En Colombia, la bioeconomía deberá representar el 2,1 % del PIB para 2030
Al igual que la mayoría de los sectores, la economía empieza a apostar por ser más verde. Tanto el Ministerio de Ciencia, como el DNP y WWF han lanzado varias propuestas para que el país aproveche sus recursos naturales de forma sostenible y genere nuevos empleos.
Que términos como “economía” y “sostenibilidad ambiental” estén juntos, en la misma frase o incluso en la misma palabra, puede sonar un tanto descabellado. Durante los últimos años el modelo económico mundial, incluyendo el colombiano, se ha basado en sistemas extractivistas, de producción excesiva de residuos, actividades que implican miles de hectáreas deforestadas y que son los causantes de las más grandes contaminaciones ambientales del planeta.
En Colombia, por ejemplo, industrias como la del sector energético aportan el 34 % de los gases de efecto invernadero (esos que generan el calentamiento global). Mientras, el cambio del uso del suelo y la deforestación, asociados en su gran mayoría a cómo producimos alimentos, representan el 55 % de estas emisiones. Pero estas son solo algunas de las cifras. Según WWF, a escala mundial, la producción de alimentos utiliza el 69 % del agua dulce, es responsable del 30 % del consumo de energía y del 75 % de la deforestación. No hace falta escarbar mucho para encontrarse con otro par de datos alarmantes.
Darle un giro a este escenario requiere, entonces, repensar la economía. Aunque suene descabellado, no se trata de una idea utópica ni lejana. En el mundo, y particularmente en Colombia, varios sectores están apostando a lo que muchos consideran el modelo económico del futuro: la bioeconomía.
¿De qué se trata este prometedor modelo? Según Felipe Barney, oficial de acceso a mercado de WWF Colombia, la bioeconomía consiste en usar recursos para generar bienes o servicios, a partir de estrategias sostenibles, que estén pensadas para el bien de la humanidad. “Además, en un país con grandes problemas de desempleo como Colombia la bioeconomía es una alternativa clara para generar ingresos y mejorar la calidad de vida”, explicó en entrevista con El Espectador.
Por su parte, la ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, Mabel Torres, y Santiago Aparicio, director de Ambiente y Desarrollo Sostenible del Departamento Nacional de Planeación (DNP), coinciden en que la mejor definición es la que se dio en el marco de la Misión de Bioeconomía, programa que recientemente lanzó la cartera a cargo de Torres: “Aquella que gestiona eficiente y sosteniblemente la biodiversidad y la biomasa para generar nuevos productos y procesos de valor agregado, basados en el conocimiento y la innovación”.
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Para Jorge Bedoya, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, uno de los sectores que más potencial tiene en este nuevo modelo económico, la bioeconomía en Colombia es una gran oportunidad, ya que se abre a lo que está ocurriendo en mercados internacionales para que muchos productos colombianos se pueden llevar a esa área de trabajo.
En resumen, entidades públicas y privadas consideran que es positivo apostar a este modelo económico con la confianza de que beneficia a los ecosistemas y también a los tejidos sociales.Es por esto que son varios los proyectos con los que están comprometidas.
En 2018 el DNP publicó un documento que da varias claves de cómo impulsar la bioeconomía. El estudio, que analizó la situación de 28 sectores y cómo transformarlos, llega a la conclusión de que para 2022 los recursos destinados a políticas que impulsen la bioeconomía deben elevarse a $300 mil millones. Para eso solo tendríamos un año. Además, la cifra debe incrementar $600 mil millones en 2026 y a “1,2 billones en 2030. Siguiendo esta ruta, la idea es que el aporte que la bioeconomía hace al PIB pase de 0,9 % en 2022 a 2,1 % en 2030.
