Lo que pasa cuando científicos y ganaderos se unen para salvar al jaguar en Colombia
Con un artículo publicado en la revista “Scientific Reports”, un grupo de científicos detallan cómo un esfuerzo que empezó hace más de una década para proteger al jaguar hoy está dando resultados. Gracias al trabajo conjunto de investigadores y ganaderos, la probabilidad de avistar a un jaguar creció notablemente: mientras en 2014 era del 0 %, en 2022 fue del 40 %.
Andrés Mauricio Díaz Páez
Con escopeta en mano y listos para navegar los ríos y caminar las sabanas de la Orinoquía durante un par de meses, grupos de entre 10 y 25 llaneros organizaban las ‘tigrilladas’ en las décadas de 1970 y 1980. El inicio del verano, que llega regularmente entre octubre y noviembre, era la época perfecta para esta labor.
Se trataba de jornadas de cacería que recibían ese nombre porque los objetivos principales eran los félidos que habitan en la región: el ocelote, el cunaguaro y el jaguar (Panthera onca), el mayor depredador de América. Fueron considerados enemigos en los llanos porque se comían al ganado, el principal sustento económico de los pobladores.
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Por esos años también se popularizó el uso de pieles en la industria textil, una moda que también tuvo consecuencias para las poblaciones de caimán llanero, primates, entre otros animales. “Matar a un animal daba estatus. El que mataba a un jaguar o a un puma era un gran llanero”, explica Jorge Barragán, uno de los propietarios de la Reserva Natural de la Sociedad Civil La Aurora, en Casanare.
Aunque ya no hay tantas ‘tigrilladas’ como antes, cuenta que aún siguen cazando jaguares y otros animales. Sin embargo, junto a su familia, el apoyo de investigadores de la Corporación Panthera y otras organizaciones, hoy Barragán se dedica a estudiar y conservar a los jaguares.
El esfuerzo ha dado resultado. Hace unos días, el 27 de junio, publicaron el primer estudio sobre abundancia y supervivencia de estos félidos en “tierras de trabajo” en Colombia. Los resultados, que aparecieron en un artículo en la revista Scientific Reports, muestran que la situación ha mejorado y que hay un camino para salvar a uno de los depredadores más emblemáticos de Colombia.
En su estudio detallan un proceso que empezó en 2009, con la llegada de María Victoria Sarmiento, entonces estudiante de Biología. Fue a La Aurora a hacer su tesis sobre conflictos entre ganaderos y grandes félidos. Poco a poco, empezaron a instalar las primeras cámaras trampa para observarlos. Ahora, en la investigación, integraron nueve años de datos de cámaras trampa y fotos de turistas que indican que la abundancia de estos animales ha mejorado. En 14 años han identificado 66 jaguares diferentes.
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Una década protegiendo al jaguar
Pasaron años para que, después de la época de las ‘tigrilladas’, volvieran a ver un jaguar en el llano. Barragán, que aparece como autor del estudio, cuenta que la primera vez que tuvieron un registro en cámara en su reserva fue en 2009, cuando identificaron dos individuos. Ese año empezó a sensibilizar a población para conservar de estos animales.
Luego de prohibir la caza de cualquier tipo de animal en las 15.000 hectáreas de reserva en La Aurora, se comenzaron a hacer monitoreos juiciosos sobre los jaguares. Esteban Payán, coordinador de felinos para América latina de la Wildlife Conservation Society (WCS), y otro de los autores del estudio, recuerda que en 2014 se instalaron 100 cámaras trampa y se logró el registro de cinco jaguares.
Durante los nueve años que transcurrieron hasta 2022, “a veces había más o menos cámaras, pero sin falta pusimos cámaras cada año”, afirma Matthew Hyde, investigador de la Universidad del Estado de Colorado y coautor de la investigación.
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En La Aurora tienen una base de datos con fotos y nombres para cada jaguar nuevo que se va identificando. Los patrones de manchas en su cuerpo, irrepetibles, les permiten saber cuándo ha aparecido uno nuevo.
