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Descubren una nueva especie de felino en Colombia: el gato de Nariño

Científicos colombianos encontraron que el “Leopardus narinensis”, como la llamaron, habitó en el sur de Colombia. Paradójicamente, puede estar extinta. Esta es su historia.

Mariana Sofía Díaz Sanjuan*
06 de julio de 2023 - 10:26 p. m.
El Gato de Geoffroy es uno de los parientes más cercanos al gato de Nariño.
El Gato de Geoffroy es uno de los parientes más cercanos al gato de Nariño.
Foto: Diego Hernán Pérez - Wikimedia - Creative commons
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El 15 de junio de 2023, la revista científica Genes, especializada en genética, publicó un artículo inesperado que dio a conocer el descubrimiento de una nueva especie de felino en Colombia: el Gato de Nariño. Si bien el artículo está recién salido del horno, su autor, el especialista en genética y evolución Manuel Ruíz-García, duró más de dos décadas detrás de este escurridizo animal, hasta ahora desconocido para la ciencia. (Lea Junio rompió récords que muestran las consecuencias del cambio climático)

En el año 2001, Ruíz-García paseaba junto a un estudiante por las colecciones biológicas del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, en Villa de Leyva. Estos lugares son repositorios que guardan celosamente organismos como aves, mamíferos, reptiles, insectos y plantas, que sirven de enciclopedia biológica a científicos que podrán referirse a ella durante siglos. (Lea Arranca la cumbre para evitar el colapso de la Amazonia)

Andaban tras la pista de dos grandes animales colombianos, el jaguar y el puma. Ruíz-García, como buen biólogo, no pudo evitar curiosear más allá de aquellos grandes gatos, así que junto a su pupilo examinaron cajón tras cajón las numerosas pieles de otros felinos.

Al llegar a la gaveta de los tigrillos sacaron las pieles y las pusieron una al lado de la otra. De inmediato este investigador y profesor javeriano notó algo peculiar: una de las pieles era muy distinta a las demás, su pelaje era denso y lanudo, coloreado de tonos rojizos que se oscurecían en la cabeza y el cuello, su forma daba cuenta de una cabeza chata y redondeada, muy diferente a la del tigrillo, que tiene un hocico prominente.

Se trataba de una muestra colectada en el páramo del volcán Galeras. Había sido donada en el año 1989 al antiguo Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena). En 1993, el Instituto Humboldt acogió sus colecciones biológicas, por lo que la curiosa piel, que había pasado inadvertida hasta la llegada de Ruíz-García, pasó a estar bajo su custodia.

Al principio Ruíz-García sospechó de una especie que en ese entonces no había sido reportada en Colombia. “Yo pensé, lo que sucede con esta piel es que seguramente es un gato del pajonal o colocolo registrado en el sur de Colombia”, confiesa el investigador.

En ese momento no tenía mucho conocimiento acerca de la apariencia de los colocolos de la región ecuatorial, así que con una cámara tomó algunas fotos de la extraña piel y se las envió a Rosa García Perea, del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, máxima especialista a nivel mundial en el colocolo. Su respuesta sembró más dudas que certezas: “me respondió: esto no es ningún colocolo, es alguno de esos tigrillos raros que de vez en cuando aparecen”, comenta el profesor javeriano.

Emocionado, pidió permiso al Instituto Humboldt para tomar una pequeña muestra de la piel que usó para secuenciar el ADN del individuo. Durante años recolectó muestras de otras especies de felinos similares a tigrillo, que habitaban en América central y del sur, hasta tener un número suficiente para comparar el ADN de la piel misteriosa con el de las otras muestras.

Para desenmascarar la identidad de la piel, Ruíz-García y la investigadora Myreya Pinedo realizaron una comparación de las muestras por medio de dos pruebas distintas. En la primera utilizaron microsatélites, es decir, pequeños trozos de ADN que sirven como marcadores para diferenciar individuos, y que, de hecho, son empleados en las pruebas de paternidad humanas. La segunda prueba recurrió a marcadores mitocondriales, secuencias genéticas al interior de la mitocondria que solo son heredadas por la madre y sirven para distinguir especies de forma más certera.

Ambas pruebas arrojaron resultados sorprendentes: “este ejemplar seguía sin agruparse con los otros tigrillos, aparecía junto a dos especies de felinos manchados del sur del continente, el Huiña y el gato de Geoffroy. Independientemente de que hubiéramos utilizado un tipo de marcadores u otro, el resultado era el mismo”, explica Ruíz-García. Esto solo podía significar una cosa: se trataba de una nueva especie a la que este investigador decidió llamar Gato de Nariño o Leopardus narinensis.

El Gato de Nariño es una especie que se separó de sus parientes más cercanos, el Huiña y el gato de Geoffroy, hace aproximadamente un millón de años. Según el investigador especialista en genética y evolución, es posible que el ancestro común de estas tres especies haya tenido una distribución desde el sur de Colombia hasta la Patagonia. Sin embargo, los cambios climatológicos de finales del pleistoceno, época en la que vivió el mamut, seguramente provocaron que una pequeña población quedara aislada en el volcán Galeras y diera origen a esta nueva especie.

Si bien en los últimos años las técnicas moleculares han revelado nuevas especies de mamíferos en el neotrópico, este se trata de un descubrimiento especial, pues en la mayoría de los casos se trata de organismos ya conocidos que han sido reclasificados. En este caso, el animal no era conocido por la ciencia ni por las comunidades aledañas al volcán Galeras. “Yo he estado en Nariño y cuando le he mostrado la fotografía a la gente me dice ‘No, no lo reconocemos’, entonces es un bicho que había pasado desapercibido para la ciencia y, en principio, para buena parte de la gente de la zona”, comenta Ruíz-García.

Lo más curioso de todo es que esta piel es la única prueba de la existencia del Gato de Nariño. Desde el 2001, el profesor javeriano no ha dejado de buscar otros individuos: “yo he viajado por diferentes países, muchas veces aprovechando el estudio de otras especies, pero siempre con la vista puesta en las pieles de tigrillo, a ver si alguna se le parecía a esta. He ido a los museos en Ecuador, Costa Rica, Guatemala, México, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay y Uruguay, pero nunca la he encontrado”.

Incluso ha estado atento a las cámaras trampa puestas por varios grupos de investigación a lo largo de Ecuador y Nariño, en las que aparecen un sinnúmero de felinos, pero no el Gato de Nariño. “Nos encontramos ante la paradoja de que esta es una especie que está al borde de la extinción o extinta, pero que recién fue descubierta para la ciencia”, concluye.

Y es que el Gato de Nariño es un animal cuya distribución geográfica se sitúa en una zona de alto endemismo, es decir, una zona donde hay un elevado número de especies que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo y tienen una distribución diminuta.

Además, el Gato de Nariño es un felino de alta montaña, y dentro del género Leopardus las especies que habitan exclusivamente en estas zonas tienen poblaciones más pequeñas y una variabilidad genética inferior a las que se mueven también por tierras bajas, por lo que son más vulnerables ante cualquier disturbio en su entorno.

Así, la ciencia seguirá informando sobre descubrimientos en un campo que parecía tener todo escrito desde hace más de un siglo. Y por ahora, se vale perseguir la ilusión de que hoy, a esta hora, hay un Gato de Nariño reposando tranquilamente en algún rincón del volcán Galeras, a la espera de ser avistado por un caminante curioso.

*Este artículo fue publicado originalmente en la revista Pesquisa, de la Pontificia Universidad Javeriana.

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Por Mariana Sofía Díaz Sanjuan*

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