Hacer un diagnóstico de cómo vamos hasta ahora no es tarea fácil. Pero, de nuevo, algunos datos nos pueden dar señales del panorama. El sector de los combustibles, o más bien de los biocombustibles, es uno de los más avanzados, o por lo menos de los que más se tiene información. Según la publicación “Bioeconomía para una Colombia potencia viva y diversa”, elaborado durante el gobierno de Duque, en Colombia la mezcla de biodiésel con diésel fósil y gasolina con etanol es del 10 %, lo que “supera el promedio de mezcla obligatorio establecido a nivel internacional”. Solo esa pequeña fracción, un 10 %, ha generado 28.444 empleos directos y 150.072 empleos indirectos en el país.
Otra guía para saber cómo vamos es conocer qué tanto se ha invertido en bioeconomía. Por ejemplo, el Ministerio de Ciencia, a través de la convocatoria de la Misión de Bioeconomía, ha destinado más de $41 mil millones para apoyar iniciativas de bioeconomía que hayan generado productos que se encuentren en proceso de escalamiento o de apertura comercial.
Según la ministra, la convocatoria apunta a cinco áreas estratégicas. La primera es saber utilizar de manera sostenible la biodiversidad terrestre, a la que se le suma lo que la cartera llama “Colombia biointeligente”, que en palabras sencillas consiste en aprovechar el potencial genético de la biodiversidad. También se plantea apostarle a la agricultura que tenga impacto social, potenciar la biomasa y, finalmente, mirar cómo la diversidad puede darle al sector de salud y bienestar.La misión tiene dos mecanismos para lograr este fin. El primero está enfocado en mejorar los procesos para elaborar los productos y, el segundo, se enfocará en impulsar los productos o proyectos que ya han sido aprobados dentro de su marco para que entren, de la mejor manera, en el mundo comercial.
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Pero no solo el Gobierno está invirtiendo en estas iniciativas. WWF está enfocada en apoyar dos tipos de proyectos dentro de este modelo: los comunitarios y los corporativos.
En los primeros, esta organización está apoyando iniciativas de emprendimientos que hagan uso de la sostenibilidad de la biodiversidad. Dos regiones que han recibido este apoyo han sido el Chocó, en donde esta entidad ha hecho una inversión de casi US$1millón, en conjunto con el PPD del GEF y P4F, para emprendimientos en comunidades afros, y en el Putumayo, donde están incentivando emprendimientos de poblaciones indígenas enfocadas en temas de bioeconomía.
Según contó Barney a El Espectador, este tipo de alternativas lo que hacen es que en esas fases tempranas de los emprendimientos, donde es muy difícil conseguir recursos de inversión, las empresas y los proyectos que están naciendo reciban apoyo técnico y financiero mientras crecen.
Además, a nivel corporativo, WWF está acompañando a empresas grandes que se están preguntando qué tan sostenibles son sus cadenas de suministro. Barney explica que están elaborando estrategias junto con estas compañías para que cada vez produzcan de forma más consciente ambientalmente.
Aunque parece que la bioeconomía no tiene ningún defecto y, por el contrario, beneficia a todas las partes, hay varios riesgos que se deben tener en cuenta. Para WWF, el uso excesivo de recursos y la pérdida de conocimientos ancestrales son las dos cosas que más deben preocupar a quienes generen productos en este campo.
“Muchos de los recursos usados en la bioeconomía provienen de conocimientos ancestrales de las comunidades. Pero en algunas ocasiones, cuando se generan proyectos productivos a partir de estos conocimientos, se desconoce el origen de los mismos. ¿Hay alguien que conoce una planta y sabe para qué se usa?, ¿cómo nos aseguramos de que esa persona y su comunidad se beneficien luego de que se hace todo el desarrollo del producto? Ese es un gran reto”, afirma Barney.
Por su parte, Bedoya señala que es importante acercar a la gente del campo a las fuentes de información. “Las personas que van a verse involucradas en estos proyectos deben saber que pueden ser un negocio, que además de traer bienestar para el medioambiente, también va a ser rentable”. Barney asegura que, según informes del DNP, para 2030 este sector podría estar aportando cerca de $13 billones al país beneficiando a varios sectores. “Especialmente en el agrícola, el sector de alimentos, el de químicos, el de farmacéuticos, el de cosmética y el de salud. Beneficiando así a innumerables personas e impactando positivamente el medioambiente”.
