“El 46% de los ecosistemas colombianos están en peligro”: Gonzalo Andrade
Esta fue una de las revelaciones de la cuarta sesión de la cátedra Repensar Nuestro Futuro, del Foro Nacional Ambiental.
Centro ODS para América Latina y el Caribe
¿Por qué América Latina y el Caribe está en riesgo frente al cambio climático? ¿Qué consecuencias traería la crisis ambiental en nuestra región? ¿Cómo pensar en un futuro distinto? Estas tres preguntas fueron centrales en la cuarta sesión de la cátedra Nuestro Futuro, creada por el Foro Nacional Ambiental (FNA) y dirigida por Manuel Rodríguez Becerra, profesor de la Universidad de los Andes y exministro de medio ambiente.
En esta ocasión, participaron cuatro personas expertas: María Elena Zaccagnini, co-presidenta de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes); Adriana Flores Díaz, doctora en Ecología y académica en el Centro Transdisciplinar Universitario para la Sustentabilidad de la Universidad Iberoamericana, en México; Germán Andrade, experto del Ibpes para América Latina e investigador del Centro ODS de la Universidad de los Andes y Gonzalo Andrade, director del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia.
El diagnóstico de la región
María Elena Zaccagnini presentó los principales hallazgos del informe sobre diversidad biológica para las Américas, publicado por el IPBES en 2019. Este documento es quizás uno de los más completos sobre la naturaleza y sus aportes a la región. Las Américas, para comenzar, incluye 55 de las 195 ecoregiones terrestres y de agua dulce en el mundo (28%); alberga el 20% de áreas clave para la biodiversidad mundial y es el centro de origen de domesticación de importantes cultivos como papa, quinua, maíz, frijoles, cacao, entre otros.
¿Qué ha pasado en las Américas desde que llegó la colonización europea? Zaccagnini respondió: se redujeron en un 95% los campos altos de las praderas de América del norte; en un 72% los bosques tropicales secos; en 88% la selva atlántica de América del sur; en 70% los pastizales del río de la Plata; en 50% los bosques mediterráneos; en 34% el Chaco seco y en un 17% la selva amazónica.
En las Américas, dijo la expositora, existe una “notable diversidad cultural, con más de 66 millones de pobladores indígenas”. Esta región del planeta también hospeda al 15% de las lenguas vivas y aporta el 34% del PIB global. En cuanto a la huella ecológica, el 22,8% proviene de la región de las Américas. No obstante, una de las grandes amenazas para la mayoría de países de la región es que “utilizan la naturaleza más intensamente que el promedio mundial”.
América, de hecho, tiene el 40% de la capacidad de los ecosistemas del mundo para producir y consumir materia prima. Sin embargo, la tasa de crecimiento de población en América Latina y el Caribe es de 1.02% y desde 1960 todo el continente creció más de seis veces, mejorando la calidad de vida de muchas personas, pero generando “un gran aumento en el consumo de alimentos, agua y energía”. Solamente en Brasil, señaló la expositora, la frontera agrícola se duplicó entre 2003 y 2013. Unos de los resultados del progreso ha sido el incremento de temperaturas medias y extremas y cambios en la distribución e interacciones de las especies. Como consecuencias, los arrecifes de coral han disminuido en más del 50% y se ha perdido en promedio 9.5% del área de bosque en Suramérica desde 1990.
En un futuro, agregó Zaccagnini, se esperan cambios de biodiversidad y más presiones para la naturaleza. De hecho, se prevé que para el año 2050 la población en la región crecerá en un 20% y el PIB puede llegar a duplicarse, por lo cual seguramente incrementará el consumo. Es urgente, entonces, nuevas normativas de gestión de la naturaleza, incluyendo tecnologías para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, así como nuevas restauraciones ecosistémicas.
Los países de la región, como recomienda el IPBES, deben tener en cuenta alternativas como los pagos por servicios ecosistémicos, así como nuevas reformas para el reconocimiento legal de los derechos de la naturaleza. Para terminar, agregó la expositora, es clave mantener los avances ya realizados, como el aumento de áreas protegidas, así como las estrategias de conservación en ecosistemas como la Amazonia.
