¿Dónde poner proyectos renovables a gran escala en Colombia?
Investigadores colombianos desarrollaron una herramienta para responder a la pregunta clave para la transición energética: ¿Qué partes del país tienen las mejores características para instalar parques solares o eólicos a gran escala?
María Camila Bonilla
A inicios de este año, durante un viaje a La Guajira, registramos que el proyecto Colectora, conocido como las “venas” de la transición energética, pues transportará la energía de siete de los parques eólicos de la región al resto del país, lleva tres años de atraso.
No es sencillo explicar en algunas líneas todos los factores que han dificultado su desarrollo, pero lo que es cierto es que el extenso proceso de consulta previa con más de 200 comunidades indígenas y afrocolombianas —que aún está en marcha— ha extendido los tiempos y deja entrever las complejidades de adelantar proyectos de energías renovables en la Alta y Media Guajira. (Lea: “Los elefantes también tienen sus propias culturas”: Paula Kahumbu)
Si la instalación de energías renovables a gran escala depende de mucho más que solo la disponibilidad de sol o viento, y también se puede ver impactada por procesos de consulta previa, ¿cuál es el potencial real para estos proyectos en Colombia? ¿Qué partes del país tienen las mejores características, teniendo en cuenta su gestión ambiental y desempeño financiero, para instalar parques solares o eólicos a gran escala?
Estas fueron algunas de las preguntas que Simón García Orrego, ingeniero civil de la Universidad Nacional, quiso resolver en su tesis de maestría en Medio Ambiente y Desarrollo. La tesis, dirigida por el docente Enrique Ángel Sanint y que contó con la mentoría del ingeniero civil y experto en energías renovables, Santiago Ortega. Los resultados fueron publicados recientemente en la revista Energy for Sustainable Development.
Los investigadores identificaron que, a pesar de que existen mapas del potencial eólico y solar en Colombia —y que es abundante— no hay estudios que tengan en cuenta “las múltiples restricciones a las que se enfrentan los promotores cuando se plantean un proyecto”. Por el contrario, anotaron en el texto, “terminan siendo los desarrolladores de proyectos los que ya empiezan a mirar el tema de las restricciones sociales y ambientales. Con el mapa, apuntamos a tener un paso intermedio que ayude más a la planificación energética”, señala Ortega. (Lea: En Medellín está la primera comunidad que genera energía solar y la vende al sistema)
Otro de los objetivos fue obtener “información un poco más precisa y realista del potencial de energías solares y eólicas, después de tener en cuenta no solo las restricciones ambientales, sino condiciones que podrían suponer un mayor o menor esfuerzo para llevar a cabo un proyecto”, indica García. El estudio se hizo en el marco del proyecto de investigación Energética 2030, en donde uno de los objetivos era establecer unos escenarios energéticos para ese año.
El resultado fue una herramienta, que podría ser adaptada al contexto de otros países, por ejemplo, para señalar qué regiones son mejores, ambiental y financieramente, para realizar proyectos renovables a gran escala.
Para obtener esta información, los investigadores tuvieron en cuenta una metodología ya desarrollada por Ángel, para evaluar otro tipo de proyectos, como hidroeléctricas o proyectos de gas y petróleo. De acuerdo con esta, hay cinco dimensiones ambientales a considerar cuando se planifican: la física, biótica, económica, cultural y política. (Lea también: Las minas de carbón planeadas en Colombia elevarán las emisiones de metano)
Dentro de estas dimensiones, existe lo que Ángel llama restricciones y criticidades. “La restricción es una condición que impide que un cierto tipo de proyecto se haga en un territorio. La criticidad permite desarrollarlo, pero con diversos grados de dificultad en la gestión ambiental”, explica Ángel. Una restricción podría ser la existencia de un resguardo indígena, por ejemplo. “Cuando encontramos una criticidad, eso nos da una señal de cómo va a ser cierto proyecto, es una alarma de posibilidades de atrasos”.
Comparar factores entre sí es útil para determinar, por ejemplo, “¿A qué le daremos más importancia? ¿La última hectárea de bosque húmedo tropical o la última familia indígena?”. Como dice Ángel, no es una tarea fácil y, además, es completamente subjetiva. Por esto, los investigadores consultaron a un grupo multidisciplinario de expertos en áreas como medio ambiente, antropología social y desarrollo de proyectos para que calificaran la criticidad de distintas características ambientales, en una escala de 0 a 10, siendo 0 la menor criticidad y 10, la mayor.
La diversidad de especialistas consultados generó calificaciones muy diferentes en algunos factores, dependiendo de su área de trabajo. García pone el ejemplo de la subxerofitia, un tipo de cobertura, similar a la de un desierto, que es frágil. “Cuando se le preguntaba a los desarrolladores de proyectos si esa cobertura hacía el proyecto más fácil o más difícil, decían que lo hacía facilísimo, porque daba un terreno óptimo, siendo plano, seco y descubierto”, recuerda. La historia con los biólogos era otra: ellos manifestaban que es una cobertura “delicadísima”, y la calificaban con puntajes muy altos, como 9. (Lea: Lo que ha pasado con el volcán nevado del Ruiz desde que está en alerta naranja)
Para Ángel, este ejercicio da un mensaje claro de que este tipo de decisiones deben tomarse colectivamente y que “resultan siendo más sabias que si se hubieran tomado por un solo tipo de persona, con una única experiencia y trayectoria técnica”.
