El experimento de las lavadoras contra la desigualdad
La profesora Ximena Peña, de la Universidad de los Andes, falleció antes de concluir un interesante estudio sobre la desigualdad que afecta a las mujeres. Su esposo, el economista Mauricio Santamaría, se ha propuesto terminarlo.
Camila Taborda/ @camilaztabor
Ximena Peña y Mauricio Santamaría se conocieron en 1999, en el Departamento de Planeación Nacional (DNP). Ella tenía 23 años y hacía sus prácticas universitarias. Él, con 32, era director de Desarrollo Social. Ambos economistas. Allí se enamoraron y desde entonces compartieron una obsesión: entender la desigualdad en Colombia. (Lea: Cuando una lavadora transforma la sociedad)
Ella falleció el pasado 23 de enero, a causa de un cáncer metastásico de seno. Ahora, su esposo y la investigadora Laura Martínez retoman su último proyecto: liberar tiempo de las mujeres por medio de una lavadora.
Peña, quien se desempeñó como investigadora de la Universidad de los Andes, sabía que la desigualdad afecta en mayor medida a las mujeres dentro del mercado laboral. “Ellas trabajan más, están más preparadas, pero a la vez son las que menos ganan”, aseguraba. Y la explicación eran las labores del hogar. Trabajos sin pago que, además, les quitan tiempo para cuidar a sus hijos, dedicarse a oficios remunerados, estudiar y descansar.
Con datos del DANE de 2014 y análisis, la economista dedujo que el 44 % de los hogares nacionales no poseen una lavadora y que a estas familias les toma 5,5 horas de trabajo a la semana lavar su ropa a mano. Esa fue la solución que encontró la economista: un electrodoméstico que cerrara las brechas, problema que le ha sacado canas al mundo. Tanto que reducir la desigualdad es el décimo Objetivo de Desarrollo Sostenible pendiente para 2030.
Gracias al trabajo de Peña, 132 familias se ganaron una lavadora. Hoy, un año después de haber entregado los electrodomésticos, el proyecto “Liberando tiempo: Mujeres y lavadoras” fue heredado por su esposo, quien renunció a su puesto como director del DNP al conocer el diagnóstico de Ximena.
El Espectador habló con Santamaría, que antes fue ministro de Salud y Protección Social, director adjunto de Fedesarrollo y economista sénior del Banco Mundial en el Grupo de Pobreza en la región de América Latina y el Caribe. Su experiencia da luces para entender la desigualdad en el país, donde el índice está en 0,52, según el DANE, siendo 0 la total igualdad y 1 la total desigualdad.
Para graduarse de su doctorado, usted presentó un análisis de la desigualdad del ingreso y la pobreza en Colombia en el siglo pasado. ¿Qué encontró entonces?
La desigualdad empeoró muchísimo en los noventa. Todo el mundo decía que la desigualdad en los ingresos era causa de la apertura, aunque yo opino que ocurrieron dos fenómenos al mismo tiempo. El primero fue el esfuerzo que hizo el país frente a la educación de 1970 a 1990, que dio fruto y nos llenó de bachilleres. El segundo, el cambio tecnológico en todo el mundo: entraron los computadores, empezaron a entrar los celulares, y el trabajo cambió.
Entonces Colombia quedó con una demanda de trabajo muy especializada. Eso pasó en todo el mundo, pero aquí eran muchos, y el exceso de oferta baja el precio. Es decir, les bajó el salario, y al mismo tiempo se quedaron con unas habilidades que no servían para nada. Eso es lo que usted ve hoy en día: la gente que no tiene ninguna educación o tiene una educación primaria gana lo mismo que un bachiller.
¿Qué piensa sobre la desigualdad del país ahora?
Seguimos siendo un país muy desigual, donde el esquema universitario no funciona bien, porque no es un factor que ayude a reducir la desigualdad del ingreso, ya que no acoge a los segmentos más pobres.
Pero hay otra cosa que he ido viendo a través de la vida: Colombia es un país muy clasista. Y eso que hemos cambiado, este país es otro comparado con el que yo viví, pero yo ya tengo 50 años. Todavía nos hacen falta por lo menos 100 o 200 más para cambiar.
Al final, usted trabajaba en el sector público y Ximena Peña estaba en la academia. ¿Cuál era la visión de ambos sobre este problema?
