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Por más de un siglo, personas de todo el mundo han intentado detener la “invasión de los desiertos” plantando “muros verdes” de árboles, a veces de miles de kilómetros de longitud. Estos esfuerzos han fracasado. Las tasas de supervivencia de los árboles son a menudo inferiores al 30 %, la biodiversidad ha disminuido, las capas freáticas han bajado, los medios de subsistencia locales se han visto alterados y la población, ya de por sí pobre, se ha visto aún más marginada.
A pesar de esta problemática historia, la visión de un muro verde de árboles para contener el desierto sigue siendo muy popular, con miles de millones de dólares prometidos y gastados en China en el Programa de Bosques Protectores de los Tres Norte, y en África en la Iniciativa de la Gran Muralla Verde.
Como ecologistas y geógrafos que llevamos décadas trabajando en las tierras áridas de África y Asia, sostenemos que la idea de los “muros verdes” no solo es errónea, sino peligrosa. Abocada al fracaso tanto por razones sociales como ecológicas, la idea de los muros verdes refuerza falsas suposiciones sobre la naturaleza del cambio medioambiental en las tierras áridas del mundo —prestando un poderoso apoyo a las nociones erróneas de que las intervenciones tecnocéntricas de arriba abajo son las mejores—. Deberíamos abandonar la idea para dar cabida a intervenciones más realistas, basadas en pruebas y eficaces.
Hoy en día, los científicos definen la desertificación como la degradación de las tierras áridas causada por la mala gestión humana local. Es diferente de la aridificación, que es la pérdida de vegetación debida al cambio climático. Ahora sabemos que la desertificación no hace que los bordes de los desiertos marchen hacia delante, sino que la desertificación se produce en parches, en zonas de alta y más persistente presión sobre la tierra por el pastoreo, la agricultura y la recolección de leña.
No es necesario detener el avance de la desertificación, porque no existe. Aunque algunos límites desérticos puedan estar ampliándose debido a la aridificación provocada por el cambio climático, los árboles, que consumen mucha agua, hacen poco para combatirla. En otras palabras, un muro de árboles no sirve para solucionar ninguno de los dos problemas. (También puede leer: Las orcas podrían estar embistiendo barcos por “moda”)
Los programas de muros verdes se alimentan de la creencia errónea de que plantar árboles en cualquier lugar siempre mejorará el clima, el suministro de agua y la biodiversidad, al tiempo que previene la erosión y mitiga el cambio climático. Esta creencia centrada en los árboles tiene su origen en la Europa del siglo XVIII; en el siglo XIX alcanzó el nivel de ideología, equiparándose la cubierta forestal con la civilización. El concepto fue utilizado por las potencias occidentales para justificar una amplia variedad de proyectos coloniales e imperiales en entornos inapropiados de todo el planeta.
Una visión del mundo centrada en los árboles que equipare la mejora ecológica con la cubierta arbórea, aunque válida para algunos ecosistemas, no se traslada bien a las ecologías de tierras áridas que no estaban originalmente cubiertas de bosques, sino más bien de estepas, praderas o sabanas. Su sustitución por hileras de árboles, a menudo todos de la misma especie, no suele suponer una mejora ecológica.
La investigación ha demostrado que los árboles de mayor densidad pueden competir con la vegetación autóctona, lo que puede provocar una reducción de la disponibilidad de humedad, la biodiversidad y la protección del suelo frente a la erosión, con beneficios limitados para mitigar el cambio climático. En China, donde entre 1952 y 2008 se plantaron árboles en más de una cuarta parte del territorio nacional, se han encontrado sorprendentemente pocas pruebas de que los esfuerzos de plantación hayan tenido un impacto positivo en los cambios de la cubierta vegetal o en las tormentas de polvo. Los gobiernos y las organizaciones que apoyan estos programas siguen sin disponer de datos suficientes para realizar evaluaciones más exhaustivas de los efectos ecológicos de las plantaciones masivas de árboles.
Los muros verdes son problemáticos no solo desde el punto de vista ecológico, sino también social. Los promotores suelen dar la impresión de que estas zonas áridas están básicamente vacías. La realidad es que casi siempre están pobladas por personas que hacen un buen uso de sus tierras áridas y, comprensiblemente, suelen resistirse a la sustitución de sus campos o pastizales por plantaciones de árboles y cercas.
Los proyectos de muros verdes también brindan a los poderosos la oportunidad de controlar y excluir a los más vulnerables con la excusa de la rehabilitación medioambiental. En Níger, por ejemplo, las élites locales han utilizado los programas de muros verdes como una oportunidad para apoderarse de tierras que antes eran públicas (y beneficiarse de ellas). En Argelia, el programa de presas verdes fue utilizado por el gobierno para reducir y controlar el pastoreo —la práctica de desplazarse con el ganado por grandes extensiones, que ha resultado en una carga para la administración y se ha considerado erróneamente “primitiva”—. También en China, el Programa de Bosques Protectores de los Tres Norte, en combinación con otros programas, ha retirado a los pastores de sus tierras de pastoreo y los ha empleado en su lugar en la plantación de árboles. (Le puede interesar: Los niños y niñas tienen mucho que decir del cambio climático)
El pastoreo ha sido durante mucho tiempo mal entendido y devaluado. Los ecologistas reconocen ahora que la ganadería móvil favorece la resiliencia social y ecológica frente al cambio climático. Actuar en su contra hace un flaco favor a las comunidades de las tierras áridas.
Los responsables políticos deben reconocer que las tierras áridas son el hogar de personas que no suelen degradar los paisajes de los que dependen. Los programas de desarrollo dirigidos por la población local para satisfacer las necesidades locales son más prometedores que los esfuerzos tecnocráticos de arriba abajo. Estos programas pueden incluir intervenciones técnicas como la protección de pastizales, el riego o incluso la plantación de árboles, si se centran en la protección y plantación de árboles autóctonos. Tales intervenciones deben respetar y apoyar los medios de subsistencia locales para tener éxito, como ilustra un programa hídrico en Chad que ha empezado a aceptar la importancia de la movilidad pastoral en sus muy variables tierras áridas.
La financiación de los programas de muros verdes ha contribuido en ocasiones a respaldar intervenciones eficaces. Pero su éxito no se ha debido a su vinculación con la “gran muralla verde”, sino a pesar de ella.
El mito de los muros verdes que frenan el desierto sigue suscitando un gran interés público y generosas financiaciones a pesar de estar desacreditado por la ciencia ecológica contemporánea. Hay que desecharlo. En su lugar, tenemos que avanzar con esfuerzos alternativos de conservación y desarrollo de las tierras áridas que sean más apropiados desde el punto de vista ecológico y que apoyen las estrategias locales de medios de vida sostenibles frente al cambio climático global.
*Artículo traducido por Debbie Ponchner
** Este artículo fue publicado, originalmente, en Knowable en Español.
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