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Imagínese que usted va paseando por un bosque, haciendo una caminata de esas que le dan un respiro al cuerpo y a la mente, y de repente se encuentra con una flor. Hasta ahí no hay mayor novedad, pues en todos los bosques hay flores. Ahora imagínese que alguien le dice que esa no es una flor cualquiera, sino que forma parte de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, liderada por José Celestino Mutis entre 1783 y 1816. ¡Eso ya es algo! (Lea Científicos muestran cómo podemos mejorar la conservación del río Magdalena)
Pero ahí no termina la historia, resulta que a dicha flor nadie la había vuelto a ver desde 1784, por lo que se creía extinta: cosas del pasado, una imagen dentro de los tomos de historia botánica, un recuerdo. Además –porque hay más–, dicha flor resulta ser endémica de Colombia, lo que quiere decir que solo está en este país y en una zona muy específica del Tolima. Aquella sería, entonces, una caminata soñada, novedosa –por decir lo menos– y como sacada de un libro de historias de esas que se le quieren contar a cualquiera.
Pues bien, todo esto pasó y tomó mucho tiempo. No fue una sola caminata, fueron muchas. En 2007, el ingeniero agrónomo John A. Ocampo Pérez, Ph. D. en Recursos Genéticos y Mejoramiento y profesor de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira, emprendió una búsqueda de esas que parecen inalcanzables y que muy bien se diría que era como buscar una aguja en un pajar.
Se hicieron exploraciones en Cundinamarca, Antioquia, Caldas, Quindío, Valle del Cauca, Llanos Orientales, Risaralda y Tolima en busca de la Passiflora mariquitensis en ecosistemas similares en los que podía haber crecido.
“Fue un trabajo muy dispendioso, sumado a una revisión histórica de botánicos pasados que la pudieran haber registrado, pero tampoco se encontró en 16 herbarios que visitamos en todo el territorio nacional y en el herbario del Museo de Historia Natural de Madrid, en España, donde están las colecciones originales de José Celestino Mutis de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada”, cuenta el profesor Ocampo.
Finalmente la encontró en el bosque de la Real Expedición, el Bosque Municipal de Mariquita, en Tolima, en compañía de la familia Velásquez: don José Orlando Velásquez, un botánico empírico, y su hija Adriana Isabel Velásquez Gamboa, bióloga botánica.
Su apoyo fue vital en este proceso, y tanto para ellos como para el profesor Ocampo fue “algo muy satisfactorio” poder redescubrir una especie que hacía más de 230 años no se hallaba, aunque ahora lo hayan hecho en un ecosistema degradado, que a su vez la amenaza por la fuerte influencia que tiene el ser humano sobre él.
La flor y su hábitat
Passiflora mariquitensis es una flor de pétalos blancos, con una corona de color amarillo muy vistoso y cuya semilla mide alrededor de 0,9 x 0,6 cm. Después de la búsqueda hecha con esta investigación, se concluyó que no solo es una especie endémica de Colombia, sino que es específicamente de Mariquita.
Su hábitat es un bosque con características de semihúmedo, que está a una altitud entre los 500 y 800 msnm. Allí hay mucho calor durante el día, mucha radiación, pero en la noche la temperatura baja significativamente. Esta especie necesita buena humedad, nutrientes, abono y buena luz del sol para desarrollarse y conservarse.
Para encontrarla, además de las caminatas y la búsqueda documental, se utilizaron herramientas de muestreo y sistemas de información geográfica (SIG) para mapear los puntos en los que ella se da, y para hacer mapas de predicción de los lugares en los que potencialmente podría existir. Dichos mapas mostraron que solo se restringía al área de Mariquita, hacia el norte de Tolima.
Reconocerla no fue fácil, pues se encontró una planta sin flor. De esta se cortó una estaca que los Velásquez llevaron a su casa, donde la cultivaron. Durante cinco años la cuidaron y consintieron hasta que, en octubre de 2019, floreció por primera vez.
“Además, no existía material vegetal seco de referencia en los herbarios sino solamente una pintura, una iconografía que está en el Museo de Historia Natural de Madrid. Ahora tenemos semilla, tenemos planta, la podemos tocar y ver, y la idea es preservarla como símbolo de conservación en el municipio y también en el departamento y en Colombia”, dice el doctor Ocampo.
La restricción de su distribución la hace susceptible a que cualquier cambio puede hacer que desaparezca. A este panorama se suman: la presión que tiene este ecosistema por parte de la gente que vive alrededor (por la expansión de la urbanización), las situaciones de la variabilidad climática consecuencia del cambio climático, y los pocos individuos (plantas) que se encontraron, pues de 2 que se hallaron solo se pudo obtener un fruto. Todo esto la pone en peligro de extinción, por lo que es necesario y urgente tomar acciones en pro de su protección y conservación.
¿Cómo salvar a una especie en peligro?
Lo primero que se debe hacer es conservar el hábitat en el que ella crece naturalmente: evitar que haya más deforestación y potrerización (reemplazar bosques por potreros dominados por especies herbáceas exóticas), entre otras actividades humanas que pueden ocasionar su extinción definitiva. Esta sería la estrategia de conservación in situ.
Lo segundo es la conservación ex situ: la idea es hacer una donación al tropicario del Jardín Botánico de Bogotá, y si se tiene disponibilidad de semillas, llevarlas a bancos de germoplasma para hacer regeneración y llevarlas al ecosistema. Además de multiplicar las semillas, también se espera hacer una multiplicación vegetativa de las ramas de la planta para poder introducirlas nuevamente al bosque y que haya mayor número de individuos o plantas.
Todo esto debe ir acompañado de la educación de la gente, que la debe conocer y valorar como recurso biológico de gran importancia. Es necesario mostrar que es una especie endémica de allí, que es símbolo de belleza de la región y que está ligada históricamente a la primera expedición botánica que se realizó en territorio americano. También se deben hacer más estudios para saber si tiene algún potencial fitoquímico que pueda aportar, por ejemplo, a algún medicamento o fármaco para la salud humana.
“Tenemos que pensar en conservar, no tanto en colectar muestras para herbarios, sino realmente enfocarnos en impedir la extinción de las especies”, concluye la bióloga Velásquez.