Nuevas rutas de conocimiento
En segundo lugar, Adriana Flores Díaz, doctora en Ecología, habló sobre los desafíos para la construcción de la sostenibilidad en Mesoamérica. El primero que mencionó tiene que ver con la justicia ambiental. Actualmente, los líderes ambientales de países como México y Nicaragua pasan por momentos difíciles y han sufrido, en los últimos años, diferentes tipos de violencia, desde asesinatos hasta despojo de tierras. En segundo lugar, dijo, “hoy tenemos amenazados a los ecosistemas por impactos en los patrones de producción y consumo, entre otras prácticas de manejo que no favorecen a la sustentabilidad y a la vitalidad del territorio. ¿Cómo construir entonces la sustentabilidad? ¿Cómo hacerlo en medio de tanto conflicto?”, se preguntó la expositora.
Un primer paso, señaló Flores, es recuperando el tejido social con los pueblos originarios del continente, buscando afianzar nuevos vínculos y acuerdos. En la discusión sobre desarrollo sostenible es clave ver cómo se han adaptado las comunidades locales e incluirlas en las políticas públicas, así como en las decisiones de ordenamiento sobre sus territorios. Hasta el momento, es poco lo que los gobiernos conocen sobre sus territorios y comunidades y esto puede cambiar con nuevas prioridades en el sector ambiental y cultural.
Actualmente, las consecuencias de las decisiones nacionales se están viviendo con fuerza en diferentes comunidades locales. Y en este proceso, dijo Flores, es clave pensar en cuáles son los parámetros de bienestar bajo los cuales estamos interviniendo los territorios y cuáles son los de las comunidades. En este aspecto, agregó, es importante reevaluar la biodiversidad y cambiar los lentes bajo los cuales se observan los problemas. “Otro desafío es el de la de-colonización del pensamiento, dejando de un lado las visiones impuestas y buscando nuevas rutas de conocimiento, transitando hacia la interdisciplinariedad”, dijo.
En los últimos años, por ejemplo, la presión sobre los bosques ha generado pérdida de rituales indígenas, de identidad y de conocimiento, consecuencias que muchas veces quedan por fuera cuando se analiza el problema de la deforestación. Es fundamental “hacer visibles los contextos biofísicos y sociales. Repensemos los marcos conceptuales y los valores que estamos involucrando”. Citando a Orlando Fals Borda, la expositora concluyó que en la discusión sobre la sostenibilidad se debe “integrar el conocimiento que surge de la realidad cotidiana, del corazón y de las experiencias en común”.
Reflexiones para un nuevo futuro
Al terminar, Germán Andrade, investigador senior del Centro ODS y Gonzalo Andrade, director del Instituto de Ciencias Naturales de la Nacional, comentaron las dos exposiciones. De acuerdo con Germán, “está comprobado que el cambio climático representa una amenaza a la diversidad genética en el planeta, lo cual es la base de toda la evolución e incluso de la diversidad biológica. Cada vez la evidencia es mayor, pero las respuestas son insuficientes. Por eso surge una pregunta y es cómo comunicar el riesgo, pues sabemos desde la psicología ambiental que podemos tener las siguientes reacciones: indiferencia, toma de consciencia o reacciones negativas”.
Un aspecto que es crucial, como señaló Gonzalo Andrade, es conocer lo que realmente está en juego. Colombia, Argentina y Brasil, por ejemplo, están en la lista de los primeros cinco países con más riqueza y biodiversidad de plantas, mamíferos, aves, reptiles, anfibios y especies marinas. Si bien esto ha sido ampliamente documentado, el reto para conocer la biodiversidad es todavía enorme y requiere compromisos claros de los gobiernos: “En Colombia tenemos 22 colecciones biológicas con 27 millones de datos y de las cuales solo el 18% de la información ha sido catalogada y el 12% sistematizada”, señaló.
¿Y cuál es el problema de no preservar e impulsar las colecciones? Según Andrade, estas son útiles para demostrar las características de las especies, para sustentar la biodiversidad del país y para documentar correctamente la distribución de animales. A su vez, son esenciales para identificar especies en peligro de extinción, áreas de biodiversidad en riesgo e identificar rigurosamente la pérdida de biodiversidad. Para terminar, el director del Instituto de Ciencias Naturales señaló que de los 81 ecosistemas que tiene Colombia, 38, es decir el 46%, se encuentran categorizados como en peligro crítico o en peligro. Los ecosistemas más amenazados “están mal representados en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas y se necesita atención urgente, pues se puede estar subestimando el impacto real de la degradación de los procesos ecológicos”.
