El popular insecticida que prohibió Colombia porque es mortal para las abejas
El ICA prohibió un insecticida muy usado en el país por los agricultores para el exterminio de plagas. El problema es que también parece estar afectando a las abejas, incluso hasta la muerte.
Juan Diego Quiceno
Antes de abandonar su cargo como gerente general de Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), María del Pilar Ruiz firmó una decisión que tiene contentos a muchos biólogos en Colombia. “También enorgulleció a mi hija, que es una defensora de las abejas”, alcanzó a contar la ahora exfuncionaria. Después de un proceso jurídico y científico que comenzó en 2018, el ICA prohibió, a través de la resolución 740 expedida hace unas semanas, el uso de un insecticida que, se asegura, está afectando mortalmente a las abejas: el fipronil.
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Antes de abandonar su cargo como gerente general de Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), María del Pilar Ruiz firmó una decisión que tiene contentos a muchos biólogos en Colombia. “También enorgulleció a mi hija, que es una defensora de las abejas”, alcanzó a contar la ahora exfuncionaria. Después de un proceso jurídico y científico que comenzó en 2018, el ICA prohibió, a través de la resolución 740 expedida hace unas semanas, el uso de un insecticida que, se asegura, está afectando mortalmente a las abejas: el fipronil.
“En realidad, no las mata de inmediato”, explica Jorge Tello Durán, líder del Grupo de Investigación en Apicultura de la Universidad Nacional de Colombia. “Primero, las desorienta, afectando su capacidad motora. Alcanzan a llegar vivas a la colmena, agrega Durán, “lo que es todavía más grave. Allí, y como intercambian alimento de boca a boca, transmiten el químico a las larvas, las obreras e incluso a la reina. Toda la colmena termina muriendo”.
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Desde hace mucho tiempo se sospecha que el fipronil, usado para matar diferentes tipos de plagas cuando aún son larva, tiene ese efecto en los pequeños polinizadores del mundo. En Europa fue prohibido en 2013 para el tratamiento de semillas de maíz y de girasol y regulado en condiciones estrictas para otro tanto, después de un informe de la Agencia Europea para la Salud Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) en el que se alertaba de un “riesgo agudo para la vida de las abejas”.
Por eso, para algunas personas como Ángela Margarita Moncaleano, Ph. D. en ecotoxicología, vinculada hoy al Instituto Javeriano del Agua; y Ángela Amarillo, Ph. D. en Entomología y directora del Doctorado en Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana, la decisión del ICA de prohibir esta sustancia no solo es adecuada, sino que responde a numerosos estudios cientificos en muchas partes del mundo que asi la sustentan.
Así se “cocinó” la decisión
El asunto comenzó en 2017, cuando apicultores de más de diez departamentos en Colombia (entre ellos, Vichada, Antioquia, Risaralda, Caldas o Quindío) comenzaron a advertir sobre una muerte “masiva” de abejas. Luis Domingo Gómez (un hombre al que después volveremos), cuenta en un artículo publicado en Forum of Animal Law Index, una publicación jurídica dedicada al Derecho Animal, que algunas organizaciones se dedicaron a hacer levantamiento de colmenas envenenadas en regiones como Cundinamarca (Guasca), Quindío, Risaralda y Sucre.
En esos lugares, y hasta septiembre de 2016, los apicultores habían encontrado más de cinco mil colmenas envenenadas. La cifra creció aún más cuando un colectivo llamado “Abejas Vivas” inició un proceso de registro de eventos de este tipo entre sus miembros. Encontraron que hasta el 12 de febrero de 2017, de 35.216 colmenas de Apis Mellifera y 776 colmenas de abejas nativas inscritas en sus bases de datos, se reportaban problemas de envenenamiento y muerte en 10.385 y 192 colmenas, respectivamente.
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Por ese entonces, escribe Domingo, había más de 100 productos agropecuarios autorizados en Colombia con el ingrediente activo fipronil para fumigar, entre otros, cultivos de arroz o pastos. No existe un diagnóstico reciente que permita establecer si en todos o muchos de esos cultivos se usaban productos con fipronil, pero para Tello es muy posible que sea así, “dado lo fácil que es encontrarlos en el mercado y su eficacia a la hora de matar las plagas”.
Con las cifras de las abejas y las colmenas muertas, Domingo entabló, a mediados de 2018, una acción popular para buscar protección judicial en defensa de los polinizadores. Poco más de un año después, el 12 de diciembre de 2019, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca falló en varios puntos claves. En primer lugar, reconoció que en efecto sí hay derechos colectivos (como el de un ambiente sano y el de un equilibrio ecólogico) amenazados por la situación que se vivía.
En la ponencia, el magistrado Luis Manuel Lasso Lozano reconoce, además, que la evidencia que sirvió en Europa para regular e incluso prohibir el fipronil era un “principio de certeza científica” que bastaba para limitar en Colombia por precaución el uso de esa sustancia, pero reconoce también, como lo defendía entonces y ahora el representante de la Sociedad de Agricultores de Colombia, Jorge Bedoya, que no era posible saber con certeza absoluta que ese químico fuera la única causa o incluso la más determinante en dicha mortandad.
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Por eso, el tribunal ordena en 2019 la creación de una mesa de trabajo que tendría como una de sus funciones llenar ese vacío e impulsar decisiones políticas. Para hacer un estudio en esa vía, el ICA encargó a Agrosavia, una entidad de investigación agropecuaria adscrita a minagricultura.
