Este es el primer video de una ballena amamantando a su cría en Colombia
Un grupo de científicas colombianas capturó la particular escena a en el Golfo de Cupica, en Pacífico colombiano, tras días de rastrear al grupo de ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) que visitan nuestro país. Una muestra de lo valioso de ese ecosistema para esta especie.
Sergio Silva Numa
Si antes de leer este artículo, le echó una mirada a la imagen principal que lo acompaña, seguramente quedó con muchas preguntas. No es una fotografía fácil de comprender para quienes no están familiarizados con las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae). Pero para alguien que las haya estudiado, esa figura puede causarle un sobresalto porque es una rareza: muestra a una ballena (en la parte superior) amamantando a su cría, un ballenato. Es la primera vez que logran ver esa particular escena en Colombia. (Lea El Espectador le explica lo que se nos viene con el fenómeno de El Niño)
Natalia Botero, bióloga y PhD en Comportamiento Animal de la Universidad del Sur de Misisipi (EE.UU.), también se sobresaltó cuando la vio una mañana de agosto del 2022. Estaba en Bahía Solano, Chocó, cuando Ross Nichols, de la Universidad de California Santa Cruz, en Estados Unidos, la convocó a ella y al resto del equipo para mostrarles un video. Como el personal del hotel y algunos pobladores del municipio que estaban presentes, Botero no lo podía creer.
“Fue algo súper emotivo. Teníamos, por primera vez en el país, el registro de lactancia, un momento muy íntimo y muy importante en la vida de las ballenas”, cuenta ahora desde Medellín.
El video es, por supuesto, mucho más claro que la captura que hicimos para ilustrar el artículo. En él se ve cómo la cría, de unos 900 kilogramos, se acerca a la ranura genital de su madre, que tiene, a ambos lados, dos ranuras mamarias. Luego, “toma” leche por unos instantes. “Nunca habíamos podido detallar ese proceso. Ver, por fin, cómo ocurre es algo maravilloso. Muestra lo valioso que es este ecosistema para las ballenas jorobadas”, dice Mar Palanca Gascón, bióloga y cofundadora de Madre Agua Colombia.
Este es el video:
Tan grandes como un autobús en su etapa adulta (unos 16 metros), las ballenas jorobadas llegan en junio al Pacífico colombiano luego de un largo viaje que inicia en la Antártida. Los ejemplares del “Stock reproductivo G”, como suelen llamar a este grupo específico de cetáceos, emprenden esa travesía de unos 8.500 kilómetros porque las aguas del trópico son ideales para reproducirse y tener a sus ballenatos. Allí las madres los amamantan, antes de regresar en noviembre (aunque varía) al sur del continente en busca de krill, un pequeño crustáceo parecido al camarón que es la base de su alimentación.
Palanca y Botero, directora de la Fundación Macuáticos Colombia, llevan varios años siguiéndole la pista a ese grupo del Stock G y comprendiendo mejor su comportamiento. Aunque las jorobadas son, tal vez, la especie de ballenas más estudiadas en el mundo, aún hay varias preguntas por resolver sobre su comportamiento y ecología. El cuidado parental o la cópula entre macho y hembra aún son un gran misterio. Por eso, el año pasado emprendieron un ambicioso proyecto para estudiarlas más de cerca.
Con un poco de suerte, como llama Palanca a la generosidad de un financiador externo, hicieron alianzas y adquirieron varios equipos que les permitieron aproximarse a las jorobadas, como nunca lo había hecho en Colombia. Si desde que arrancaron los programas de investigación en los años 70 había prevalecido la “fotoidentificación” como el principal método para estudiar estas ballenas, los artefactos que utilizaron las dos biólogas están abriendo una ventana gigante de posibilidades para entenderlas. No es lo mismo seguirle el rastro a un elefante en tierra, que a un mamífero que suele hacer buceos profundos y pasa el 95% de su vida bajo el agua.
Llamados dispositivos CATS, una sigla que obedece al anglicismo Custom Animal Tracking Solutions, estos aparatos, parecidos a unos escarabajos, les permiten rastrear a cada ejemplar, saber la profundidad a la que bucea y seguir sus patrones de movimiento. Como están equipados con un hidrófono (una especie de “micrófonos” subacuáticos) y una cámara de alta resolución, también capturan los sonidos emitidos por las ballenas y videos en alta resolución. Cada uno puede costar alrededor de US15 mil, es decir, unos 60 millones de pesos.
