El conflicto por tierras que resultó en un programa de conservación
Durante años las comunidades campesinas e indígenas de zona rural de Caquetá han tenido disputas por las tierras. Una de las razones era la tala de árboles para la expansión de la ganadería y coca, pero desde 2017 decidieron recuperar bosques y humedales juntos, con el proyecto Amazonia 2.0.
Paula Casas Mogollón
“Nukanchipa alpa” traduce “Nuestro territorio”. Esta es la frase que pintó la comunidad indígena inga en una de las paredes del resguardo Niñeras, en Caquetá. Durante los últimos cuatro años, esta pared ha sido el punto de encuentro para buscar cómo mitigar amenazas y presiones que ponen en peligro los bosques amazónicos. Everardo Rentería, gobernador de este resguardo y promotor ambiental de 40 años, se mueve con experticia en su territorio, mientras explica que en los últimos años su pueblo estuvo en conflicto con la población campesina vecina, en la inspección de Mononguete, en el municipio de Solano.
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“Nukanchipa alpa” traduce “Nuestro territorio”. Esta es la frase que pintó la comunidad indígena inga en una de las paredes del resguardo Niñeras, en Caquetá. Durante los últimos cuatro años, esta pared ha sido el punto de encuentro para buscar cómo mitigar amenazas y presiones que ponen en peligro los bosques amazónicos. Everardo Rentería, gobernador de este resguardo y promotor ambiental de 40 años, se mueve con experticia en su territorio, mientras explica que en los últimos años su pueblo estuvo en conflicto con la población campesina vecina, en la inspección de Mononguete, en el municipio de Solano.
“Muchas veces nos dijeron que éramos indios flojos por no tumbar el bosque”, recuerda, mientras señala las montañas que protegen el resguardo. Según comenta Everardo, los conflictos surgieron por la tala indiscriminada, pues a sus vecinos campesinos (que han crecido a la sombra del conflicto) les habían enseñado a trabajar en la ganadería o a sembrar cultivos de coca, generación tras generación. Solamente en Solano, el Observatorio de Drogas de Colombia, en un informe de 2018, señaló que había sembradas 3.650 hectáreas de cultivos ilícitos.
Para superar estos conflictos, nueve campesinos y tres indígenas de esta zona decidieron capacitarse para ser “promotores ambientales”, o en otras palabras, ser agentes multiplicadores de la conservación de su territorio. El proceso es parte del proyecto Amazonia 2.0, financiado por la Unión Europea, coordinado por UICN América del Sur y ejecutado por la Fundación Natura.
Conservar el agua para salvaguardar los bosques
La desconfianza y la indiferencia, principalmente por los límites territoriales, marcaron la relación entre la comunidad campesina y la población indígena. Así lo recuerda Helena Dussán, promotora ambiental de 36 años de la vereda Campobonito, quien entre risas comenta que se miraban como si fueran extraños, a pesar de haber vivido uno al lado del otro toda la vida. Luego de un diálogo, en 2017, hicieron las paces y se pusieron de acuerdo para definir qué recurso iban a proteger primero. Fue unánime: le darían prioridad al agua, ya que por la pérdida de bosque en el territorio los días de sequía eran duros y el agua no alcanzaba para toda la gente.
En la primera expedición para recuperar la quebrada Niñeritas, una de las principales fuentes de alimento, trabajo y abastecimiento para las 45 familias de las veredas aledañas, encontraron que la parte alta estaba talada y llena de basura. Esto es importante, porque Solano es el segundo municipio más grande del país con una significativa área de bosques, pero también es una de las jurisdicciones con mayores tasas de deforestación. De 2001 a 2020, este municipio ha perdido 82.000 hectáreas de cobertura arbórea, según Global Forest Watch.
Nataly Muñoz, promotora ambiental de “Las Brisas”, cuenta que en ese recorrido (que se hizo en 2017) fue testigo -y no solo doliente pasiva- de la disminución del agua, del daño profundo que estaba sufriendo la quebrada. “Muchas veces los indígenas nos decían que no talaramos la montaña, pero no nos explicaban por qué. No sabíamos la importancia de nuestros ecosistemas y éramos felices viendo potreros”, comenta. Después de esa visita comenzaron a hacer jornadas de limpieza y siembra de árboles. Helena, por ejemplo, estaba a cargo de medir el caudal para estudiar sus cambios.
Después de la tormenta
Tras varios años de conflictos entre ambas poblaciones, el proyecto desarrolló otras estrategias. Una se centró en disminuir las brechas tecnológicas que persistían en los territorios amazónicos. Helena dice que programas anteriores les pedían como requisito manejar sistemas, pero ella solo sabía prender y apagar uno de los pocos computadores que hay en la jurisdicción. Los 12 promotores ambientales fueron capacitados por la Universidad de la Amazonia: “Aprendí a identificar las especies de árboles y de fauna, a leer y a avanzar en mi educación”, cuenta José Arvey Oviedo, promotor de la vereda El Rubí.
José Arvey, un poco apenado, cuenta en voz baja que cuando niño era muy complicado el acceso a la educación. “Me tocaba ir muy lejos a una escuela y los caminos eran trochas, mucho barro. Todo esto dificultó el proceso y no fui muy entendido para el estudio”. Por eso, desde los ocho años, le tocó trabajar en la vereda Miravalle, donde nació hace 37 años. “Limpiaba caña, sembraba arroz, maíz o hacía contratos con un fincario para cortar con machete los árboles o arrancar azulejos”, asegura. Con este proyecto, a la par que ha aprendido sobre su territorio, ha podido retomar sus estudios.
Gracias a su nuevo manejo de la tecnología, las comunidades han recopilado información útil para la gestión de su territorio, que contribuye al conocimiento sobre la Amazonia colombiana. El objetivo, dice Eider Valderrama, presidente de la Asociación Prodesarrollo, es dar a conocer a los otros núcleos de Solano este proceso. Su finca, La Cucaracha, tiene la meta de reforestar cinco hectáreas con 5.500 árboles, la mayoría nativos.
Fanny Jamioy, lideresa y coordinadora del área mujeres y promotora ambiental, señala que este proyecto les ha enseñado diferentes formas de cómo trabajar la tierra. “Nos permite fortalecer esa sabiduría para transmitirla a los niños, niñas y jóvenes. Nos llevó a conocer el territorio, porque si bien hablábamos de él, no lo conocíamos”, comenta mientras recoge de su huerta algunas hojas aromáticas para preparar el desayuno. Tanto Fanny como Everardo coinciden en que estas herramientas los fortalecen (campesinos e indígenas por igual) para “defender nuestro territorio de las empresas petroleras y mineras que nos pueden llegar a atropellar”.