Gerbil y la COP16
Una reflexión de nuestra relación con los animales y algunas ideas para procurar una vida digna para esos seres que nos dan subsistencia o nos brindan compañía, desde un entendimiento de conciencias múltiples.
Fco Alberto Galán S
Durante doce años, Gerbil compartió con nosotros su bella personalidad. Las múltiples expresiones de sus ojos con los que manifestaba sus emociones. Los tonos de sus ladridos, a veces con alcances evidentes, pero en ocasiones invitaciones a la interpretación de sus propósitos. El movimiento reflejo de su cola que formaba un conjunto expresivo con sus miradas y sus tonos. Los toques sutiles con su hocico para buscar respuestas de nosotros a sus necesidades de comida, de salida a la calle y de consentimiento. La búsqueda de descanso de él y de quien lo cuidara en las noches, reclamando ir a su espacio de reposo. Las carreras cortas de un lado al otro por el entusiasmo de salir con los otros perros a caminar en las mañanas. Todas estas y más expresiones de sensibilidad, sentimientos, y, en especial, inteligencia de un ser consciente que interactuaba entusiasta con nosotros, sus cuidadores principales, con todo quien llegaba a visitar o con desconocidos, y con otros perros, e incluso con Bilbo la gata, esa otra especie con la que supo relacionarse por su noble personalidad.
Nuestra relación con Gerbil se dio en una época en la cual ha crecido y se ha intensificado el vínculo de nuestras sociedades con esa especie que ha acompañado a los humanos por miles de años. En un contexto en el que esa relación a menudo está mediada por proveedores de servicios en quienes predomina o tiene un peso indebido la mercantilización y el manejo de las emociones de sus clientes, afectando las posibilidades y los alcances de los cuidados, en particular cuando está en discusión la salud de esos seres. Más importante y significativo, esa relación se dio en circunstancias globales que los especialistas tipifican como la sexta gran extinción de las múltiples expresiones de vida en el planeta.
Un contexto amplio en el cual se pueden diferenciar tres tipos de relaciones generales con los animales: la afectiva, la del consumo para nuestra alimentación y la de una indiferencia predominante. En conjunto, nuestra relación con Gerbil fue parte del primer tipo de relación con los animales: la afectiva. Esta, en general, tiende a anteponer el bienestar de las personas. Cada vez más las mascotas se ven favorecidas por esos afectos o por las normas, sin embargo, todavía persiste, en muchas oportunidades, el abuso o indiferencia. En Colombia, hay cerca de tres millones de animales callejeros, entre perros y gatos, y hay otras decenas de miles que viven en espacios insuficientes y discutibles para su naturaleza.
El segundo conjunto de relaciones está en función de su consumo para nuestra subsistencia. Se podría decir básica, aunque ahora está en discusión lo inevitable de esa función. En este campo se trata esencialmente de producir o fabricar carne, hoy en día bajo una variedad de modalidades. Las condiciones de vida de millones de animales para consumo humano, si bien han mejorado por diversas razones, siguen siendo bastante discutibles e incluso precarias.
A estas especies se los expone al sol canicular por falta de sombrío en zonas de alta deforestación y lógicas de producción simplistas. También se les llena de medicina por las densidades de población en que viven o se los alimenta con visiones de corto plazo, propias de la forma industrial en que se crían. Y, en muchas ocasiones, se los sacrifica sometiéndolos a procesos de alto estrés cuando son animales que sienten y anticipan su final abrupto.
Son millones de vidas que demandan grandes extensiones de territorios, generando altos impactos en los balances naturales y, en ocasiones, por su tamaño se los hacina para aumentar “la productividad” a costa de la higiene, de la tranquilidad y de su fisiología, entre diversos efectos posibles. En este segundo caso podemos generalizar diciendo que es el tipo de relación en que los atropellamos, los sacrificamos y los consumimos, sin darles condiciones satisfactorias para realizar sus posibilidades de existencia.
Por último, el tercer conjunto de relaciones con los animales se caracteriza porque predomina la indiferencia de la mayoría en nuestra sociedad. Son cientos de especies cuyo número marca un notable contraste con las pocas especies de los dos grupos anteriores.