Que términos como “economía” y “sostenibilidad ambiental” estén juntos, en la misma frase o incluso en la misma palabra, puede sonar un tanto descabellado. Durante los últimos años el modelo económico mundial, incluyendo el colombiano, se ha basado en sistemas extractivistas, de producción excesiva de residuos, actividades que implican miles de hectáreas deforestadas y que son los causantes de las más grandes contaminaciones ambientales del planeta.
En Colombia, por ejemplo, industrias como la del sector energético aportan el 34 % de los gases de efecto invernadero (esos que generan el calentamiento global). Mientras, el cambio del uso del suelo y la deforestación, asociados en su gran mayoría a cómo producimos alimentos, representan el 55 % de estas emisiones. Pero estas son solo algunas de las cifras. Según WWF, a escala mundial, la producción de alimentos utiliza el 69 % del agua dulce, es responsable del 30 % del consumo de energía y del 75 % de la deforestación. No hace falta escarbar mucho para encontrarse con otro par de datos alarmantes.
Darle un giro a este escenario requiere, entonces, repensar la economía. Aunque suene descabellado, no se trata de una idea utópica ni lejana. En el mundo, y particularmente en Colombia, varios sectores están apostando a lo que muchos consideran el modelo económico del futuro: la bioeconomía.
¿De qué se trata este prometedor modelo? Según Felipe Barney, oficial de acceso a mercado de WWF Colombia, la bioeconomía consiste en usar recursos para generar bienes o servicios, a partir de estrategias sostenibles, que estén pensadas para el bien de la humanidad. “Además, en un país con grandes problemas de desempleo como Colombia la bioeconomía es una alternativa clara para generar ingresos y mejorar la calidad de vida”, explicó en entrevista con El Espectador.
Por su parte, la ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, Mabel Torres, y Santiago Aparicio, director de Ambiente y Desarrollo Sostenible del Departamento Nacional de Planeación (DNP), coinciden en que la mejor definición es la que se dio en el marco de la Misión de Bioeconomía, programa que recientemente lanzó la cartera a cargo de Torres: “Aquella que gestiona eficiente y sosteniblemente la biodiversidad y la biomasa para generar nuevos productos y procesos de valor agregado, basados en el conocimiento y la innovación”.
Lea: Julia Miranda: primera colombiana en recibir prestigioso premio ambiental
Para Jorge Bedoya, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, uno de los sectores que más potencial tiene en este nuevo modelo económico, la bioeconomía en Colombia es una gran oportunidad, ya que se abre a lo que está ocurriendo en mercados internacionales para que muchos productos colombianos se pueden llevar a esa área de trabajo.
En resumen, entidades públicas y privadas consideran que es positivo apostar a este modelo económico con la confianza de que beneficia a los ecosistemas y también a los tejidos sociales.Es por esto que son varios los proyectos con los que están comprometidas.
En 2018 el DNP publicó un documento que da varias claves de cómo impulsar la bioeconomía. El estudio, que analizó la situación de 28 sectores y cómo transformarlos, llega a la conclusión de que para 2022 los recursos destinados a políticas que impulsen la bioeconomía deben elevarse a $300 mil millones. Para eso solo tendríamos un año. Además, la cifra debe incrementar $600 mil millones en 2026 y a “1,2 billones en 2030. Siguiendo esta ruta, la idea es que el aporte que la bioeconomía hace al PIB pase de 0,9 % en 2022 a 2,1 % en 2030.
Hacer un diagnóstico de cómo vamos hasta ahora no es tarea fácil. Pero, de nuevo, algunos datos nos pueden dar señales del panorama. El sector de los combustibles, o más bien de los biocombustibles, es uno de los más avanzados, o por lo menos de los que más se tiene información. Según la publicación “Bioeconomía para una Colombia potencia viva y diversa”, elaborado durante el gobierno de Duque, en Colombia la mezcla de biodiésel con diésel fósil y gasolina con etanol es del 10 %, lo que “supera el promedio de mezcla obligatorio establecido a nivel internacional”. Solo esa pequeña fracción, un 10 %, ha generado 28.444 empleos directos y 150.072 empleos indirectos en el país.