Sin detenernos mucho en el procedimiento, luego de que los “instalan” en el cuerpo de los animales, los CATS se desprenden al cabo de unas horas y quedan flotando en el océano para que los investigadores puedan recuperarlos. En el caso del proyecto de Botero y Palanca, los artefactos fueron ubicados en ejemplares que estaban en el Golfo de Cupica y en el Golfo de Tribugá, la misma zona que hace una semana la Unesco declaró como reserva de la biósfera.
Aunque cercanos, estas áreas guardan diferencias imposibles de notar para el ojo humano: en el de Tribugá, por ejemplo, se pueden encontrar grandes profundidades a una distancia muy corta de la costa, mientras que en el de Cupica la profundidad aumenta de forma paulatina, a medida que uno se aleja de la línea costera. De hecho, para proteger a sus ballenatos de las orcas (Orcinus orca) y los tiburones, las madres jorobadas prefieren no alejarse mucho de la zona costera.
Fue en el sur del Golfo de Cupica, justamente, donde lograron capturar el video del ballenato lactando. Para manipular y ubicar los CATS, Botero y Palanca se habían aliado con el Friedlaender Lab, de la Universidad de California Santa Cruz, en Estados Unidos. Hicieron un plan de trabajo que les exigía estar más de 20 días en el mar, desde las 8 a.m hasta las 4 p.m., y tratando de lograr un muestreo simultáneo en ambos golfos. En Cupica se centraron en los grupos de madres con crías; también hicieron registros fotográficos y acústicos, tomaron muestras de tejido y capturas de imágenes aéreas.
Uno de esos días, recuerda Botero, se encontraron con una madre, su cría y un macho escolta. Después de varios intentos por ponerles los dispositivos, lograron ubicarlos en el lomo de los animales, a la espera de nuevos datos. Ninguno se imaginaba que lograrían ver la escena que hoy presentarán completa al público en el Parque Explora, en Medellín, aunque ya la mostraron al que ambas consideran su mejor público: los niños y niñas de esa zona de Chocó.
“En el fondo, lo que más nos interesa con estas imágenes es mostrar lo importante que es esta área para las ballenas”, dice Botero. “Es importante que cuando lleguen a Colombia, continúen encontrando un sitio donde puedan amamantar tranquilas antes de regresar a la Península Antártica con sus crías”.
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Si antes de leer este artículo, le echó una mirada a la imagen principal que lo acompaña, seguramente quedó con muchas preguntas. No es una fotografía fácil de comprender para quienes no están familiarizados con las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae). Pero para alguien que las haya estudiado, esa figura puede causarle un sobresalto porque es una rareza: muestra a una ballena (en la parte superior) amamantando a su cría, un ballenato. Es la primera vez que logran ver esa particular escena en Colombia. (Lea El Espectador le explica lo que se nos viene con el fenómeno de El Niño)
Natalia Botero, bióloga y PhD en Comportamiento Animal de la Universidad del Sur de Misisipi (EE.UU.), también se sobresaltó cuando la vio una mañana de agosto del 2022. Estaba en Bahía Solano, Chocó, cuando Ross Nichols, de la Universidad de California Santa Cruz, en Estados Unidos, la convocó a ella y al resto del equipo para mostrarles un video. Como el personal del hotel y algunos pobladores del municipio que estaban presentes, Botero no lo podía creer.
“Fue algo súper emotivo. Teníamos, por primera vez en el país, el registro de lactancia, un momento muy íntimo y muy importante en la vida de las ballenas”, cuenta ahora desde Medellín.
El video es, por supuesto, mucho más claro que la captura que hicimos para ilustrar el artículo. En él se ve cómo la cría, de unos 900 kilogramos, se acerca a la ranura genital de su madre, que tiene, a ambos lados, dos ranuras mamarias. Luego, “toma” leche por unos instantes. “Nunca habíamos podido detallar ese proceso. Ver, por fin, cómo ocurre es algo maravilloso. Muestra lo valioso que es este ecosistema para las ballenas jorobadas”, dice Mar Palanca Gascón, bióloga y cofundadora de Madre Agua Colombia.