Pero, no solo se nutre con la información que se recolecta a través de las cámaras trampa. La reserva se ha convertido en un destino para el turismo de naturaleza, pues es el punto confirmado donde existe mayor probabilidad de avistar un jaguar en su hábitat natural en Colombia. Junto a la Corporación Panthera, diseñaron un protocolo para que esta actividad fuera segura, tanto para las personas como para los jaguares. De allí surgió la condición de nunca acercarse a menos de 100 metros del animal, no gritar o hacer ruido cuando se da el avistamiento, y no comer o fumar durante el recorrido.
Las imágenes de fotógrafos aficionados o profesionales que han llegado a la reserva también sirvieron como insumo para la investigación. Con estos elementos en la mano, hicieron seguimiento a los registros para estimar la abundancia y la supervivencia de estos animales en la reserva.
Como escriben en el artículo de Scientific Reports, mientras que en 2014 la probabilidad de avistar a un jaguar era de 0 %, en 2022 pasó a ser de un 40 %. Payán explica que esto es una muestra de la posibilidad de coexistencia entre humanos y grandes mamíferos en tierras de trabajo, teniendo como base un proceso de conservación ecológica.
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Además, ha crecido el número de individuos registrados cada año: pasaron de cinco en 2014 a 28 en 2022. Para Payán, es una evidencia de que “ya no son perseguidos y por eso llegan nuevos individuos”.
La supervivencia de los jaguares depende de que haya presas como primates, chigüiros y venados, que hacen parte de su dieta. Por eso, destaca Payán, es importante no cazar a ningún animal, para evitar afectar el ecosistema. Durante los nueve años de monitoreo en La Aurora, los investigadores estimaron una probabilidad de supervivencia cercana al 80 % que se mantuvo con muy pocas variaciones.
Para estimar la tasa de supervivencia, utilizaron los registros de avistamiento de un mismo individuo durante varios años. Un buen síntoma de esa tasa de supervivencia, explica Hyde, es que es similar en machos y hembras, pues estas últimas son la clave para la conservación de la especie.
“Si no hay hembras, ya no hay más crías. Entonces, lo que queremos es asegurar que esas hembras estén sobreviviendo y que sus crías lleguen a una edad de supervivencia”, puntualiza.
Otro factor que midieron en el estudio fue la densidad de individuos por área. Este es un indicador del crecimiento poblacional y que permite establecer comparaciones con otros lugares en los que se desarrollan procesos similares de conservación. En 2014 la tasa era de 1.8 individuos por cada 100 km2, mientras que en 2022 fue de 3.8 individuos en la misma área. En Pantanal, el humedal más grande del mundo, que está ubicado en Brasil, la tasa es de 4.08 individuos.
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“El jaguar vale más vivo que muerto”
Aunque las áreas protegidas, lejos del contacto humano, son clave en la conservación de este animal, también es importante dirigir esfuerzos hacia las zonas en las que se presentan conflictos entre los animales y los humanos. Los bosques de galería, ecosistema propio de las llanuras de la Orinoquía y que colindan con las sabanas, hacen parte del corredor del jaguar en Colombia.
Para Payán, la ganadería que se practica en gran parte del Casanare, que no recurre a la deforestación por las propiedades del ecosistema de sabana, es clave para la conservación de estos bosques. Otros tipos de explotación de la tierra en estos ecosistemas, como los cultivos de arroz o palma, están generando cambios en el drenaje natural del agua, disminuyendo el hábitat de este animal.
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Además, Barragán ha encontrado una alternativa económica rentable en el turismo de naturaleza, que le permite mantener la reserva como un lugar dispuesto para la investigación. “El jaguar vale más vivo que muerto”, asegura Payán, pues los ingresos que genera han permitido consolidar estos procesos de conservación.
Sin embargo, pese a las labores de pedagogía y concientización que se han hecho en La Aurora, aún hay predios vecinos en los que se caza. Barragán sigue creyendo en que es una tarea de largo aliento para seguir integrando al corredor del jaguar más bosques de galería que se encuentran cerca de su reserva.
