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El nombre de Merlin Sheldrake es muy popular entre los biólogos. Desde que hace poco más de un año publicó su libro La red oculta de la vida, cautivó a muchos científicos y lectores amantes de la divulgación. Amazon lo eligió como el mejor libro de 2020 y en varios países se convirtió en un best-seller. Mientras todos trataban de comprender mejor cómo un virus había puesto en aprietos al planeta entero, Sheldrake había elegido sumergirse en otro fascinante mundo del que tampoco conocemos mucho: los hongos.
Usualmente confundidos con plantas, los hongos están por doquier así no podamos verlos, relataba este biólogo inglés, PhD en Ecología tropical de la U. de Cambridge. Son microscópicos o tan grandes que pueden llegar a pesar cientos de toneladas. En Oregon, por ejemplo, hay uno que abarca 10 kilómetros cuadrados y tiene entre 2.000 y 8.000 años de antigüedad. Así como pueden estar en nuestra nevera en forma de setas, podrían estar bajo el jardín del vecino sin que nadie se haya percatado de ellos. También hicieron posible el pan que saboreamos al desayuno y la cerveza con la que celebramos cada gol de Luis Díaz. (Lea: Primeras pistas de la utilidad de los hongos alucinógenos para tratar la depresión)
Los hongos, otro reino natural tan complejo como “animal” o el “vegetal”, han atravesado nuestra existencia desde hace mil millones de años. “Comen piedra, crean suelos, asimilan agentes contaminantes, se nutren de plantas, pero también las matan, sobreviven en el espacio, provocan alucinaciones, producen alimentos, generan medicinas, manipulan el comportamiento animal e influyen en la composición de la atmósfera terrestre”, apuntaba Sheldrake.
Pese a eso, escribía, más del 90 % siguen sin clasificar. Podría haber entre 2,2 y 3,8 millones de especies de hongos (“de seis a diez veces más que el número estimado de especies de plantas”), pero solo se ha descrito el 6 %. “Tan solo estamos empezando a entender las complejidades y sofisticaciones de las vidas de los hongos”, apuntaba, así hayan sido ellos los que nos permitieron, por poner otro ejemplo más, acceder al primer antibiótico moderno. A finales de los años 20 del siglo pasado, Alexander Fleming descubrió que un hongo producía un raro compuesto llamado “penicilina”, que era capaz de matar a las bacterias.
Ese incipiente conocimiento poco a poco ha empezado a cambiar. A la par que en el mundo se han tejido iniciativas para impulsar su estudio, en Colombia han surgido esfuerzos para entender mejor la riqueza de hongos que escondemos. “Somos un país muy biodiverso, pero tenemos un gran vacío en el conocimiento de las especies de hongos. Estamos muy atrasados”, dice Mauricio Diazgranados.
Díazgranados habla desde Londres. Es biólogo y hoy trabaja en el Real Jardín Botánico de Kew (Reino Unido), uno de los más importantes del mundo. En compañía de unos 40 científicos hace poco lanzó el resultado de un primer gran esfuerzo por conocer mejor los hongos colombianos. Tras meses de reuniones y largas jornadas organizando información, lanzaron una herramienta que compila, por primera vez, todos los datos sobre las especies que hay en el país. “Colfungi” la llamaron.
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En ella, cuenta, se pueden encontrar detalles de las 7.273 especies descritas en Colombia. Se puede saber cuáles están en Medellín o en Bogotá. También sus diferentes usos más allá de la popular función gastronómica por la que usualmente los conocemos. Se trata de un proyecto que busca que los hongos ayuden a mejorar el sustento de muchas comunidades.
“Pronto lanzaremos una plataforma que facilitará las cadenas de valor sustentables. En Colombia hay 411 especies de hongos con usos conocidos. Se utilizan para producir materiales, para cultivos, como fertilizantes, para el control de plagas… Es un espectro gigantesco. De hecho, hay 184 especies comestibles. Es una oportunidad enorme para llevar a cabo procesos de bioeconomía”, dice Diazgranados. Solo el mercado global de hongos comestibles puede ser, señalaba en su libro Sheldrake, unos US$69.000 millones en 2024.
Este primer paso, que contó con la ayuda de la comunidad de micólogos de Colombia, aglutinados en la Asociación Colombiana de Micología, y de diversas universidades e institutos, es el inicio de un largo proceso. Como lo muestra el mapa, en comparación a otros países, aquí el conocimiento sobre hongos apenas está naciendo. En Estados Unidos se han reportado 46 mil especies; en Reino Unido, 18 mil; en Brasil, 20.500, y en México, 7.600.
“Dado que la relación observada entre las especies de hongos y plantas en áreas bien estudiadas es, en promedio, de 9,8 a 1 y que Colombia alberga más de 26.134 especies de plantas, se puede estimar que el número de hongos colombianos podría estar alrededor de 300.000”, escriben los investigadores en una cartilla donde resumieron el proyecto. “Hay un mundo por descubrir”, resume Diazgranados.
Sin embargo, es un mundo que necesita ser protegido e incluido en la discusiones sobre conservación. El reclamo lo han hecho científicos en varias oportunidades. Sus razones las resumieron hace poco en un manifiesto en el que explican las razones por las cuales los hongos deber ser vistos bajo otra perspectiva.
“La mayoría de la legislación ambiental y de las asambleas internacionales, junto con muchas ONG internacionales importantes, se refieren a la conservación de la flora (plantas) y la fauna (animales). Agregar una tercera “F” - funga - a la lista, incluiría este reino de la vida descuidado en los marcos de las políticas agrícolas y de la conservación y desbloquearía fondos cruciales para la investigación micológica, las encuestas y los programas educativos. Las oportunidades de promover la protección de los hongos este año son demasiado valiosas como para perderlas”, escriben.
El documento está firmado por prestigiosos investigadores. La primatóloga Jane Goodall; el etnobotánico Wade Davis; la biógrafa de Humboldt, Andrea Wulf, y el popular divulgador Michael Pollan son solo algunos de los nombres que respaldan la petición.
Fue liderada, entre otros, por el colombiano Cesar Rodríguez Garavito y por Merlin Sheldrake, que en su libro tiene otro motivo para empezar a ver los hongos con otros ojos. Cuenta que luego de adentrarse en ese mundo su vida empezó a cambiar. Descubrió que estas especies tienen comportamientos inimaginables para los humanos. “Nos obligan a pensar con otras perspectivas lo que significa para los organismos ‘resolver problemas’, ‘comunicar’, ‘tomar decisiones’, ‘aprender’ y ‘recordar”, anotaba. Una frase condensaba su experiencia: “Cuanto más sabemos de los hongos, menos sentido tiene todo sin ellos”.