El mar que no conocerá mi sobrina y otros datos para reflexionar sobre el planeta
Los datos que se han presentado en diversos informes en los últimos días muestran que, pese a las reiteradas advertencias de los científicos, el planeta va por el camino equivocado. Sin embargo, hay una pequeña rendija de luz entre la desesperanza.
Sergio Silva Numa
El mismo día en el que escribo este artículo, el viernes 11 de octubre, Olivia, mi primera sobrina, cumple un mes de nacida. La noche anterior, desde la distancia —ella en Barranquilla y yo en Bogotá— hicimos una llamada virtual. “Sonrió” por un instante para luego volver a su cara de no-me-jodan-más, señores.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El mismo día en el que escribo este artículo, el viernes 11 de octubre, Olivia, mi primera sobrina, cumple un mes de nacida. La noche anterior, desde la distancia —ella en Barranquilla y yo en Bogotá— hicimos una llamada virtual. “Sonrió” por un instante para luego volver a su cara de no-me-jodan-más, señores.
Un par de días después de que naciera Olivia, conversé con el papá, mi hermano. Hablamos de lo que le falta para que tenga 10 años y poder llevarla a bucear. No muy lejos de su casa está el mar Caribe y en él unos puntos con una enorme diversidad de corales, esos animales rarísimos que desafían cualquier imagen que nos hayan enseñado en el colegio de un animal.
Pero después de esta semana no estoy tan seguro de que, cuando Olivia crezca, tenga la oportunidad de conocer esas formas y colores que habrá bajo su mar. El Informe Planeta Vivo que lanzó WWF y la Sociedad Zoológica de Londres el pasado miércoles nos recordó que las cosas no marchan nada bien para los corales: las olas de calor submarinas provocadas por el cambio climático están causando su blanqueamiento masivo. A inicios de 2024 se presentó uno de los más dramáticos en la Gran Barrera de Coral, al oriente de Australia.
Aunque en episodios similares del pasado (hubo en 1998, en 2002, en 2016, en 2017, en 2020 y en 2022) ese conjunto de vida gigante ha dado muestras de recuperarse, “es probable que su capacidad resulte cada vez más mermada”, señalaba el informe. Con blanqueamientos tan frecuentes, los corales no tendrán chance de sobrevivir. Entre el 70% y 90% de arrecifes de coral desaparecerán, si incluso, mantenemos la temperatura del planeta en la popular meta de los 1,5° Celsius.
En el mar de Olivia la situación no es muy diferente. Hace poco más de un mes estuve en esos mismos lugares en los que pensaba llevarla a bucear, en la bahía de Santa Marta. Los había visitado en años anteriores y no es difícil notar que, poco a poco, están cambiando. Allí los corales, de los que dependen muchas más especies en el océano, tampoco están en buen estado. La broma con la que nos referíamos a las aguas tan cálidas del océano ya no suena tan divertida: “parecía más una sopa que un mar”.
A Johan Rockström tampoco deben hacerle mucha gracia los chistes relacionados con la temperatura del océano. Una de las imágenes que suele mostrar en sus conferencias más recientes es, precisamente, la que indica que se nos salió de las manos ese problema. Cuando dio una conferencia en la Universidad de los Andes, hace un más de un mes, dijo que era uno de los datos que más le inquietaba. Lo tildó de un verdadero “drama”.
Que uno de los científicos más respetados del cambio climático esté tan asustado con lo que eso significa, no es algo que debamos tomar a la ligera. Pero que, como el mismo Rockström lo ha advertido, no tengan aún tanta claridad de por qué en 2023 y en 2024 la temperatura del océano ha estado por encima de cualquier umbral, debería estremecernos. Miren esta gráfica, para que se hagan una idea de lo que está sucediendo.
¿El océano corre el riesgo de liberar a la atmósfera el calor que absorbe?, se preguntaba Rockström en su conferencia TED. “No lo sabemos, pero el océano está haciendo sonar una alarma”.
La exviceministra de Ambiente y profesora de la U. de los Andes, Sandra Vilardy, no titubea cuando le pregunto por los datos que más le inquietan y que nos muestran que nuestro planeta está en aprietos. “La temperatura de los océanos. Rompimos la tendencia el año pasado y, con ello, los océanos perdieron su estabilidad termodinámica”, responde.
A lo que se refiere Vilardy es a que esas masas de agua que ocupan el 71% de la Tierra tienen un papel regulador en el que pocas veces nos detenemos a pensar. Tiene un ejemplo cotidiano para entenderlo mejor: basta imaginar una olla de agua que calentamos en la cocina. Cuando llega a los 100 °C (bueno, depende de dónde estemos) empieza a burbujear y cambian sus propiedades. Entonces, libera calor y vapor de agua. Al hacerlo, “añaden” más calor a la atmósfera y aumenta la humedad.
Si muy poco nos inquieta lo que pase bajo el agua, esos dos ingredientes sí deberían hacernos reflexionar: hacen parte de la receta que necesita un huracán para formarse e intensificarse. A Milton le tomó solo un día para pasar de una tormenta a un huracán de categoría 5. Se formó en el Golfo de México, donde el mar tenía muy altas temperaturas, recuerda un análisis del World Weather Attribution. En un mar más caliente, advertían sus autores, los huracanes se volverán más intensos más rápidamente.
Milton, que llegó a las costas de Florida como categoría 3, ya ha cobrado la vida de 16 personas y ha dejado sin electricidad a más de 3 millones. El huracán Helene, que tocó tierra dos semanas antes, quedó en los registros como uno de los que más muertes ha causado en la historia de Estados Unidos: más de 200 fallecidos.