Con escopeta en mano y listos para navegar los ríos y caminar las sabanas de la Orinoquía durante un par de meses, grupos de entre 10 y 25 llaneros organizaban las ‘tigrilladas’ en las décadas de 1970 y 1980. El inicio del verano, que llega regularmente entre octubre y noviembre, era la época perfecta para esta labor.
Se trataba de jornadas de cacería que recibían ese nombre porque los objetivos principales eran los félidos que habitan en la región: el ocelote, el cunaguaro y el jaguar (Panthera onca), el mayor depredador de América. Fueron considerados enemigos en los llanos porque se comían al ganado, el principal sustento económico de los pobladores.
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Por esos años también se popularizó el uso de pieles en la industria textil, una moda que también tuvo consecuencias para las poblaciones de caimán llanero, primates, entre otros animales. “Matar a un animal daba estatus. El que mataba a un jaguar o a un puma era un gran llanero”, explica Jorge Barragán, uno de los propietarios de la Reserva Natural de la Sociedad Civil La Aurora, en Casanare.
Aunque ya no hay tantas ‘tigrilladas’ como antes, cuenta que aún siguen cazando jaguares y otros animales. Sin embargo, junto a su familia, el apoyo de investigadores de la Corporación Panthera y otras organizaciones, hoy Barragán se dedica a estudiar y conservar a los jaguares.
El esfuerzo ha dado resultado. Hace unos días, el 27 de junio, publicaron el primer estudio sobre abundancia y supervivencia de estos félidos en “tierras de trabajo” en Colombia. Los resultados, que aparecieron en un artículo en la revista Scientific Reports, muestran que la situación ha mejorado y que hay un camino para salvar a uno de los depredadores más emblemáticos de Colombia.
En su estudio detallan un proceso que empezó en 2009, con la llegada de María Victoria Sarmiento, entonces estudiante de Biología. Fue a La Aurora a hacer su tesis sobre conflictos entre ganaderos y grandes félidos. Poco a poco, empezaron a instalar las primeras cámaras trampa para observarlos. Ahora, en la investigación, integraron nueve años de datos de cámaras trampa y fotos de turistas que indican que la abundancia de estos animales ha mejorado. En 14 años han identificado 66 jaguares diferentes.
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Una década protegiendo al jaguar
Pasaron años para que, después de la época de las ‘tigrilladas’, volvieran a ver un jaguar en el llano. Barragán, que aparece como autor del estudio, cuenta que la primera vez que tuvieron un registro en cámara en su reserva fue en 2009, cuando identificaron dos individuos. Ese año empezó a sensibilizar a población para conservar de estos animales.
Luego de prohibir la caza de cualquier tipo de animal en las 15.000 hectáreas de reserva en La Aurora, se comenzaron a hacer monitoreos juiciosos sobre los jaguares. Esteban Payán, coordinador de felinos para América latina de la Wildlife Conservation Society (WCS), y otro de los autores del estudio, recuerda que en 2014 se instalaron 100 cámaras trampa y se logró el registro de cinco jaguares.
Durante los nueve años que transcurrieron hasta 2022, “a veces había más o menos cámaras, pero sin falta pusimos cámaras cada año”, afirma Matthew Hyde, investigador de la Universidad del Estado de Colorado y coautor de la investigación.
Puede ver: Un virus que mata ranas lleva ocho años en Colombia y hasta ahora nos enteramos
En La Aurora tienen una base de datos con fotos y nombres para cada jaguar nuevo que se va identificando. Los patrones de manchas en su cuerpo, irrepetibles, les permiten saber cuándo ha aparecido uno nuevo.