La indiferencia se expresa en la devastación de su entorno, en la reducción alarmante de sus poblaciones y, cada vez más, en la extinción. Aunque hay posibilidades para su viabilidad y se debe a que los especialistas en la academia y las instituciones han mejorado nuestra relación con esas especies. Lo han hecho por medio de la investigación sobre sus condiciones de vida y sus conductas; las mayores condiciones para su sobrevivencia, mediante la creación de áreas protegidas; y con esfuerzos de educación respecto a especies emblemáticas y a los entornos necesarios para algunas de esas poblaciones. Sin embargo, no podemos olvidar que su medio natural se ha visto reducido por una expansión especulativa del uso de la tierra, en su mayoría, para dar espacio a esas pocas especies que consumimos como alimentos.
Desde una perspectiva en que domine lo ético en nuestras relaciones con esos otros seres conscientes y sensibles, es indispensable preguntarnos y analizar: ¿Cómo se expresa y cómo se debería concebir un sistema de valoración en esos tres tipos de relaciones con los animales? ¿Cómo tomamos decisiones para prevenir esa sexta extinción? ¿Cómo deberíamos asignar los recursos del conjunto de la sociedad en forma que sea viable la vida en todas sus manifestaciones y la existencia de esos animales en condiciones dignas?
El gasto o la inversión colectiva como sociedad nos da un primer referente para la reflexión y la fundamentación de nuestras decisiones. En el caso colombiano, las diferencias son sustanciales y dan piso para actuar de otra manera. En los últimos años, el conjunto de la inversión pública y privada en lo que se clasifica como la protección de la biodiversidad ascendió en promedio a dos billones de pesos al año.
En contraste, lo invertido en las mascotas, sin incluir cuánto da la sociedad a los tres millones de animales callejeros, asciende en promedio anual a cinco billones de pesos. Es decir, dos veces y medio lo destinado a conservación de la biodiversidad. Por último, a los animales para nuestro consumo, con frecuencia excesivo más allá de lo básico necesario, destinamos un costo para los consumidores de un orden mínimo de ochenta billones de pesos al año, de los cuales entre el 20% y el 25% son costos de producción.
Una suma equivalente a 40 veces nuestro esfuerzo colectivo para preservar la biodiversidad del segundo país más rico en diversidad del mundo. Esto, sin contar los costos de la violencia existente en el país en las últimas décadas, en gran medida asociada a la alta concentración de las tierras en unos pocos propietarios cuya economía gira en torno a la producción de carne y otros bienes de origen animal. Se estima que el 1% de predios concentra el 45% de la tierra, mientras 10% adicional de predios concentra el 38% del área privada.
Es importante tener presente que el conjunto de estas tres cifras de gasto nos ubican en unos montos semejantes a lo que la sociedad colombiana invierte en salud para los humanos. Un reto semejante afrontamos en el frente del gasto y la inversión en la conservación de la vida y para la vida digna de miles de especies.
¿Qué hacer entonces para asignar en forma consecuente y sensata esos cuantiosos recursos financieros a la preservación de la vida en general? ¿Qué hacer para procurar una vida digna para esos seres que nos dan subsistencia o nos brindan compañía, desde un entendimiento de conciencias múltiples? Sugiero algunas ideas:
• Entender, en primera instancia, que el mayor margen de maniobra financiera y fiscal está asociado con el cuantioso gasto destinado a producir carnes y otros bienes derivados de los animales para consumo humano. Esto reconociendo el gran reto existente para mejorar la calidad de vida de estos animales.
• Regular los mercados para limitar o gravar la búsqueda de utilidades o el mercantilismo que solo desvía recursos y esfuerzos hacia un lucro excesivo o a una remuneración irracional de quienes brindan servicios para los animales de consumo o de compañía.