¿Por qué América Latina y el Caribe está en riesgo frente al cambio climático? ¿Qué consecuencias traería la crisis ambiental en nuestra región? ¿Cómo pensar en un futuro distinto? Estas tres preguntas fueron centrales en la cuarta sesión de la cátedra Nuestro Futuro, creada por el Foro Nacional Ambiental (FNA) y dirigida por Manuel Rodríguez Becerra, profesor de la Universidad de los Andes y exministro de medio ambiente.
En esta ocasión, participaron cuatro personas expertas: María Elena Zaccagnini, co-presidenta de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes); Adriana Flores Díaz, doctora en Ecología y académica en el Centro Transdisciplinar Universitario para la Sustentabilidad de la Universidad Iberoamericana, en México; Germán Andrade, experto del Ibpes para América Latina e investigador del Centro ODS de la Universidad de los Andes y Gonzalo Andrade, director del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia.
El diagnóstico de la región
María Elena Zaccagnini presentó los principales hallazgos del informe sobre diversidad biológica para las Américas, publicado por el IPBES en 2019. Este documento es quizás uno de los más completos sobre la naturaleza y sus aportes a la región. Las Américas, para comenzar, incluye 55 de las 195 ecoregiones terrestres y de agua dulce en el mundo (28%); alberga el 20% de áreas clave para la biodiversidad mundial y es el centro de origen de domesticación de importantes cultivos como papa, quinua, maíz, frijoles, cacao, entre otros.
¿Qué ha pasado en las Américas desde que llegó la colonización europea? Zaccagnini respondió: se redujeron en un 95% los campos altos de las praderas de América del norte; en un 72% los bosques tropicales secos; en 88% la selva atlántica de América del sur; en 70% los pastizales del río de la Plata; en 50% los bosques mediterráneos; en 34% el Chaco seco y en un 17% la selva amazónica.
En las Américas, dijo la expositora, existe una “notable diversidad cultural, con más de 66 millones de pobladores indígenas”. Esta región del planeta también hospeda al 15% de las lenguas vivas y aporta el 34% del PIB global. En cuanto a la huella ecológica, el 22,8% proviene de la región de las Américas. No obstante, una de las grandes amenazas para la mayoría de países de la región es que “utilizan la naturaleza más intensamente que el promedio mundial”.
América, de hecho, tiene el 40% de la capacidad de los ecosistemas del mundo para producir y consumir materia prima. Sin embargo, la tasa de crecimiento de población en América Latina y el Caribe es de 1.02% y desde 1960 todo el continente creció más de seis veces, mejorando la calidad de vida de muchas personas, pero generando “un gran aumento en el consumo de alimentos, agua y energía”. Solamente en Brasil, señaló la expositora, la frontera agrícola se duplicó entre 2003 y 2013. Unos de los resultados del progreso ha sido el incremento de temperaturas medias y extremas y cambios en la distribución e interacciones de las especies. Como consecuencias, los arrecifes de coral han disminuido en más del 50% y se ha perdido en promedio 9.5% del área de bosque en Suramérica desde 1990.
En un futuro, agregó Zaccagnini, se esperan cambios de biodiversidad y más presiones para la naturaleza. De hecho, se prevé que para el año 2050 la población en la región crecerá en un 20% y el PIB puede llegar a duplicarse, por lo cual seguramente incrementará el consumo. Es urgente, entonces, nuevas normativas de gestión de la naturaleza, incluyendo tecnologías para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, así como nuevas restauraciones ecosistémicas.
Los países de la región, como recomienda el IPBES, deben tener en cuenta alternativas como los pagos por servicios ecosistémicos, así como nuevas reformas para el reconocimiento legal de los derechos de la naturaleza. Para terminar, agregó la expositora, es clave mantener los avances ya realizados, como el aumento de áreas protegidas, así como las estrategias de conservación en ecosistemas como la Amazonia.