Una luz de esperanza
Hay otro dato que también le quita el sueño a la profesora Sandra Vilardy: el debilitamiento de la llamada “corriente del Atlántico” o, para ser mucho más precisos, de la “Circulación del vuelco meridional del Atlántico” (AMOC). Para no perdernos en tecnicismos, hay que hacer de cuenta que es una cita transportadora que permite que el agua cálida del ecuador fluya hacia los polos, donde se enfría, y vuelve a circular. De eso dependen desde recursos pesqueros hasta las lluvias en algunas regiones y el incremento de la temperatura.
El problema es que esa corriente, que en el mapa se puede ver en color rosado bordeando a América, está aproximándose a un punto de inflexión, es decir, un punto en el que ya no habrá marcha atrás. René van Westen, Henk A. Dijkstra y Michael Kliphuis, científicos que estudian el clima desde la Universidad de Utrecht, en Países Bajos, lo ponían en estos términos en un artículo en The Conversation: “una vez alcanzado el punto de inflexión, el transporte de calor hacia el norte se reduce fuertemente, provocando cambios bruscos en el clima”.
Para decirlo más claro, si eso llega a suceder, añadían, algunas zonas de Noruega experimentarían descensos de temperatura de más de 20 ºC y algunas del hemisferio sur, donde está Colombia, se calentarán unos pocos grados. El colapso de esa cinta transportadora también incidiría en las lluvias, lo que conduciría a otros ecosistemas a caminar más rápido hacia sus propios puntos de inflexión. Uno de ellos, decían, es la Amazonía, tan vulnerable al descenso de las precipitaciones.
No solo la corriente del Atlántico y la Amazonía se acercan a sus puntos de inflexión. Los otros puntos que han identificado los científicos están señalados en el siguiente mapa. Uno de ellos es la capa de hielo de Groenlandia. Otro, la capa de hielo de la Antártida occidental. Si se derriten, el nivel del mar aumentaría irremediablemente y con ello, las personas desplazadas. Los arrecifes de coral van por el mismo rumbo.
Mientras mi sobrina Olivia se acercaba a su primer mes, entre largas siestas y horas de lactancia, esta semana otro grupo de investigadores de varias universidades, entre los que estaba Rockström, publicó un artículo para llamar, nuevamente, la atención sobre lo que está pasando en el planeta. “Estamos al borde de un desastre climático irreversible”, escribieron en la primera frase. Se lamentaban de que, pese a sus advertencias, vamos por el camino equivocado.
Para sustentar su llamado de atención, exponían una larga lista de hechos: el consumo de combustibles fósiles aumentó un 1,5% en 2023 con respecto a 2022; la temperatura superficial ha alcanzado un máximo histórico y se prevé que 2024 sea uno de los años más calurosos jamás registrados; las políticas actuales nos llevan a un calentamiento máximo de aproximadamente 2,7 °C. De los 35 “signos vitales planetarios” que habían rastreado, 25 ya alcanzaron niveles récord.
Conscientes de que a ellos —como a los periodistas que escriben sobre ambiente—, les llueven críticas por mostrar una postura tan catastrofista, preferían ser claros: “En lugar de presentar un pronóstico del cambio climático de manera pesimista u optimista, solo queremos actuar con la verdad y decir las cosas como son”. “Una evaluación nefasta es una evaluación honesta”, escribían en otro apartado.
Una muestra más de ese jalón de orejas es haber sobrepasado los llamados “límites planetarios”, unos límites que no debíamos transgredir para mantener la estabilidad de la Tierra. De nueve, ya sobrepasamos seis. Con este gráfico se pueden hacer una idea:
¿Pero, entonces, no hay motivos para confiar en que corregiremos el rumbo? ¿No hay razones para creer que podemos adaptarnos mejor al cambio climático y reversar la pérdida de biodiversidad, con discusiones como las que empiezan en Cali en una semana? La pregunta la hicimos el jueves en un foro de El Espectador que acompañó la presentación del Informe Planeta Vivo. Las respuestas de quienes participaron dejan una rendija abierta en una puerta que parece cerrarse.
“Tenemos que ser conscientes de que debemos lograr un cambio. Esto no depende de un ministro o un presidente. Nosotros somos parte de la solución para construir un mundo distinto que cada uno lidera”, dijo Hernando García, director del Instituto Humboldt. Juan Camilo Cárdenas, director del Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y profesor de la U. de los Andes, recordó varios ejemplos en los que la humanidad ha podido ponerse de acuerdo para resolver graves problemas.
Uno de ellos fue la recuperación de la capa de ozono, cuyo mal estado, en la década de 1980, condujo a científicos, gobernantes y empresarios a sumar esfuerzos para comenzar a revertir su deterioro. Otro más fue la creación de Zonas de Reserva Campesina en Colombia, que permitieron un modo diferente de vida a muchos campesinos. “Son caminos de acción individual que se traducen en acción colectiva”, resaltó. “Hay que creer porque hay por dónde”.
El profesor Carlos Nobre, uno de los científicos que ha estudiado en profundidad la Amazonia, me dice desde Brasil que él también tiene una esperanza, pese a lo que está sucediendo en sus bosques. “Yo pienso que es posible salvar la Amazonia”, reitera, sin vacilar. En sus conferencias, Rockström es otro de los que suele decir que queda una luz, aunque la ventana se esté cerrando rápidamente. Eso sí, recomienda que las nuevas generaciones, como las de mi sobrina, se pongan el cinturón de seguridad para lo que se avecina.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