• Establecer impuestos que generen canales virtuosos entre los tipos de gasto en animales, para que lo recursos tributarios adicionales redunden en beneficio del bienestar general de los seres vivos y el mejor despliegue de las capacidades de esos otros seres. Por ejemplo, un cálculo muy somero de un gravamen de 10% a las cadenas de carnes y a los negocios de mascotas indica que sería posible del orden de 8.5 a 10 billones de pesos al año. Es decir, entre cuatro y cinco veces lo destinado a biodiversidad (principalmente áreas protegidas, detener la deforestación, restauración), campo de política que podría consolidarse, así como el de procurar el mayor bienestar de todos los animales domesticados.
• Asegurar la reducción en el número de animales domésticos callejeros y procurar el mayor bienestar de los que vivan en esa condición.
• Analizar la necesidad de una nueva nutrición de los humanos bajo el contexto de prevención y reducción de los impactos ambientales. Además, adelantar acciones dirigidas a moderar el consumo de carnes.
• Formar profesionales asociados a la crianza, manejo y salud de los animales domesticados, con una pedagogía centrada en el bienestar de estos y en conductas éticas frente a quienes los cuidan o les corresponde dar un cuidado digno.
Lograr este tipo de ideas no será fácil, mucho menos si prima el inmediatismo propio de los resultados aparentes. No será solo el efecto de un evento ni de una sucesión de eventos semejantes a la COP16. El frenesí en torno al “gran evento” tendrá que contar a futuro con una fundamentación bien estructurada y una gestión sistemática de varios años e incluso décadas.
De lo contrario, este será un evento más del babel de las burocracias de todo tipo, con mínimas o nulas consecuencias para una asignación de fondos y un despliegue de gestión mucho más efectivos y consecuentes con las demandas de la conservación de la biodiversidad en Colombia.
Gerbil queda en los afectos da la familia por el tiempo que nos resta de vida, por la infinidad de instantes que solo su conciencia y su conducta animal particulares podían brindar. Estamos seguros que su existencia nos da una base muy especial para reflexionar sobre la valoración y la acción amplia y consecuente frente a cientos de especies e individuos animales, vegetales y de otra índole.
Esos millones de animales cercanos son una oportunidad para conectarnos con ese otro amplio espectro de vida que demanda de nosotros como sociedad un significativo nivel de conciencia, con compromisos de largo plazo que solo se fundamentan a partir de políticas de Estado viables y bien concebidas.
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Durante doce años, Gerbil compartió con nosotros su bella personalidad. Las múltiples expresiones de sus ojos con los que manifestaba sus emociones. Los tonos de sus ladridos, a veces con alcances evidentes, pero en ocasiones invitaciones a la interpretación de sus propósitos. El movimiento reflejo de su cola que formaba un conjunto expresivo con sus miradas y sus tonos. Los toques sutiles con su hocico para buscar respuestas de nosotros a sus necesidades de comida, de salida a la calle y de consentimiento. La búsqueda de descanso de él y de quien lo cuidara en las noches, reclamando ir a su espacio de reposo. Las carreras cortas de un lado al otro por el entusiasmo de salir con los otros perros a caminar en las mañanas. Todas estas y más expresiones de sensibilidad, sentimientos, y, en especial, inteligencia de un ser consciente que interactuaba entusiasta con nosotros, sus cuidadores principales, con todo quien llegaba a visitar o con desconocidos, y con otros perros, e incluso con Bilbo la gata, esa otra especie con la que supo relacionarse por su noble personalidad.
Nuestra relación con Gerbil se dio en una época en la cual ha crecido y se ha intensificado el vínculo de nuestras sociedades con esa especie que ha acompañado a los humanos por miles de años. En un contexto en el que esa relación a menudo está mediada por proveedores de servicios en quienes predomina o tiene un peso indebido la mercantilización y el manejo de las emociones de sus clientes, afectando las posibilidades y los alcances de los cuidados, en particular cuando está en discusión la salud de esos seres. Más importante y significativo, esa relación se dio en circunstancias globales que los especialistas tipifican como la sexta gran extinción de las múltiples expresiones de vida en el planeta.
