El fin anunciado de la palma de cera
En 47 años, el árbol nacional , el más alto en su especie a nivel mundial, podría extinguirse en el valle de Cocora, Quindío, a causa de la ganadería.
Mariana Escobar Roldán
En 1801, cuando el célebre naturalista alemán Alexander Von Humboldt y su colega francés Aimé Bonpland atravesaron la Cordillera Central, el paisaje del valle de Cocora, situado en la cuenca media del río Quindío, al noreste de la actual población de Salento, era distinto.
Sobre extensos bosques de niebla se levantaban centenares, miles, de palmas de una altura descomunal, cubiertas en su tronco por una capa de cera que parecía plata con el reflejo del sol, y que más adelante le serviría a los colonos como materia prima para fabricar velas.
Dichos árboles fueron considerados por décadas los más altos del mundo, sólo hasta que fueron descubiertas las secuoyas en California, y esta especie se quedó con la categoría de la palma más alta, despertando el interés de científicos de todo el mundo.
Sin embargo, más de un siglo de explotación acabó con la imagen que deslumbró a Von Humboldt. Primero fue la extracción de cera como fuente de iluminación; luego llegó la tradición de utilizar brotes de la palma para celebraciones religiosas en Semana Santa, y aún cuando en 1985 el gobierno de Belisario Betancur la declaró Árbol Nacional de Colombia y Símbolo Patrio, la ganadería se empecinó con destruirla.
Hoy, la mayoría de las palmas que constituyen el atractivo principal del valle de Cocora son adultas que sobrevivieron al establecimiento de potreros, hábitat inapropiado en el que la especie no logra regenerarse, pues sus plántulas (la planta en sus primeras etapas de desarrollo) no resisten el pastoreo ni la plena exposición a la luz del sol que genera la ausencia de bosque, producto de la tala.
Según un estudio de María José Sanín y Rodrigo Bernal, investigadores del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional (la primera es la experta con más conocimiento en palma de cera y el segundo es autoridad mundial en palmas), estas condiciones llevarán al fin de la especie en ese sitio: más de la mitad de las palmas de cera del valle de Cocora están ya en las fases finales de su ciclo de vida y morirán de viejas en el transcurso de los próximos 47 años, sin dejar reemplazo.
Con base en imágenes fotográficas tomadas en siete sitios del valle durante 24 años, los expertos concluyeron que el número de palmas se redujo un 19.8 %, pasando de 585 ejemplares en septiembre de 1988 a 469 en diciembre del año pasado. La gran mayoría de las que murieron eran palmas ancianas (tenían entre 139 y 169 años) que medían más de 40 metros de altura.
En vista de que para el año 2029, el 53% de las palmas en la parte alta del valle de Cocora ya habrán superado los 40 metros- la altura a partir de la cual murieron sus parientes en los últimos 24 años- el patrón se reproduciría, ninguna de estas plantas pasaría del año 2069 y en las demás zonas del valle no quedaría ni un ejemplar para 2090.
Aunque el panorama es sombrío, los investigadores creen que existe una fórmula simple para dar marcha atrás a la extinción de la palma de cera del valle de Cocora: establecer allí un Santuario Nacional de la Palma de Cera del Quindío, cumpliendo, incluso, con lo estipulado en la Ley 61 de 1985, por la cual se declaró a esta planta como Árbol Nacional.
De acuerdo a Rodrigo Bernal, las autoridades ambientales regionales tendrían que comprar predios a ganaderos de la zona, y con autonomía en el territorio, deberán rehabilitar las zonas que fueron deforestadas, de tal manera que no solo se asegure la prolongación de los palmares en los bosques, sino también el reemplazo generacional en las zonas que hoy son potreros.
“La combinación de todas estas acciones garantizará la perpetuación y el adecuado desarrollo del turismo centrado en el árbol nacional colombiano y del ecosistema en el que crece”, resalta el investigador.
Al respecto, Diego Higuera, del área de Bosques del Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, reconoce que la protección de la palma ha estado relegada en el país, y por eso, en compañía de investigadores como Rodrigo Bernal, el Minambiente se encuentra diseñando el Programa Nacional de Conservación de las Palmas, que estaría listo en el primer semestre del 2014 y sería el primer esquema de protección para la flora en el país.
Sobre la posibilidad de declarar la región del valle de Cocora como Santuario Nacional, Hernando García, investigador del área de Biología de la Conservación del instituto Humboldt, dice: “Sabemos que aunque la palma de cera es una especie emblemática, no está muy representada en el grupo de áreas protegidas, y eso, desde el punto de vista técnico, ya es justificante para una declaratoria como la que se plantea y nos abre a nosotros la posibilidad de emitir un concepto técnico que demuestre por qué hay que conservar allí”.
El problema, explica, “son las tensiones sociales que se generarían por la modificación del uso del suelo” y el hecho de que es la Corporación Autónoma Regional del Quindío (CRQ) quien debe hacer al Humboldt la propuesta de declaratoria, petición a la cual “estaríamos encantados de responder”.
