Esta es la estrategia para proteger a las 1966 especies de aves que hay en el país
La pérdida de hábitat por deforestación, la mala planeación del ordenamiento territorial y la falta de conocimiento de la riqueza de especies en el país, son las principales problemáticas a solucionar. En 2030 se espera tener los primeros resultados de implementación de este proyecto.
Andrés Mauricio Díaz Páez
El 5 de junio de 2019, un grupo de biólogos de la Universidad Nacional de Colombia encontró en el campus de Bogotá a un copetón de corona blanca (Zonotrichia leucophrys), una especie que nunca se había registrado en el país. Como parte de la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente, el Instituto de Ciencias Naturales de esa universidad había programado una jornada de 24 horas de bioblitz, una actividad que consiste en registrar a todas las especies vivas dentro de un espacio delimitado. (También puede leer: Estas son los animales silvestres emblemáticos más amenazados en Colombia)
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El 5 de junio de 2019, un grupo de biólogos de la Universidad Nacional de Colombia encontró en el campus de Bogotá a un copetón de corona blanca (Zonotrichia leucophrys), una especie que nunca se había registrado en el país. Como parte de la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente, el Instituto de Ciencias Naturales de esa universidad había programado una jornada de 24 horas de bioblitz, una actividad que consiste en registrar a todas las especies vivas dentro de un espacio delimitado. (También puede leer: Estas son los animales silvestres emblemáticos más amenazados en Colombia)
El hallazgo causó asombro entre quienes participaban de la jornada, y se convirtió rápidamente en noticia entre los expertos en aves del país. El copetón de corona blanca es una especie propia de Norte América, y sus procesos de migración consisten en viajar desde el norte de Canadá hasta el sur de México. Su avistamiento más inusual, antes de aparecer en Bogotá, fue en la costa del pacífico de Costa Rica, en Centroamérica.
Este inesperado visitante estuvo a punto de pasar desapercibido. Ese mismo día, luego de una publicación en Twitter del profesor Andrés Cuervo, quien lideraba el bioblitz, se enteraron de que el primer registro del animal lo había hecho el grupo de fotografía de la universidad. Sin embargo, en ese momento pensaron que se trataba de un copetón criollo (Zonotrichia capensis, especie propia de Colombia) con algún tipo de albinismo. Arturo, uno de los fotógrafos, intercambió algunos trinos con Cuervo, luego de enterarse de que el animal se encontraba en el mismo lugar que un mes atrás. “Posiblemente es el mismo individuo, y quizás el único. Lo bueno es que es fácil de encontrar. La pregunta es ¿cómo llegó ahí?”, escribió Arturo. Y esa era la pregunta que tenían todos los que se enteraron de la noticia.
María Ángela Echeverry-Galvis, magíster y PhD en ecología y biología evolutiva, y profesora de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana, explica que este tipo de especies se incluyen dentro de la categoría de erráticos. Estos son animales que por sus dinámicas de migración pueden llegar a perderse en el camino y terminar, como el copetón de corona blanca, en un sitio completamente desconocido. (Le puede interesar: Minambiente creará agencia para la acción climática)
En otros tiempos, cuando las expediciones de identificación de aves del país eran hechas por expertos extranjeros, este registro hubiese bastado para considerar al copetón de corona blanca como “colombiano”, aunque su llegada hubiese sido accidental y, al ser un solo macho, no tuviera posibilidades de sobrevivir en Colombia.
Esta fue una de las muchas razones por las que un conjunto de instituciones, dentro de las que se encuentran el Instituto Humboldt, la Red Nacional de Observadores de Aves (RNOA), la Asociación Colombiana de Ornitología y la Sociedad Audubon, se dieron a la tarea de actualizar la Estrategia Nacional de Conservación de Aves en Colombia 2030 (ENCA). En este trabajo también participaron el Ministerio de Ambiente y varios comités conformados por científicos y asesores en todo el país. La última vez que se había trazado un plan para la protección de las especies del país había sido en el año 2000, desarrollada por expertos en ornitología.
El país de las aves
Desde 1910, cuando un grupo de investigadores estadounidenses liderados por Frank Chapman (el ornitólogo que creó la colección de aves en el Museo de Historia Natural de los Estados Unidos) vino al país para conocer sobre las especies de aves, Colombia se ganó el reconocimiento como “el país de las aves”. En total, recolectaron 16.000 especímenes de 1285 especies diferentes, dando lugar al primer conteo oficial de aves en el país. (Le recomendamos: Descubren en aves una nueva enfermedad causada por plásticos)
Después de esto, el país empezó a hacer revisiones periódicas del estado de conservación de las aves y se despertó un gran interés científico por hacer conteos similares. Uno de los últimos listados publicados, en 2017, registró un total de 1909 especies. En las últimas semanas, se conoció la lista más reciente de especies de aves en Colombia, un trabajo en el que participó María Ángela Echeverry junto a otros investigadores. En total, se cuentan 1966 especies, 57 más que en 2017. De estas, 1672 (el 85 %) viven permanentemente en el país, y unas 140 migran, desde el norte o desde el sur, y en su paso cruzan por tierras colombianas.
A pesar de que somos el país del mundo con mayor número de especies de aves registradas, por encima de Perú y Brasil, como lo explica Echeverry, conocemos muy poco acerca de estas. “Todavía aprendemos de animales basados en la fauna de África. Entonces le cuentan a uno el elefante, el rinoceronte, el león, la jirafa, pero no te cuentan de la fauna de Colombia. Y vamos al exterior y con nuestros invitados extranjeros sacamos pecho y decimos es que Colombia es megadiverso. ¿Qué significa eso?”, cuestiona la bióloga, quien además hizo parte del comité de científicos que trabajó en la ENCA.