“El ICA tomó muestras de la mortandad de abejas y nosotros determinamos qué presencia de agentes insecticidas había en esas muestras”, cuenta Rodrigo Martínez, director de investigación de Agrosavia. Se hicieron más de 200 análisis entre muestras de abejas, miel y polen del panal de lugares como Huila, Quindío o Meta. “Encontramos —explica Martínez— que en el 54% de los casos estudiados, había presencia de fipronil”.
La entidad realizó además una búsqueda en la que evaluó más de 1.000 artículos científicos publicados en revistas internacionales indexadas. La mayoría concluía un riesgo alto de los efectos de fipronil sobre mortalidad, comportamiento, aprendizaje y otros aspectos de las abejas Apis mellifera. “A nosotros nos pidieron evidencia: encontramos que sí existe una asociación entre esa sustancia y la muerte de abejas”, resume Martínez.
Con esa conclusión, el ICA prohibió de manera inmediata la importación de fipronil como materia prima para la formulación de plaguicidas químicos de uso agrícola y pecuario, así como la importación del producto terminado. Canceló los registros de plaguicidas químicos de uso agropecuario que en su composición contengan ese ingrediente y dio un plazo de 12 meses para discutir las alternativas de reemplazo y el agotamiento de los inventarios existentes.
¿Qué reemplazos?
La decisión, si bien es celebrada por biólogos, tiene inquiera a la Sociedad Colombiana de Agricultura (SAC). En una editorial firmada por su presidente, Jorge Bedoya, se pide la valoración del impacto “que podría generar la prohibición de este tipo de sustancias para los agricultores y para la producción de alimentos, las medidas alternativas con menor impacto para los productores y la necesidad de fortalecer los mecanismos de seguimiento y control al uso de estas sustancias, para procurar su debida utilización”.
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Bedoya reitera en su texto la pregunta que también se hizo el Tribunal de Cundinamarca y que, para el ICA, se subsanó con el estudio de Agrosavia: “(...) consideramos de la mayor importancia que el Gobierno tenga la certeza que este estudio es concluyente en la relación de causalidad entre la mortandad de las abejas y el uso de la sustancia en estudio, o si, por el contrario, dicho fenómeno podría responder a una inadecuada utilización de esta”.
La hipótesis de que se puede usar el fipronil de una manera en particular que no afecte a las abejas deja, sin embargo, algunas preguntas. “Se podría pensar que, como las abejas visitan flores para obtener néctar y polen, aplicando el insecticida cuando no hay floración sería adecuado”, explican Moncaleano y Amarillo, de la U. Javeriana, pero, agregan que hay elementos que se escapan solo a esa consideración. Por ejemplo, que este insecticida se aplica por aspersión, lo que implica que puede ser arrastrado por el viento y depositarse además en suelos, aguas y a otras plantas. Esto último no solo afectaría a las flores, sino a las abejas, que hacen sus nidos allí.
“No debemos olvidar —agregan Moncaleano y Amarillo— que además de Apis mellifera, la abeja cosmopolita de la miel, sobre la que se han fundamentado la mayoría de estos estudios, existen en Colombia especies de abejas y abejorros que son nativos del país y que están mejor adaptadas a la polinización de cultivos como las curuba, la granadilla o el tomate”. Las abejas tienen rangos de vuelo que las pueden llevar más allá de los cultivos irrigados con el insecticida y muy poco se sabe sobre los efectos en estas especies nativas.
La teoría de que usando fipronil en cantidades bajas se puede obviar su efecto, tampoco es muy bien recibida por algunos científicos. La acción de la sustancia sobre las abejas ha sido medida con nanogramos y en cultivos las aplicaciones recomendadas del químico son de 0,3 litros por hectárea (L/ha). Por supuesto, los efectos más negativos son los que ya describimos al inicio, pero otros que parecerían “menos” importantes son igual de graves. La desorientación, por ejemplo, otra consecuencia estudiada del químico, provoca que las abejas no puedan volver a su panal.
En todo caso, dice la SAC, hay que buscar entonces alternativas de insecticidas que, sin embargo, no salgan más caros y no suban el costo de producción de la agricultura. En la resolución que prohibe el fipronil, el ICA señala que buscará alternativas para su sustitución por moléculas con menor peligrosidad, aunque no menciona ninguna como ejemplo. En este escenario, profesionales como Tello, de la U. Nacional, traen de nuevo a colación, prácticas como la agroecología.
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“Cuando se hizo sedentario, el humano empezó a producir comida. Y eso lo ha venido haciendo hace 12.000 años. Y en esa época no existían estos insecticidas, pero aprendimos que se pueden hacer repelentes naturales contra insectos y que no contaminen lo que uno se va a comer. La agroecología enseña eso”, dice Tello. Reconoce, sin embargo, que es posible que no funcionen al 100% o igual a como funcionan los químicos.
Pero el riesgo de usar sustancias que afecten el equilibrio del ambiente, y en este caso en particular, la vida de las abejas, puede ser más grande, finalizan Moncaleano y Amarillo: “Algo que debemos tener en cuenta es que cuando se ejecutan acciones como la aplicación de plaguicidas y demás sustancias que son tóxicas, es que, aunque los efectos inmediatos pueden ser positivos para el cultivo, en el largo plazo, los problemas asociados a contaminación y disminución de biodiversidad en suelos, agua, aire y de pérdida de diversidad se magnifican”.