Un contexto amplio en el cual se pueden diferenciar tres tipos de relaciones generales con los animales: la afectiva, la del consumo para nuestra alimentación y la de una indiferencia predominante. En conjunto, nuestra relación con Gerbil fue parte del primer tipo de relación con los animales: la afectiva. Esta, en general, tiende a anteponer el bienestar de las personas. Cada vez más las mascotas se ven favorecidas por esos afectos o por las normas, sin embargo, todavía persiste, en muchas oportunidades, el abuso o indiferencia. En Colombia, hay cerca de tres millones de animales callejeros, entre perros y gatos, y hay otras decenas de miles que viven en espacios insuficientes y discutibles para su naturaleza.
El segundo conjunto de relaciones está en función de su consumo para nuestra subsistencia. Se podría decir básica, aunque ahora está en discusión lo inevitable de esa función. En este campo se trata esencialmente de producir o fabricar carne, hoy en día bajo una variedad de modalidades. Las condiciones de vida de millones de animales para consumo humano, si bien han mejorado por diversas razones, siguen siendo bastante discutibles e incluso precarias.
A estas especies se los expone al sol canicular por falta de sombrío en zonas de alta deforestación y lógicas de producción simplistas. También se les llena de medicina por las densidades de población en que viven o se los alimenta con visiones de corto plazo, propias de la forma industrial en que se crían. Y, en muchas ocasiones, se los sacrifica sometiéndolos a procesos de alto estrés cuando son animales que sienten y anticipan su final abrupto.
Son millones de vidas que demandan grandes extensiones de territorios, generando altos impactos en los balances naturales y, en ocasiones, por su tamaño se los hacina para aumentar “la productividad” a costa de la higiene, de la tranquilidad y de su fisiología, entre diversos efectos posibles. En este segundo caso podemos generalizar diciendo que es el tipo de relación en que los atropellamos, los sacrificamos y los consumimos, sin darles condiciones satisfactorias para realizar sus posibilidades de existencia.
Por último, el tercer conjunto de relaciones con los animales se caracteriza porque predomina la indiferencia de la mayoría en nuestra sociedad. Son cientos de especies cuyo número marca un notable contraste con las pocas especies de los dos grupos anteriores.
La indiferencia se expresa en la devastación de su entorno, en la reducción alarmante de sus poblaciones y, cada vez más, en la extinción. Aunque hay posibilidades para su viabilidad y se debe a que los especialistas en la academia y las instituciones han mejorado nuestra relación con esas especies. Lo han hecho por medio de la investigación sobre sus condiciones de vida y sus conductas; las mayores condiciones para su sobrevivencia, mediante la creación de áreas protegidas; y con esfuerzos de educación respecto a especies emblemáticas y a los entornos necesarios para algunas de esas poblaciones. Sin embargo, no podemos olvidar que su medio natural se ha visto reducido por una expansión especulativa del uso de la tierra, en su mayoría, para dar espacio a esas pocas especies que consumimos como alimentos.
Desde una perspectiva en que domine lo ético en nuestras relaciones con esos otros seres conscientes y sensibles, es indispensable preguntarnos y analizar: ¿Cómo se expresa y cómo se debería concebir un sistema de valoración en esos tres tipos de relaciones con los animales? ¿Cómo tomamos decisiones para prevenir esa sexta extinción? ¿Cómo deberíamos asignar los recursos del conjunto de la sociedad en forma que sea viable la vida en todas sus manifestaciones y la existencia de esos animales en condiciones dignas?
El gasto o la inversión colectiva como sociedad nos da un primer referente para la reflexión y la fundamentación de nuestras decisiones. En el caso colombiano, las diferencias son sustanciales y dan piso para actuar de otra manera. En los últimos años, el conjunto de la inversión pública y privada en lo que se clasifica como la protección de la biodiversidad ascendió en promedio a dos billones de pesos al año.
En contraste, lo invertido en las mascotas, sin incluir cuánto da la sociedad a los tres millones de animales callejeros, asciende en promedio anual a cinco billones de pesos. Es decir, dos veces y medio lo destinado a conservación de la biodiversidad. Por último, a los animales para nuestro consumo, con frecuencia excesivo más allá de lo básico necesario, destinamos un costo para los consumidores de un orden mínimo de ochenta billones de pesos al año, de los cuales entre el 20% y el 25% son costos de producción.