Los dos trabajamos en cosas muy similares, pero ella se fue enfocando en las mujeres, sobre sus oportunidades en el mercado laboral. Descubrió que las mujeres eran mucho más educadas que los hombres en el promedio. Bastante más, como dos o tres años más, que es una cantidad. Y aun así ganaban menos.
Entonces, le llamó mucho la atención el hecho, primero, de que fueran más educadas. Y segundo, que aun así terminaban ganando menos y, no sólo eso, también trabajando menos horas.
¿Cuál fue la explicación que ella le dio a ese fenómeno?
Encontró una explicación teórica en la que se favorecía el hecho de que la mujer de entrada es discriminada en el mercado laboral, por muchas razones. A veces no es discriminación pura sino que la gente percibe a la mujer como bastante más costosa, desde el punto de vista laboral. Porque hay que pagarle la licencia de maternidad, por ejemplo.
Entonces, lo que hace el empleador es que de entrada le quita un poquito de sueldo para compensar lo que después le va a tocar pagar de más. Y por eso tantos países, reconociendo eso, han eliminado las licencias de maternidad para las mujeres y las han vuelto para ambos sexos. De ahí que Ximena se opusiera tan fuerte al aumento de la licencia de maternidad que se aprobó hace unos meses aquí.
¿Cuándo apareció la idea de las lavadoras?
Cuando Ximena se dio cuenta de que las mujeres dedican 11 horas más a la semana de trabajo con respecto al hombre, horas no remuneradas, o sea las labores del hogar. Esos datos los sacó con base en el DANE. Es una barbaridad. Escribió varios documentos sobre participación femenina y pensó que la manera de solucionarlo era con un choque tecnológico. Después de mucho pensarlo y hacer encuestas vio que la mayor parte del tiempo se dedica al lavado de ropa y tuvo la idea al mismo tiempo en que la diagnosticaron.
¿Cómo arrancó la iniciativa “Liberando tiempo: Mujeres y lavadoras” que ella lideró con ayuda de Uniandes desde 2014?
Se asoció con Camilo García Jimeno, un académico de la Universidad de Pennsylvania. Ambos levantaron plata concursando en proyectos académicos. Se metieron a barrios muy pobres en el sur de Bogotá y en Soacha, a través de fundaciones o asociaciones de vecinos.
Después escogieron 262 familias de estratos uno y dos, biparentales y con niños menores de ocho años. Entre ellos se levantó la información, el grupo de tratamiento y grupo de control, porque había que estudiar a las familias que iban a ganarse las lavadoras y las que no. Se hizo la rifa, con el apoyo de Haceb, y se subsidiaron 132 electrodomésticos. Después de seis meses fue a levantar información a ver qué había cambiado, a comparar el tratamiento y el control.
¿Cuáles fueron los resultados?
Todo lo que ella pensaba salió. En las familias que habían recibido entrenamiento en el uso de las lavadoras, los hombres dedicaban más tiempo a los temas del hogar. Sólo dos familias vendieron las lavadoras, que era el susto que tenían Ximena y su equipo. Además encontraron que la mujer dedicaba mucho más tiempo a las labores propias y algunas empezaron a vender cosas por catálogo, a estudiar o a dedicar más tiempo al cuidado de los niños.
¿Ahora qué sigue?
Después de los cinco años que duró todo el proceso, una labor titánica para Ximena, yo estoy encargado del proyecto. Un año después vamos a poder ver otros factores, como los impactos en los ingresos del hogar.
¿Qué pasó con el proyecto cuando Ximena fue diagnosticada?
El segundo diagnóstico, que fue el duro, pues ya era incurable, fue durísimo. Pero con esto le digo todo: una semana antes de morir, en la cama, ella estaba terminando el documento del primer seguimiento, seis meses después de haber entregado las lavadoras. Para ese momento sí estaba enferma.
¿Cuál creería usted que es la solución de la desigualdad en Colombia?
A mí lo que me han enseñado la experiencia y el proyecto que hizo Ximena es que la mayoría de las cosas que uno piensa que darán soluciones mágicas ahondan aún más el problema de la desigualdad. Por ejemplo, la licencia de maternidad o el sistema universitario que tenemos.
Lo que quiero decirle es que los países que lo han logrado son países donde se premia el esfuerzo y se trabaja para que cuando la gente nazca tenga las mismas oportunidades. Hay que asegurar cosas como una educación de buena calidad para todos, políticas generales que primero demuestren que todos somos iguales, que permitan romper con el clasismo, que se beneficia y se beneficia a lo largo de la vida de las mismas cosas. El mercado laboral colombiano favorece a un grupo de privilegiados, y el sistema pensional, todo es para favorecer a una gente que va toda la vida perpetuando la desigualdad.