En respuesta, Sandra Milena Gómez, directora de la CRQ, menciona que está dispuesta a entablar un diálogo con los investigadores, las autoridades nacionales y los empresarios y propietarios de la zona para evaluar la alternativa que propone Bernal e, incluso, motivar la construcción en Salento de un Centro Nacional de Investigación de la Palma de Cera.
mescobar@elespectador.com
@marianaesrol
En 1801, cuando el célebre naturalista alemán Alexander Von Humboldt y su colega francés Aimé Bonpland atravesaron la Cordillera Central, el paisaje del valle de Cocora, situado en la cuenca media del río Quindío, al noreste de la actual población de Salento, era distinto.
Sobre extensos bosques de niebla se levantaban centenares, miles, de palmas de una altura descomunal, cubiertas en su tronco por una capa de cera que parecía plata con el reflejo del sol, y que más adelante le serviría a los colonos como materia prima para fabricar velas.
Dichos árboles fueron considerados por décadas los más altos del mundo, sólo hasta que fueron descubiertas las secuoyas en California, y esta especie se quedó con la categoría de la palma más alta, despertando el interés de científicos de todo el mundo.
Sin embargo, más de un siglo de explotación acabó con la imagen que deslumbró a Von Humboldt. Primero fue la extracción de cera como fuente de iluminación; luego llegó la tradición de utilizar brotes de la palma para celebraciones religiosas en Semana Santa, y aún cuando en 1985 el gobierno de Belisario Betancur la declaró Árbol Nacional de Colombia y Símbolo Patrio, la ganadería se empecinó con destruirla.
Hoy, la mayoría de las palmas que constituyen el atractivo principal del valle de Cocora son adultas que sobrevivieron al establecimiento de potreros, hábitat inapropiado en el que la especie no logra regenerarse, pues sus plántulas (la planta en sus primeras etapas de desarrollo) no resisten el pastoreo ni la plena exposición a la luz del sol que genera la ausencia de bosque, producto de la tala.
Según un estudio de María José Sanín y Rodrigo Bernal, investigadores del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional (la primera es la experta con más conocimiento en palma de cera y el segundo es autoridad mundial en palmas), estas condiciones llevarán al fin de la especie en ese sitio: más de la mitad de las palmas de cera del valle de Cocora están ya en las fases finales de su ciclo de vida y morirán de viejas en el transcurso de los próximos 47 años, sin dejar reemplazo.
Con base en imágenes fotográficas tomadas en siete sitios del valle durante 24 años, los expertos concluyeron que el número de palmas se redujo un 19.8 %, pasando de 585 ejemplares en septiembre de 1988 a 469 en diciembre del año pasado. La gran mayoría de las que murieron eran palmas ancianas (tenían entre 139 y 169 años) que medían más de 40 metros de altura.
En vista de que para el año 2029, el 53% de las palmas en la parte alta del valle de Cocora ya habrán superado los 40 metros- la altura a partir de la cual murieron sus parientes en los últimos 24 años- el patrón se reproduciría, ninguna de estas plantas pasaría del año 2069 y en las demás zonas del valle no quedaría ni un ejemplar para 2090.
Aunque el panorama es sombrío, los investigadores creen que existe una fórmula simple para dar marcha atrás a la extinción de la palma de cera del valle de Cocora: establecer allí un Santuario Nacional de la Palma de Cera del Quindío, cumpliendo, incluso, con lo estipulado en la Ley 61 de 1985, por la cual se declaró a esta planta como Árbol Nacional.
De acuerdo a Rodrigo Bernal, las autoridades ambientales regionales tendrían que comprar predios a ganaderos de la zona, y con autonomía en el territorio, deberán rehabilitar las zonas que fueron deforestadas, de tal manera que no solo se asegure la prolongación de los palmares en los bosques, sino también el reemplazo generacional en las zonas que hoy son potreros.
“La combinación de todas estas acciones garantizará la perpetuación y el adecuado desarrollo del turismo centrado en el árbol nacional colombiano y del ecosistema en el que crece”, resalta el investigador.
Al respecto, Diego Higuera, del área de Bosques del Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, reconoce que la protección de la palma ha estado relegada en el país, y por eso, en compañía de investigadores como Rodrigo Bernal, el Minambiente se encuentra diseñando el Programa Nacional de Conservación de las Palmas, que estaría listo en el primer semestre del 2014 y sería el primer esquema de protección para la flora en el país.
Sobre la posibilidad de declarar la región del valle de Cocora como Santuario Nacional, Hernando García, investigador del área de Biología de la Conservación del instituto Humboldt, dice: “Sabemos que aunque la palma de cera es una especie emblemática, no está muy representada en el grupo de áreas protegidas, y eso, desde el punto de vista técnico, ya es justificante para una declaratoria como la que se plantea y nos abre a nosotros la posibilidad de emitir un concepto técnico que demuestre por qué hay que conservar allí”.
El problema, explica, “son las tensiones sociales que se generarían por la modificación del uso del suelo” y el hecho de que es la Corporación Autónoma Regional del Quindío (CRQ) quien debe hacer al Humboldt la propuesta de declaratoria, petición a la cual “estaríamos encantados de responder”.
En respuesta, Sandra Milena Gómez, directora de la CRQ, menciona que está dispuesta a entablar un diálogo con los investigadores, las autoridades nacionales y los empresarios y propietarios de la zona para evaluar la alternativa que propone Bernal e, incluso, motivar la construcción en Salento de un Centro Nacional de Investigación de la Palma de Cera.
mescobar@elespectador.com
@marianaesrol