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Todo lo que se encuentra en el laboratorio 211 del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional (ICN) tiene que ver con serpientes. En los frascos que se apilan unos tras otros sobre las mesas, están suspendidos en formol alrededor de 4.500 individuos de 200 especies; los pocos cuadros que cuelgan en el lugar representan alguno de estos reptiles e, incluso, las camisetas y pocillos de los investigadores que se encuentran allí tienen alguna imagen relacionada con estos animales.
Que todo allí tenga que ver con serpientes no es ninguna coincidencia, pues además de ser la más grande colección de estos animales que existe en Colombia, en este laboratorio fue donde se desarrolló gran parte de lo que es, tal vez, una de las políticas públicas más desconocidas del país, la del “Programa Nacional Para la Conservación de las Serpientes Presentes en Colombia”. Una iniciativa que, a pesar de ser publicada oficialmente en el 2014, todavía sigue dando grandes frutos. El próximo 22 de mayo se hará una nueva socialización de sus resultados.
La idea de crear un proyecto para conservar serpientes, explica Teddy Angarita, coordinador técnico y científico del programa, comenzó un poco difusa. En el 2006, cuando la duda empezó a rondar la cabeza de varios investigadores, el conocimiento sobre estos reptiles era muy poco y por esto fue que sólo un año después, cuando varios de ellos se reunieron en el Primer Simposio Nacional de Investigación en Biología y Conservación de Serpientes, pudieron concretar el equipo.
El primero en dar un paso, tal vez, fue el Instituto Nacional de Salud (INS), que después de notar el subregistro que existía sobre mordeduras de serpientes en el país, sintió la necesidad de conocer más sobre ellas. Propuesta a la que más tarde se sumó el Ministerio de Ambiente y, en 2010, el profesor estadunidense John Lynch, quien después de residir en Colombia desde 1999 y ser la cabeza del ICN, se ha convertido en una de las personas que más saben del tema. Como nueva pieza del programa, Lynch lo redireccionó para que fuera aún más ambicioso y no se limitara al estudio de las serpientes venenosas, sino a conocer todas las que habitan en Colombia.
John Lynch, cabeza del ICN de la Universidad Nacional. / Foto: Óscar Pérez
Con las nuevas fichas ya encajadas, el programa se propuso varias misiones: aumentar el conocimiento científico sobre las serpientes, desarrollar más posibilidades médicas a partir del veneno de estos animales, quebrantar el imaginario colectivo donde las serpientes son satanizadas y crear una política pública para conservar su diversidad.
Pero esto, por supuesto, requirió años de investigación. En principio, explica Lynch, él se puso en la tarea de visitar las tres colecciones de serpientes más amplias de Colombia –la del ICN, la del Humboldt y la de La Salle– para tener unas primeras pistas de lo que ya había. “Como la tradición científica de estudiar serpientes es muy poca, no me podía basar en la literatura publicada”, comenta.
Luego vinieron las múltiples salidas de campo. Lo primero, cuenta Francisco Ruiz, coordinador del serpentario del INS, fue recorrer las rutas donde más encuentros con serpientes se habían reportado. Así atravesaron el Meta, Casanare, Santander, Cesar y Antioquia. Después, por propuesta de Lynch, peinaron el país por nuevos caminos para intentar encontrar, precisamente, las especies que no se conocían. Así caminaron el Chocó, Vichada, Magdalena y, otra vez, Santander y Meta, entre otros. Siempre por debajo de los 2.000 metros, pues como dice el profesor, a las serpientes les gusta “el calorcito”.
Por dos especies de serpiente pagan las demás
“Si hay algo evidente en Colombia, es que las serpientes están relacionadas con todo lo malo”, arroja en una frase Ruiz. Una culebra es lo mismo que una deuda y cuando se quiere representar uno de los males que por estos días más aquejan al país, la corrupción, se usa la imagen de una serpiente. Lo triste, como agrega el coordinador del serpentario, es que por “solo dos especies se satanizó a las demás”.
Después de concluir los estudios y los viajes, los investigadores del programa llegaron a advertir que el país cuenta con un estimado de 300 especies de serpientes, lo que lo coloca, mínimo, entre los tres primeros países con más diversidad de estos animales. Ahora, de todas estas, sólo 18 % son venenosas y sólo cinco especies representan un riesgo para los colombianos. De estas cinco, además, son dos las que representan el 98 % de los accidentes: la Bothros asper y la Bothros atrox, que según la región las habrá oído llamar como cuatro narices, mapaná, talla X, 24, pudridoras, pelo de gato o cabeza de candado.
Que estas dos especies sean las que más accidentalidad representan, se debe a varios factores que los investigadores categorizan en dos grupos: los de riesgo y los de comportamiento. Los primeros, parten de las condiciones que hacen que una persona esté más expuesta a encontrarse con una serpiente, como trabajar en ciertas zonas del campo o hacer las mismas investigaciones. Los segundos, en cambio, se refieren a comportamientos que se pueden cambiar y que atraen a las serpientes.
“A estos animales les encanta vivir donde hay basura, entonces cuando hay pilas de desechos o de madera, aumentamos el riesgo de accidente. Lo otro es que estamos expandiendo la frontera agrícola cada vez más, tumbando su hábitat, y esto aumenta la interacción humano-serpiente”, afirma Angarita.
De hecho, a la hora de analizar cuáles son las principales amenazas de las serpientes en Colombia, el programa concluyó que entre los factores evaluados, el 53 % se debe a pérdida de coberturas naturales, seguido de 47 % por pérdida por campesinos y otros trabajadores del campo. En menor medida y por debajo del 1 % cada uno, están tránsito vehicular, colecta científica y tráfico ilegal.
Anaconda de dos meses, recostada boca abajo. / Foto: Óscar Pérez
El veneno: un potencial biomédico
Si hay algo que tienen claro estos investigadores, es que quieren quitar el velo de que la principal fuente de conocimiento de las serpientes venga de los reportes por mordedura. En cambio, plantean la idea de que con la investigación de las mismas especies se “tenga antes el antídoto que la mordedura”.
En promedio, explica Ruiz, cada año se reportan 4.500 mordeduras por serpiente, de las cuales 30 terminan en muerte. “Esto no es un tema menor, porque el Estado tiene la obligación de dar solución a estos accidentes, por esto parte importante del programa fue el desarrollo de los “antivenenos”.
Lograr estos antídotos, como todo en el mundo de la ciencia, requiere tiempo; colectar serpientes, mantenerlas en cautiverio, crear un banco de veneno, hacer las pruebas, producir el suero y, finalmente, lograr que este sea aprobado por la autoridad encargada. Como resultado del Programa de Conservación, Colombia logró producir el primer suero antiofídico polivalente colombiano, ya aprobado por el Invima y el Ministerio de Salud.
Esto, explican los investigadores, es un paso gigante en el tema de salud pública. “Lograr este suero era urgente, porque antes dependíamos de terceros. Ahora ningún comerciante ni negociante puede ofrecer lo mismo, porque no va a tener la misma capacidad de cobertura, de tener veneno de individuos de distintas especies, como lo hemos hecho en Colombia”, concluye Angarita.
Hoy, nueve años después desde que este equipo se sentó por primera vez, han sido muchos los avances, pero también es mucho lo que falta. Por esto, de las cosas que a los tres investigadores les gustaría lograr a futuro es que se creen un observatorio nacional de serpientes y un comité académico. Esto con el fin de dar más luz para conocer a uno de los animales que, miles de años después, no se ha podido desprender de la idea del pecado.