheldrake en La red oculta de la vida, un best seller de divulgación científica, que no es difícil darse cuenta de que estamos rodeados de hongos. Así no los podamos ver a simple vista, están por todos lados. Pueden ser microscópicos o pueden pesar varias toneladas, como uno que hay en Oregon, Estados Unidos, que abarca 10 kilómetros cuadrados, es decir, una extensión tan grande como nueve parques Simón Bolívar, en Bogotá. También hicieron posible el pan de desayuno y la cerveza que tomaron los visitantes del Bulevar del Río, en Cali, sede de la COP16.
No todas las personas piensan en los hongos cuando les hablan sobre biodiversidad. Con frecuencia, hablan de animales y de plantas, pero no del reino fungi, aunque esté reconocido como reino desde hace unas cinco décadas; aunque fue gracias a un hongo —el Penicillum notatum— que Alexander Fleming halló un raro compuesto llamado “penicilina”, capaz de matar a las bacterias. Antes de eso, cualquier infección era un dolor de cabeza en medicina.
En las herméticas discusiones que se dan en la COP16 tampoco es que se hable mucho de hongos. Se anuncian propuestas para proteger al jaguar, para salvar a los corales, para proteger los bosques tropicales o las aves migratorias, pero muy poco se menciona a los hongos.
Se podría decir, para usar las palabras de César Rodríguez Garavito, que ha habido cierta discriminación de los hongos. O, para ser más precisos: “ha habido un marco global sobre biodiversidad que es excluyente, y ha excluido a los hongos”.
Rodríguez, colombiano, es profesor de la Facultad de Derecho y director del Programa de Derechos de la Tierra de la Universidad de Nueva York. Por estos días está en Cali, junto a Sheldrake, PhD en Ecología tropical de la U. de Cambridge, para impulsar una propuesta que vienen cocinando años atrás: que integren a los hongos dentro las estrategias y marcos globales de conservación. Es una idea que han trabajado de la mano de Giuliana Furci, Copresidenta del Comité de Conservación de Hongos de la UICN y fundadora y directora ejecutiva de la Fundación Fungi, en Chile.
Juntos crearon una iniciativa que ha tenido eco entre varios gobiernos y organizaciones de conservación internacional y que ha sido apoyada por pesos pesados del ambiente como la primatóloga Jane Goodall, el etnobotánico Wade Davis o la biógrafa de Humboldt, Andrea Wulf. La llaman FFF, y buscan, entre otras cosas, que los acuerdos de conservación globales añadan una tercera “F” a los reinos de flora (plantas) y fauna (animales): el reino fungi.
Un proceso de largo aliento
Para materializar esa idea, este 30 de octubre, en la Zona Azul, donde se llevan a cabo las discusiones oficiales de la COP16, los gobiernos de Reino Unido y Chile presentarán una propuesta concreta sobre la mesa. Anunciarán un documento —un pledge— con el que harán un llamado a las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD) para que “prioricen la conservación de los hongos y los reconozcan como un reino biológico, independiente en legislación, políticas y acuerdos nacionales e internacionales, así como un reino fundamental para el funcionamiento de los ecosistemas y la conservación de la biodiversidad”.
También esperan que haya “medidas concretas para su protección en las Estrategias y Planes de Acción Nacionales en Materia de Biodiversidad (NBSAP, por su sigla en inglés) y el fomento de la micología como ciencia esencial para futuras medidas de conservación”.
Furci, que estuvo detrás del esfuerzo para que Chile reconociera a los hongos en su legislación ambiental (allí las evaluaciones de impacto ambiental deben incluir a los hongos), tiene una manera muy sencilla de resumir por qué es importante esa idea: “Sin los hongos, el planeta que conocemos, no existiría; la vida no existiría”, dice.
A lo que se refiere, como se lee en el documento que presentarán este miércoles, es que hay muchos procesos que dependen de los hongos. Por ejemplo: “Los hongos son actores clave para dirigir los ciclos de carbono y nutrientes. El 90 % de todas las especies de plantas terrestres conocidas forman interacciones simbióticas a través de sus raíces con hongos, presentes de manera natural en el suelo, formando micorrizas”.
O, si se quiere, son esenciales en muchas industrias. Es gracias a las levaduras, en particular a la Saccharomyces cerevisiae, que se fermentan azúcares, algo fundamental para producir bebidas alcohólicas. A los hongos, además, les debemos las estatinas, medicamentos esenciales para quienes tienen colesterol. La minería y la agricultura, por solo mencionar un par más, son otros de los sectores que necesitan a los hongos.
“El propósito de este acuerdo es claro: integrar a los hongos dentro de las estrategias y marcos globales de conservación, destacando el rol clave que cumplen en la lucha contra el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la promoción de un desarrollo económico sostenible”, aseguró, a través de un comunicado, la Ministra del Medio Ambiente de Chile, Maisa Rojas.
Dicho de otro modo: “El reino de los hongos proporciona servicios ecosistémicos esenciales que fortalecen la biodiversidad y el equilibrio ecológico (...) Son un reino de vida extremadamente diverso, solo superado por los animales invertebrados, con un estimado de 2,5 millones de especies a nivel mundial, de las cuales solo se han descrito 155 mil, por lo tanto, más del 90% de las especies de hongos aún no han sido descritas”, se lee en el Pledge que presentarán Rojas, junto a Steve Reed, Secretario de Estado de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales de Reino Unido, en compañía de dos reputados científicos del Kew Gardens, uno de los jardines botánicos más conocidos el mundo: Dame Amelia Fawcett, su presidenta, y Alex Antonelli, director científico.
Carlos Baquero, director de investigación del programa Terra de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York y quien también hace parte de la iniciativa FFF, tiene otro argumento por el que cree que es clave que los países empiecen a proteger a los hongos: actúan, dice, como una especie de sombrilla. “Protegerlos hace que también se protejan otras especies”.
“El lanzamiento conjunto de este Compromiso entre países del Sur Global y del Norte Global es la acción más significativa para la conservación del reino fungi. Acelerará la plena incorporación de los hongos”, reitera Furci.
Otra de las peticiones que hará el pledge los gobiernos de Reino Unido y Chile será solicitarle a la Secretaría de la Convención de Diversidad Biológica que “genere una agenda de trabajo para ser discutida en el Órgano Subsidiario de Asesoramiento Científico, Técnico y Tecnológico (OSACTT) para abordar la conservación de los hongos a nivel global en el marco de la Convención de Diversidad Biológica”. Quieren que empiece a haber medidas concretas en los Planes y Estrategias de Conservación de la Biodiversidad, para que así los tengan presentes en los tratados ambientales internacionales.
Tanto Furci como Rodríguez Garavito saben que lograr que los hongos lleguen a esas instancias de alto nivel será una carrera de largo aliento, pero creen que ir de la mano de Reino Unido, Chile y de científicos del Kew Gardens es un gran primer paso, al que, poco a poco, se sumarán más gobiernos y organizaciones.
“Es cierto que para que llegue a un espacio político de tan alto nivel se requiere de mucho más tiempo y trabajo”, dice Germán Andrade, asesor científico del Instituto Humboldt y quien no hace parte la iniciativa. “Pero es muy interesante esa propuesta porque es cierto que, conceptualmente, los hongos quedaron por fuera de estas discusiones y es una dimensión importantísima de la biodiversidad”.
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