El estudio también consideró otras variables, encaminadas a determinar si los proyectos son o no competitivos. Por eso, analizaron factores como la accesibilidad del terreno, sus costos o las distancias hasta líneas de transmisión, que se pueden traducir, eventualmente, en costos para el proyecto.
Después de mapear estos factores, los investigadores obtuvieron como resultado un mapa de Colombia con espacios “ambientalmente viables” donde se pueda explotar el recurso solar y eólico; con una escala de colores de verde, amarillo y rojo, se indica qué tan fácil es hacer un proyecto. Entre más verde una zona, más viable es una iniciativa.
García considera que otro punto interesante de la herramienta que desarrollaron es que consideró condiciones o problemáticas específicas de Colombia, como el conflicto o los resguardos indígenas. “Termina siendo una herramienta mucho más aterrizada a lo que es la realidad nacional”, indica el investigador. (Lea: La razón por la que en 10 años se ha perdido el 70 % de los demonios de Tasmania)
¿Qué encontraron?
El mapa, que se puede consultar a través de la página web de Energética 2030, “no reemplaza el análisis que debe hacer el desarrollador de un proyecto, pero por lo menos indica dónde no poner un parque eólico o solar. Se trata de tomar una decisión más informada”, dice García.
En su estudio, los investigadores encontraron que, a diferencia de lo que se puede pensar generalmente, La Guajira “no es, necesariamente, el lugar que todo el mundo piensa para los proyectos solares, por las dificultades sociales en la gestión”, señala Ortega. En cambio, en la costa se pueden destacar Santa Marta, Córdoba o Bolívar como sitios interesantes. (Lea: Con promesa de US$500 millones para la Amazonía, Joe Biden recibió a Gustavo Petro)
Más aún, el investigador resalta que no solo hay posibilidades en la costa Caribe, sino que encontraron que “en los valles interandinos y en el piedemonte Llanero hay un potencial interesantísimo”.
Además de los desarrolladores de proyectos, Ángel opina que las alcaldías y gobernaciones son otros actores que se podrían ver beneficiados por el uso de la herramienta y los resultados. “Si el alcalde de San Juan del Cesar identifica que su zona es del alto potencial, aunque no lo pensara porque en los valles interandinos no se habla mucho de estos tipos de proyectos, sería muy importante para que se pudiera armar un plan para traer inversión, hacer proyectos cooperativos o, simplemente divulgar la información”, puntualiza.
A inicios de este año, durante un viaje a La Guajira, registramos que el proyecto Colectora, conocido como las “venas” de la transición energética, pues transportará la energía de siete de los parques eólicos de la región al resto del país, lleva tres años de atraso.
No es sencillo explicar en algunas líneas todos los factores que han dificultado su desarrollo, pero lo que es cierto es que el extenso proceso de consulta previa con más de 200 comunidades indígenas y afrocolombianas —que aún está en marcha— ha extendido los tiempos y deja entrever las complejidades de adelantar proyectos de energías renovables en la Alta y Media Guajira. (Lea: “Los elefantes también tienen sus propias culturas”: Paula Kahumbu)
Si la instalación de energías renovables a gran escala depende de mucho más que solo la disponibilidad de sol o viento, y también se puede ver impactada por procesos de consulta previa, ¿cuál es el potencial real para estos proyectos en Colombia? ¿Qué partes del país tienen las mejores características, teniendo en cuenta su gestión ambiental y desempeño financiero, para instalar parques solares o eólicos a gran escala?
Estas fueron algunas de las preguntas que Simón García Orrego, ingeniero civil de la Universidad Nacional, quiso resolver en su tesis de maestría en Medio Ambiente y Desarrollo. La tesis, dirigida por el docente Enrique Ángel Sanint y que contó con la mentoría del ingeniero civil y experto en energías renovables, Santiago Ortega. Los resultados fueron publicados recientemente en la revista Energy for Sustainable Development.
Los investigadores identificaron que, a pesar de que existen mapas del potencial eólico y solar en Colombia —y que es abundante— no hay estudios que tengan en cuenta “las múltiples restricciones a las que se enfrentan los promotores cuando se plantean un proyecto”. Por el contrario, anotaron en el texto, “terminan siendo los desarrolladores de proyectos los que ya empiezan a mirar el tema de las restricciones sociales y ambientales. Con el mapa, apuntamos a tener un paso intermedio que ayude más a la planificación energética”, señala Ortega. (Lea: En Medellín está la primera comunidad que genera energía solar y la vende al sistema)
Otro de los objetivos fue obtener “información un poco más precisa y realista del potencial de energías solares y eólicas, después de tener en cuenta no solo las restricciones ambientales, sino condiciones que podrían suponer un mayor o menor esfuerzo para llevar a cabo un proyecto”, indica García. El estudio se hizo en el marco del proyecto de investigación Energética 2030, en donde uno de los objetivos era establecer unos escenarios energéticos para ese año.