Pero, no solo se nutre con la información que se recolecta a través de las cámaras trampa. La reserva se ha convertido en un destino para el turismo de naturaleza, pues es el punto confirmado donde existe mayor probabilidad de avistar un jaguar en su hábitat natural en Colombia. Junto a la Corporación Panthera, diseñaron un protocolo para que esta actividad fuera segura, tanto para las personas como para los jaguares. De allí surgió la condición de nunca acercarse a menos de 100 metros del animal, no gritar o hacer ruido cuando se da el avistamiento, y no comer o fumar durante el recorrido.
Las imágenes de fotógrafos aficionados o profesionales que han llegado a la reserva también sirvieron como insumo para la investigación. Con estos elementos en la mano, hicieron seguimiento a los registros para estimar la abundancia y la supervivencia de estos animales en la reserva.
Como escriben en el artículo de Scientific Reports, mientras que en 2014 la probabilidad de avistar a un jaguar era de 0 %, en 2022 pasó a ser de un 40 %. Payán explica que esto es una muestra de la posibilidad de coexistencia entre humanos y grandes mamíferos en tierras de trabajo, teniendo como base un proceso de conservación ecológica.
Puede ver: Esta es la estrategia para proteger a las 1966 especies de aves que hay en el país
Además, ha crecido el número de individuos registrados cada año: pasaron de cinco en 2014 a 28 en 2022. Para Payán, es una evidencia de que “ya no son perseguidos y por eso llegan nuevos individuos”.
La supervivencia de los jaguares depende de que haya presas como primates, chigüiros y venados, que hacen parte de su dieta. Por eso, destaca Payán, es importante no cazar a ningún animal, para evitar afectar el ecosistema. Durante los nueve años de monitoreo en La Aurora, los investigadores estimaron una probabilidad de supervivencia cercana al 80 % que se mantuvo con muy pocas variaciones.
Para estimar la tasa de supervivencia, utilizaron los registros de avistamiento de un mismo individuo durante varios años. Un buen síntoma de esa tasa de supervivencia, explica Hyde, es que es similar en machos y hembras, pues estas últimas son la clave para la conservación de la especie.
“Si no hay hembras, ya no hay más crías. Entonces, lo que queremos es asegurar que esas hembras estén sobreviviendo y que sus crías lleguen a una edad de supervivencia”, puntualiza.
Otro factor que midieron en el estudio fue la densidad de individuos por área. Este es un indicador del crecimiento poblacional y que permite establecer comparaciones con otros lugares en los que se desarrollan procesos similares de conservación. En 2014 la tasa era de 1.8 individuos por cada 100 km2, mientras que en 2022 fue de 3.8 individuos en la misma área. En Pantanal, el humedal más grande del mundo, que está ubicado en Brasil, la tasa es de 4.08 individuos.
Puede ver: La controversia que se armó por un artículo sobre “bienestar animal” en el PND
“El jaguar vale más vivo que muerto”
Aunque las áreas protegidas, lejos del contacto humano, son clave en la conservación de este animal, también es importante dirigir esfuerzos hacia las zonas en las que se presentan conflictos entre los animales y los humanos. Los bosques de galería, ecosistema propio de las llanuras de la Orinoquía y que colindan con las sabanas, hacen parte del corredor del jaguar en Colombia.
Para Payán, la ganadería que se practica en gran parte del Casanare, que no recurre a la deforestación por las propiedades del ecosistema de sabana, es clave para la conservación de estos bosques. Otros tipos de explotación de la tierra en estos ecosistemas, como los cultivos de arroz o palma, están generando cambios en el drenaje natural del agua, disminuyendo el hábitat de este animal.
Puede ver: Las fracturas del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional
Además, Barragán ha encontrado una alternativa económica rentable en el turismo de naturaleza, que le permite mantener la reserva como un lugar dispuesto para la investigación. “El jaguar vale más vivo que muerto”, asegura Payán, pues los ingresos que genera han permitido consolidar estos procesos de conservación.
Sin embargo, pese a las labores de pedagogía y concientización que se han hecho en La Aurora, aún hay predios vecinos en los que se caza. Barragán sigue creyendo en que es una tarea de largo aliento para seguir integrando al corredor del jaguar más bosques de galería que se encuentran cerca de su reserva.