Karolina Fierro, PhD en Biología de la Vida Silvestre e investigadora del Instituto Humboldt, asegura que educarnos sobre la importancia de las aves en el país es fundamental para reconocer nuestros impactos en su conservación. En algunos lugares del país, por ejemplo, “les gusta mucho porque es tradición, porque es cultural, agarrar los pajaritos, meterlos en jaulas y que canten en la jaula del patio de la casa”, afirma Fierro, añadiendo que no nos preguntamos cómo ese tipo de costumbres pueden impactar a las poblaciones de aves. (Lea también: Las emisiones de CO₂ alcanzaron un récord en 2022 (aunque fue menos de lo esperado))
Para esto, la estrategia plantea impartir la enseñanza de las aves desde el sistema educativo, pero también involucrar a las comunidades que han formado un conocimiento sobre estas desde sus dinámicas de vida. Patricia Falk Fernández, bióloga y parte de la Junta Directiva de la RNOA, dice que para resolver las dificultades de posicionar un mensaje culturalmente se requiere la participación de otras comunidades, fuera de la científica, como los campesinos, los indígenas, los observadores de aves, entre otros, y aprender a transmitir el conocimiento desde aquellos que lo generan.
Sin embargo, no solo se trata de educar acerca de las acciones individuales. Una de las problemáticas que reconoce la Estrategia es que la mayoría de las especies están perdiendo su hábitat, principalmente por la deforestación. Para atender esta situación, representantes de sectores como la ganadería, la agricultura, el turismo, entre otros, fueron invitados a los talleres de discusión en los que se formuló este proyecto.
“La estrategia nos afronta un reto de pensar, si ya se hizo la transformación para producción, ¿cómo podemos hacer que esa transformación sea menos mala? Incluso, ¿cómo podemos hacer que sea buena? Porque es que hay aves que dependen de esos sistemas para poder estar”, cuenta Echeverry. (En vídeo: pescador grabó a decenas de tiburones dándose un ‘festín’ con peces pequeños)
De allí surgió un eje estratégico que busca integrar a los sectores productivos en la conservación de las aves, revisando si procesos de ganadería sostenible, sistemas silvopastoriles, agricultura a pequeña escala, entre otros, pueden convertirse en un eslabón dentro de la cadena de protección de especies en el país. También se tomó en cuenta como parte del sector privado a las empresas dedicadas al avistamiento de aves, con el fin de revisar cuáles son sus impactos y qué se puede hacer para mitigarlos.
Echeverry comenta que alternativas como el ecoturismo o el aviturismo, que en principio podrían parecer inofensivas para el medio ambiente, pueden convertirse en un arma de doble filo. Cuando se hace una visita a una zona de avistamiento, pueden generarse impactos mínimos, como hacer ruidos muy fuertes, que por su recurrencia podrían ahuyentar a las aves del lugar. “Es una situación en la que debemos buscar cómo podemos apoyar un tipo de aviturismo que realmente nos lleve a un desarrollo social, económico y a un mejor manejo de los recursos naturales y que eso se vuelva otra forma de revalorar a las aves”, puntualiza. (También puede leer: Trasladar diez hipopótamos de Colombia a México, toda una película)
Otro de los puntos críticos que reconoce la Estrategia son los Planes de Ordenamiento Territorial. Las problemáticas relacionadas con estos van desde aves que se estrellan con edificios, algo muy común en las grandes ciudades, hasta la protección de áreas como los humedales. Allí, según explica Echeverry, se busca que las ciudades y municipios identifiquen sectores claves en sus territorios, ya sea por la diversidad de especies que albergan o por su relevancia para la conservación de una especie en particular, y les den un tratamiento diferencial. “La idea es definir si hay algo que no se deba tocar, pues no lo tocamos con unas buenas razones de fondo. Pero lo otro es mucho más conservar a partir del uso y del conocimiento”, precisa.
Una nueva forma de conocer a las aves
Además de actualizar el listado de aves en Colombia, la tarea encabezada por Echeverry estableció una serie de categorías para estandarizar los registros de aves. Estas incluyen a las aves residentes, a las que utilizan a Colombia como paso migratorio, las que son introducidas como producto del tráfico de fauna u otras dinámicas dañinas para el medio ambiente, las que llegan por error o a causa de un evento particular (como un huracán, por ejemplo), y las denominadas hipotéticas. Estas últimas son aves que se registran por primera vez, pero que no cuentan con la evidencia suficiente para determinar si en realidad se trata de una nueva especie. Además de las 1672 residentes y las 140 migrantes, se contaron 77 erráticas, 70 inciertas o hipotéticas, seis introducidas y una extinta.
Más allá de las colecciones científicas, en las que se guarda material que permite identificar y caracterizar a los individuos de una especie, la Estrategia busca tener un sistema que involucre a otros actores en la consolidación de estos registros. Por ejemplo, las personas que se dedican al avistamiento de aves por pasatiempo, pues toman fotografías o graban el canto de las aves durante sus recorridos, algo que muchas veces resulta fundamental para identificar a una especie.
Otros actores, como las comunidades indígenas, negras o campesinas que, como parte de su relación con el territorio que habitan, aprenden sobre las dinámicas de poblaciones específicas, pueden también hacer parte del proceso. Como cuenta Echeverry, desde su aporte es posible conocer detalles como el mes del año en el que llega una especie a una zona determinada y el clima que hay durante su estancia. Incluso, podrían generarse alertas acerca de cambios en la cantidad de individuos de una especie o afectaciones en sus dinámicas de vida, “porque los primeros que se enteran de eso son las personas que viven ahí mismo”, comenta.
En últimas, como lo dice Patricia Falk, se trata de implementar una estrategia de conservación de aves “de todos, para todos”.
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