Este es el video:
Tan grandes como un autobús en su etapa adulta (unos 16 metros), las ballenas jorobadas llegan en junio al Pacífico colombiano luego de un largo viaje que inicia en la Antártida. Los ejemplares del “Stock reproductivo G”, como suelen llamar a este grupo específico de cetáceos, emprenden esa travesía de unos 8.500 kilómetros porque las aguas del trópico son ideales para reproducirse y tener a sus ballenatos. Allí las madres los amamantan, antes de regresar en noviembre (aunque varía) al sur del continente en busca de krill, un pequeño crustáceo parecido al camarón que es la base de su alimentación.
Palanca y Botero, directora de la Fundación Macuáticos Colombia, llevan varios años siguiéndole la pista a ese grupo del Stock G y comprendiendo mejor su comportamiento. Aunque las jorobadas son, tal vez, la especie de ballenas más estudiadas en el mundo, aún hay varias preguntas por resolver sobre su comportamiento y ecología. El cuidado parental o la cópula entre macho y hembra aún son un gran misterio. Por eso, el año pasado emprendieron un ambicioso proyecto para estudiarlas más de cerca.
Con un poco de suerte, como llama Palanca a la generosidad de un financiador externo, hicieron alianzas y adquirieron varios equipos que les permitieron aproximarse a las jorobadas, como nunca lo había hecho en Colombia. Si desde que arrancaron los programas de investigación en los años 70 había prevalecido la “fotoidentificación” como el principal método para estudiar estas ballenas, los artefactos que utilizaron las dos biólogas están abriendo una ventana gigante de posibilidades para entenderlas. No es lo mismo seguirle el rastro a un elefante en tierra, que a un mamífero que suele hacer buceos profundos y pasa el 95% de su vida bajo el agua.
Llamados dispositivos CATS, una sigla que obedece al anglicismo Custom Animal Tracking Solutions, estos aparatos, parecidos a unos escarabajos, les permiten rastrear a cada ejemplar, saber la profundidad a la que bucea y seguir sus patrones de movimiento. Como están equipados con un hidrófono (una especie de “micrófonos” subacuáticos) y una cámara de alta resolución, también capturan los sonidos emitidos por las ballenas y videos en alta resolución. Cada uno puede costar alrededor de US15 mil, es decir, unos 60 millones de pesos.
Sin detenernos mucho en el procedimiento, luego de que los “instalan” en el cuerpo de los animales, los CATS se desprenden al cabo de unas horas y quedan flotando en el océano para que los investigadores puedan recuperarlos. En el caso del proyecto de Botero y Palanca, los artefactos fueron ubicados en ejemplares que estaban en el Golfo de Cupica y en el Golfo de Tribugá, la misma zona que hace una semana la Unesco declaró como reserva de la biósfera.
Aunque cercanos, estas áreas guardan diferencias imposibles de notar para el ojo humano: en el de Tribugá, por ejemplo, se pueden encontrar grandes profundidades a una distancia muy corta de la costa, mientras que en el de Cupica la profundidad aumenta de forma paulatina, a medida que uno se aleja de la línea costera. De hecho, para proteger a sus ballenatos de las orcas (Orcinus orca) y los tiburones, las madres jorobadas prefieren no alejarse mucho de la zona costera.
Fue en el sur del Golfo de Cupica, justamente, donde lograron capturar el video del ballenato lactando. Para manipular y ubicar los CATS, Botero y Palanca se habían aliado con el Friedlaender Lab, de la Universidad de California Santa Cruz, en Estados Unidos. Hicieron un plan de trabajo que les exigía estar más de 20 días en el mar, desde las 8 a.m hasta las 4 p.m., y tratando de lograr un muestreo simultáneo en ambos golfos. En Cupica se centraron en los grupos de madres con crías; también hicieron registros fotográficos y acústicos, tomaron muestras de tejido y capturas de imágenes aéreas.
Uno de esos días, recuerda Botero, se encontraron con una madre, su cría y un macho escolta. Después de varios intentos por ponerles los dispositivos, lograron ubicarlos en el lomo de los animales, a la espera de nuevos datos. Ninguno se imaginaba que lograrían ver la escena que hoy presentarán completa al público en el Parque Explora, en Medellín, aunque ya la mostraron al que ambas consideran su mejor público: los niños y niñas de esa zona de Chocó.
“En el fondo, lo que más nos interesa con estas imágenes es mostrar lo importante que es esta área para las ballenas”, dice Botero. “Es importante que cuando lleguen a Colombia, continúen encontrando un sitio donde puedan amamantar tranquilas antes de regresar a la Península Antártica con sus crías”.
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