Una suma equivalente a 40 veces nuestro esfuerzo colectivo para preservar la biodiversidad del segundo país más rico en diversidad del mundo. Esto, sin contar los costos de la violencia existente en el país en las últimas décadas, en gran medida asociada a la alta concentración de las tierras en unos pocos propietarios cuya economía gira en torno a la producción de carne y otros bienes de origen animal. Se estima que el 1% de predios concentra el 45% de la tierra, mientras 10% adicional de predios concentra el 38% del área privada.
Es importante tener presente que el conjunto de estas tres cifras de gasto nos ubican en unos montos semejantes a lo que la sociedad colombiana invierte en salud para los humanos. Un reto semejante afrontamos en el frente del gasto y la inversión en la conservación de la vida y para la vida digna de miles de especies.
¿Qué hacer entonces para asignar en forma consecuente y sensata esos cuantiosos recursos financieros a la preservación de la vida en general? ¿Qué hacer para procurar una vida digna para esos seres que nos dan subsistencia o nos brindan compañía, desde un entendimiento de conciencias múltiples? Sugiero algunas ideas:
• Entender, en primera instancia, que el mayor margen de maniobra financiera y fiscal está asociado con el cuantioso gasto destinado a producir carnes y otros bienes derivados de los animales para consumo humano. Esto reconociendo el gran reto existente para mejorar la calidad de vida de estos animales.
• Regular los mercados para limitar o gravar la búsqueda de utilidades o el mercantilismo que solo desvía recursos y esfuerzos hacia un lucro excesivo o a una remuneración irracional de quienes brindan servicios para los animales de consumo o de compañía.
• Establecer impuestos que generen canales virtuosos entre los tipos de gasto en animales, para que lo recursos tributarios adicionales redunden en beneficio del bienestar general de los seres vivos y el mejor despliegue de las capacidades de esos otros seres. Por ejemplo, un cálculo muy somero de un gravamen de 10% a las cadenas de carnes y a los negocios de mascotas indica que sería posible del orden de 8.5 a 10 billones de pesos al año. Es decir, entre cuatro y cinco veces lo destinado a biodiversidad (principalmente áreas protegidas, detener la deforestación, restauración), campo de política que podría consolidarse, así como el de procurar el mayor bienestar de todos los animales domesticados.
• Asegurar la reducción en el número de animales domésticos callejeros y procurar el mayor bienestar de los que vivan en esa condición.
• Analizar la necesidad de una nueva nutrición de los humanos bajo el contexto de prevención y reducción de los impactos ambientales. Además, adelantar acciones dirigidas a moderar el consumo de carnes.
• Formar profesionales asociados a la crianza, manejo y salud de los animales domesticados, con una pedagogía centrada en el bienestar de estos y en conductas éticas frente a quienes los cuidan o les corresponde dar un cuidado digno.
Lograr este tipo de ideas no será fácil, mucho menos si prima el inmediatismo propio de los resultados aparentes. No será solo el efecto de un evento ni de una sucesión de eventos semejantes a la COP16. El frenesí en torno al “gran evento” tendrá que contar a futuro con una fundamentación bien estructurada y una gestión sistemática de varios años e incluso décadas.
De lo contrario, este será un evento más del babel de las burocracias de todo tipo, con mínimas o nulas consecuencias para una asignación de fondos y un despliegue de gestión mucho más efectivos y consecuentes con las demandas de la conservación de la biodiversidad en Colombia.
Gerbil queda en los afectos da la familia por el tiempo que nos resta de vida, por la infinidad de instantes que solo su conciencia y su conducta animal particulares podían brindar. Estamos seguros que su existencia nos da una base muy especial para reflexionar sobre la valoración y la acción amplia y consecuente frente a cientos de especies e individuos animales, vegetales y de otra índole.
Esos millones de animales cercanos son una oportunidad para conectarnos con ese otro amplio espectro de vida que demanda de nosotros como sociedad un significativo nivel de conciencia, con compromisos de largo plazo que solo se fundamentan a partir de políticas de Estado viables y bien concebidas.
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