Ximena Peña y Mauricio Santamaría se conocieron en 1999, en el Departamento de Planeación Nacional (DNP). Ella tenía 23 años y hacía sus prácticas universitarias. Él, con 32, era director de Desarrollo Social. Ambos economistas. Allí se enamoraron y desde entonces compartieron una obsesión: entender la desigualdad en Colombia. (Lea: Cuando una lavadora transforma la sociedad)
Ella falleció el pasado 23 de enero, a causa de un cáncer metastásico de seno. Ahora, su esposo y la investigadora Laura Martínez retoman su último proyecto: liberar tiempo de las mujeres por medio de una lavadora.
Peña, quien se desempeñó como investigadora de la Universidad de los Andes, sabía que la desigualdad afecta en mayor medida a las mujeres dentro del mercado laboral. “Ellas trabajan más, están más preparadas, pero a la vez son las que menos ganan”, aseguraba. Y la explicación eran las labores del hogar. Trabajos sin pago que, además, les quitan tiempo para cuidar a sus hijos, dedicarse a oficios remunerados, estudiar y descansar.
Con datos del DANE de 2014 y análisis, la economista dedujo que el 44 % de los hogares nacionales no poseen una lavadora y que a estas familias les toma 5,5 horas de trabajo a la semana lavar su ropa a mano. Esa fue la solución que encontró la economista: un electrodoméstico que cerrara las brechas, problema que le ha sacado canas al mundo. Tanto que reducir la desigualdad es el décimo Objetivo de Desarrollo Sostenible pendiente para 2030.
Gracias al trabajo de Peña, 132 familias se ganaron una lavadora. Hoy, un año después de haber entregado los electrodomésticos, el proyecto “Liberando tiempo: Mujeres y lavadoras” fue heredado por su esposo, quien renunció a su puesto como director del DNP al conocer el diagnóstico de Ximena.
El Espectador habló con Santamaría, que antes fue ministro de Salud y Protección Social, director adjunto de Fedesarrollo y economista sénior del Banco Mundial en el Grupo de Pobreza en la región de América Latina y el Caribe. Su experiencia da luces para entender la desigualdad en el país, donde el índice está en 0,52, según el DANE, siendo 0 la total igualdad y 1 la total desigualdad.
Para graduarse de su doctorado, usted presentó un análisis de la desigualdad del ingreso y la pobreza en Colombia en el siglo pasado. ¿Qué encontró entonces?
La desigualdad empeoró muchísimo en los noventa. Todo el mundo decía que la desigualdad en los ingresos era causa de la apertura, aunque yo opino que ocurrieron dos fenómenos al mismo tiempo. El primero fue el esfuerzo que hizo el país frente a la educación de 1970 a 1990, que dio fruto y nos llenó de bachilleres. El segundo, el cambio tecnológico en todo el mundo: entraron los computadores, empezaron a entrar los celulares, y el trabajo cambió.
Entonces Colombia quedó con una demanda de trabajo muy especializada. Eso pasó en todo el mundo, pero aquí eran muchos, y el exceso de oferta baja el precio. Es decir, les bajó el salario, y al mismo tiempo se quedaron con unas habilidades que no servían para nada. Eso es lo que usted ve hoy en día: la gente que no tiene ninguna educación o tiene una educación primaria gana lo mismo que un bachiller.
¿Qué piensa sobre la desigualdad del país ahora?
Seguimos siendo un país muy desigual, donde el esquema universitario no funciona bien, porque no es un factor que ayude a reducir la desigualdad del ingreso, ya que no acoge a los segmentos más pobres.
Pero hay otra cosa que he ido viendo a través de la vida: Colombia es un país muy clasista. Y eso que hemos cambiado, este país es otro comparado con el que yo viví, pero yo ya tengo 50 años. Todavía nos hacen falta por lo menos 100 o 200 más para cambiar.
Al final, usted trabajaba en el sector público y Ximena Peña estaba en la academia. ¿Cuál era la visión de ambos sobre este problema?
Los dos trabajamos en cosas muy similares, pero ella se fue enfocando en las mujeres, sobre sus oportunidades en el mercado laboral. Descubrió que las mujeres eran mucho más educadas que los hombres en el promedio. Bastante más, como dos o tres años más, que es una cantidad. Y aun así ganaban menos.