El resultado fue una herramienta, que podría ser adaptada al contexto de otros países, por ejemplo, para señalar qué regiones son mejores, ambiental y financieramente, para realizar proyectos renovables a gran escala.
Para obtener esta información, los investigadores tuvieron en cuenta una metodología ya desarrollada por Ángel, para evaluar otro tipo de proyectos, como hidroeléctricas o proyectos de gas y petróleo. De acuerdo con esta, hay cinco dimensiones ambientales a considerar cuando se planifican: la física, biótica, económica, cultural y política. (Lea también: Las minas de carbón planeadas en Colombia elevarán las emisiones de metano)
Dentro de estas dimensiones, existe lo que Ángel llama restricciones y criticidades. “La restricción es una condición que impide que un cierto tipo de proyecto se haga en un territorio. La criticidad permite desarrollarlo, pero con diversos grados de dificultad en la gestión ambiental”, explica Ángel. Una restricción podría ser la existencia de un resguardo indígena, por ejemplo. “Cuando encontramos una criticidad, eso nos da una señal de cómo va a ser cierto proyecto, es una alarma de posibilidades de atrasos”.
Comparar factores entre sí es útil para determinar, por ejemplo, “¿A qué le daremos más importancia? ¿La última hectárea de bosque húmedo tropical o la última familia indígena?”. Como dice Ángel, no es una tarea fácil y, además, es completamente subjetiva. Por esto, los investigadores consultaron a un grupo multidisciplinario de expertos en áreas como medio ambiente, antropología social y desarrollo de proyectos para que calificaran la criticidad de distintas características ambientales, en una escala de 0 a 10, siendo 0 la menor criticidad y 10, la mayor.
La diversidad de especialistas consultados generó calificaciones muy diferentes en algunos factores, dependiendo de su área de trabajo. García pone el ejemplo de la subxerofitia, un tipo de cobertura, similar a la de un desierto, que es frágil. “Cuando se le preguntaba a los desarrolladores de proyectos si esa cobertura hacía el proyecto más fácil o más difícil, decían que lo hacía facilísimo, porque daba un terreno óptimo, siendo plano, seco y descubierto”, recuerda. La historia con los biólogos era otra: ellos manifestaban que es una cobertura “delicadísima”, y la calificaban con puntajes muy altos, como 9. (Lea: Lo que ha pasado con el volcán nevado del Ruiz desde que está en alerta naranja)
Para Ángel, este ejercicio da un mensaje claro de que este tipo de decisiones deben tomarse colectivamente y que “resultan siendo más sabias que si se hubieran tomado por un solo tipo de persona, con una única experiencia y trayectoria técnica”.
El estudio también consideró otras variables, encaminadas a determinar si los proyectos son o no competitivos. Por eso, analizaron factores como la accesibilidad del terreno, sus costos o las distancias hasta líneas de transmisión, que se pueden traducir, eventualmente, en costos para el proyecto.
Después de mapear estos factores, los investigadores obtuvieron como resultado un mapa de Colombia con espacios “ambientalmente viables” donde se pueda explotar el recurso solar y eólico; con una escala de colores de verde, amarillo y rojo, se indica qué tan fácil es hacer un proyecto. Entre más verde una zona, más viable es una iniciativa.
García considera que otro punto interesante de la herramienta que desarrollaron es que consideró condiciones o problemáticas específicas de Colombia, como el conflicto o los resguardos indígenas. “Termina siendo una herramienta mucho más aterrizada a lo que es la realidad nacional”, indica el investigador. (Lea: La razón por la que en 10 años se ha perdido el 70 % de los demonios de Tasmania)
¿Qué encontraron?
El mapa, que se puede consultar a través de la página web de Energética 2030, “no reemplaza el análisis que debe hacer el desarrollador de un proyecto, pero por lo menos indica dónde no poner un parque eólico o solar. Se trata de tomar una decisión más informada”, dice García.
En su estudio, los investigadores encontraron que, a diferencia de lo que se puede pensar generalmente, La Guajira “no es, necesariamente, el lugar que todo el mundo piensa para los proyectos solares, por las dificultades sociales en la gestión”, señala Ortega. En cambio, en la costa se pueden destacar Santa Marta, Córdoba o Bolívar como sitios interesantes. (Lea: Con promesa de US$500 millones para la Amazonía, Joe Biden recibió a Gustavo Petro)
Más aún, el investigador resalta que no solo hay posibilidades en la costa Caribe, sino que encontraron que “en los valles interandinos y en el piedemonte Llanero hay un potencial interesantísimo”.
Además de los desarrolladores de proyectos, Ángel opina que las alcaldías y gobernaciones son otros actores que se podrían ver beneficiados por el uso de la herramienta y los resultados. “Si el alcalde de San Juan del Cesar identifica que su zona es del alto potencial, aunque no lo pensara porque en los valles interandinos no se habla mucho de estos tipos de proyectos, sería muy importante para que se pudiera armar un plan para traer inversión, hacer proyectos cooperativos o, simplemente divulgar la información”, puntualiza.