Nuevas rutas de conocimiento
En segundo lugar, Adriana Flores Díaz, doctora en Ecología, habló sobre los desafíos para la construcción de la sostenibilidad en Mesoamérica. El primero que mencionó tiene que ver con la justicia ambiental. Actualmente, los líderes ambientales de países como México y Nicaragua pasan por momentos difíciles y han sufrido, en los últimos años, diferentes tipos de violencia, desde asesinatos hasta despojo de tierras. En segundo lugar, dijo, “hoy tenemos amenazados a los ecosistemas por impactos en los patrones de producción y consumo, entre otras prácticas de manejo que no favorecen a la sustentabilidad y a la vitalidad del territorio. ¿Cómo construir entonces la sustentabilidad? ¿Cómo hacerlo en medio de tanto conflicto?”, se preguntó la expositora.
Un primer paso, señaló Flores, es recuperando el tejido social con los pueblos originarios del continente, buscando afianzar nuevos vínculos y acuerdos. En la discusión sobre desarrollo sostenible es clave ver cómo se han adaptado las comunidades locales e incluirlas en las políticas públicas, así como en las decisiones de ordenamiento sobre sus territorios. Hasta el momento, es poco lo que los gobiernos conocen sobre sus territorios y comunidades y esto puede cambiar con nuevas prioridades en el sector ambiental y cultural.
Actualmente, las consecuencias de las decisiones nacionales se están viviendo con fuerza en diferentes comunidades locales. Y en este proceso, dijo Flores, es clave pensar en cuáles son los parámetros de bienestar bajo los cuales estamos interviniendo los territorios y cuáles son los de las comunidades. En este aspecto, agregó, es importante reevaluar la biodiversidad y cambiar los lentes bajo los cuales se observan los problemas. “Otro desafío es el de la de-colonización del pensamiento, dejando de un lado las visiones impuestas y buscando nuevas rutas de conocimiento, transitando hacia la interdisciplinariedad”, dijo.
En los últimos años, por ejemplo, la presión sobre los bosques ha generado pérdida de rituales indígenas, de identidad y de conocimiento, consecuencias que muchas veces quedan por fuera cuando se analiza el problema de la deforestación. Es fundamental “hacer visibles los contextos biofísicos y sociales. Repensemos los marcos conceptuales y los valores que estamos involucrando”. Citando a Orlando Fals Borda, la expositora concluyó que en la discusión sobre la sostenibilidad se debe “integrar el conocimiento que surge de la realidad cotidiana, del corazón y de las experiencias en común”.
Reflexiones para un nuevo futuro
Al terminar, Germán Andrade, investigador senior del Centro ODS y Gonzalo Andrade, director del Instituto de Ciencias Naturales de la Nacional, comentaron las dos exposiciones. De acuerdo con Germán, “está comprobado que el cambio climático representa una amenaza a la diversidad genética en el planeta, lo cual es la base de toda la evolución e incluso de la diversidad biológica. Cada vez la evidencia es mayor, pero las respuestas son insuficientes. Por eso surge una pregunta y es cómo comunicar el riesgo, pues sabemos desde la psicología ambiental que podemos tener las siguientes reacciones: indiferencia, toma de consciencia o reacciones negativas”.
Un aspecto que es crucial, como señaló Gonzalo Andrade, es conocer lo que realmente está en juego. Colombia, Argentina y Brasil, por ejemplo, están en la lista de los primeros cinco países con más riqueza y biodiversidad de plantas, mamíferos, aves, reptiles, anfibios y especies marinas. Si bien esto ha sido ampliamente documentado, el reto para conocer la biodiversidad es todavía enorme y requiere compromisos claros de los gobiernos: “En Colombia tenemos 22 colecciones biológicas con 27 millones de datos y de las cuales solo el 18% de la información ha sido catalogada y el 12% sistematizada”, señaló.
¿Y cuál es el problema de no preservar e impulsar las colecciones? Según Andrade, estas son útiles para demostrar las características de las especies, para sustentar la biodiversidad del país y para documentar correctamente la distribución de animales. A su vez, son esenciales para identificar especies en peligro de extinción, áreas de biodiversidad en riesgo e identificar rigurosamente la pérdida de biodiversidad. Para terminar, el director del Instituto de Ciencias Naturales señaló que de los 81 ecosistemas que tiene Colombia, 38, es decir el 46%, se encuentran categorizados como en peligro crítico o en peligro. Los ecosistemas más amenazados “están mal representados en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas y se necesita atención urgente, pues se puede estar subestimando el impacto real de la degradación de los procesos ecológicos”.