Otra guía para saber cómo vamos es conocer qué tanto se ha invertido en bioeconomía. Por ejemplo, el Ministerio de Ciencia, a través de la convocatoria de la Misión de Bioeconomía, ha destinado más de $41 mil millones para apoyar iniciativas de bioeconomía que hayan generado productos que se encuentren en proceso de escalamiento o de apertura comercial.
Según la ministra, la convocatoria apunta a cinco áreas estratégicas. La primera es saber utilizar de manera sostenible la biodiversidad terrestre, a la que se le suma lo que la cartera llama “Colombia biointeligente”, que en palabras sencillas consiste en aprovechar el potencial genético de la biodiversidad. También se plantea apostarle a la agricultura que tenga impacto social, potenciar la biomasa y, finalmente, mirar cómo la diversidad puede darle al sector de salud y bienestar.La misión tiene dos mecanismos para lograr este fin. El primero está enfocado en mejorar los procesos para elaborar los productos y, el segundo, se enfocará en impulsar los productos o proyectos que ya han sido aprobados dentro de su marco para que entren, de la mejor manera, en el mundo comercial.
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Pero no solo el Gobierno está invirtiendo en estas iniciativas. WWF está enfocada en apoyar dos tipos de proyectos dentro de este modelo: los comunitarios y los corporativos.
En los primeros, esta organización está apoyando iniciativas de emprendimientos que hagan uso de la sostenibilidad de la biodiversidad. Dos regiones que han recibido este apoyo han sido el Chocó, en donde esta entidad ha hecho una inversión de casi US$1millón, en conjunto con el PPD del GEF y P4F, para emprendimientos en comunidades afros, y en el Putumayo, donde están incentivando emprendimientos de poblaciones indígenas enfocadas en temas de bioeconomía.
Según contó Barney a El Espectador, este tipo de alternativas lo que hacen es que en esas fases tempranas de los emprendimientos, donde es muy difícil conseguir recursos de inversión, las empresas y los proyectos que están naciendo reciban apoyo técnico y financiero mientras crecen.
Además, a nivel corporativo, WWF está acompañando a empresas grandes que se están preguntando qué tan sostenibles son sus cadenas de suministro. Barney explica que están elaborando estrategias junto con estas compañías para que cada vez produzcan de forma más consciente ambientalmente.
Aunque parece que la bioeconomía no tiene ningún defecto y, por el contrario, beneficia a todas las partes, hay varios riesgos que se deben tener en cuenta. Para WWF, el uso excesivo de recursos y la pérdida de conocimientos ancestrales son las dos cosas que más deben preocupar a quienes generen productos en este campo.
“Muchos de los recursos usados en la bioeconomía provienen de conocimientos ancestrales de las comunidades. Pero en algunas ocasiones, cuando se generan proyectos productivos a partir de estos conocimientos, se desconoce el origen de los mismos. ¿Hay alguien que conoce una planta y sabe para qué se usa?, ¿cómo nos aseguramos de que esa persona y su comunidad se beneficien luego de que se hace todo el desarrollo del producto? Ese es un gran reto”, afirma Barney.
Por su parte, Bedoya señala que es importante acercar a la gente del campo a las fuentes de información. “Las personas que van a verse involucradas en estos proyectos deben saber que pueden ser un negocio, que además de traer bienestar para el medioambiente, también va a ser rentable”. Barney asegura que, según informes del DNP, para 2030 este sector podría estar aportando cerca de $13 billones al país beneficiando a varios sectores. “Especialmente en el agrícola, el sector de alimentos, el de químicos, el de farmacéuticos, el de cosmética y el de salud. Beneficiando así a innumerables personas e impactando positivamente el medioambiente”.