Entonces, le llamó mucho la atención el hecho, primero, de que fueran más educadas. Y segundo, que aun así terminaban ganando menos y, no sólo eso, también trabajando menos horas.
¿Cuál fue la explicación que ella le dio a ese fenómeno?
Encontró una explicación teórica en la que se favorecía el hecho de que la mujer de entrada es discriminada en el mercado laboral, por muchas razones. A veces no es discriminación pura sino que la gente percibe a la mujer como bastante más costosa, desde el punto de vista laboral. Porque hay que pagarle la licencia de maternidad, por ejemplo.
Entonces, lo que hace el empleador es que de entrada le quita un poquito de sueldo para compensar lo que después le va a tocar pagar de más. Y por eso tantos países, reconociendo eso, han eliminado las licencias de maternidad para las mujeres y las han vuelto para ambos sexos. De ahí que Ximena se opusiera tan fuerte al aumento de la licencia de maternidad que se aprobó hace unos meses aquí.
¿Cuándo apareció la idea de las lavadoras?
Cuando Ximena se dio cuenta de que las mujeres dedican 11 horas más a la semana de trabajo con respecto al hombre, horas no remuneradas, o sea las labores del hogar. Esos datos los sacó con base en el DANE. Es una barbaridad. Escribió varios documentos sobre participación femenina y pensó que la manera de solucionarlo era con un choque tecnológico. Después de mucho pensarlo y hacer encuestas vio que la mayor parte del tiempo se dedica al lavado de ropa y tuvo la idea al mismo tiempo en que la diagnosticaron.
¿Cómo arrancó la iniciativa “Liberando tiempo: Mujeres y lavadoras” que ella lideró con ayuda de Uniandes desde 2014?
Se asoció con Camilo García Jimeno, un académico de la Universidad de Pennsylvania. Ambos levantaron plata concursando en proyectos académicos. Se metieron a barrios muy pobres en el sur de Bogotá y en Soacha, a través de fundaciones o asociaciones de vecinos.
Después escogieron 262 familias de estratos uno y dos, biparentales y con niños menores de ocho años. Entre ellos se levantó la información, el grupo de tratamiento y grupo de control, porque había que estudiar a las familias que iban a ganarse las lavadoras y las que no. Se hizo la rifa, con el apoyo de Haceb, y se subsidiaron 132 electrodomésticos. Después de seis meses fue a levantar información a ver qué había cambiado, a comparar el tratamiento y el control.
¿Cuáles fueron los resultados?
Todo lo que ella pensaba salió. En las familias que habían recibido entrenamiento en el uso de las lavadoras, los hombres dedicaban más tiempo a los temas del hogar. Sólo dos familias vendieron las lavadoras, que era el susto que tenían Ximena y su equipo. Además encontraron que la mujer dedicaba mucho más tiempo a las labores propias y algunas empezaron a vender cosas por catálogo, a estudiar o a dedicar más tiempo al cuidado de los niños.
¿Ahora qué sigue?
Después de los cinco años que duró todo el proceso, una labor titánica para Ximena, yo estoy encargado del proyecto. Un año después vamos a poder ver otros factores, como los impactos en los ingresos del hogar.
¿Qué pasó con el proyecto cuando Ximena fue diagnosticada?
El segundo diagnóstico, que fue el duro, pues ya era incurable, fue durísimo. Pero con esto le digo todo: una semana antes de morir, en la cama, ella estaba terminando el documento del primer seguimiento, seis meses después de haber entregado las lavadoras. Para ese momento sí estaba enferma.
¿Cuál creería usted que es la solución de la desigualdad en Colombia?
A mí lo que me han enseñado la experiencia y el proyecto que hizo Ximena es que la mayoría de las cosas que uno piensa que darán soluciones mágicas ahondan aún más el problema de la desigualdad. Por ejemplo, la licencia de maternidad o el sistema universitario que tenemos.
Lo que quiero decirle es que los países que lo han logrado son países donde se premia el esfuerzo y se trabaja para que cuando la gente nazca tenga las mismas oportunidades. Hay que asegurar cosas como una educación de buena calidad para todos, políticas generales que primero demuestren que todos somos iguales, que permitan romper con el clasismo, que se beneficia y se beneficia a lo largo de la vida de las mismas cosas. El mercado laboral colombiano favorece a un grupo de privilegiados, y el sistema pensional, todo es para favorecer a una gente que va toda la vida perpetuando la desigualdad.